Eurod?mmerung: el crep¨²sculo del euro
Paul Krugman analiza en su ¨²ltimo libro,"?Acabad ya con esta crisis!", la profunda depresi¨®n que atraviesa el mundo desarrollado
Durante los ¨²ltimos a?os, comparar la evoluci¨®n econ¨®mica de Europa y la de EE UU se asemejaba a una carrera de cojos contra rengos; o, si lo prefieren de otro modo, una competici¨®n sobre qui¨¦n puede pifiarla m¨¢s a la hora de dar una respuesta a la crisis. Mientras escribo estas p¨¢ginas, Europa parece llevar un pie de ventaja en la carrera hacia el desastre; pero d¨¦mosle tiempo.
?Si esto les parece despiadado, o suena a regodeo desde EE UU, perm¨ªtanme ser m¨¢s claro: las dificultades econ¨®micas que est¨¢ sufriendo Europa son indudablemente terribles, y no solo por el sufrimiento que provocan, sino tambi¨¦n por sus implicaciones pol¨ªticas. Durante unos 60 a?os, Europa se ha entregado a un noble experimento: un intento de reformar, mediante la integraci¨®n econ¨®mica, un continente azotado por la guerra, para situarlo de forma permanente en el camino de la paz y de la democracia. Al mundo entero le interesa que el experimento sea un ¨¦xito y el mundo entero padecer¨¢ si fracasa.
El experimento comenz¨® en 1951, con la creaci¨®n de la Comunidad Europea del Carb¨®n y del Acero (CECA). El nombre es prosaico, pero se trataba de un intento de muy nobles ideales, concebido para que la guerra resultara imposible en Europa. Al establecer el libre comercio en, vaya, el carb¨®n y el acero ¡ªesto es, se eliminaron todos los aranceles y restricciones que gravaban los env¨ªos econ¨®micos transfronterizos, de modo que las acer¨ªas pudieran comprar carb¨®n al productor m¨¢s cercano, aunque estuviera al otro lado de la frontera¡ª, el pacto generaba beneficios econ¨®micos. Pero, al mismo tiempo, se garantizaba que las acer¨ªas francesas dependieran del carb¨®n alem¨¢n, y viceversa; se esperaba que, as¨ª, cualquier futura hostilidad entre los pa¨ªses fuera tan tremendamente perjudicial que resultara impensable.
La CECA fue un gran ¨¦xito y sirvi¨® de modelo para una serie de medidas similares. En 1957, seis pa¨ªses europeos fundaron la Comunidad Econ¨®mica Europea, una uni¨®n aduanera con libre comercio entre sus miembros y aranceles comunes sobre las importaciones del exterior. En los a?os setenta, se unieron al grupo Reino Unido, Irlanda y Dinamarca; mientras tanto, la Comunidad Europea iba ampliando su papel, prestando ayuda a las regiones m¨¢s pobres y fomentando los Gobiernos democr¨¢ticos por toda Europa. A lo largo de los a?os ochenta, Grecia, Espa?a y Portugal, liberadas ya de sus dictadores, recibieron como recompensa la incorporaci¨®n a la comunidad; y los pa¨ªses de Europa estrecharon sus lazos econ¨®micos armonizando las regulaciones econ¨®micas, eliminando puestos fronterizos y garantizando la libre circulaci¨®n de sus trabajadores.
En cada estadio, los beneficios econ¨®micos derivados de una integraci¨®n m¨¢s profunda avanzaban parejos con un nivel cada vez m¨¢s estrecho de integraci¨®n pol¨ªtica. Las pol¨ªticas econ¨®micas nunca trataron solo de econom¨ªa; siempre intentaban promocionar, adem¨¢s, la unidad europea. Por ejemplo, la utilidad econ¨®mica del libre comercio entre Espa?a y Francia era igual de obvia durante el mandato de Franco que tras su muerte (y los problemas que supuso la entrada de Espa?a fueron tan reales tras su muerte como lo habr¨ªan sido antes), pero a?adir al proyecto europeo una Espa?a democr¨¢tica era un objetivo que val¨ªa la pena, y el libre comercio con un dictador, en cambio, no lo era. Y esto contribuye a explicar lo que ahora parece un error fat¨ªdico: la decisi¨®n de pasar a una moneda com¨²n. Las ¨¦lites europeas estaban tan embelesadas con la idea de crear un poderoso s¨ªmbolo de unidad que exageraron los beneficios de una moneda ¨²nica e hicieron caso omiso de las advertencias al respecto de un inconveniente importante.
El problema de la moneda (¨²nica)
Existen, por supuesto, costes reales derivados del uso de varias monedas; costes que pueden evitarse si se adopta una moneda com¨²n. Los negocios entre dos pa¨ªses fronterizos son m¨¢s caros si hay que cambiar divisas, tener a mano distintas monedas o mantener cuentas bancarias multidivisa. Los posibles tipos de cambio introducen incertidumbre; la planificaci¨®n se complica y la contabilidad es m¨¢s confusa cuando los ingresos y los gastos no est¨¢n siempre en las mismas unidades. Cuantos m¨¢s negocios haga una unidad pol¨ªtica con sus vecinos, m¨¢s problem¨¢tico ser¨¢ que tenga una moneda independiente; es la raz¨®n que explica por qu¨¦ ser¨ªa una mala idea que Brooklyn, por decir algo, contase con su d¨®lar propio, como s¨ª hace Canad¨¢.
La decisi¨®n de adoptar una moneda com¨²n parece ahora
Pero tener moneda propia tambi¨¦n supone algunas ventajas nada desde?ables; la m¨¢s conocida es c¨®mo la devaluaci¨®n ¡ªreducir el valor de la propia moneda en relaci¨®n con las otras¡ª puede, en ocasiones, facilitar el proceso de ajuste posterior a una crisis econ¨®mica.
