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Reportaje:VIDAS AL L?MITE

El ciborg del tercer ojo

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s

Dentro de este edificio situado a las afueras de Matar¨® se encuentra la sede de la Fundaci¨®n Cyborg, cuyo objetivo es ayudar a las personas que as¨ª lo deseen a integrar dispositivos electr¨®nicos en su cuerpo. El edificio, conocido como La Incubadora y situado en el complejo Tecno-Campus de la mencionada ciudad, es una especie de colmena compuesta de peque?as celdas o despachos cedidos temporalmente a personas e instituciones para el desarrollo de ideas consideradas interesantes. Dentro de una de esas celdas se encuentra ahora el ciborg Neil Harbisson, desde cuya frente me observa un tercer ojo, de car¨¢cter electr¨®nico, conectado por un cable de audio a un chip situado a la altura de su nuca, haciendo presi¨®n sobre el hueso. El tercer ojo es en realidad un sensor de color capaz de leer las frecuencias de luz emitidas por un color y traducirlas a sonidos por medio del chip. Los sonidos, por su parte, llegan al cerebro a trav¨¦s de los huesos del cr¨¢neo. Harbisson ha adquirido, gracias a este artilugio, un sentido nuevo, del que carecemos el resto de los seres humanos, por el que "oye" o "escucha" los colores.

"Me las arreglaba en blanco y negro, pero el color es popular"
"Si eres un poco raro, quieres ser normal. Si eres muy raro, aspiras a que te lo reconozcan"
"El siglo XX vio peligrosa la uni¨®n m¨¢quina-hombre"
"Solo como platos que suenen bien. Ensaladas"
"Llevar tecnolog¨ªa en el bolsillo es la transici¨®n al ciborg"

Vayamos por partes. Harbisson ve en blanco y negro. Dir¨ªamos que sufre de acromatopsia, pues tal es el nombre de este d¨¦ficit, si ¨¦l estuviera de acuerdo en que se trata de una carencia. Pero parece que no.

-Yo no lo llamo d¨¦ficit, lo llamo condici¨®n visual -dice con cara de chico t¨ªmido, de segundo de bachillerato-, porque no es una enfermedad.

Enfermedad o no, la condici¨®n visual de Neil, que ahora tiene 30 a?os, es gen¨¦tica y de nacimiento. De peque?o, cuando sus padres advirtieron que ocurr¨ªa algo raro, lo llevaron al oftalm¨®logo, donde solo le hicieron el test del daltonismo, errando en el diagn¨®stico. Primero fue dalt¨®nico; despu¨¦s, muy dalt¨®nico, y finalmente era "ese chico que confund¨ªa todos los colores". La acromatopsia es una condici¨®n visual rara, y Harbisson no pod¨ªa explicar, l¨®gicamente, que ve¨ªa en blanco y negro porque tampoco conceb¨ªa otra forma de ver. Como era un chico listo, con recursos, se adaptaba al medio memorizando las palabras que se atribu¨ªan a determinados objetos. Del cielo, por ejemplo, se dec¨ªa que era azul; del c¨¦sped, que era verde; del lim¨®n y del pl¨¢tano, que eran amarillos; de los coches de los bomberos, que eran rojos... Pero si le preguntaban de qu¨¦ color era el jersey que llevaba puesto ese d¨ªa no ten¨ªa palabras.

No lo viv¨ª mal -dice-, pero s¨ª con extra?eza. No me gustaba el tema del color porque implicaba un conflicto. Estar rodeado de algo que no ves y ser consciente de que no lo ves te genera algo misterioso. Es como si yo viera un esp¨ªritu que t¨² no ves. Tuve ¨¦pocas en las que odi¨¦ el color porque era imposible ignorar su existencia. En cualquier campo, el uso que se hace del color es constante. Aunque no lo veas, no puedes ignorar que existe. Cuando juegas al f¨²tbol, por ejemplo, o cuando ves el plano del metro. El problema no era de supervivencia, porque yo me las arreglaba perfectamente viviendo en blanco y negro, el problema era que el color es muy popular.

-?Pero ver en blanco y negro no implica tambi¨¦n alguna dificultad de orden pr¨¢ctico?

-Alguna, s¨ª. Con los grifos, por ejemplo, porque no siempre el del agua caliente est¨¢ a la izquierda. O con los cargadores de bater¨ªas, en los que la luz verde indica una cosa y la roja otra. Los mapas son un caos total. Tambi¨¦n hay muchos trabajos a los que no se puede acceder viendo en blanco y negro.

