Las horas con Parra
El 22 de octubre de este a?o, en su casa de Las Cruces, a 200 kil¨®metros de Santiago de Chile, Nicanor Parra esperaba en la sala de su casa, dram¨¢ticamente sentado frente a un ventanal por el que se ve¨ªa el oc¨¦ano Pac¨ªfico. Sobre las rodillas ten¨ªa un cuaderno de tapas negras, en el que estaba escribiendo, y acerca del que era mejor no hacer preguntas porque -se sabe- nada pone m¨¢s arisco a este hombre cerril que una pregunta directa. Agradeci¨® los regalos -una botella de vino, una caja de d¨¢tiles cuya etiqueta control¨® para confirmar que fueran, en efecto, org¨¢nicos- y empez¨® a hablar de un art¨ªculo que su amigo, el poeta Ad¨¢n M¨¦ndez, hab¨ªa publicado ese d¨ªa sobre el segundo tomo de sus Obras Completas, editadas por Galaxia Gutenberg, en el diario chileno La Tercera: "Hay que escribir sobre las obras completas del pr¨®jimo, ?ah?", dijo, con equilibrio fin¨ªsimo entre la burla y la autocelebraci¨®n.
"Siempre fui competitivo. No pod¨ªa soportar que algo se resistiera"
A lo largo de horas recit¨® en espa?ol, mapudung¨²n, ingl¨¦s, franc¨¦s y griego
El encuentro dur¨® unas seis horas (y el resultado podr¨¢ leerse ma?ana en Babelia) pero, aunque yo sab¨ªa muchas cosas sobre Nicanor Parra -hab¨ªa estado leyendo su obra y hablando con sus amigos desde el mes de junio- toparse con ¨¦l fue como toparse con un tigre albino en la selva: algo cuya existencia, a fuerza de ser m¨ªtica, parece imposible. Yo no cre¨ªa que Nicanor Parra de verdad existiera hasta que el s¨¢bado 22 de octubre, a las doce de la ma?ana, lo vi, en la sala de su casa, blanco y sulf¨²rico, con un su¨¦ter agujereado y una gorra de lana marr¨®n -que nunca se puso- aferrada con manos incre¨ªblemente j¨®venes.
A lo largo de horas recit¨®, con memoria inhumana, en griego, en ingl¨¦s, en franc¨¦s, en espa?ol, en mapudung¨²n (el idioma mapuche), llevando el ritmo con sus zapatones de cazador de patos sobre el piso de madera. Cada vez que algo le provocaba admiraci¨®n o incredulidad -un poema, un chisme de escritores- se tomaba la cabeza con las manos y emit¨ªa una suerte de gemidito infantil, entre la risa y el escarnio. Con toda sa?a fingi¨® confundir a la autora argentina de canciones infantiles Mar¨ªa Elena Walsh con la poeta argentina Alejandra Pizarnik y me pregunt¨® si yo recordaba "el poema La vaca estudiosa" (que es, en verdad, una canci¨®n para ni?os de Mar¨ªa Elena Walsh). Le dije que s¨ª, "pero s¨®lo si puedo cantarlo" y ¨¦l, con la misma sa?a y un tono de infinita bondad, desafi¨®: "A ver".
Despu¨¦s recit¨®, de principio a fin, sin confundir una coma, su poema Amor no correspondido -"Bajando de Machu Picchu/ Perlas challay/ Me enamor¨¦ de una chola/ Chiguas challay/ M¨¢s linda que una vicu?a/ Perlas challay/ Pero ella no me hizo caso/ Palomitay/ Eres demasiado viejo/ Perlas challay/ Me dijo y huy¨® riendo/ Chiguas challay"- y le hice un comentario idiota: "Qu¨¦ memoria". El tom¨® impulso y respondi¨® con una historia que siempre se las arregla para introducir en la conversaci¨®n: "Cuando yo iba al colegio, dos compa?eros, sin darse cuenta de que yo estaba escuchando, tuvieron la siguiente conversaci¨®n. Uno le dijo al otro: 'Inteligente Parra, ?ah?'. Y el otro le dijo: 'Memori¨®n, querr¨¢s decir, huev¨®n'. Era una ofensa que le dijeran memori¨®n a uno". Sea como fuere, 40 a?os como profesor le dejaron por huella una forma pedag¨®gica de la reconvenci¨®n y, aunque puede ser feroz (alguna vez, a un periodista que no le cay¨® bien, le dedic¨® un libro con la frase "Hagas lo que hagas, te arrepentir¨¢s"), nada de lo que dec¨ªa sonaba hostil.
