?Qui¨¦n se niega a una naranja?
"No te rezagues por mi culpa", me dijo Tom¨¢s Segovia en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Hab¨ªamos compartido el vuelo de M¨¦xico a Espa?a. ?l pod¨ªa caminar, pero estaba reci¨¦n operado y aguardaba una silla de ruedas. Habl¨® con humor de las intervenciones que lo hab¨ªan convertido en un "personaje de ciencia ficci¨®n", sin modificar la sonrisa que cautiv¨® a varias generaciones de alumnas. Insist¨ª en acompa?arlo. "No digas que no te lo advert¨ª", agreg¨®. Minutos despu¨¦s un hombre vestido de azul lleg¨® con la silla de ruedas y llaves magn¨¦ticas que abr¨ªan todas las puertas del aeropuerto. Atravesamos con celeridad el laberinto hasta llegar a la zona de equipajes. El camino que parec¨ªa m¨¢s esforzado hab¨ªa sido un atajo. Una met¨¢fora de las muchas ense?anzas del maestro.
En los ¨²ltimos a?os Segovia cruzaba el mar como quien cruza un pasillo de casa
Tom¨¢s Segovia fue el extraordinario poeta de Anagn¨®risis, un ensayista que combinaba la claridad de exposici¨®n con el refinamiento intelectual, y un traductor ejemplar. Verti¨® al espa?ol Shakespeare: la invenci¨®n de lo humano, de Harold Bloom, como un boxeo de sombra para su inaudita versi¨®n de Hamlet, obra maestra del trasvase de idiomas que provoca la rara impresi¨®n de que el original fue escrito en nuestra lengua. Asombrosamente, esa traducci¨®n impar a¨²n no se ha puesto en escena.
Como Juan Jos¨¦ Arreola, sab¨ªa que el oficio literario le debe mucho de sabidur¨ªas pr¨¢cticas, como la carpinter¨ªa o la alba?iler¨ªa. Era un artesano notable, capaz de reparar cualquier mueble y mejorar cualquier casa, y uno de los mayores conocedores de m¨¦trica en el idioma (su pr¨®logo a la traducci¨®n de Hamlet lo confirma). Le gustaba hacer sus propios libros, de un gusto que se disfrutaba con el tacto. Al mismo tiempo, circulaba con fluidez por Internet, plaza virtual donde prefigur¨® a los indignados. Interesado en la palabra como experiencia liberadora, tuvo una activa correspondencia con el Subcomandante Marcos, firmada con el nombre de su alter ego, Mat¨ªas Vegoso.
Le¨ªa en p¨²blico con una espl¨¦ndida voz rasposa, similar al viento invernal que anima tantos de sus versos. Lo recuerdo en una lectura con el poeta venezolano Rafael Cadenas, hablando del aire que limpia la mirada y la primera luz del d¨ªa. No le gustaba desechar los poemas que ya hab¨ªa escrito. Juzgaba que cada uno de ellos era un acto de presencia; por alguna raz¨®n hab¨ªan nacido y no deb¨ªan ser suprimidos. M¨¢s que escritos, esos poemas le parec¨ªan amanecidos.
Sus traducciones de obras de teatro, sus clases en la UNAM y el Colegio de M¨¦xico, sus di¨¢logos sobre poes¨ªa con Antonio Alatorre, sus tertulias con autores j¨®venes (entre ellos su hijo Francisco, poeta y ensayista admirable), prosperaron con la magia de las virtudes que parecen no requerir de esfuerzo.
No quiso ser un poeta "establecido" y dudaba en aceptar honores. En la entrega del Premio Octavio Paz, Guillermo Sheridan, miembro del jurado, cont¨® que Paz le pregunt¨® en India a un cham¨¢n: "?Hay que aceptar premios?". El hombre le arroj¨® una naranja y Paz la atrap¨® al vuelo. Recibir un premio pod¨ªa ser eso, un gesto tan natural como recibir un fruto. Acto seguido, Sheridan hizo rodar una naranja sobre la mesa que fue a dar a las manos de Tom¨¢s Segovia. "?Qui¨¦n se niega a una naranja?", sonri¨® el poeta.
Segovia lleg¨® a M¨¦xico cuando Espa?a se hab¨ªa perdido a s¨ª misma en la Guerra Civil y acab¨® ganando dos pa¨ªses. En los ¨²ltimos a?os cruzaba el mar con la tranquilidad de quien cruza un pasillo para ir a otra parte de su casa.
Cuando hicimos el raudo recorrido por Barajas, vali¨¦ndonos de los privilegios de su silla de ruedas, abri¨® los brazos al avistar a su compa?era, Mar¨ªa Luisa Capella, que hab¨ªa ido a recibirlo. Antes de despedirse, me dijo: "Te convino estar conmigo".
Nada m¨¢s cierto.
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