A los 11 a?os le hicieron por fin un test m¨¢s complejo y le diagnosticaron correctamente. Fue un alivio, porque encontr¨® respuesta a toda la confusi¨®n anterior. Su familia recibi¨® la noticia con naturalidad, sin dramas, de modo que no cambi¨® nada, excepto que ya sab¨ªa que no ve¨ªa aquella cosa que llamaban "colores". El diagn¨®stico sirvi¨® tambi¨¦n para entender las rarezas visuales de su abuelo materno.

Harbisson es hijo de un brit¨¢nico irland¨¦s y de una catalana. Su infancia y su adolescencia transcurrieron en Matar¨®, donde tras acabar la ESO hizo el bachillerato art¨ªstico, logrando que le dejaran usar solo los colores blanco y negro.

-Ah¨ª aprend¨ª mucho sobre el color, sobre aquello que no ve¨ªa, y advert¨ª que se trataba de algo muy complejo.

Al terminar el bachillerato complet¨® en Inglaterra los estudios musicales que ven¨ªa realizando desde los siete a?os. Fue all¨ª, en la Universidad de Totnes, donde, tras escuchar una conferencia de Adam Montandon sobre cibern¨¦tica, se acerc¨® a ¨¦l, le cont¨® que ve¨ªa en blanco y negro y alumbraron entre los dos la idea del ojo electr¨®nico capaz de traducir los colores a sonidos.

-El color y el sonido -dice- poseen una cosa en com¨²n: que los dos tienen frecuencia. La frecuencia de cada color se corresponde con una nota musical que no podemos escuchar con el o¨ªdo porque es excesivamente aguda y porque es una onda de luz y no de sonido. Lo que yo hago es una transposici¨®n de las frecuencias de luz o de los colores a frecuencias de sonido.

-?La relaci¨®n entre los colores que miras y los sonidos que escuchas no es, entonces, arbitraria?

-En absoluto. Si el o¨ªdo humano pudiera escuchar la frecuencia del color rojo, escuchar¨ªamos la nota fa, aproximadamente.

-?Es preciso tener una educaci¨®n musical para utilizar el dispositivo?

-Al contrario, la educaci¨®n musical act¨²a como un cors¨¦ que solo te permite escuchar las 12 notas establecidas, pero en la realidad hay infinitas notas.

Me levanto de la silla, me coloco frente a ¨¦l, le pregunto c¨®mo voy vestido y, tras observarme de arriba abajo con su ojo electr¨®nico, dice:

-Suenas poco. El azul (por los pantalones vaqueros) suena a do sostenido, y lo que llevas por arriba (chaqueta gris, polo negro) es incoloro, no hay tono.

?l lleva unos zapatos amarillos, unos pantalones azul cian y un jersey magenta.

-El acorde global -explica- ser¨ªa un do-mi-sol, que es un acorde mayor, alegre, arm¨®nico.

Sus criterios para combinar los colores de la ropa no siempre coinciden con los de las personas que vemos los colores en lugar de escucharlos, pues lo importante para ¨¦l, a la hora de vestirse, es que el conjunto suene bien.

-Por lo general -dice-, visto do-mi-sol, que es un conjunto feliz.

-?Y con qu¨¦ ir¨ªas a un entierro?

-?A un entierro? Con azul, lila y naranja (do-mi bemol y fa sostenido).

Seg¨²n Neil, la capacidad de escuchar los colores es mucho mejor que la de verlos.

Porque t¨² -a?ade-, percibes el color en un pack de tres propiedades: luz, tono y saturaci¨®n. Estas tres propiedades, que son las del color, las recibes juntas, por tanto, te resulta dif¨ªcil apreciar el tono. Yo recibo las tres propiedades por separado: la luz, por los ojos; el tono, traducido en sonidos, a trav¨¦s del aparato, y la saturaci¨®n, a trav¨¦s del volumen de los sonidos, pues algunos suenan m¨¢s altos que otros.

-?Y no te resulta molesto o¨ªr colores todo el rato?

-Tampoco a vosotros os resulta desagradable estar viendo colores todo el rato.