Situ¨¦monos ante el siguiente ejemplo, nada hipot¨¦tico: Espa?a ha vivido buena parte de la ¨²ltima d¨¦cada fortalecida por un gigantesco auge inmobiliario, financiado por grandes entradas de capital proveniente de Alemania. Este auge ha alimentado la inflaci¨®n y ha hecho subir los sueldos espa?oles en relaci¨®n con los de Alemania. Pero, al final, resulta que el auge estaba hinchado por una burbuja que ahora ha estallado. Ahora, Espa?a tiene que reorientar su econom¨ªa, dejando a un lado la construcci¨®n y volviendo otra vez a la industria. En este punto, sin embargo, la industria espa?ola no es competitiva, porque los sueldos espa?oles son demasiado altos comparados con los alemanes. ?C¨®mo puede recuperar Espa?a su competitividad?
Una forma ser¨ªa convencer a los trabajadores espa?oles de que acepten sueldos inferiores (o exigirles que lo hagan). Es la ¨²nica v¨ªa real de la que disponer si Espa?a y Alemania comparten moneda, o si, como consecuencia de una directriz pol¨ªtica no modificable, la moneda espa?ola se ha fijado frente a la moneda alemana.
Pero si Espa?a tiene su propia moneda, y est¨¢ dispuesta a dejarla caer, para conservar sus sueldos le basta con devaluar la moneda. Si pasamos de 80 pesetas por marco alem¨¢n a 100 pesetas por marco, aunque los sueldos espa?oles en pesetas no cambien, habremos reducido de golpe los sueldos espa?oles un 20% en relaci¨®n con los alemanes.
?Por qu¨¦ tiene que ser m¨¢s f¨¢cil as¨ª que si negociamos una bajada de sueldos? La mejor explicaci¨®n la ofrece Milton Friedman ¡ªni m¨¢s ni menos¡ª, quien defendi¨® los tipos de cambio flexibles en un art¨ªculo cl¨¢sico de 1953 (The case for flexible exchange rates, en Essays in Positive Economics). Dec¨ªa Friedman:
La defensa de los tipos de cambio flexibles es, por curioso que parezca, casi id¨¦ntica a la del cambio de hora en verano. ?No resulta absurdo cambiar el reloj en verano cuando se podr¨ªa conseguir exactamente lo mismo si cada persona cambiase sus costumbres? Lo ¨²nico que se precisa es que cada persona decida llegar a la oficina una hora antes, comer una hora antes, etc. Pero, obviamente, es mucho m¨¢s sencillo cambiar el reloj que gu¨ªa a todas estas personas, en lugar de pretender que cada individuo por separado cambie sus costumbres de reacci¨®n ante el reloj, por m¨¢s que todos quieran hacerlo. La situaci¨®n es exactamente igual a la del mercado de divisas. Es mucho m¨¢s simple permitir que un precio cambie ¡ªel precio de una divisa extranjera¡ª que confiar en que se modifique una multitud de precios que constituyen, todos juntos, la estructura interna del precio.
Sin duda, Friedman est¨¢ en lo cierto. Los trabajadores siempre se muestran reticentes a aceptar recortes en sus salarios, pero sobre todo se niegan si no est¨¢n seguros de que otros trabajadores vayan a aceptar otros recortes similares y que el coste de la vida vaya a rebajarse igual que bajan los costes laborales. No conozco ning¨²n pa¨ªs cuyas instituciones y mercado laboral le faciliten responder a la situaci¨®n que acabo de describir para Espa?a por la v¨ªa del recorte salarial generalizado. Pero los pa¨ªses s¨ª pueden sufrir, y de hecho sufren, importantes disminuciones de sus sueldos relativos de forma m¨¢s o menos repentina, por la v¨ªa de la devaluaci¨®n de la moneda; y lo hacen con trastornos relativamente menores.
Las ¨¦lites estaban tan embelesadas que desoyeron
Por lo tanto, fijar una moneda ¨²nica implica ciertos sacrificios. De un lado, compartir moneda aumenta los rendimientos: disminuyen los costes empresariales y, es de suponer, mejora la planificaci¨®n de los negocios. Del otro, se pierde flexibilidad, lo cual puede acarrear serios problemas si llegan a producirse choques asim¨¦tricos como el hundimiento de un boom inmobiliario cuando tiene lugar solo en algunos pa¨ªses, no en todos.
Es dif¨ªcil cuantificar el valor de la flexibilidad econ¨®mica. Y es a¨²n m¨¢s dif¨ªcil cuantificar los beneficios obtenidos por compartir moneda. Disponemos, no obstante, de abundantes estudios econ¨®micos sobre los criterios para determinar una zona monetaria ¨®ptima, un tecnicismo feo, pero ¨²til, para aludir a un grupo de pa¨ªses que se beneficiar¨ªan de una fusi¨®n de sus monedas. ?Qu¨¦ dicen esos textos?
En primer lugar, no tiene sentido que unos pa¨ªses compartan moneda de no ser que entre ellos exista un gran comercio. En la d¨¦cada de 1990, Argentina fij¨® el valor del peso en 1 d¨®lar estadounidense, en teor¨ªa de forma permanente, lo cual, aunque no significaba lo mismo que abandonar su moneda, se pretend¨ªa que fuese lo m¨¢s parecido. Sin embargo, result¨® ser una operaci¨®n abocada al fracaso que termin¨® en devaluaci¨®n e impago. Y una de las razones por las que estaba condenada al fracaso era que Argentina no manten¨ªa un v¨ªnculo econ¨®mico tan estrecho con EE UU, que solo supone el 11% de sus importaciones y el 5% de las exportaciones. As¨ª, por una parte, cualesquiera que fuesen los beneficios obtenidos al otorgar seguridad empresarial en lo tocante al tipo de cambio d¨®lar-peso, estos quedaron en poco porque Argentina comerciaba escasamente con EE UU. Por otra parte, Argentina estaba sometida al mismo tiempo a las fluctuaciones de otras monedas, en especial a las grandes ca¨ªdas frente al d¨®lar tanto del euro como del real brasile?o, lo que implicaba precios excesivos para las exportaciones argentinas.
A este respecto, a Europa no parec¨ªa irle mal: los pa¨ªses europeos realizan aproximadamente el 60% de su comercio entre s¨ª, y el suyo es un comercio muy profuso. Sin embargo, atendiendo a otros dos criterios importantes ¡ªla movilidad laboral y la integraci¨®n fiscal¡ª, Europa no parec¨ªa ni de lejos tan bien preparada para asumir una moneda ¨²nica.
