El Tratado Europeo: una pura farsa
El acuerdo econ¨®mico alcanzado por todos los Gobiernos de la UE -excepto Reino Unido- el 8 de diciembre es poco realista y, por tanto, impracticable. Europa no ha avanzado con ¨¦l; est¨¢ dando trompicones
Solomon Binding -algunos lectores lo recordar¨¢n- fue el personaje m¨ªtico creado por el ingenioso columnista ingl¨¦s Bernard Levin para poner en solfa a los m¨²ltiples contratos, acuerdos y promesas "solemnes y vinculantes" (en ingl¨¦s, solemn and binding) negociados entre el Gobierno de Harold Wilson y los sindicatos brit¨¢nicos durante la d¨¦cada de los setenta, probablemente la d¨¦cada m¨¢s sombr¨ªa y desesperada de ese pa¨ªs. El argumento de Levin era que los dirigentes del sindicato eran totalmente incapaces de cumplir sus promesas, que los objetivos de moderaci¨®n salarial acordados eran incumplidos repetidamente y las huelgas se suced¨ªan; por tanto, todo era una pura farsa, una obra de teatro pol¨ªtico. Su consecuencia principal fue que, ir¨®nicamente, millones de votantes brit¨¢nicos de centro se inclinaron, frustrados, por Margaret Thatcher en las elecciones generales de 1979.
?Desean Merkel y Sarkozy una reacci¨®n ultranacionalista? Es lo que est¨¢n provocando
Los tratados internacionales nunca podr¨¢n funcionar si se firman de manera c¨ªnica
Yo recordaba el escepticismo de Levin al leer la letra peque?a del acuerdo econ¨®mico alcanzado por todos los Gobiernos de la Uni¨®n Europea -con la excepci¨®n de Reino Unido- en la noche del 8 de diciembre. Tras otro d¨ªa de intentos por alcanzar la reconciliaci¨®n, un primer ministro brit¨¢nico frustrado vol¨® de vuelta a casa. La prensa y los medios televisivos, con su infalible capacidad para empeorar las cosas y exagerar las ri?as internacionales, tuvieron otro d¨ªa de gloria: "Aislamiento poco esplendoroso de Reino Unido", "Torpeza de Cameron", "Triunfo de Merkel sobre Europa"; este fue el tono de los titulares. Algunos ministros franceses sugirieron de manera poco prudente que Reino Unido deber¨ªa abandonar la UE, la prensa brit¨¢nica liberal y laborista atac¨® al primer ministro por su actitud obstinada y los tabloides londinenses, terriblemente chovinistas, ladraron su aprobaci¨®n. Todo acab¨® siendo un embarazoso ejemplo de lo bajo que ha ca¨ªdo en la mayor parte de Europa la inteligencia pol¨ªtica y period¨ªstica, con raras excepciones, como la de Gideon Rachman (del Financial Times), que inmediatamente se?al¨® que a los europeos les estaban dando gato por liebre.
Una vez que se disip¨® el humo, surgieron tres conclusiones principales. La primera conclusi¨®n es que el texto del presente tratado es poco realista y, por tanto, impracticable. El objetivo de porcentaje de deuda p¨²blica respecto al PIB es pol¨ªticamente inaceptable para la mayor¨ªa de las opiniones p¨²blicas -supondr¨ªa ingentes recortes del gasto p¨²blico, incluso a¨²n mayores que los que ya se est¨¢n practicando. Ninguno de los Estados perif¨¦ricos m¨¢s peque?os, cuya debilidad fiscal caus¨® la presente crisis, podr¨ªa alcanzar dicho objetivo; incluso es poco probable que la Alemania de Merkel pudiese alcanzarlo. El hecho de que el presidente franc¨¦s Sarkozy defienda firmemente el acuerdo es una versi¨®n moderna de la comedia francesa.
Por si fuera poco, el mecanismo de aplicaci¨®n de sanciones, tal y como est¨¢ expresado en el tratado, es extra?o y confuso: ?podr¨¢ alg¨²n Gobierno derrochador realmente ser llevado ante un organismo como el Tribunal Europeo y castigado? ?Desean Merkel y Sarkozy una reacci¨®n ultranacionalista en toda Europa? Porque esto es lo que est¨¢n provocando. No resulta sorprendente que las agencias de calificaci¨®n Standard & Poor's y Moody's est¨¦n rebajando el rating de tantos Gobiernos europeos.
La segunda conclusi¨®n es m¨¢s interesante, aunque nadie parezca haber reparado en ella. Y es que realmente solo existen tres pa¨ªses en Europa que cuentan -Reino Unido, Francia y Alemania-. Por contar no deseo sugerir para nada superioridad cultural, social o ideol¨®gica por parte de los Tres Grandes; de hecho, pienso que los supuestos PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y Espa?a), cuya fr¨¢gil condici¨®n fiscal causa la preocupaci¨®n de los inversores, figuran entre los pa¨ªses m¨¢s encantadores de todo el mundo. Quiero decir que solo Londres, Par¨ªs y Berl¨ªn tienen suficiente peso y confianza para emprender una pol¨ªtica gaullista de marchar en solitario en el caso de no estar de acuerdo con lo que el mayor ¨®rgano europeo parece querer hacer. Esto a su vez conduce a un interesante minu¨¦ pol¨ªtico a tres bandas. De esta manera, si Reino Unido y Alemania acuerdan una l¨ªnea de actuaci¨®n particular sin haber consultado con Francia, Par¨ªs lo paralizar¨¢. De manera similar, si los peri¨®dicos est¨¢n llenos de fotograf¨ªas de Merkel y Sarkozy mientas cierran un acuerdo especial que quieren que despu¨¦s acepte el resto de Europa, es previsible que Cameron trate de parar el acuerdo y oponerse. Nadie m¨¢s lo har¨¢.
