?C¨®mo cambiamos una cultura de corrupci¨®n?
Todas las medidas legales ser¨¢n insuficientes si no se extiende la norma social que considere estos comportamientos como inaceptables
La cultura de una empresa, una organizaci¨®n o un pa¨ªs son las normas y creencias compartidas, la ¡°forma en que se hacen las cosas aqu¨ª¡±, lo que consideramos ¡°lo normal¡±. En una organizaci¨®n donde es ¡°normal¡± trabajar hasta muy tarde de la oficina, el que se va a la hora sufre consecuencias negativas. En una empresa donde nadie contradice al jefe, el que habla de forma cr¨ªtica es el bicho raro. En una sociedad donde es normal copiar en los ex¨¢menes, el estudiante que se niega a ayudar a otro estudiante a copiar puede sufrir represalias.
Es decir, estos comportamientos ¡°culturales¡± son el resultado de lo que llamamos en econom¨ªa un ¡°equilibrio¡± (t¨¦cnicamente, un equilibrio de Nash). La clave de esta idea es que una persona no se querr¨¢ desviar unilateralmente, aunque no le guste este equilibrio, por que sabe que si es el ¨²nico que cambia caer¨¢ en una situaci¨®n peor. Es decir, en un equilibrio, cada individuo empeora su propia situaci¨®n si unilateralmente se desv¨ªa del comportamiento que todos esperan.
Pues bien, la corrupci¨®n es un fen¨®meno ¡°de equilibrio¡±, un fen¨®meno ¡°cultural¡±.
Para entender esta idea, imag¨ªnese que usted viaja a Iguala, en M¨¦xico, la ciudad cuyo alcalde orden¨® a la polic¨ªa el secuestro y asesinato de 43 estudiantes para favorecer la campa?a electoral de su mujer. Si un polic¨ªa le solicita all¨ª una mordida, con casi toda probabilidad usted le dir¨¢ que s¨ª. No es que usted sea un criminal en potencia. Lo hace porque lo contrario le expone a un riesgo cierto. Dado que usted va a aceptar la solicitud sin protestar, y que por tanto no hay consecuencias negativas para ¨¦l, un polic¨ªa de esa ciudad tienda a sucumbir a la tentaci¨®n de pedirle ese soborno.
Ahora imagine el mismo polic¨ªa trabajando en Burgos, por ejemplo. Si le pide una mordida, usted sabe que no tiene por qu¨¦ pagar. Por tanto, el mismo polic¨ªa no so?ar¨ªa con pedir el dinero, y tampoco usted, si se lo pidiera, se lo dar¨ªa. Son las mismas dos personas, en objetivamente la misma situaci¨®n, pero con dos expectativas, dos normas sociales, dos ¡°culturas¡± diferentes.
Por poner un ejemplo m¨¢s cercano, es evidente tras los muchos y generalizados esc¨¢ndalos recientes que en el Partido Popular ha imperado, al menos (seg¨²n la cronolog¨ªa del juez Ruz) durante 18 a?os, una cultura de corrupci¨®n, donde lo ¡°normal¡± era recibir un sobre al fin de mes en negro, financiado (seg¨²n el mismo juez) con los pagos irregulares realizados por aquellos que se beneficiaban de los contratos p¨²blicos. De nuevo, no se trata de ¡°casos aislados¡± sino de una cultura en la que ¡°lo normal¡± se convierte en pedir dinero por un contrato de la administraci¨®n, y dado que ¡°hay dinero extra¡± a fin de mes, a nadie le conviene individualmente negarse a recibirlo.
Por el contrario, en una cultura ¡°sana¡±, la de una empresa privada internacional por ejemplo, si un jefe plantea a empezar a pagar un suplemento en negro, un ¡°sobre¡±, seguramente no durar¨ªa en su puesto ni ese mismo d¨ªa, porque alg¨²n subordinado lo denunciar¨ªa. Por ello ser¨ªa inconcebible para ¨¦l hacerlo.
Por tanto, para acabar con un fen¨®meno que consiste en que la sociedad o empresa est¨¢ anclada en un mal equilibrio, y moverse a un equilibrio mejor, es necesario cambiar la ¡°norma social¡± y las ¡°creencias¡± de todos sobre lo que es normal, de tal manera que las expectativas se modifiquen. No vale el cambio gradual, hay que en un momento cambiar lo que hace todo el mundo.
