Los a?os del hambre
Los resultados de las investigaciones en la historia econ¨®mica del franquismo son un¨¢nimes y coinciden en se?alar la profundidad y duraci¨®n de la depresi¨®n que sufri¨® la econom¨ªa espa?ola durante los a?os cuarenta. Basta echar un vistazo a la evoluci¨®n de las macromagnitudes m¨¢s significativas -producci¨®n agraria e industrial, comercio exterior, inversi¨®n, PIB o PIB per c¨¢pita- para hacerse una idea de la magnitud del desastre.
Para la mayor parte de los espa?oles fueron, sencillamente, los a?os del hambre, del estraperlo, de la escasez de los productos m¨¢s necesarios, del racionamiento, de las enfermedades, de la falta de agua, de los cortes en el suministro de energ¨ªa, del hundimiento de los salarios, del empeoramiento de las condiciones laborales, del fr¨ªo y los saba?ones.
Franco cre¨ªa que el modelo liberal era responsable del fracaso de Espa?a
El propio Estado asumi¨® la tarea de industrializar el pa¨ªs
La fijaci¨®n de precios por parte del Gobierno caus¨® grandes da?os
Con el mercado negro naci¨® una nueva clase: los estraperlistas
La otra cara de la moneda fue la restauraci¨®n de la propiedad privada, la recuperaci¨®n de los beneficios de las empresas y de la banca, el desvergonzado enriquecimiento de los grandes estraperlistas protegidos del R¨¦gimen y el restablecimiento de los privilegios de la Iglesia y el Ej¨¦rcito.
Adem¨¢s de su intensidad, el otro rasgo caracter¨ªstico de la depresi¨®n de los cuarenta fue su larga duraci¨®n: hasta 1951 y 1952 no se recuperaron los ¨ªndices del PIB y PIB per c¨¢pita, respectivamente, de 1935 (gr¨¢fico 1). No obstante, debe se?alarse que la recuperaci¨®n de los niveles de bienestar fue m¨¢s tard¨ªa, como consecuencia de la apuesta del R¨¦gimen por la industria pesada, a costa del abandono de la agricultura y las industrias de consumo. As¨ª, el nivel de consumo alimenticio de preguerra, en t¨¦rminos de calor¨ªas totales, solo se alcanz¨® a mediados de los a?os cincuenta y el consumo de algunos productos alimenticios de calidad se retras¨® hasta entrados ya los sesenta. Comparativamente, la depresi¨®n posb¨¦lica espa?ola fue mucho m¨¢s intensa y larga que la de los pa¨ªses europeos afectados por la Segunda Guerra Mundial.
Para el R¨¦gimen, la grave y prolongada depresi¨®n fue debida a los da?os causados por la Guerra Civil, al aislamiento internacional y a las adversas condiciones clim¨¢ticas.
Las destrucciones de la guerra deben ser, sin embargo, matizadas: fueron limitadas sectorial y territorialmente. Tan solo fueron verdaderamente importantes en los transportes y las infraestructuras. A ello hay que a?adir la p¨¦rdida de las reservas internacionales, el endeudamiento, la desarticulaci¨®n econ¨®mica y los problemas monetarios. Los da?os fueron peque?os en la agricultura, aunque algo mayores en la ganader¨ªa, muy escasos en la industria y la miner¨ªa, limitados y muy localizados en la vivienda. En todo caso, fueron muy inferiores a los que sufrieron los pa¨ªses afectados por la Segunda Guerra Mundial.