Este equilibrio de poderes de tipo bismarckiano proporciona a los Estados m¨¢s peque?os algo de libertad de maniobra. Solos nunca podr¨ªan parar el monstruo franco-alem¨¢n, raz¨®n por la cual todos ellos firmaron solemnemente el tratado. Pero ahora esos Gobiernos sumisos han regresado de Bruselas y tienen que enfrentarse a sus respectivos electorados no demasiado contentos, que al parecer comparten muchas de las reservas de Cameron. El editorial del Financial Times del 14 de diciembre, Surgen grietas en el tratado de la UE, me parece que da plenamente en el blanco. La medicina de la pareja Merkel-Sarkozy parece que es demasiado amarga, imposible de tolerar para muchas de las naciones europeas m¨¢s peque?as, con independencia de si son miembros de la zona euro o no. El primer ministro checo, Petr Necas, ha admitido que ser¨ªa demasiado "cortoplacista" firmar declaraciones solemnes sin conocer bien los detalles. Los l¨ªderes de la oposici¨®n irlandesa han exigido realizar un refer¨¦ndum en primer lugar, pero dicha consulta probablemente no recibir¨ªa el apoyo de la poblaci¨®n, y as¨ª Irlanda no podr¨ªa ratificar el Acuerdo. El tratado tambi¨¦n presenta problemas pol¨ªticos en los Pa¨ªses Bajos, Suecia, Dinamarca y Hungr¨ªa. Italia est¨¢ inusualmente silenciosa, pero sus partidos y medios de comunicaci¨®n siempre han recelado de cualquier eje franco-alem¨¢n para el futuro de Europa.
Un observador de este l¨ªo venido desde lejos -pongamos, de Marte- probablemente sugerir¨ªa que Cameron, Merkel y Sarkozy deben reunirse, enterrar el hacha de guerra y alcanzar una soluci¨®n intermedia. Pero hay demasiado orgullo nacional y personal en juego. Cameron necesita reconocer que el electorado alem¨¢n no aceptar¨¢ financiar Gobiernos d¨¦biles y al BCE para siempre, y que por tanto insista en m¨¢s disciplina fiscal. Sarkozy tiene que reconocer que las propuestas de un impuesto adicional sobre las transacciones financieras pueden solo ser vistas como un golpe deliberado y envidioso contra la City de Londres. Y Merkel necesita entender mejor los miedos surgidos en casi todos sus vecinos por la recuperaci¨®n de m¨¢s poder econ¨®mico y pol¨ªtico de Alemania dentro de Europa. ?Llegaremos a ver una reconciliaci¨®n a tres bandas? Ahora mismo, esto parece poco probable.
El verdadero perdedor de este juego no es un Reino Unido "aislado" o una Alemania "superarrogante", sino la propia Europa y sus posibilidades de influir en nuestra escena internacional verdaderamente delicada, especialmente con una econom¨ªa global a punto de entrar en una grave fase de estancamiento prolongado. Europa no ha avanzado con este tratado; m¨¢s bien est¨¢ dando trompicones. Muchas veces se ha repetido el comentario jocoso de que "el continente es un gigante econ¨®mico, pero un pigmeo pol¨ªtico". Ahora, incluso su tama?o econ¨®mico est¨¢ reduci¨¦ndose, junto con el valor del euro con respecto al d¨®lar, la libra y otras monedas.
Hay muchos aspectos preocupantes en los actuales sentimientos antieuropeos del partido conservador brit¨¢nico, pero en lo que respecta al tratado de la UE, es posible que Cameron haya hecho bien en disparar contra la l¨ªnea de flotaci¨®n del gigante Merkel-Sarkozy. Los tratados internacionales, como por ejemplo el protocolo de Kioto sobre el cambio clim¨¢tico, nunca podr¨¢n funcionar correctamente si los Gobiernos los firman de manera c¨ªnica, sin ninguna posibilidad de cumplirlos. Y el Acuerdo de la UE del 8 de diciembre ser¨¢ un desconcierto si varias naciones miembro no pueden alcanzar unos objetivos pr¨¢cticamente imposibles de conseguir.
Hace m¨¢s de tres d¨¦cadas que Bernard Levin cre¨® la figura de Solomon Binding. Es el momento de desenterrar dicha figura y de recordar las lecciones que sus caprichosas acciones nos ofrecen.
Paul Kennedy es profesor de Historia de la c¨¢tedra J. Richardson Dilworth en la Universidad de Yale y director de Internacional Security Studies en la misma universidad. ? 2011, Tribune Media Services, Inc. Traducido por AB Traducciones.
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