Sus capacidades amatorias tienen una leyenda luminosa, pero aquella tarde solo hizo menci¨®n a uno de los muchos episodios invasivos que suele padecer y que disparan su paranoia legendaria. Pocos d¨ªas antes hab¨ªa tocado a su puerta una muchacha joven, bonita, para regalarle un libro de poemas llamado Valporno. La hizo pasar y se sentaron al aire libre. El novio de la muchacha irrumpi¨® poco despu¨¦s, inesperadamente, seg¨²n Parra con ansias de sorprenderlos en una maniobra extra?a, tomar alguna foto y divulgarla. Los ech¨® a ambos, furioso, y, cuando se fueron, empez¨® a leer los poemas. Descubri¨® que eran tan pornogr¨¢ficos como buenos, y entonces pens¨®: "?Que vuelva, que vuelva!".
Durante el almuerzo habl¨® sobre Juan Rulfo -dijo que lo hab¨ªa visto dos veces y que ambas hab¨ªan sido una cat¨¢strofe-; sobre el escritor argentino Enrique Fogwill, a quien lamentaba no haber conocido jam¨¢s; sobre las matem¨¢ticas: "Yo siempre fui competitivo. Y no pod¨ªa soportar que algo se me resistiera. En el liceo ten¨ªa notas m¨¢ximas en los ramos human¨ªsticos y no tan buenas en matem¨¢ticas y f¨ªsica, as¨ª que de rabia dije: 'Voy a estudiar matem¨¢ticas y f¨ªsica y voy a demostrarles a todos estos desgraciados que no saben matem¨¢ticas. Y lo logr¨¦". (Ese mismo natural competitivo lo llev¨®, durante un festival llamado Chile Poes¨ªa, a librar -y ganar- una despiadada guerra de pasos de tortuga con el poeta Gonzalo Rojas por ver qui¨¦n llegaba ¨²ltimo al estrado para acaparar todos los aplausos).
A las seis y media de la tarde, en la puerta de su casa, me hizo un besamanos elegante y dijo algo que no le cre¨ª: "No deje de venir siempre que quiera". Despu¨¦s, con un bast¨®n de madera que formaba parte de la escenograf¨ªa -no se apoyaba en ¨¦l para caminar-, me dio la espalda y se fue. Todav¨ªa no hab¨ªa ganado el premio Cervantes pero hac¨ªa casi 60 a?os, de los 97 que lleva vivo, que era, mes a mes, semana a semana, minuto a minuto, Nicanor Parra.
Poema extra¨ªdo del libro Versos de sal¨®n, (1962).De Poemas y antipoemas (1954).
La monta?a rusa
Durante medio siglo la poes¨ªa fue
el para¨ªso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
y me instal¨¦ con mi monta?a rusa.
Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
echando sangre por boca y narices.
Epitafio
De estatura mediana,
Con una voz ni delgada ni gruesa
Hijo mayor de un profesor primario
Y de una modista de trastienda;
Flaco de nacimiento
Aunque devoto de la buena mesa;
De mejillas escu¨¢lidas
Y de m¨¢s bien abundantes orejas;
Con un rostro cuadrado
En que los ojos se abren apenas
Y una nariz de boxeador mulato
Baja a la boca del ¨ªdolo azteca
-Todo esto ba?ado
Por una luz entre ir¨®nica y p¨¦rfida-
Ni muy listo ni tonto de remate
Fui lo que fui: una mezcla
De vinagre y aceite de comer
?Un embutido de ¨¢ngel y bestia!
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.