Las p¨¦rdidas m¨¢s graves, curiosamente olvidadas por el R¨¦gimen, fueron las de vidas humanas. Los cientos de miles de muertos en los frentes de batalla y en las retaguardias; las miles de v¨ªctimas de la represi¨®n tras el final de la guerra; los fallecidos por hambre, privaciones y enfermedades. Pero no solo fueron los muertos. Cientos de miles de espa?oles fueron v¨ªctimas de variados tipos de represalias y depuraciones, y la poblaci¨®n penitenciaria alcanz¨® cifras extraordinarias. Finalmente, hay que tener en cuenta el cap¨ªtulo de los exiliados, particularmente importante desde el punto de vista del capital humano. Resulta muy llamativo que incluso un personaje como Himmler aconsejara a Franco, durante su visita a Madrid, una pol¨ªtica de menor rigor represivo y m¨¢s favorable a la integraci¨®n de la clase obrera en las estructuras del "Nuevo Estado". La depuraci¨®n ideol¨®gica y el retorno del fundamentalismo religioso fueron una pesada losa que impidi¨® el desarrollo de la libertad y la iniciativa. La sociedad espa?ola fue una sociedad, adem¨¢s de empobrecida, temerosa. Para colmo de males, el lugar que dejaron vac¨ªo los cient¨ªficos, intelectuales y maestros republicanos fue ocupado por elementos del R¨¦gimen que, generalmente, carec¨ªan de las cualidades y la preparaci¨®n t¨¦cnica necesaria.
El aislamiento internacional de Espa?a tambi¨¦n debe matizarse. En primer lugar, hay que decir que fue m¨¢s espectacular, por la retirada de embajadores y la condena de la ONU, que efectivo en t¨¦rminos econ¨®micos. Franco hab¨ªa contado con las simpat¨ªas de Churchill, de las grandes empresas americanas y de las finanzas internacionales; el comercio con Reino Unido y otros pa¨ªses europeos nunca se interrumpi¨®, y la ayuda de Argentina fue fundamental para la supervivencia del R¨¦gimen.
Lo cierto es que, por encima de cualquier circunstancia, la duraci¨®n y profundidad de la crisis no puede ser entendida sin situar en un primer plano la esencia pol¨ªtica del R¨¦gimen, sus fundamentos y objetivos y la propia pol¨ªtica econ¨®mica desarrollada. Un R¨¦gimen nacido del apoyo directo de las potencias totalitarias y que se aline¨® de manera entusiasta con ellas hasta casi el final de la guerra. La situaci¨®n de Espa?a en 1945 fue el resultado de una opci¨®n voluntaria de Franco que result¨® equivocada.
El denominado bando nacional estaba conformado por una abigarrada mezcla de fuerzas conservadoras (burgues¨ªa y grandes propietarios agrarios), reaccionarias, como los tradicionalistas, el Ej¨¦rcito y la Iglesia e, incluso, algunas autoproclamadas revolucionarias, como Falange y las JONS. Estaban unidas por su oposici¨®n al progresismo de la Rep¨²blica y por una serie de principios: nacionalismo, autoritarismo, corporativismo, ansias imperiales y rechazo del liberalismo, del socialismo y de las influencias culturales exteriores. Eran viejas ideas. Lo original en el Movimiento Nacional fue el car¨¢cter extremado de estos planteamientos.
Algunos dirigentes, entre los que podemos se?alar al propio Franco y a su gran amigo el ingeniero naval militar Juan Antonio Suanzes, ten¨ªan ideas propias sobre econom¨ªa y sobre la historia econ¨®mica de Espa?a. Franco lleg¨® a afirmar que las concepciones econ¨®micas del Nuevo Estado provocar¨ªan cambios en las teor¨ªas econ¨®micas vigentes. Sobre la situaci¨®n del pa¨ªs, consideraban que el modelo liberal hab¨ªa sido el responsable del fracaso de Espa?a durante el siglo XIX, por lo que correspond¨ªa al Estado la tarea de industrializar el pa¨ªs. Un Estado fuerte, totalitario, capaz de imponer sus designios. Y no hablamos de personajes secundarios. Recordemos que Suanzes desempe?¨® la presidencia del INI desde su creaci¨®n hasta 1963 y que ocup¨® la cartera de Industria y Comercio y la presidencia del Instituto Espa?ol de Moneda Extranjera entre 1945 y 1951.