La industria espa?ola no es competitiva porque los sueldos son demasiado altos
La movilidad laboral ocupaba un primer plano en el art¨ªculo que dio origen a todo el campo de estudio de la zona monetaria ¨®ptima, escrito en 1961 por el economista de origen canadiense Robert Mundell. Un resumen a grandes rasgos de la tesis de Mundell dir¨ªa que los problemas de ajustarse a un boom en Saskatchewan y una depresi¨®n simult¨¢nea en la Columbia Brit¨¢nica (o viceversa) se reducir¨ªan bastante si los trabajadores se desplazaran libremente all¨ª donde est¨¢n los empleos. Y, de hecho, la mano de obra se mueve libremente por las provincias canadienses, exceptuando Quebec; y se mueve libremente por los distintos Estados de EE UU. Sin embargo, no se mueve libremente por los pa¨ªses de Europa. Aunque los europeos tienen, desde 1992, derecho legal a trabajar en cualquier parte de la Uni¨®n Europea, las divisiones ling¨¹¨ªsticas y culturales son suficientemente grandes como para que incluso grandes diferencias en las tasas de desempleo ocasionen unas tasas migratorias muy modestas.
La importancia de la integraci¨®n fiscal fue subrayada por Peter Kenen, de Princeton, pocos a?os despu¨¦s de la publicaci¨®n del art¨ªculo de Mundell. Para ilustrar el punto de vista de Kenen, imaginemos una comparaci¨®n entre dos econom¨ªas que ¡ªdejando a un lado los paisajes¡ª se parecen mucho en la actualidad: Irlanda y Nevada. Ambas tuvieron enormes burbujas inmobiliarias que han estallado, ambas cayeron en profundas recesiones que dispararon las tasas de desempleo y en ambos casos hay una elevada morosidad en las hipotecas de la vivienda.
Pero en el caso de Nevada, las crisis se han visto amortiguadas, en gran medida, gracias al Gobierno federal. Ahora Nevada est¨¢ pagando muchos menos impuestos a Washington, pero los jubilados del Estado siguen cobrando los cheques de la Seguridad Social, y Medicare sigue pag¨¢ndoles las facturas sanitarias; en consecuencia, la realidad es que el Estado est¨¢ recibiendo mucha ayuda. Adem¨¢s, los dep¨®sitos de los bancos de Nevada est¨¢n garantizados por una agencia federal, la Corporaci¨®n Federal de Seguros de Dep¨®sitos (FDIC en sus siglas inglesas), y algunas p¨¦rdidas derivadas de la morosidad hipotecaria recaen sobre Fannie y Freddie, que cuentan con el respaldo del Gobierno federal.
Irlanda, por el contrario, est¨¢ principalmente sola: tiene que rescatar a sus bancos, pagar las jubilaciones y costear la Sanidad a partir de sus propios ingresos, muy disminuidos. Por tanto, aunque la situaci¨®n es dura en ambos lugares, Irlanda no est¨¢ pasando por la crisis igual que Nevada.
Y nada de todo esto deber¨ªa sorprendernos. Hace 20 a?os, a medida que la idea de pasar a una moneda com¨²n en Europa iba tomando visos de realidad, ya se comprend¨ªa perfectamente que la moneda ¨²nica europea era problem¨¢tica. De hecho, se desat¨® un prolongado debate acad¨¦mico sobre la cuesti¨®n (en el que tuve ocasi¨®n de participar) y los economistas estadounidenses all¨ª presentes se mostraron, en general, esc¨¦pticos con respecto al euro; sobre todo porque EE UU parec¨ªa ofrecer un buen modelo de lo que se necesita para que una econom¨ªa pueda contar con una moneda ¨²nica, y Europa quedaba muy lejos de aquel modelo. La movilidad laboral, seg¨²n cre¨ªamos, era demasiado escasa; y la ausencia de un Gobierno central, junto con la protecci¨®n autom¨¢tica que habr¨ªa ofrecido un Gobierno de esas caracter¨ªsticas, se sumaba a las dudas.
Pero aquellas advertencias se pasaron por alto. El glamour ¡ªsi es que podemos llamarlo as¨ª¡ª de la idea del euro, la sensaci¨®n de que Europa estaba dando un paso trascendental para terminar definitivamente con su historia b¨¦lica y convertirse en baluarte de la democracia fue, sencillamente, demasiado fuerte.
El Gran Esca?o es creer que la crisis se deba a la irresponsabilidad fiscal
Cuando uno preguntaba c¨®mo manejar¨ªa Europa las situaciones en las que algunas econom¨ªas funcionasen bien al tiempo que otras se hund¨ªan ¡ªcomo sucede en la actualidad con Alemania y Espa?a¡ª la respuesta oficial, m¨¢s o menos, era que todos los pa¨ªses de la zona euro seguir¨ªan pol¨ªticas fiables, de modo que no se producir¨ªan tales ¡°choques asim¨¦tricos¡±; y, si de alg¨²n modo llegaba a darse un caso as¨ª, la reforma estructural flexibilizar¨ªa lo suficiente las econom¨ªas europeas para permitir los ajustes necesarios.
Pero lo que ha ocurrido, en realidad, ha sido el mayor de todos los choques asim¨¦tricos. Y se debi¨® a la propia creaci¨®n del euro.
La euroburbuja
Oficialmente, el euro empez¨® a existir a principios de 1999, aunque los billetes y las monedas de euro no llegaron hasta tres a?os despu¨¦s. (Tambi¨¦n oficialmente, el franco, el marco, la lira, la peseta, etc¨¦tera, se convirtieron en valores del euro: 1 franco franc¨¦s equival¨ªa a 6,5597 euros, 1 marco alem¨¢n era igual a 1,95583 euros y as¨ª todas las dem¨¢s monedas).
Y el euro tuvo un efecto inmediato fat¨ªdico: hizo que los inversores se sintieran seguros.
