Desigualdad inquietante
En las ¨²ltimas d¨¦cadas, la desigualdad en la distribuci¨®n de la renta ha aumentado de forma significativa. Con datos referidos a 2008, en el conjunto de las econom¨ªas avanzadas, las agrupadas en la OCDE, la renta media del grupo comprensivo del 10% m¨¢s rico es aproximadamente nueve veces la correspondiente al 10% que dispone de la renta m¨¢s baja. La principal raz¨®n de la ampliaci¨®n de esa brecha ha sido la creciente diferencia en las rentas salariales, representativas del 75% de los ingresos de los hogares. La desigualdad ha ascendido incluso en las econom¨ªas tradicionalmente consideradas m¨¢s igualitarias, como Alemania, Dinamarca y Suecia, donde la relaci¨®n antes comentada es de 5 a 1. En Italia, Jap¨®n, Corea y Reino Unido, las diferencias son m¨¢s abultadas, de 10 a 1. Y mucho m¨¢s en Israel, Turqu¨ªa y EE UU, donde esa diferencia es de 14 a 1. En Chile y M¨¦xico son 25 veces. Fuera de la OCDE, esas diferencias se multiplican hasta 50 veces, como en Brasil, a pesar de la reducci¨®n clara durante la ¨²ltima d¨¦cada.
En Espa?a, la situaci¨®n no es precisamente favorable. La desigualdad no ha dado muestras de reducci¨®n en las ¨²ltimas d¨¦cadas. La renta media del 10% que m¨¢s ganaba en 2008 era 12 veces superior al correspondiente al 10% que menos renta ten¨ªa. Completando esa visi¨®n con datos de Eurostat, esa desigualdad se habr¨¢ ensanchado en los ¨²ltimos a?os, siguiendo significativamente por encima de los pa¨ªses de nuestro entorno.
Que una organizaci¨®n como la OCDE, tradicionalmente poco orientada a estudiar aspectos de la pol¨ªtica econ¨®mica tan relevantes como los asociados a la distribuci¨®n, alerte de esas conclusiones es por s¨ª solo relevante. Y es que el aumento de la desigualdad en la distribuci¨®n de la renta no solo es en cierta medida un exponente del fracaso de las pol¨ªticas econ¨®micas, sino que constituye un muy mal fundamento para la sostenibilidad del crecimiento econ¨®mico. No solo no favorece la estabilidad social, sino que, como la evidencia ha demostrado suficientemente, genera tensiones econ¨®micas y financieras propiciadoras de crisis financieras como la que estamos viviendo.
La inquietud es razonable, especialmente en un momento en el que la crisis econ¨®mica est¨¢ manteniendo en el desempleo a m¨¢s de 200 millones de parados en todo el mundo. Uno de los resultados adversos que esta crisis dejara ser¨¢ una peor distribuci¨®n, una menor participaci¨®n en la renta y en la riqueza de aquellos grupos de poblaci¨®n con menor capacidad defensiva.
Hace bien, por tanto, la OCDE en advertir de las consecuencias y recomendar a los Gobiernos que act¨²en con rapidez para paliar esas diferencias excesivas. Tambi¨¦n acierta al sugerir a los Gobiernos una mayor capacidad distributiva de los impuestos. Y generaci¨®n de empleos de mayor calidad. No son estas prescripciones muy compatibles con el tipo de ajustes presupuestarios que se est¨¢n llevando a cabo en Europa, ni con las pol¨ªticas laborales tendentes a aumentar la precariedad y vulnerabilidad. Reducir la exclusi¨®n, reforzar el contrato social deber¨ªa ser, en efecto, una pieza importante en la articulaci¨®n de salidas a una crisis que no originaron quienes acabaran pag¨¢ndola en mayor medida. Esa es una de las condiciones necesarias para que el capital basado en la confianza no sufra a¨²n m¨¢s.
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