El nacionalismo y el rechazo a lo extranjero culminaron en el ideal de la autarqu¨ªa. Con el tiempo, y a la vista del fracaso, los dirigentes del R¨¦gimen intentaron cambiar la historia, afirmando que la autarqu¨ªa hab¨ªa sido impuesta desde el exterior. Lo cierto es que las bibliotecas est¨¢n llenas de libros y revistas donde se pueden encontrar centenares de textos de los m¨¢s destacados dirigentes y economistas franquistas defendiendo el proyecto aut¨¢rquico. El propio general no dej¨® dudas al respecto: "Espa?a es un pa¨ªs privilegiado que puede bastarse a s¨ª mismo. Tenemos todo lo que hace falta para vivir y nuestra producci¨®n es lo suficientemente abundante para asegurar nuestra propia subsistencia. No tenemos necesidad de importar nada".
Desgraciadamente para el pa¨ªs, el objetivo aut¨¢rquico era una quimera y part¨ªa de la ignorancia de la teor¨ªa econ¨®mica vigente. Para Espa?a, un pa¨ªs peque?o y atrasado, con un mercado interior pobre, con insuficiente ahorro, subdesarrollado cient¨ªfica y tecnol¨®gicamente, con un alto nivel de analfabetismo, con grave escasez de materias primas y bienes intermedios, mal dotado de productos energ¨¦ticos y carente absolutamente de petr¨®leo, era un suicidio.
El logro de la autarqu¨ªa exig¨ªa el control estricto del comercio exterior. Los aranceles quedaron arrumbados ante instrumentos m¨¢s poderosos de intervenci¨®n como el comercio de Estado, las licencias y contingentes, los acuerdos bilaterales y, sobre todo, el control de cambios y el monopolio del comercio de divisas. En definitiva, las decisiones sobre lo que se pod¨ªa o no importar se sustra¨ªan del ¨¢mbito empresarial y quedaban en manos de las autoridades. Para colmo de males, Franco, como otros dictadores, consideraba el tipo de cambio como un s¨ªmbolo del prestigio internacional del pa¨ªs. El tipo de cambio de la peseta estuvo permanentemente sobrevalorado, agudizando los problemas de la balanza de pagos.
Espa?a se hab¨ªa beneficiado de manera extraordinaria de su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial. Los pa¨ªses que permanecieron neutrales durante la Segunda Guerra lograron, igualmente, importantes beneficios. De manera inversa, la autarqu¨ªa y la posici¨®n favorable al Eje perjudicaron gravemente al pa¨ªs.
La confianza del R¨¦gimen en que la autoridad, ejercida sin vacilaciones y acompa?ada de sanciones (incluida la pena de muerte), pod¨ªa conseguir un orden econ¨®mico m¨¢s eficiente que el del mercado se consagr¨®, incluso, como ley fundamental del Nuevo Estado. El Fuero del Trabajo proclamaba, en uno de sus puntos, de manera rotunda y castrense: "Se disciplinar¨¢n los precios". La idea de que los precios pod¨ªan "disciplinarse", que pod¨ªan someterse a las ¨®rdenes de la autoridad, muestra ignorancia y desprecio de los m¨¢s elementales mecanismos econ¨®micos. Para desgracia de la mayor parte de los espa?oles, los precios, indisciplinados y maliciosos, se burlaron de las normas que pretend¨ªan sujetarlos bajo monta?as de papel del BOE y se escaparon de las f¨¦rreas, pero incompetentes, manos de los interventores, elev¨¢ndose de forma incontenible.