Por poner un ejemplo extremo del cambio coordinado necesario para salir de un equilibrio, Suecia decidi¨® cambiar de lado por el que circulaban los coches de la izquierda a la derecha, en el llamado d¨ªa H, el 3 de septiembre del 1967. Si s¨®lo un grupo de conductores sigue el primer d¨ªa la consigna de conducir por el otro lado, habr¨¢ caos. El ¨¦xito consiste en que la sociedad cambie toda a la vez, que todos, al ver un coche enfrente, tengan la expectativa de que el coche se echar¨¢ a su derecha, no a su izquierda. Para concienciar a toda la sociedad, se llev¨® a cabo una campa?a educativa de cuatro a?os, incluyendo anuncios por la televisi¨®n y concursos de canciones sobre la conducci¨®n por la derecha. Se trataba de que todo el pa¨ªs cambiara de ¡°equilibrio¡± en el mismo momento.
En el caso de la corrupci¨®n, es crucial cambiar las expectativas de los que toman parte en estos intercambios criminales para que dejen de verlos como ¡°lo normal¡±. Es necesario no solo perseguir, sino tambi¨¦n concienciar, educar, asustar, ejemplificar, para convertir lo que ya hubiera debido ser anormal en anormal, y hacer de la honesta excepci¨®n, la regla. Hay muchos ejemplos en el mundo de c¨®mo puede lograrse esto, como muestra el mayor experto del tema en el mundo, Ray Fisman, en un libro que publicar¨¢ pr¨®ximamente.
En primer lugar, tienen un papel crucial la prensa libre e independiente, que puede iluminar los comportamientos oscuros y corruptos. En los pa¨ªses donde el Estado controla a los medios, la prensa campa a sus anchas. Este es el caso de Malasia, China o Kenia. Un contra ejemplo notable es el de Vladimiro Montesinos, el brutal jefe de inteligencia del presidente Fujimori en Per¨², que tras hacer un enorme esfuerzo por controlar a los medios dej¨® uno sin control, el Canal de televisi¨®n N, que termin¨® por ser el que revel¨® los videos de la corrupci¨®n y acab¨® con Montesinos, y luego con Fujimori.
Los ciudadanos tambi¨¦n tienen un rol crucial en denunciar los excesos y cambiar lo que es percibido como normal. En China, una campa?a consistente en poner en los medios sociales (Twitter, Facebook, Weibo etc.) fotos de los Rolex y otros relojes de lujo de los altos (y corruptos) funcionarios del Partido Comunista Chino fue un impulso decisivo en la actual lucha contra la corrupci¨®n. En el caso m¨¢s famoso, aparecieron fotos del ministro de ferrocarril con varios Rolex cuyo valor era el de varias veces su salario anual como ministro.
Adem¨¢s, los ciudadanos deben apoyar expl¨ªcitamente a los heroicos denunciantes de corrupci¨®n, y abandonar de una vez los peyorativos (¡°chivatos¡±) que nos hacen m¨¢s parecidos a una mafia que a un pa¨ªs moderno. Un pa¨ªs que no otorga un reconocimiento social a quien se parte la cara por la legalidad es un pa¨ªs que, por mucho que lo diga de boquilla, no quiere de verdad cambiar.
Los gobiernos pueden y deben hacer mucho para cambiar de equilibrio. Debemos crear una agencia anticorrupci¨®n independiente, ayudar a los denunciantes de estos casos, que en muchos casos son machacados a pleitos, acosados laboralmente, y atacados por todos los medios por los pol¨ªticos corruptos y sus amigos, dotar de medios a la justicia, aumentar la transparencia e independencia de la contrataci¨®n p¨²blica.
Pero todas estas medidas legales no ser¨¢n suficientes si no logramos cambiar la actitud de la sociedad la ¡°cultura¡±. La clave est¨¢ en el rechazo social: el problema no cambiar¨¢ hasta que no se extienda la norma social que considere estos comportamientos como inaceptables.
Luis Garicano es catedr¨¢tico de econom¨ªa y estrategia de la London School of Economics y responsable de Econom¨ªa, Industria y Conocimiento de Ciudadanos.
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