Pero lo cierto es que se tuvo que acostumbrar, porque al principio la informaci¨®n le resultaba excesiva. Padeci¨®, de hecho, dolores de cabeza durante algunas semanas. Pero el cerebro, que es de una plasticidad enorme, enseguida fue capaz de organizar e integrar aquel nuevo est¨ªmulo. El color m¨¢s inocente, desde el punto de vista de Harbisson, es el rojo. El m¨¢s agresivo, el violeta.

-El violeta -aclara- est¨¢ por debajo del ultravioleta, que nos puede matar porque no rebota en la piel, sino que la traspasa provocando enfermedades.

Harbisson no se quita el artilugio cibern¨¦tico nunca, ni siquiera para dormir o para ducharse, lo que equivaldr¨ªa, dice, a que nosotros nos desprendi¨¦ramos de un sentido cualquiera, el tacto, por ejemplo, para irnos a la cama. Esa integraci¨®n permanente de lo cibern¨¦tico en su cuerpo es lo que hace de ¨¦l un verdadero ciborg, quiz¨¢ el primero del mundo, pues los hay intermitentes u ocasionales, como Moon Ribas, su pareja actual y cofundadora, junto a ¨¦l, de la Fundaci¨®n Cyborg. Moon suele llevar en las orejas unas extensiones que parecen pendientes, pero que son, en realidad, sensores de movimiento. Cada vez que se produce un movimiento delante de ella recibe una ligera descarga en la oreja. Si el movimiento es de izquierda a derecha, por ejemplo, primero recibe el est¨ªmulo en la izquierda, y luego, en la derecha, lo que le permitir¨¢, cuando domine este nuevo lenguaje, conocer la velocidad exacta a la que se mueven los objetos. De momento, hace aproximaciones bastante ajustadas, pero cuando haya desarrollado del todo esa capacidad incorporada a su organismo poseer¨¢ un sentido nuevo del que carecemos el resto de los seres humanos. Sus orejas funcionar¨¢n como un radar que en su trabajo de core¨®grafa posee aplicaciones pr¨¢cticas.

-Antes de instalarse el radar en las orejas -comenta Harbisson- lo llevaba en la mu?eca. Con ese aparato viaj¨® a m¨¢s de 30 ciudades de Europa para averiguar cu¨¢l era la velocidad media de los ciudadanos de cada ciudad, y detect¨® grandes diferencias. Los de Estocolmo y Londres van casi a la misma velocidad. En Oslo andan casi como en Roma, muy despacio. El r¨¦cord de lentitud lo tiene el Vaticano. Es posible que haya alguna relaci¨®n entre el color dominante de una ciudad y su velocidad, pero a¨²n no lo sabemos.

Dec¨ªamos que Harbisson es, quiz¨¢, en sentido estricto, el ¨²nico ciborg del mundo. En todo caso, es el primero al que las autoridades de un pa¨ªs han reconocido esta condici¨®n. Sucedi¨® en 2004 cuando fue a renovar su pasaporte brit¨¢nico (a¨²n se encontraba en Totnes, al sur de Inglaterra). Tal como se hace en el Reino Unido, rellen¨® el formulario, que envi¨® por correo junto a la foto. Al poco se lo devolvieron porque era ilegal aparecer en la foto del pasaporte con un ojo electr¨®nico en la frente. Escribi¨® de nuevo informando de que no se trataba de un aparato electr¨®nico a secas, sino de una parte de su cuerpo, ya que se hab¨ªa convertido en una extensi¨®n de sus sentidos.

-Les expliqu¨¦ -a?ade- que yo me sent¨ªa ciborg y que consideraba que el ojo electr¨®nico deber¨ªa ser aceptado como parte de mi imagen oficial. Envi¨¦ esta carta con el formulario y me lo devolvieron de nuevo indicando que, si lo que dec¨ªa era verdad, les hiciera llegar un certificado m¨¦dico. Fui al m¨¦dico, se lo expliqu¨¦ y escribi¨® la carta. Lo envi¨¦ todo una vez m¨¢s, al tiempo que mis amigos de la universidad se dirig¨ªan tambi¨¦n a las autoridades explicando mi situaci¨®n, pues se hab¨ªa producido ya un peque?o movimiento a mi favor. Esta vez tardaron mucho en contestar, pero al final dijeron que s¨ª, que lo aceptaban, y recib¨ª mi pasaporte con la foto en la que aparezco con el ojo electr¨®nico. La noticia sali¨® en el diario local de Totnes, que luego recogi¨® alg¨²n diario nacional, desde donde salt¨® a los medios internacionales. La prensa lo mostr¨® como algo que nunca antes hab¨ªa ocurrido, as¨ª que, mientras no se demuestre lo contrario, soy el primer ciborg reconocido como tal en todo el mundo.

