Confesiones de dos contrabandistas
Dos j¨®venes relatan su huida del Norte, donde malviv¨ªan en la frontera con China
En el cerrado mundo de Corea del Norte, muchos j¨®venes tratan de abrirse camino como contrabandistas a trav¨¦s de la porosa frontera con China. Pero conforme se adentran en la procelosa corrupci¨®n del sistema se estrechan sus posibilidades de sobrevivir. Los m¨¢s despiertos, como Hwang Chol, huyen al sentir el aliento del r¨¦gimen en su nuca. A otros, como a Lee Chung-hyuk, alguien les abre los ojos en el ¨²ltimo momento. El resto sigue bailando en la cuerda floja hasta que se rompe.
Proceden de la misma ciudad, Chongjing, a un centenar de kil¨®metros de Hyeriong, uno de los puestos fronterizos con mayor tr¨¢fico. Pero se conocieron en Se¨²l, adonde ambos llegaron en 2005, tras un tortuoso y largo viaje a trav¨¦s de China y Mongolia.
"Para sobrevivir hay que comprar a gente en cada instituci¨®n", explica un fugado
Ambos sienten rabia contra un r¨¦gimen que "enga?a y somete a su pueblo"
Hwang, de 32 a?os, comenz¨® en 1998 vendiendo en China champi?ones e importando v¨ªdeos prohibidos. La mayor¨ªa eran pel¨ªculas surcoreanas, que descubr¨ªan las mentiras de Pyongyang. "El primer sorprendido fui yo. Al principio dud¨¦, pero luego sent¨ª un profundo odio hacia el r¨¦gimen por enga?arnos", dice.
En Corea del Norte el servicio militar es obligatorio y dura 10 a?os, aunque al final de los noventa, cuando a Hwang le tocaba el turno, lo aumentaron a 13 a?os, porque el tremendo descenso de la natalidad hab¨ªa reducido las filas de un Ej¨¦rcito de 1,1 millones de soldados. Para retrasar su obligaci¨®n castrense, Hwang estudi¨® Ciencias Pol¨ªticas y Revolucionarias. Pero no dej¨® su negocio de contrabando, que le permit¨ªa pagarse los libros, hacer regalos a los profesores y alimentar a su familia en aquellos a?os en que la hambruna caus¨® cientos de miles de muertos.
"El sistema est¨¢ tan corrupto", contin¨²a, "que para sobrevivir necesitas tener compradas a tres personas de cada instituci¨®n: los servicios secretos, la polic¨ªa, los militares y el Partido de los Trabajadores", el ¨²nico existente. Aunque, a?ade, "siempre puede haber un chivatazo". Estuvo seis meses en una c¨¢rcel y sali¨® tras costosos sobornos. Esa experiencia le bast¨® para cruzar la frontera y llegar hasta Corea del Sur. Ahora estudia Administraci¨®n de Empresas y es presidente de la asociaci¨®n de universitarios norcoreanos, que agrupa a los 1.200 que hay en Se¨²l. El Sur, se?ala, tampoco es el mundo que idealiz¨®. "Hay mucho ego¨ªsmo, mucha competitividad y tanta libertad, que tener que decidir todo cuesta un esfuerzo infinito".
La vida de Lee, de 24 a?os, fue mucho m¨¢s desestructurada. "A los ocho a?os dej¨¦ la escuela y me dediqu¨¦ al trapicheo. Mis padres y mis hermanos tambi¨¦n dejaron la f¨¢brica donde trabajaban, porque no les pagaba. Fueron ellos los que pagaron a la f¨¢brica para no tener problemas con el sistema mientras buscaban otros medios de salir adelante".
"En Corea del Norte no existe m¨¢s comercio que el negro. Recog¨ªa champi?ones o cazaba ranas para venderlas en China. Como era peque?o, a veces me colaba gratis". El precio por cruzar ilegalmente eran 200 wones (unos 20 c¨¦ntimos de euro), una fortuna si se tiene en cuenta que el salario mensual medio era de 100 wones y que muchos meses el Gobierno no pagaba.
"Nunca pens¨¦ en irme de Corea del Norte. Fue mi madre la que me hizo cruzar la frontera cuando me faltaban tres d¨ªas para incorporarme a filas. Dijo que estaba harta de pagar sobornos para que sacaran del calabozo a mi hermano mayor y que no iba a pagar tambi¨¦n por m¨ª".
Lee reconoce que el inicio en Corea del Sur fue duro. Primero estuvo un mes en un centro del Servicio de Inteligencia porque "sospechaban que era un agente norcoreano". Despu¨¦s tres meses en otro centro para desertores algo m¨¢s relajado y luego en un colegio para norcoreanos; una segregaci¨®n que ahora entiende "porque el nivel de estudios de los surcoreanos es mucho m¨¢s fuerte".
Ninguno cree que la muerte de Kim Jong-il vaya a mejorar la vida en el Norte, pero conf¨ªan en que alg¨²n d¨ªa se produzca un cambio. Hwang y Lee sienten rabia contra un r¨¦gimen basado en "la mentira, el sometimiento y el enga?o inmisericorde de su pueblo".
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