Los h¨²sares de Budapest
He visitado Budapest por primera vez. Lo he hecho con un ansia febril de h¨²sares y bajo la advocaci¨®n de dos viejos amigos desaparecidos. El conde L¨¢szlo Alm¨¢sy, el rom¨¢ntico explorador h¨²ngaro de El paciente ingl¨¦s, hace mucho que muri¨®; a las tres de la tarde del 22 de marzo de 1951, para ser exactos, de hepatitis complicada con una disenter¨ªa amebiana producto de sus intensas estancias en el desierto egipcio. Pero no he dejado de rendirle visita, con unas florecillas, en su piso en el 29 de la avenida de Miklos Horthy, en la lujosa mansi¨®n de la familia en Buda, cerca del monumental hotel Gell¨¦rt. Tanto da que la calle sea hoy Bela Bartok ¨²t -aunque el taxista, as¨ª est¨¢ la vieja Europa, se mostr¨® entusiasmado con que yo la denominara con el nombre del viejo regente aliado de Hitler-, que no supi¨¦ramos cu¨¢l era exactamente el edificio y que all¨ª a nadie le importara una higa el conde Alm¨¢sy ni la madre que lo pari¨®, y ni te digo el wadi Soura y el oasis perdido de Zerzura. Me consuela pensar que fui mejor recibido hace unos a?os en el castillo de la familia en Bernstein (lo que no les libr¨® de que el fetichista clept¨®mano que constituye mi segunda naturaleza les birlara un bot¨®n de la guerrera del aventurero, exhibida en su antigua habitaci¨®n: Alm¨¢sy fue, adem¨¢s de explorador y aviador, h¨²sar, en el tan chic 11? regimiento de h¨²sares de Szekler Grenz).
El otro amigo de que les hablaba es, claro, Paddy Leigh Fermor, fallecido el pasado 10 de junio con 96 a?os y que nos regal¨® una de las m¨¢s bellas visitas a la capital h¨²ngara en su libro Entre los bosques y el agua: la que hizo en 1934 cuando era un adolescente embarcado en la extravagante empresa de cruzar Centroeuropa a pie hasta Estambul. Paddy altern¨® con el conde Teleki y conoci¨® a una arist¨®crata tan bella que en su servicio como enfermera solo pod¨ªa cuidar de los heridos ciegos, pues su deslumbrante belleza hubiera enamorado cruel e irremediablemente a cualquiera.
Mi propio itinerario por Budapest est¨¢ tan influenciado por el de Paddy y por los recuerdos de Alm¨¢sy (por cierto, es posible que ambos coincidieran en la pintoresca sala de fiestas Arizona, que el conde frecuentaba y en donde Paddy disfrut¨® de lo lindo), que poco va servirle a nadie esta cr¨®nica como gu¨ªa de viajes a no ser que le vaya mucho la nostalgia y le chiflen los dolmanes. De hecho, todo lo que cuento ha de ser puesto en sordina no solo por mi inveterada idolatr¨ªa por lo austro-h¨²ngaro, sino porque no pas¨® un d¨ªa sin que me excediera, ay, con el vino Tokay. Eso explica, en parte, que viera tantos h¨²sares y no siguiera el sabio consejo de Imi, mi maestro de esgrima (natural de Budapest, precisamente), de dejarme de tonter¨ªas y estar muy atento a las chicas y lanzarles al paso un "jo csaj!" ("?guapa!"), que suele dar fruto.
Dada la alta improbabilidad de encontrar hoy h¨²sares en los ba?os, en los night-clubs o los caf¨¦s, fui al Museo de Historia Militar (Hadt?rt¨¦neti M¨²zeum), en un extremo de la colina del castillo. Ah¨ª hay h¨²sares hasta el empacho, oigan. De Esterh¨¢zy, de Radetzky, de Nadasdy, de N¨¢dor, de Sz¨¦k¨¦ly Hat¨¢r¨®r... una org¨ªa de atilas, pellizas, shakos, kalpaks y sables (szablya). ?El para¨ªso, se?ores! Es verdad que el ambiente es un poco rancio, como el del viejo Museo Militar de Montju?c, y los vigilantes de sala muy antip¨¢ticos: ri?¨¦ndome con un galimat¨ªas de eses y zetas me impidieron descolgar un apote¨®sico uniforme de tabornok (general) de h¨²sares, rojo y dorado con pelliza blanca, para retratarme con ¨¦l puesto. El museo, no se crean, exhibe otras muchas cosas interesantes, como una rueda de tanque Panther y la gorra de golf de Horthy. Y en una vitrina, en un lugar discretito y poco iluminado, puedes ver si te fijas un maniqu¨ª con el uniforme de los Cruces Flechadas, los nazis h¨²ngaros, los del pap¨¢ de Jessica Lange en La caja de m¨²sica, ?recuerdan?...
Sal¨ª del museo con los bolsillos llenos de soldaditos de plomo de la tienda de recuerdos, con ganas de muchas cargas a caballo, de duelos y de bailes en casa de los Esterh¨¢zy -a ser posible con la arist¨®crata enfermera de Paddy- y casi me di de bruces con el tipo que estaba buscando: Andr¨¢s Hadyk (1710-1790), el prototipo de h¨²sar h¨²ngaro que, en una de esas audaces incursiones propias de la caballer¨ªa ligera, saque¨® Berl¨ªn y se sent¨® irrespetuosamente en el trono de Federico el Grande. Paddy pas¨® un buen rato ante la misma estatua ecuestre del fulano so?ando como yo so?¨¦ en su estela. ?Ah, esos h¨²sares!, ?diablo de hombres! Quien pillara su valor. O al menos su uniforme... En sus filas galopaba el bravo coronel Simonyi, que en 1814 cabalg¨® hasta Fontainbleu al estilo de Hadyk y vaci¨® su pipa en el trono de Napole¨®n. Y Mih¨¢ly Kov¨¢ts de Fabriczy que cruz¨® el charco para ayudar a organizar la caballer¨ªa de EE UU y muri¨® en 1779 en batalla contra los brit¨¢nicos.
De la mano de Paddy y Alm¨¢sy y con el librito de L. Proh¨¢szka Estatuas ecuestres de Budapest (1997) bajo el brazo, salud¨¦ al monumento al 2? de h¨²sares transilvanos, al del 7? (un h¨²sar en brazos de un ¨¢ngel), y de paso, ya que estaba, al de la artiller¨ªa montada. Cruc¨¦ feliz el Danubio por el Puente de las Cadenas y me instal¨¦ en la orilla de Pest a ver las aves acu¨¢ticas y a formar mis peque?os h¨²sares de plomo en el suelo. Entonces vi los zapatos.
Son un centenar, de bronce, pero parecen de verdad. Recuerdan a los millares de jud¨ªos asesinados por la Cruz Flechada (Nyilaskeresztes) y arrojados al r¨ªo. Los hay de todas clases. Botas de trabajador, zapatos de vestir de mujer, calzado elegante, zapatitos de ni?o. Producen una infinita tristeza. Observ¨¦ que en algunos la gente ha introducido candelas o flores. Mi mundo de h¨¦roes, sables y trompetas se oscureci¨® como el sol tapado por una nube. Siguiendo un repentino impulso coloqu¨¦ una de las peque?as figuritas de h¨²sar en uno de los zapatos. El jinete se qued¨® all¨ª con cara muy seria mientras me alejaba cabizbajo y una multitud gris, h¨²meda y melanc¨®lica se adue?aba de las largas calles de Budapest.
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