Me muestra su pasaporte y, en efecto, ah¨ª est¨¢, con su ojo electr¨®nico en medio de la frente, lo que le crea al viajar bastantes problemas, pues no hay control de la polic¨ªa en el que su pasaporte no sea examinado con lupa, ya que a primera vista lo toman por falso.

Ahora est¨¢ en conversaciones con dos cirujanas de Barcelona que han estudiado el modo de implantarle dentro del hueso del cr¨¢neo el chip que lleva en la nuca. Se tratar¨ªa de efectuar en el hueso del cr¨¢neo un orificio donde alojar¨ªan, protegida por una pieza de titanio, la entrada de audio. De ese modo, el aparato, adem¨¢s de integrarse definitivamente en el organismo, se simplificar¨ªa (ahora, el conjunto se sostiene sobre la cabeza gracias a una peque?a corona que oculta bajo el pelo), y la calidad del sonido mejorar¨ªa tanto que quiz¨¢ tuviera que rebajar el volumen. La acci¨®n de integrar algo en el hueso (osteointegraci¨®n) es com¨²n ya en el mundo de la odontolog¨ªa, donde se ha demostrado que el titanio y el hueso acaban fusion¨¢ndose, pero jam¨¢s se ha realizado en el cr¨¢neo.

Tras abandonar el despacho de la fundaci¨®n, ya en la calle, trato de imaginar lo que ocurre en la cabeza de Harbisson cada vez que pasa un coche frente a su ojo electr¨®nico.

-Cada coche que pasa es una nota -dice ¨¦l-. Si te colocas en el puente de una autopista, escuchas una melod¨ªa, lo mismo que si te sientas en una terraza de una calle muy transitada. Cada persona es tambi¨¦n una nota, porque lo que escucho, a menos que me fije en una parte concreta de su cuerpo, es el color dominante de cada persona.

Harbisson es v¨ªdeo-artista. Vive entregado a proyectos en los que el asunto principal es el color. Pueden ser proyectos visuales o de m¨²sica (porque el sonido, insiste, es color), y de car¨¢cter esc¨¦nico. En estos momentos expone en Venecia un conjunto de cuadros de diferentes colores que los visitantes, a quienes se dota al entrar de un ojo electr¨®nico, escuchan, ya que lo importante de esos cuadros es su sonido. Tambi¨¦n hace el recorrido inverso, es decir, el de traducir la m¨²sica a color, pintando cuadros con notas de sinfon¨ªas cl¨¢sicas.

-Aunque hace poco -a?ade- me pidieron tambi¨¦n una canci¨®n de Amy Winehouse. Lo que hago normalmente es traducir las 100 primeras notas de cada pieza musical.

Por lo que se refiere a sus actividades en la fundaci¨®n, se?ala que no le interesan los proyectos destinados a reparar una parte del cuerpo, sino los dirigidos a extender las capacidades que ya poseemos o a crear nuevos sentidos. Dice esto para dejar bien claro que un ciborg es aquel que usa la cibern¨¦tica como parte de su cuerpo, de tal modo que entre la parte artificial y la natural acaban cre¨¢ndose redes neuronales. El ciborg, en fin, es un organismo unido a la cibern¨¦tica, y no un organismo que usa la cibern¨¦tica.

-Yo -dice- tengo dos entradas de audio: Las orejas, por las que escucho los sonidos auditivos, y los huesos del cr¨¢neo, por los que escucho los sonidos visuales. Recibo muchas cartas de personas ciegas que pueden reconocer al tacto un objeto, pero que ignoran su color.

Ahora estamos sentados a la mesa de un restaurante, junto al mar. El d¨ªa es bueno, aunque fresco, y el sol golpea en el agua inquieta, provocando un juego hipn¨®tico de reflejos nerviosos. Le pregunto qu¨¦ le parece el panorama y dice que aburrido.

-El mar es mon¨®tono -a?ade-. A m¨ª lo que de verdad me gusta son los supermercados. Cuando de peque?o iba con mi madre a comprar, me aburr¨ªa, pero desde que me implant¨¦ el ojo electr¨®nico, los supermercados son una fiesta, sobre todo la secci¨®n de productos de limpieza.

