El hombre en la sombra del ¡®caso Rumasa¡¯ durante 32 a?os
F¨¦lix D¨ªez Burgos se jubilar¨¢ como funcionario del Cuerpo de Interventores despu¨¦s de 53 a?os de servicio al Estado
Cincuenta y tres a?os de servicio p¨²blico contemplan a F¨¦lix D¨ªez Burgos, un hombre delgado, alto para su generaci¨®n, inquieto, incapaz de permanecer demasiado tiempo sentado, ant¨ªtesis del estereotipo de funcionario que echa ra¨ªces en el cargo y deja pasar el tiempo. El tiempo ha pasado por su vida, s¨ª, de forma exagerada pero no precisamente est¨¢tica: ha sido durante 32 a?os el hombre en la sombra del caso Rumasa, el funcionario en comisi¨®n de servicio que estableci¨® la defensa de los intereses p¨²blicos en los m¨¢s de 1.500 procedimientos judiciales a que dio lugar el caso. Dentro de unas semanas cumplir¨¢ los 76 a?os y podr¨¢ comenzar a cobrar la jubilaci¨®n que tiene suspendida desde 2009 y proceder a la ¡°rehabilitaci¨®n de su cobro¡±. Su caso no tiene precedentes en la administraci¨®n del Estado.
Para hablar de su dilatada experiencia, F¨¦lix D¨ªez Burgos necesita apoyarse en un folio gastado donde est¨¢ impreso su curr¨ªculo, que arranca en el a?o 1962 cuando con 23 a?os y aprobada la oposici¨®n a contadores del Estado es enviado a la delegaci¨®n de Hacienda de Las Palmas. Pasa por Bilbao, por Madrid, trabaja, estudia y aprueba con el n¨²mero dos de su promoci¨®n la oposici¨®n a Interventores y Auditores del Estado en noviembre de 1968. Enviado a la delegaci¨®n de Hacienda en Lugo conoce tiempo despu¨¦s a Jos¨¦ Manuel Otero Novas, un hombre clave en su vida. All¨ª, en el escenario de una peque?a capital de provincia, D¨ªez Burgos participa de las inquietudes pol¨ªticas de j¨®venes funcionarios que est¨¢n convencidos de que el r¨¦gimen tendr¨¢ que evolucionar a una transici¨®n democr¨¢tica.
Es en 1976 cuando Otero Navas le llama a Madrid para trabajar en la oficina de la Presidencia de Gobierno, donde era ministro. Gobierna Adolfo Su¨¢rez. Se convierte en uno de los primeros fontaneros de la Moncloa. All¨ª emprende una de las tareas de las que se siente m¨¢s orgulloso, la elaboraci¨®n de los decretos para rehabilitar las pensiones de militares de la Rep¨²blica. ¡°En La Moncloa hab¨ªa dos sectores, estaban los diplom¨¢ticos dirigidos por Alberto Aza y los t¨¦cnicos. Nosotros ¨¦ramos los de pico y pala¡±. Por su oficina pasaron los primeros borradores de una futura constituci¨®n espa?ola. Conoce a Adolfo Su¨¢rez, con el que comparte dos comidas, quien en un momento le promete una embajada en Argentina, porque no sab¨ªa ingl¨¦s. Entre alguna de sus funciones est¨¢ la de convencer a los procuradores en Cortes para que inclinen su voto a favor de la Ley de Reforma pol¨ªtica.
Involucrado en la construcci¨®n de un nuevo Estado, su vida alcanza la velocidad propia de los cambios de ¨¦poca. Se traslada con Otero Novas al Ministerio de Educaci¨®n, donde es director general de programaci¨®n e inversiones (abril del 79-Diciembre 81), una etapa en la que se construyen cientos de colegios para crear puestos de trabajo y cumplir con los pactos de La Moncloa. Entre diciembre del 81 y diciembre del 82 es director general del INEM, ¡°el destino m¨¢s dif¨ªcil que he tenido nunca¡±. Con la llegada del primer Gobierno socialista, dimite de su cargo y regresa a Hacienda como interventor en el Instituto de Investigaciones Agrarias.
