Los silencios sociales
Dos lecciones que cabe extraer de la crisis: la concesi¨®n de cr¨¦dito no ayuda a vencer la desigualdad y no es posible la redistribucu¨®n de la riqueza en un mundo globalizado
Para entender buena parte lo que ha sucedido durante los a?os de la Gran Recesi¨®n hay que tener en cuenta lo que se denominan ¡°silencios sociales¡±. Son aquellos aspectos de la vida cotidiana que habitualmente se omiten o se ocultan, a pesar de ser tan importantes o m¨¢s que aquellas cuestiones que son objeto del debate p¨²blico. Muchas veces estos silencios son los que ayudan a reproducir un sistema y sus estructuras de poder a lo largo del tiempo.
La periodista del Financial Times Gillian Tett aplic¨® esta teor¨ªa de los silencios sociales al mundo de las finanzas, en el que es experta. Y la complement¨® con lo que denomin¨® la trampa del silo: la existencia de compartimentos estancos que dificultan sacar consecuencias del conjunto de la realidad. Conectar los puntos que definen el per¨ªmetro de la cartograf¨ªa social es cada vez m¨¢s complicado.
Se pueden buscar dos ejemplos de lo que el economista norteamericano Mark Blyth ha calificado como ¡°la mayor operaci¨®n de enga?o con se?uelo de la historia moderna¡±. Son dos falacias: la consideraci¨®n del cr¨¦dito como factor de lucha contra la desigualdad; y la distribuci¨®n de la riqueza y el poder en el seno de una misma clase social porque la globalizaci¨®n impide que se haga entre distintos grupos sociales.
Aunque la desigualdad en el interior de los pa¨ªses haya crecido exponencialmente durante la crisis, ya estaba muy presente antes. Ha crecido sin parar desde los a?os ochenta del siglo pasado. Lo denunci¨®, entre muchos otros, uno de los hombres m¨¢s ricos del mundo, Warren Buffett, cuando escribi¨® en 2011 un art¨ªculo en The New York Times, titulado Dejad de mimar a los ricos: ¡°Mientras las clases media y baja luchan por nosotros en Afganist¨¢n, mientras los norteamericanos pelean por ganarse la vida, nosotros, los megarricos, continuamos teniendo exenciones fiscales extraordinarias¡±. Ya entonces el mapa cotidiano de las clases medias y bajas era de salarios pr¨¢cticamente estancados, am¨¦n de una creciente precariedad laboral. Las diferencias entre unos y otros se trataron de compensar con el acceso masivo al cr¨¦dito, en un tiempo en que los tipos de inter¨¦s eran bastantes bajos. No ganamos mucho, pero nos podemos endeudar para comprar casa, coche e irnos de vacaciones. Precisamente la expansi¨®n de los pr¨¦stamos bancarios a las familias de menos ingresos fue el origen de las hipotecas subprime (de alto riesgo) con el que arranca la crisis financiera del verano de 2007.
Los beneficios de esta forma de actuar ¡ªaumento del consumo, compra de viviendas, incremento del precio de las mismas, lo que hac¨ªa que las familias se sintieran m¨¢s pudientes (el efecto riqueza), m¨¢s empleo...¡ª son inmediatos, en tanto que el pago de la inevitable factura se aplaza para el futuro. Pelotazo hacia adelante. As¨ª se puso en marcha el ?qu¨¦ coman cr¨¦dito!, que funcion¨® hasta que estall¨® la burbuja. El cr¨¦dito como sustitutivo de una distribuci¨®n m¨¢s progresiva de la renta y la riqueza ha sido uno de los silencios sepulcrales de la Gran Recesi¨®n.
La redistribuci¨®n solo se hace entre clases sociales, no entre unos grupos sociales y otros
Otro de ellos ha sido el de la distribuci¨®n en las entra?as del mismo grupo social. Se ha instalado una verdad ideol¨®gica: no se puede distribuir desde el capital hacia el trabajo, desde los ricos hacia los pobres, porque las empresas y los ciudadanos ricos abandonan los pa¨ªses de altos impuestos hacia aquellos de grav¨¢menes bajos o directamente hacia los para¨ªsos fiscales, aprovechando la libertad de movimientos de capitales. La mayor parte de las reformas fiscales han reducido los impuestos al capital y han paliado o eliminado los impuestos del patrimonio (a lo que se posee, no a lo que se gana) y el de sucesiones y donaciones (a lo que se hereda). Las clases medias, ya suficientemente demediadas por la crisis, son las que padecen esas reformas fiscales y las reformas laborales que exigen dosis cada vez superiores de flexibilidad del mercado de trabajo.
En este contexto, los sindicatos y los trabajadores permanentes se convierten, a los ojos de los dem¨¢s (exempleados que perdieron su puesto, j¨®venes que lo buscan por primera vez pero no lo encuentran, mujeres que a¨²n siendo menos j¨®venes lo intentan por las dificultades econ¨®micas familiares, asalariados a tiempo parcial, trabajadores pobres que no llegan a fin de mes, falsos aut¨®nomos, becarios permanentes, etc¨¦tera), en defensores de los derechos adquiridos. ?Cu¨¢ntas veces se escucha que los j¨®venes no pueden encontrar trabajo por culpa de los ¡°privilegios¡± de los trabajadores fijos, o que los sindicatos s¨®lo se preocupan de los intereses de estos? Se elimina lo que es seguro, mientras se promete lo que es incierto.
Como consecuencia de esta argumentaci¨®n, la redistribuci¨®n s¨®lo se hace en el seno de cada clase social, de cada estamento, no entre unas clases y grupos sociales y otros. La redistribuci¨®n se hace ontol¨®gicamente imposible, por mor de la globalizaci¨®n. En el peri¨®dico italiano Il Manifesto, el periodista Aldo Carra hablaba de ello como una guerra en el interior de la clase media. Se dice: estamos pagando los abusos del pasado (vivir por encima de las posibilidades) y, por lo tanto, los privilegiados tienen que pagar. Pero ?qui¨¦nes son los privilegiados? En una sociedad en crisis, individualizada y fragmentada, empobrecida, son aquellos que est¨¢n m¨¢s cerca de nosotros: quien tiene un trabajo es un privilegiado para el que est¨¢ en paro; el que tiene un trabajo indefinido para el que tiene uno temporal; el que trabaja a tiempo completo para el que s¨®lo trabaja a tiempo parcial, el que gana 2.000 euros para el que gana 1.000; etc¨¦tera.
?Y los dem¨¢s? ?Y los privilegiados de verdad? ?Y las ¨¦lites extractivas que se han amparado en las instituciones pol¨ªticas y econ¨®micas para subir la cuca?a social? Esas est¨¢n muy lejos y no se las ve. En la cola social que no avanza se mira con envidia al vecino que est¨¢ delante. Y si ya no se le ve porque ha avanzado mucho, se observa con antipat¨ªa a los que nos rodean y compiten por lo poco, por lo escaso. As¨ª, la lucha de clases se convierte en la envidia dentro de la clase. El soci¨®logo franc¨¦s Pierre Bourdieu escribi¨® que los efectos ideol¨®gicos m¨¢s seguros son aquellos que para ejercerse no precisan de palabras o no demandan m¨¢s que silencios c¨®mplices.
Joaqu¨ªn Estefan¨ªa acaba de publicar Estos a?os b¨¢rbaros (Galaxia Gutenberg) y Las posibilidades econ¨®micas de nuestros nietos. Siete ¡®Ensayos de persuasi¨®n¡¯. Una lectura de John Maynard Keynes (Taurus).
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