Disimulo mi desconcierto estudiando la carta, y al preguntarle si es m¨¢s de carne o de pescado, me dice que es vegetariano.

-?Desde cu¨¢ndo?

-Desde los 13 a?os, cuando comprend¨ª lo que era el hueso aquel con el que tropezaba el cuchillo, debajo de la carne. Desde que escucho los colores de la comida solo pido platos que suenen bien. Puedo organizarme un plato de verduras que suene como mi canci¨®n preferida.

-?Te puedes comer tu canci¨®n preferida?

-Claro. Las ensaladas tienen casi todas las notas. En cambio, es muy dif¨ªcil encontrar el do en los alimentos porque no hay pr¨¢cticamente comida azul.

-T¨² eres un poco raro, ?no?

-Siempre tuve cierta conciencia de raro. Era el ¨²nico zurdo de mi clase, y el que ten¨ªa el nombre m¨¢s raro, y adem¨¢s no ve¨ªa los colores. Soy medio irland¨¦s, medio brit¨¢nico y medio catal¨¢n, soy vegetariano y, ahora, soy un ciborg tambi¨¦n. Cuando eres un poco raro quieres ser normal, pero cuando eres muy raro aspiras a que te lo reconozcan. Ahora ya soy oficialmente raro.

Harbisson re¨²ne dos condiciones en apariencia incompatibles: la timidez y el exhibicionismo. Habla bajo, jam¨¢s pronuncia una palabra m¨¢s alta que otra y su expresi¨®n corporal es la de alguien un poco retra¨ªdo. Sin embargo, se pasea por todo el mundo con el ojo cibern¨¦tico colgando sobre su frente de una especie de cable que parece salirle de dentro de la cabeza. A su paso, la gente se vuelve o se da codazos de advertencia. Pero ¨¦l sigue impasible su camino sin que nada de eso le detenga, aunque a veces le detienen, claro, como en una manifestaci¨®n del 15-M en la que la polic¨ªa crey¨® que les estaba grabando. Tampoco le dejan entrar en los cines, pues piensan que ese aparato no puede tener otra utilidad que la de piratear la pel¨ªcula. De algunas tiendas lo echan con cajas destempladas despu¨¦s de pedirle la cinta que ha grabado. Y ¨¦l, sin levantar la voz, explica a todo el mundo que es un ciborg y que ese aparato es en realidad una parte de su cuerpo que le sirve para escuchar los colores.

-Yo me convert¨ª en ciborg en 2004 -dice mientras come la sinfon¨ªa de verduras-. Entonces pens¨¦ que iba a haber una explosi¨®n de este movimiento. Pero no, va muy lento.

-?A qu¨¦ lo atribuyes?

-Yo creo que va despacio por culpa del siglo XX, porque el siglo XX plante¨® la uni¨®n entre la m¨¢quina y el hombre como una uni¨®n negativa y peligrosa. Aceptamos utilizar la herramienta, pero tenemos muchos prejuicios para incorporarla al organismo. Yo, al principio de ponerme el aparato, no entend¨ª bien lo que era un ciborg. Lo comprend¨ª meses despu¨¦s, cuando no era capaz de distinguir lo que me dec¨ªa el cerebro de lo que me dec¨ªa el software. Hubo tres etapas: en la primera recib¨ªa la informaci¨®n; recib¨ªa un fa y sab¨ªa que era un rojo, recib¨ªa un do sostenido y sab¨ªa que estaba viendo algo azul, pero lo traduc¨ªa como el que habla en un idioma, pero no piensa en ¨¦l. La segunda etapa fue la de la percepci¨®n. Ya no ten¨ªa que pensar qu¨¦ nota era porque la recib¨ªa de forma autom¨¢tica. Y la tercera ser¨ªa la de la sensaci¨®n; fue cuando empec¨¦ a tener colores preferidos y empec¨¦ a so?ar en color. Cuando los colores se convirtieron en un sentimiento.

-?Hay alg¨²n movimiento ciborg a nivel mundial?

-Hay manifiestos aislados por aqu¨ª o por all¨¢, y mucha confusi¨®n respecto al tema. Alguien que lleva una pierna mec¨¢nica, por ejemplo, no es un ciborg. Lo ser¨ªa si esa pierna fuera capaz, no s¨¦, de detectar el calor y llevar la informaci¨®n al cerebro. Pero en el futuro todo el mundo ser¨¢ ciborg. De hecho, todo el mundo lleva tecnolog¨ªa en los bolsillos, y los bolsillos son la transici¨®n. En 50 a?os, por ejemplo, dudo que siga existiendo el braille, porque del mismo modo que mi ojo electr¨®nico puede leer colores, podr¨ªa leer palabras.