Fue uno de los primeros fontaneros de La Moncloa
Probablemente all¨ª su carrera se habr¨ªa normalizado de no ser porque, en febrero de 1983, el Gobierno socialista expropia Rumasa, la mayor empresa espa?ola. El Gobierno necesitaba funcionarios de confianza para administrar esa inesperada adquisici¨®n y reclut¨® a F¨¦lix D¨ªez como director de administraci¨®n y control de Rumasa en junio de 1983. ?l y su equipo hacen la primera auditor¨ªa y estiman el agujero de la compa?¨ªa en 300.000 millones de pesetas (1.800 millones de euros), cifra que confirm¨® Artur Andersen. Le toca en suerte gestionar los activos y, tambi¨¦n, defender la suerte del Estado en todas las reclamaciones que plantean Ruiz-Mateos y sus abogados.
D¨ªez tiene que viajar a Inglaterra, Suiza, Dinamarca y Estados Unidos para defender la suerte del Gobierno espa?ol. Junto a Jos¨¦ Ram¨®n Recuero, abogado del Estado, ha tenido que llevar las riendas de m¨¢s de 1.500 contenciosos. Ha trabajado para todos los Gobiernos y no ha conocido a ning¨²n ministro de Hacienda. Solchaga le felicit¨® por tel¨¦fono con ocasi¨®n de la sentencia del caso Dry Sack (una de las marcas de Rumasa) en Estados Unidos, donde la jueza proclama que lo hecho por el Gobierno espa?ol ¡°no violenta las leyes de Estados Unidos¡±. En aquel juicio conoci¨® a Ruiz-Mateos, que le hizo una generosa oferta.
Pero hubo cientos de juicios m¨¢s. Durante a?os acumul¨® toda la informaci¨®n, todos los detalles de lo que fue la gran estafa de Rumasa. Un enorme archivo guarda decenas de miles de documentos, que ha servido a la abogac¨ªa del Estado para sortear las trampas de Ruiz-Mateos.
Tanto es as¨ª que ning¨²n Gobierno se atrevi¨® a buscarle sustituto para una tarea larga, espec¨ªfica y oscura. Debi¨® aplazar su jubilaci¨®n y llegar hasta el final, el pasado mi¨¦rcoles 14, cuando presidi¨® el ¨²ltimo consejo de Rumasa, que decidi¨® la disoluci¨®n de la compa?¨ªa y la entrega al Estado de 159,8 millones de euros que ha gestionado con una austeridad y pulcritud digna del mejor elogio. Aquel d¨ªa, F¨¦lix tom¨® una decisi¨®n inesperada en ¨¦l: gastar¨¢ un dinero de caja en invitar a los consejeros a un men¨² del d¨ªa.
Ingres¨® en la administraci¨®n en 1962 en el cuerpo de Contadores del Estado.
Ocupa su primera direcci¨®n general en julio de 1977 en La Moncloa.
Firma un contrato de servicios especiales en 1983, que dura hasta la fecha, con motivo de la expropiaci¨®n de Rumasa. Debe defender los intereses del Estado. Ello le obliga a aplazar su jubilaci¨®n.
Llegados a este punto, reconoce su miedo al vac¨ªo. Viudo (su mujer Conchita tambi¨¦n era funcionaria de Hacienda), con sus hijas Marta, Ana y Marisa due?as de su vida, luchando contra los achaques, F¨¦lix le pregunt¨® a su m¨¦dico cu¨¢ntos a?os le quedar¨ªan de vida razonable. Hace planes para seguir jugando al golf, para participar en el Instituto de Estudios para la Democracia, pero no sabe qu¨¦ sentir¨¢ cuando no tenga que estar en el trabajo a primera hora. Sin obligaciones a su cargo, es l¨®gico que se pregunte, ¡°y ahora qu¨¦ co?o voy a hacer¡±. Quien ha hecho de su vida un acto de servicio no sabe vivir sin una misi¨®n que desempe?ar.
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