M¨¢s concretamente, hizo que los inversores se sintieran seguros al poner su dinero en pa¨ªses que antes se consideraban de riesgo. Los tipos de inter¨¦s en el sur de Europa hab¨ªan sido, hist¨®ricamente, m¨¢s altos que en Alemania, porque los inversores exig¨ªan una prima como seguro ante el riesgo de devaluaci¨®n o mora. Con la llegada del euro, esas primas se desmoronaron: la deuda de Espa?a, de Italia, incluso la griega, se trataba como si fuera tan segura, o casi, como la deuda alemana.
Eso supuso un fuerte descenso en el coste del dinero prestado en el sur de Europa; y provoc¨® enormes explosiones inmobiliarias que pronto se convirtieron en enormes burbujas inmobiliarias.
El mecanismo de estos auges y estas burbujas inmobiliarias es un poco distinto del que vivi¨® la burbuja de EE UU: hubo menos extravagancias financieras, con mucho m¨¢s peso de los pr¨¦stamos directos por parte de bancos convencionales. No obstante, los bancos locales no ten¨ªan, ni de lejos, dep¨®sitos suficientes para respaldar el volumen de pr¨¦stamo que mov¨ªan, de modo que se volcaron en el mercado mayorista y solicitaron pr¨¦stamos a los bancos del coraz¨®n de Europa ¡ªde Alemania, sobre todo¡ª, que no estaba atravesando un auge comparable. Por tanto, hubo enormes flujos de dinero desde el coraz¨®n de Europa hacia su floreciente periferia.
Esa afluencia de capital aliment¨® auges que, a su vez, provocaron un aumento de sueldos: en la d¨¦cada siguiente a la creaci¨®n del euro, el coste unitario de la mano de obra (con sueldos ajustados a la productividad) ascendi¨® cerca de un 35% en el sur de Europa, comparado con el incremento de solo un 9% en Alemania. La industria del sur de Europa dej¨® de ser competitiva, lo cual a su vez signific¨® que los pa¨ªses que estaban atrayendo grandes cantidades de dinero empezaron a registrar, a su vez, grandes d¨¦ficits comerciales. Para que el lector se haga una idea de lo que suced¨ªa ¡ªy del l¨ªo que ahora hay que desliar¡ª, el cuadro adjunto indica el incremento de los desequilibrios comerciales dentro de Europa tras la introducci¨®n del euro. Una l¨ªnea muestra el saldo de la balanza por cuenta corriente de Alemania (medida aproximada de la balanza comercial); la otra indica la balanza por cuenta corriente combinada de los pa¨ªses GIPSI (Grecia, Irlanda, Portugal, Espa?a e Italia). Esta ampliaci¨®n del diferencial se halla en el n¨²cleo de los problemas de Europa.
Espa?a es un caso emblem¨¢tico de la crisis econ¨®mica del euro
Pero pocos se dieron cuenta del gran peligro que supon¨ªa este proceso. M¨¢s bien al contrario, la mayor¨ªa mostraba una satisfacci¨®n que bordeaba la euforia. Hasta que la burbuja revent¨®.
La crisis financiera en EE UU fue el desencadenante del derrumbe europeo; pero este hundimiento habr¨ªa llegado igualmente, m¨¢s tarde o m¨¢s temprano. Y, de repente, el euro se vio ante un enorme choque asim¨¦trico, que se agrav¨® mucho por la falta de una integraci¨®n fiscal.
Pues el estallido de estas burbujas inmobiliarias ¡ªque se produjo algo m¨¢s tarde que en EE UU, pero que en 2008 ya hab¨ªa recorrido un buen trecho¡ª hizo m¨¢s que hundir a los pa¨ªses de las burbujas en una recesi¨®n: adem¨¢s ha colocado sus presupuestos bajo una terrible presi¨®n. Los ingresos cayeron a la vez que ca¨ªan la producci¨®n y el empleo; el gasto en los subsidios de desempleo se dispar¨®,; y los Gobiernos se encontraron (o se colocaron ellos mismos) en una peligrosa posici¨®n a consecuencia de los gravosos rescates de los bancos, puesto que no solo garantizaron los dep¨®sitos, sino tambi¨¦n, en numerosos casos, las deudas que sus bancos hab¨ªan contra¨ªdo con otros bancos en pa¨ªses acreedores. Por lo tanto, tambi¨¦n se dispararon la deuda y el d¨¦ficit, y los inversores se inquietaron. En v¨ªsperas de la crisis, los tipos de inter¨¦s de la deuda irlandesa a largo plazo estaban ligeramente por debajo de las tasas de inter¨¦s aplicadas a la deuda alemana, y las de Espa?a, solo un poco por encima; mientras estoy escribiendo estas palabras, las tasas espa?olas multiplican por 2,5 las alemanas, y las irlandesas llegan a cuadruplicarlas.
No tardar¨¦ en ocuparme de la respuesta pol¨ªtica. Pero antes debo detenerme en algunos mitos muy extendidos. Pues la historia que probablemente haya o¨ªdo usted acerca de los problemas de Europa ¡ªla historia que se ha convertido de facto en el argumento con el que se explica la pol¨ªtica europea¡ª es bastante distinta de la que acabo de contar.
El Gran Enga?o europeo
En el cap¨ªtulo 4 de este libro describ¨ª y desarm¨¦ la Gran Mentira sobre la crisis de EE UU: la que sosten¨ªa que los organismos gubernamentales hab¨ªan provocado la crisis en su desacertado intento de ayudar a los pobres. Bien; Europa tambi¨¦n tiene su propia narraci¨®n distorsionada, un relato falso de las causas de la crisis que no solo interfiere en el camino de las soluciones reales sino que, de hecho, termina llevando a pol¨ªticas que solo empeoran la situaci¨®n.
No creo que quienes han extendido el falso relato sobre Europa sean tan c¨ªnicos como sus equivalentes de EE UU; no veo tanta deliberaci¨®n para ama?ar los datos y sospecho que la mayor¨ªa cree realmente lo que dice. Por tanto, llam¨¦moslo el Gran Enga?o, mejor que la Gran Mentira. Aunque no est¨¢ claro que esto mejore las cosas: sigue siendo un perfecto error y la gente que difunde esta doctrina tiene tan poco inter¨¦s en escuchar pruebas contrarias como la derecha de EE UU.