La fijaci¨®n de precios, el establecimiento de cupos y el racionamiento, as¨ª como la larga vigencia de estos mecanismos -que pueden tener un cierto ¨¦xito temporal en momentos de excepcionalidad-, tuvo efectos devastadores, aunque perfectamente esperables conforme a la teor¨ªa econ¨®mica (previa a la revoluci¨®n nacional-sindicalista, claro). Fijar precios oficiales por debajo de los que se alcanzar¨ªan en el mercado tiende a reducir la oferta, provoca un mayor deseo de consumo y genera un mercado negro. Los productores tender¨¢n a producir bienes alternativos no sometidos a intervenci¨®n y, por lo tanto, de precios libres, e intentar¨¢n reducir los costes, utilizando menos y peores insumos. En ¨²ltimo extremo, preferir¨¢n dedicar sus productos a usos alternativos antes de entregarlos a los organismos de intervenci¨®n a los bajos precios oficiales. En cualquiera de los casos, el resultado ser¨¢ el mismo: reducci¨®n de la oferta y precios m¨¢s altos en el mercado negro. Estos efectos depresivos fueron particularmente graves en sectores como el energ¨¦tico y el de la construcci¨®n y rehabilitaci¨®n de viviendas, consecuencia de la fijaci¨®n de bajas tarifas y la congelaci¨®n de los alquileres.
El establecimiento de racionamientos y cupos tuvo efectos similares. Resultaba imposible hacer coincidir los deseos de consumidores y productores con las cantidades asignadas y los precios que estaban dispuestos a pagar. Era frecuente el caso de un industrial cuyo cupo de una materia prima fuera insuficiente y estuviera dispuesto a adquirir cantidades adicionales a precios m¨¢s altos. O el de un consumidor que tuviera derecho al racionamiento de un producto que para ¨¦l carec¨ªa de valor, pero cuya cotizaci¨®n en el mercado fuera muy elevada. En todos estos casos de desajuste entre la demanda y los cupos o racionamientos asignados, el equilibrio solo pod¨ªa conseguirse acudiendo a transacciones ilegales. Parad¨®jicamente, el mercado negro sirvi¨® para resolver, aunque fuera con extraordinarios costes, algunas de estas ineficiencias.
Evidentemente, hab¨ªa otra soluci¨®n m¨¢s barata y segura de conseguir cupos m¨¢s elevados: acudir directamente a los organismos interventores. Si se contaba con las influencias pol¨ªticas adecuadas, se pod¨ªan conseguir ping¨¹es beneficios. La corrupci¨®n se convirti¨® as¨ª en otro de los rasgos caracter¨ªsticos de la posguerra.
Socialmente, el mercado negro tuvo dos caras. Por un lado, la de los estraperlistas, una clase de nuevos ricos con h¨¢bitos de consumo y ostentaci¨®n de riqueza que se hicieron c¨¦lebres. Por otra parte, las clases populares de las grandes ciudades industriales, de mayoritaria filiaci¨®n republicana.
Desde un punto de vista econ¨®mico, el Nuevo Estado mostr¨® una debilidad extrema. El raquitismo del presupuesto, consecuencia de un sistema fiscal insuficiente, anticuado, inflexible, ineficaz, injusto y minado por el fraude, dificult¨® la reconstrucci¨®n del pa¨ªs. Las elevadas exigencias de los gastos militares y de los cuerpos de seguridad y las necesidades del servicio de la deuda dejaban exhausto el presupuesto. Los gastos que pod¨ªan mejorar las infraestructuras, el nivel educativo y la salud de los ciudadanos quedaron bajo m¨ªnimos. Acabar con aquella situaci¨®n exig¨ªa una reforma fiscal que, necesariamente, tendr¨ªa que haber afectado a los poderosos, y eso era, dada la esencia del R¨¦gimen, imposible.
Sin recursos y sin capacidad de aumentar los ingresos, el d¨¦ficit de la hacienda resultaba inevitable. Los gobernantes optaron por una soluci¨®n f¨¢cil a corto plazo, pero con efectos letales a medio y largo plazo. Se procedi¨® a la emisi¨®n de deuda que, adquirida por los bancos, era monetizada mediante su pignoraci¨®n en el Banco de Espa?a.
