Fraga, terror de los taqu¨ªgrafos
Las intervenciones parlamentarias de Manuel Fraga Iribarne -fallecido el pasado domingo- produc¨ªan terror en los taqu¨ªgrafos. La necesidad de anotar, mediante signos gr¨¢ficos, las palabras, impetuosa y atropelladamente lanzadas al hemiciclo por Fraga desde la tribuna de oradores, causaban problemas a quienes -taqu¨ªgrafos y, en menor medida, periodistas- deb¨ªan transcribirlas para publicarlas en el Diario de Sesiones o utilizarlas en sus cr¨®nicas.
La desesperaci¨®n profesional por la p¨¦rdida de media palabra o de una s¨ªlaba clave para entender una frase, que Fraga en¨¦rgicamente se com¨ªa, llevaba, sobre todo a los taqu¨ªgrafos, a a?orar las intervenciones parlamentarias de Santiago Carrillo, con sus gratificantes pausas. Quienes pod¨ªan utilizar una grabadora tambi¨¦n ten¨ªan problemas de traducci¨®n con los parlamentos de Fraga, pero los taqu¨ªgrafos solo contaban con sus o¨ªdos y sus manos. Conocedor de su forma de hablar, Fraga, que no estaba dispuesto a modificarla, se apiadaba de los taqu¨ªgrafos y les entregaba una copia de su discurso, cuando lo llevaba escrito y en el que, con gran facilidad, introduc¨ªa morcillas. Era su forma, a la vez aguerrida y afable, de comportarse.
Conocedor de su forma de hablar, entregaba una copia de su discurso
La primera vez que escuch¨¦ a Fraga en directo fue en 1964, en una conferencia en la Universidad de Sevilla sobre la opini¨®n p¨²blica. Al entonces ministro de Informaci¨®n y Turismo le hab¨ªan ofrecido esa universidad como modelo de no politizada. Le informaron mal. Los estudiantes estaban divididos en dos sectores: uno que aplaud¨ªa vehementemente y otro que le abucheaba. Entre aquellos estudiantes se encontraban Felipe Gonz¨¢lez -que terminaba Derecho- y Alfonso Guerra -que cursaba Filosof¨ªa-, quienes se conocieron aquel d¨ªa. La referencia de Fraga a la Ley de Prensa e Imprenta en gestaci¨®n produjo un pateo intenso y prolongado desde el sector contestatario, ante lo cual, y elevando la voz por encima de los indignados de entonces, Fraga asegur¨® con energ¨ªa, a gritos, que esa ley significar¨ªa "?un avance!".
Ya durante la Transici¨®n era normal que, con alguna frecuencia, los periodistas comi¨¦ramos con Fraga, quien preparaba primorosamente una queimada, para solaz de los asistentes. Pero establec¨ªa que en esos encuentros no se admit¨ªan preguntas. En una ocasi¨®n, algunos periodistas consideramos que ¨¦l era due?o de no responder, pero no de nuestras preguntas. Y le lanzamos una catarata de cuestiones que, naturalmente, no contest¨®, tras fulminarnos con la mirada.
M¨¢s expresivo fue Fraga ante la encuesta que Soledad Gallego-D¨ªaz y yo realizamos a los parlamentarios constituyentes y cuyos resultados publicamos en Del consenso al desencanto y Cr¨®nica secreta de la Constituci¨®n. Solo cuatro -entre ellos Fraga- de los 16 diputados de Alianza Popular (AP) contestaron a nuestras preguntas, que algunos de ellos recibieron como una ofensa a su intimidad, a diferencia de los restantes grupos. Pedimos a Fraga, como portavoz de AP, que influyera sobre sus compa?eros. Nos respondi¨® que no pensaba imponer la disciplina parlamentaria en este asunto. Le argumentamos que solo le ped¨ªamos que aconsejara a sus colegas. Y un Fraga tonante, cansado seguramente de nuestra pesadez, dej¨® zanjada la cuesti¨®n con estas clarificadoras palabras: "?Que cada uno haga lo que le salga de las pelotas!". Descanse en paz.
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