He aqu¨ª, pues, el Gran Enga?o europeo: la creencia de que la crisis europea se debe ante todo a la irresponsabilidad fiscal. Los pa¨ªses incurren en d¨¦ficits presupuestarios excesivos ¡ªnos dice el cuento¡ª y se endeudan en exceso, por lo que ahora lo importante es establecer unas normas que impidan que la historia se vuelva a repetir.
Pero seguro que algunos lectores est¨¢n pregunt¨¢ndose ahora si esto no se parece mucho a lo que sucedi¨® en Grecia. Y la respuesta es que s¨ª, aunque hasta la historia de Grecia es m¨¢s complicada. La cuesti¨®n, sin embargo, es que no se trata de lo que pas¨® en otros pa¨ªses en crisis; y, adem¨¢s, si todo esto no fuese m¨¢s que un problema griego, no tendr¨ªamos la crisis que tenemos. Porque la de Grecia es una econom¨ªa menor, que representa menos del 3% del PIB de los pa¨ªses del euro y solo cerca del 8% del PIB conjunto de los pa¨ªses del euro que est¨¢n en crisis.
La esencia del problema espa?ol es el reajuste de costes y precios?
?Hasta qu¨¦ punto confunde la helenizaci¨®n del discurso en Europa? Tal vez se podr¨ªa aducir irresponsabilidad fiscal tambi¨¦n en el caso de Portugal, aunque en un grado distinto. Pero justo antes de la crisis, Irlanda ten¨ªa super¨¢vit presupuestario y una deuda baja; en 2006, George Osborne, que ahora dirige la pol¨ªtica econ¨®mica de Reino Unido, la calific¨® de ¡°brillante ejemplo del arte de lo posible en la formulaci¨®n de pol¨ªticas econ¨®micas a largo plazo¡±. Espa?a tambi¨¦n ten¨ªa super¨¢vit presupuestario y una deuda baja. Italia hab¨ªa heredado un elevado nivel de deuda de los a?os setenta y ochenta, cuando se practicaba una pol¨ªtica verdaderamente irresponsable, pero aun as¨ª la deuda en cuanto porcentaje del PIB iba disminuyendo de forma constante.
?C¨®mo se suma todo esto? En el segundo cuadro adjunto se indica la deuda como porcentaje del PIB para un pa¨ªs promedio de entre los pa¨ªses que ahora est¨¢n en crisis: un promedio, ponderado en funci¨®n del PIB, de las proporciones de deuda/PIB en los cinco pa¨ªses GIPSI (recordemos: Grecia, Irlanda, Portugal, Espa?a e Italia). Hasta 2007 inclusive, este promedio descend¨ªa de forma sostenida; o sea que, en lugar de transmitir una imagen de derrochadores, parec¨ªa que el grupo de los GIPSI, con el tiempo, mejorar¨ªa su situaci¨®n fiscal. La deuda se dispar¨® solo tras la llegada de la crisis.
Pero muchos europeos en puestos clave ¡ªsobre todo destacados pol¨ªticos y funcionarios alemanes, aunque tambi¨¦n los dirigentes del Banco Central Europeo y l¨ªderes de opini¨®n de todo el mundo de las finanzas y la banca¡ª est¨¢n totalmente comprometidos con el Gran Enga?o y ninguna prueba esgrimida en su contra les afectar¨¢. En consecuencia, el problema de hacer frente a esta crisis suele formularse en t¨¦rminos morales: los pa¨ªses tienen problemas porque han pecado, y ahora tienen que redimirse a trav¨¦s del sufrimiento.
Y este enfoque es funesto, a la hora de abordar los problemas reales a los que se enfrenta Europa.
Si contemplamos Europa, o m¨¢s concretamente la zona euro, como un conglomerado, o sea, sumando las cifras de todos los pa¨ªses que usan el euro, no parece que tuvieran que encontrarse tan mal. Tanto la deuda privada como la p¨²blica son algo inferiores a las de EE UU, lo que hace pensar que deber¨ªan contar con m¨¢s margen de maniobra; las cifras de inflaci¨®n se parecen a las nuestras y no se aprecia el menor rastro de una crisis inflacionaria; y, por lo que a?ada el dato, Europa en su conjunto tiene un balance por cuenta corriente m¨¢s o menos equilibrado, lo que significa que no necesita atraer capital de ninguna otra parte.
Pero Europa no es un conglomerado. Es una colecci¨®n de pa¨ªses, cada uno con sus presupuestos (porque hay muy poca integraci¨®n fiscal) y sus propios mercados laborales (porque hay poca movilidad laboral), pero sin sus propias monedas. Y esto ha provocado una crisis.
Pensemos en el caso de Espa?a, que, a mi modo de ver, es un caso emblem¨¢tico de la crisis econ¨®mica del euro; y dejemos de lado, por un momento, la cuesti¨®n del presupuesto gubernamental. Como ya hemos visto, durante los primeros ocho a?os de vida del euro, Espa?a recibi¨® grandes flujos de dinero, que alimentaron una enorme burbuja inmobiliaria y, adem¨¢s, provocaron un considerable aumento de sueldos y precios en relaci¨®n con las econom¨ªas del n¨²cleo de Europa. La esencia del problema espa?ol ¡ªde donde proviene todo lo dem¨¢s¡ª es la necesidad de reajustar los costes y los precios. ?C¨®mo puede hacerse algo as¨ª?
Bien, podr¨ªa conseguirse mediante la inflaci¨®n en las econom¨ªas de los pa¨ªses centrales. Supongamos que el Banco Central Europeo siguiera una pol¨ªtica de dinero barato mientras el Gobierno alem¨¢n propon¨ªa un est¨ªmulo fiscal; esto supondr¨ªa pleno empleo dentro de Alemania, aunque en Espa?a las tasas de desempleo continuaran siendo a¨²n elevadas. Por lo tanto, los sueldos espa?oles no subir¨ªan mucho, si es que llegaban a subir, mientras que los alemanes s¨ª crecer¨ªan bastante; de este modo, los costes espa?oles se mantendr¨ªan al mismo nivel mientras que los costes alemanes aumentar¨ªan. Y este ajuste, en el caso espa?ol, ser¨ªa relativamente sencillo; no digo sencillo, solo relativamente sencillo.