La monetizaci¨®n del d¨¦ficit fue una fuente permanente de inflaci¨®n y un saneado negocio para la banca que consolid¨® su poder sobre la econom¨ªa espa?ola. Adem¨¢s, aument¨® la injusticia fiscal ya que la inflaci¨®n golpe¨® m¨¢s duramente a las capas m¨¢s desfavorecidas de la sociedad.
La inversi¨®n privada se mostr¨® sumamente d¨¦bil como consecuencia de las grandes incertidumbres generadas por la intervenci¨®n y el futuro del R¨¦gimen. Por su parte, muchos de los recursos (tan escasos y valiosos) canalizados en inversiones p¨²blicas terminaron en grandiosos fracasos. As¨ª sucedi¨® con ENCASO, el buque insignia del INI, incapaz de suministrar los productos nacionales sustitutivos del petr¨®leo.
En 1951 se produjo un cambio de Gobierno que inclu¨ªa algunos ministros -Cavestany, Arbur¨²a y G¨®mez de Llano- m¨¢s o menos cr¨ªticos con la pol¨ªtica aut¨¢rquica y partidarios de introducir reformas de signo liberalizador. Este cambio se hab¨ªa venido gestando desde hac¨ªa bastante tiempo. Los espa?oles, v¨ªctimas de tantas penalidades, empezaron a manifestar abiertamente su malestar, desencaden¨¢ndose las primeras huelgas y protestas. Tambi¨¦n comenzaron a expresarse opiniones, dentro del propio R¨¦gimen, favorables a un cambio de rumbo.
Pero los cambios vinieron impulsados, fundamentalmente, desde el exterior, desde Estados Unidos, la gran potencia dominante en el mundo occidental. El estallido de la guerra fr¨ªa, la ca¨ªda de China en manos del Partido Comunista, la fabricaci¨®n de la bomba at¨®mica por la URSS y la guerra de Corea impulsaron el proceso de acercamiento hacia Espa?a. La ayuda americana, vital para el R¨¦gimen, tuvo, sin embargo, limitaciones cuantitativas y cualitativas; fue condicionada; exigi¨® importantes contrapartidas y se mantuvo en un ¨¢mbito estrictamente bilateral.
Nuestro pa¨ªs estaba fuera de los organismos creados en Bretton Woods y del GATT; excluido del Plan Marshall y de la OECE; al margen de la UEP, de la CECA, del Acuerdo Monetario Europeo y del Tratado de Roma. La dictadura y la persistencia de planteamientos aut¨¢rquicos e intervencionistas impidieron que Espa?a se beneficiase plenamente de la ¨¦poca dorada del capitalismo (gr¨¢fico 1). A finales de los a?os cincuenta, la virtual quiebra exterior oblig¨® a adoptar un programa de excepci¨®n, de nuevo gestado en el exterior: el Plan de Estabilizaci¨®n de 1959.
Tras el ¨¦xito del Plan, los a?os sesenta fueron, finalmente, los del desarrollo. Las causas no hay que buscarlas en la pol¨ªtica econ¨®mica interna, sino en el efecto de arrastre de una econom¨ªa mundial en la mejor d¨¦cada de la historia. Sin embargo, el modelo de industrializaci¨®n ocultaba problemas y carencias que se manifestar¨ªan al acabar la etapa de prosperidad: la econom¨ªa segu¨ªa intervenida y fuertemente protegida, la hacienda manten¨ªa todos sus defectos, el sistema financiero continuaba gozando de su posici¨®n oligopolista, persist¨ªa el atraso tecnol¨®gico, cient¨ªfico y educativo y se hab¨ªa levantado un sector industrial basado en tecnolog¨ªas maduras y de elevados consumos energ¨¦ticos.
Carlos Barciela L¨®pez es catedr¨¢tico de Historia e Instituciones Econ¨®micas de la Universidad de Alicante.
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