Sin alardes ni temor
Fue mi profesor, a¨²n le recuerdo en clase explic¨¢ndonos c¨®mo hab¨ªa que medir en c¨ªceros y puntos. Mis dos primeros trabajos serios se los debo a ¨¦l. Fue mi director en el m¨ªtico Diario de Barcelona, donde form¨® una redacci¨®n de primera, y me permiti¨® enseguida escribir art¨ªculos de opini¨®n. Teresa Rubio y yo fuimos las primeras mujeres de plantilla de la historia del "decano de la prensa continental"; Pernau crey¨® en nosotras.
Eran ¨¦pocas apasionantes, de 1973 a 1976. Recib¨ªamos constantes amenazas de la extrema derecha, ¨¦l sobre todo; me ense?¨® alguna, tremenda. Ni alardeaba de ellas ni las tem¨ªa: lo asum¨ªa como "gaje del oficio". Nos explicaba, con tranquilidad, las muchas cosas de las que se enteraba; quer¨ªa que todos form¨¢ramos parte de aquel esp¨ªritu resistente y paciente que se preparaba para otro futuro.
Era un periodista valiente y lo m¨¢s alejado de una vedette. De ¨¦l aprendimos muchos que era rid¨ªculo para un periodista hacer alardes y darse aires de importancia. Su modestia era tan valiosa como su capacidad de observaci¨®n, entrega al trabajo y capacidad para valorar las cosas en su justa medida. Su sentido del humor era legendario: le encantaba gastar bromas y sol¨ªa enviar libros que le llegaban a los redactores con dedicatorias del propio autor. A m¨ª me lleg¨® uno de esos libros cuyo autor, el entonces ministro L¨®pez Rod¨®, me dedicaba personalmente; pero reconoc¨ª de inmediato la letra de Pernau, lo que no me impidi¨® seguir la broma.
Solo quienes le conocimos en esas ¨¦pocas sabemos que fue un gran maestro. Un maestro secreto e inolvidable.
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