Romper el euro ahora que ya existe se pagar¨ªa
Pero los alemanes sienten un odio verdaderamente profundo hacia la inflaci¨®n, debido al recuerdo de la gran inflaci¨®n de los primeros a?os veinte. (Curiosamente, recuerdan mucho menos las pol¨ªticas deflacionistas de los primeros a?os treinta, que en realidad fueron las que abonaron el terreno para la ascensi¨®n al poder de el-lector-ya-sabe-qui¨¦n. Volveremos sobre ello en el cap¨ªtulo 11. Y quiz¨¢ sea relevante, de forma m¨¢s directa, que el Banco Central Europeo se constituy¨® con el mandato de mantener la estabilidad de los precios; y punto. Hasta qu¨¦ extremo es vinculante este mandato es una pregunta abierta; yo sospecho que el BCE podr¨ªa dar con un modo de justificar una inflaci¨®n moderada, diga lo que diga su carta fundacional. Sin embargo, el ¨¢nimo que impera concibe la inflaci¨®n como un demonio terrible, sin tomar en consideraci¨®n las consecuencias que puede tener una pol¨ªtica de inflaci¨®n reducida.
Pensemos ahora en lo que esto implica para Espa?a; a saber, que tiene que ajustar los costes por medio de la deflaci¨®n, que en la eurojerga se conoce como devaluaci¨®n interna. Y eso s¨ª es muy dif¨ªcil de conseguir, porque los sueldos son casi r¨ªgidos, cuando se trata de bajarlos: solo caen despacio y de mala gana, por mucho que el pa¨ªs se enfrente a un fuerte desempleo.
Si hubiera dudas en torno a esta rigidez, la historia de Europa las disipar¨¢ todas. Tomemos el caso de Irlanda, por lo general considerada una naci¨®n con mercados laborales muy flexibles (otro eufemismo para hablar de una econom¨ªa en la que los patrones pueden despedir a los trabajadores, o recortarles los sueldos, con suma facilidad). Pese a que Irlanda lleva varios a?os sufriendo unas tasas de paro muy elevadas (pr¨®ximas al 14%, en el momento de escribir estas p¨¢ginas), los sueldos irlandeses solo han ca¨ªdo un 4% desde su pico m¨¢s elevado. Es decir, Irlanda est¨¢ consiguiendo una devaluaci¨®n interna, en efecto; pero muy despacio. Es una historia parecida a la de Lituania, que no est¨¢ en el euro pero ha rechazado la posibilidad de devaluar la moneda. En cuanto a Espa?a, el salario medio ha llegado a aumentar ligeramente pese a la fuerte tasa de desempleo, aunque tal vez solo se trate, en parte, de una ilusi¨®n estad¨ªstica.
Y, por cierto, si quieren un ejemplo de la tesis de Milton Friedman ¡ªcuando afirmaba que, para recortar precios y salarios, lo m¨¢s sencillo, con diferencia, es devaluar la moneda¡ª, miren el caso de Islandia. Este peque?o pa¨ªs insular salt¨® a la fama por la magnitud de su desastre financiero, y quiz¨¢ podr¨ªamos haber esperado que ahora estuviese a¨²n peor que Irlanda. Pero Islandia declar¨® que no era responsable de las deudas de sus banqueros desbocados, y adem¨¢s contaba con la grand¨ªsima ventaja de tener a¨²n su propia moneda, lo cual le facilit¨® mucho el camino para recuperar la competitividad: se limitaron a dejar caer la corona y, solo con eso, recortaron sus sueldos en un 25% en relaci¨®n con el euro.
Sin embargo, en Espa?a no hay moneda propia. Esto significa que, para ajustar el nivel de costes, Espa?a y otros pa¨ªses tendr¨¢n que atravesar un largo periodo de tiempo con tasas de desempleo elevad¨ªsimas, lo suficientemente altas como para que vayan forzando una muy lenta reducci¨®n salarial. Y aqu¨ª no termina todo. Los pa¨ªses que ahora se ven obligados a ajustar los costes son los mismos que tuvieron la mayor acumulaci¨®n de deuda privada antes de la crisis. Ahora se enfrentan a la deflaci¨®n, que incrementar¨¢ el peso real de aquel endeudamiento.
Pero ?qu¨¦ pasa con la crisis fiscal, las tasas de inter¨¦s aplicadas a la deuda gubernamental, que se han disparado en el sur de Europa? En gran medida, esta crisis fiscal es un producto derivado del estallido de las burbujas y el descontrol de los costes. Cuando estall¨® la crisis, el d¨¦ficit se puso por las nubes, y la deuda tambi¨¦n aument¨® mucho de golpe cuando los pa¨ªses con problemas actuaron para rescatar sus sistemas bancarios. Y la v¨ªa a la que los Gobiernos recurren habitualmente para abordar las cargas del endeudamiento ¡ªuna combinaci¨®n de inflaci¨®n y crecimiento, tal que reduzca la deuda en relaci¨®n con el PIB¡ª no es un camino viable para los pa¨ªses de la zona euro, que, por el contrario, est¨¢n condenados a a?os de deflaci¨®n y estancamiento. No debe sorprendernos, entonces, que los inversores se pregunten si los pa¨ªses del sur de Europa estar¨¢n dispuestos a devolver todas sus deudas, o si ser¨¢n capaces de hacerlo.
Pero la historia tampoco acaba aqu¨ª. A¨²n hay otro elemento en la crisis del euro, otra debilidad causada por la moneda com¨²n, que ha cogido a muchas personas por sorpresa; y aqu¨ª me incluyo entre ellas. Resulta que los pa¨ªses sin moneda propia son muy vulnerables a caer v¨ªctimas de un p¨¢nico que acarrea su propio cumplimiento; un p¨¢nico en el que el empe?o de los inversores por evitar p¨¦rdidas por impago termina desencadenando precisamente el impago temido.