Harbisson viaja por todo el mundo dando conferencias acerca del universo ciborg y explicando por qu¨¦ todos deber¨ªamos serlo. Y est¨¢ organizando el primer congreso mundial de ciborgs dentro de las actividades del Campus Party.

-Creo que lo haremos en agosto -dice-, en Silicon Valley.

Ahora estamos dando un paseo por Matar¨®, para bajar la comida y escuchar los colores de la calle. Luego Harbisson me lleva a su casa, casi reci¨¦n estrenada. Se trata de un espacio abierto, de unos 20 metros de planta, con un altillo para la cama. El conjunto ha sido arrebatado a la casa de su madre, grande y antigua, que perteneci¨® en tiempos a la bisabuela. Pero el apartamento de Harbisson es independiente en todo, pues posee una entrada propia. De momento, excepto el suelo (rojo), est¨¢ pintada en blanco y negro, aunque piensa ir a?adiendo colores de forma que suene bien. El rojo del suelo se debe a que es el color m¨¢s grave (suena fa), y tambi¨¦n, como ya hemos se?alado antes, el m¨¢s inocente.

-Cuando acabe de pintarla ser¨¢ una casa sonocrom¨¢tica. No la voy a decorar para que se vea bien, sino para que suene bien. En el altillo, como es la zona de dormir, solo habr¨¢ blanco y negro, que no suenan, para no escuchar nada. Tambi¨¦n es muy importante que el techo no suene.

-?Y la puerta?

-La pintar¨¦ de verde porque antes de salir de casa conviene escuchar el verde, el verde afina la realidad. Es como cuando los m¨²sicos, antes de empezar el concierto, tocan el la para afinar. El verde es el tono medio de todos los colores. La cocina tendr¨¢ elementos violetas, que es un color de alerta y que no est¨¢ en la comida. En el cuarto de ba?o crear¨¦ una melod¨ªa de colores.

Si pasas mucho tiempo con Harbisson y eres un poco sugestionable, acabas teniendo alucinaciones auditivas. En todo caso, no puedes evitar preguntarle todo el rato a qu¨¦ suena esto o aquello. Por eso, al caer la tarde, le ped¨ª que me llevara a un Carrefour, donde nada m¨¢s llegar a la secci¨®n de limpieza se le iluminaron los ojos frente a los detergentes, los suavizantes, las lej¨ªas, las ceras, los abrillantadores, los limpiacristales...

-?Mira, mira! -me dec¨ªa mientras se?alaba un frasco u otro-: fa, sol, la, fa sostenido... Este gel suena muy agudo, es rosa, tirando a fucsia. Aqu¨ª tengo todas las notas para hacer una canci¨®n. Si yo fuera el encargado, ordenar¨ªa todo de otro modo, formando melod¨ªas. El supermercado es maravilloso, mejor que el bosque, el bosque es muy aburrido.

Pasamos casi de largo por la secci¨®n de l¨¢cteos y de vinos, que apenas sonaban, y nos detuvimos frente a frutas y verduras, que fue tambi¨¦n una fiesta, aunque no tanto como la secci¨®n de limpieza, porque faltaban notas.

-Esto suena muy bien, pero faltan los azules y los turquesas. Mi color preferido es el de la berenjena -dice tomando una y acerc¨¢ndosela al ojo electr¨®nico como un miope-. La berenjena parece de color negro, pero en realidad es un violeta muy oscuro. Suena a re sostenido tirando a mi.

Luego, mientras me acompa?a al hotel, y tras habernos detenido en el escaparate de una tienda de chucher¨ªas muy sonoro, me explica que llamamos negro, blanco y gris a colores que no lo son.

-En la piel de los humanos, por ejemplo, no hay ni blanco ni negro. La piel negra es un naranja oscuro, y la piel blanca, un naranja claro.

Al despedirnos, sin voluntad alguna de hacer un chiste, me mira con sus tres ojos, los dos org¨¢nicos y el electr¨®nico, y afirma:

-Yo puedo decir de forma literal que tu cara me suena.

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Sobre la firma

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, adem¨¢s del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.
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