El primero en se?alarlo fue el economista belga Paul de Grawe, cuando hizo ver que las tasas de inter¨¦s de la deuda brit¨¢nica son muy inferiores a las de la espa?ola ¡ªel 2% frente al 5%, respectivamente, en el momento de escribir¡ª, pese a que Reino Unido tiene m¨¢s deuda y m¨¢s d¨¦ficit y, posiblemente, una perspectiva fiscal peor que la espa?ola, aun teniendo en cuenta la deflaci¨®n de Espa?a. Pero tal como apunt¨® De Grawe, Espa?a se enfrenta a un riesgo del que Reino Unido est¨¢ libre: la congelaci¨®n de la liquidez.
?Qu¨¦ quiere decir esto? Casi todos los Gobiernos modernos tienen una deuda cuantiosa, y no toda son bonos a treinta a?os; hay mucha deuda a cort¨ªsimo plazo, con un vencimiento de tan solo unos meses, adem¨¢s de bonos a dos, tres o cinco a?os, un buen n¨²mero de los cuales vence en cualquier a?o dado. Los Gobiernos dependen de su capacidad de refinanciar la mayor parte de esta deuda; de hecho, venden bonos nuevos para pagar los viejos. Si, por alguna raz¨®n, los inversores se negasen a comprar bonos nuevos, hasta un Gobierno esencialmente solvente podr¨ªa verse obligado al impago.
?Puede suceder algo as¨ª en EE UU? No, en realidad, no; porque la Reserva Federal podr¨ªa intervenir, y lo har¨ªa, comprando la deuda federal, imprimiendo de hecho m¨¢s dinero para pagar las facturas del Gobierno. Tampoco podr¨ªa ocurrirle a Reino Unido, a Jap¨®n o a cualquier otro pa¨ªs que pide prestado el dinero en su propia moneda y dispone de su propio banco central. Pero s¨ª les puede suceder a cualquiera de los pa¨ªses que est¨¢n ahora en la zona euro, que no pueden contar con que el Banco Central Europeo les d¨¦ efectivo en caso de emergencia. Y si un pa¨ªs de la zona euro se ve obligado a no pagar sus deudas por esta clase de restricci¨®n del efectivo, tal vez nunca logre devolver la deuda por completo.
Esto crea, inmediatamente, la posibilidad de una crisis que acarree su propio cumplimiento, en la que el temor de los inversores ante un posible impago derivado de la falta de efectivo les llevar¨ªa a rechazar los bonos de ese pa¨ªs, lo cual provocar¨ªa la misma falta de dinero que tem¨ªan. Y pese a que todav¨ªa no se ha producido una crisis de este tipo, es f¨¢cil ver c¨®mo la inquietud constante ante la posibilidad de que estalle una de ellas puede llevar a los inversores a pedir tasas de inter¨¦s m¨¢s elevadas para mantener la deuda de los pa¨ªses susceptibles, en potencia, de caer en esta clase de p¨¢nico autorrealizante.
Evidentemente, desde principios de 2011, el euro ha supuesto una clara penalizaci¨®n: los pa¨ªses que usan el euro tienen que afrontar costes de pr¨¦stamo m¨¢s elevados que otros pa¨ªses con un panorama econ¨®mico y fiscal parecido, pero que mantienen la moneda propia. No se trata solamente de Espa?a frente a Reino Unido; mi comparaci¨®n favorita re¨²ne a los tres pa¨ªses escandinavos: Finlandia, Suecia y Dinamarca. Aunque todos ellos son dignos de considerarse pa¨ªses de alta solvencia, sin embargo, Finlandia (que est¨¢ dentro del euro) ha visto c¨®mo sus costes de pr¨¦stamo se incrementan sustancialmente m¨¢s que los de Suecia (que ha conservado su moneda propia, con libre flotaci¨®n) e incluso los de Dinamarca (que mantiene un tipo de cambio fijo con respecto al euro, pero conserva su moneda y, por tanto, la posibilidad de salir por s¨ª sola del apuro, si falta el efectivo).
Salvar el euro
Dados los problemas que est¨¢ sufriendo el euro en la actualidad, se dir¨ªa que los euroesc¨¦pticos ¡ªlos que advirtieron a Europa de que, en realidad, no estaba bien preparada para tener una moneda ¨²nica¡ª estaban en lo cierto. Adem¨¢s, aquellos pa¨ªses que decidieron no adoptar el euro ¡ªReino Unido, Suecia¡ª lo est¨¢n pasando mucho menos mal que sus vecinos del euro. As¨ª pues, los pa¨ªses europeos que ahora tienen problemas ?deber¨ªan invertir el curso, sencillamente, y volver a sus monedas independientes?
No necesariamente. Hasta los euroesc¨¦pticos como yo nos damos cuenta de que romper el euro ahora que ya existe se pagar¨ªa muy caro.
En primer lugar, cualquier pa¨ªs que pareciera candidato a abandonar el euro se enfrentar¨ªa, de inmediato, a una descomunal estampida bancaria, puesto que los depositantes correr¨ªan a desplazar sus fondos a otras euronaciones m¨¢s s¨®lidas. Y la vuelta del dracma o de la peseta provocar¨ªa enormes problemas legales, cuando todo el mundo intentara esclarecer el significado de las deudas y los contratos expresados en euros.
Adem¨¢s, un cambio de postura radical en relaci¨®n con el euro representar¨ªa una derrota pol¨ªtica terrible para el proyecto europeo m¨¢s amplio de unidad y democracia a trav¨¦s de la integraci¨®n econ¨®mica; y este proyecto, como dije al principio, es muy importante no solo para Europa sino para el mundo entero.
En consecuencia, ser¨ªa mejor encontrar una forma de salvar al euro. ?C¨®mo se podr¨ªa conseguir?
Lo primero, y m¨¢s urgente, es que Europa ponga coto a los ataques de p¨¢nico. De un modo u otro, tiene que haber garant¨ªas de una liquidez adecuada ¡ªgarant¨ªas de que los Gobiernos no se quedar¨¢n sin dinero a consecuencia del p¨¢nico en el mercado¡ª, comparables a las que existen en la pr¨¢ctica para los Gobiernos que asumen pr¨¦stamos en su propia moneda. La forma m¨¢s clara de lograrlo ser¨ªa que el Banco Central Europeo estuviera preparado para comprar bonos gubernamentales de los pa¨ªses del euro.
En segundo lugar, esos pa¨ªses cuyos costes y precios se deben ajustar ¡ªlos pa¨ªses europeos que han venido generando grandes d¨¦ficits comerciales, pero que no pueden continuar haci¨¦ndolo¡ª necesitan v¨ªas realistas de retorno a la competitividad. A corto plazo, los pa¨ªses con excedente tienen que ser la fuente de una gran demanda de exportaciones. Y, con el tiempo, si este camino no termina conllevando una deflaci¨®n car¨ªsima en los pa¨ªses deficitarios, tendr¨¢ que implicar una inflaci¨®n moderada, pero significativa, en los pa¨ªses excedentarios, y una tasa de inflaci¨®n algo menor pero a¨²n importante ¡ªdigamos de un 3% o 4%¡ª para la zona euro en su conjunto. Todo esto exige una pol¨ªtica monetaria muy expansiva por parte del Banco Central Europeo, adem¨¢s de un est¨ªmulo fiscal en Alemania y unos pocos pa¨ªses m¨¢s peque?os.
Por ¨²ltimo, aunque las cuestiones fiscales no est¨¢n en el meollo del problema, en el punto actual los pa¨ªses deficitarios tienen problemas de d¨¦ficit y endeudamiento y tendr¨¢n que poner en pr¨¢ctica medidas de considerable austeridad fiscal, durante un tiempo, para ordenar sus sistemas fiscales.
Esto es lo que se necesitar¨ªa, probablemente, para salvar el euro. Pero ?qu¨¦ posibilidades hay de que lo veamos?
El Banco Central Europeo nos ha sorprendido de manera positiva desde que Mario Draghi relev¨® a Jean-Claude Trichet en la presidencia. Cierto es que Draghi se neg¨® en redondo a admitir que el banco comprara bonos procedentes de los pa¨ªses en crisis. Pero encontr¨® un modo de conseguir un resultado m¨¢s o menos similar por la puerta de atr¨¢s: anunci¨® un programa por el cual el BCE avanzar¨ªa pr¨¦stamos ilimitados a los bancos privados y aceptar¨ªa bonos de los Gobiernos europeos como garant¨ªa secundaria. El resultado ha sido que, en el panorama general (al menos, mientras escribo estas p¨¢ginas), el p¨¢nico autorrealizante parece menos inminente y, con ello, las tasas de inter¨¦s de los bonos europeos se han reducido.
Pese a esto, sin embargo, los casos m¨¢s extremos ¡ªGrecia, Portugal e Irlanda¡ª siguen excluidos de los mercados de capital privado. Por lo tanto, han dependido de una serie de programas de pr¨¦stamo ad hoc, establecidos por una troika compuesta por los Gobiernos europeos m¨¢s fuertes, el BCE y el Fondo Monetario Internacional. Por desgracia, la troika siempre ha proporcionado el dinero en cantidad insuficiente y sin la celeridad necesaria. Adem¨¢s, a cambio de estos pr¨¦stamos de emergencia, los pa¨ªses deficitarios se han visto obligados a imponer programas de recorte de gastos inmediatos y draconianos, adem¨¢s de subidas de los impuestos. En consecuencia, estos programas los empujan a pozos a¨²n m¨¢s hondos y siguen siendo demasiado escasos aun en t¨¦rminos exclusivamente presupuestarios, ya que las econom¨ªas en recesi¨®n tambi¨¦n sufren la ca¨ªda de los ingresos tributarios.
Mientras tanto, no se ha hecho nada para ofrecer un entorno en el que los pa¨ªses deficitarios encuentren una v¨ªa razonable para recuperar su competitividad. Mientras los pa¨ªses con d¨¦ficit se ven forzados a adoptar medidas de austeridad salvajes, los pa¨ªses con super¨¢vit se han metido por su cuenta en programas de austeridad, lo cual socava las esperanzas de un crecimiento de las exportaciones. Y en lugar de admitir que la inflaci¨®n tiene que ser un poco m¨¢s alta, el Banco Central Europeo subi¨® los tipos de inter¨¦s en la primera mitad de 2011, para responder a una amenaza de inflaci¨®n que solo exist¨ªa en su imaginaci¨®n (m¨¢s adelante dio marcha atr¨¢s al incremento de los tipos, pero para entonces ya se hab¨ªa hecho mucho da?o).
?Por qu¨¦ Europa ha respondido tan mal a su crisis? Ya he apuntado parte de la respuesta: muchos dirigentes del continente parecen decididos a helenizar el cuento y creer que quienes atraviesan dificultades ¡ªno solo Grecia¡ª han llegado ah¨ª por culpa de la irresponsabilidad fiscal. Y, con esta premisa falsa, se busca un remedio falso: si el problema era el despilfarro fiscal, la rectitud fiscal deber¨ªa ser la soluci¨®n. Se presenta la econom¨ªa como una obra moral, pero con otra vuelta de tuerca: en realidad, los pecados por los que se pena jam¨¢s tuvieron lugar.
Pero esta es solo una parte de la historia. Que Europa sea incapaz de afrontar sus problemas reales, y que insista en enfrentarse a fantasmas inexistentes, no es en modo alguno exclusiva de este continente. En 2010, buena parte de la ¨¦lite que determina las pol¨ªticas a ambos lados del Atl¨¢ntico se enamor¨® perdidamente de una serie relacionada de falacias sobre la deuda, la inflaci¨®n y el crecimiento. Tratar¨¦ de explicar las falacias y abordar¨¦, tambi¨¦n, una tarea mucho m¨¢s ardua: clarificar por qu¨¦ tantas personas importantes decidieron apoyar esas falacias. Pero ser¨¢ ya en el cap¨ªtulo siguiente.
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