Lo que los reformistas pueden aprender de los cirujanos
Los gobernantes deber¨ªan compensar a aquellos ciudadanos a los que sus medidas causan dolor
Una experiencia personal reciente me ha hecho caer en la cuenta del diferente enfoque que los reformistas econ¨®micos y los cirujanos tienen de la funci¨®n del dolor en los procesos de reforma econ¨®mica y en las intervenciones quir¨²rgicas.
El discurso oficial sobre las reformas defiende la inevitabilidad del dolor para promover el progreso econ¨®mico. Un argumento de este tipo es el que se utiliza para defender las reformas laborales. Y a¨²n van m¨¢s all¨¢. En algunos casos defienden las reformas por razones morales. As¨ª, la austeridad no s¨®lo ser¨ªa necesaria para la reducci¨®n del d¨¦ficit (eficacia discutible, como estamos viendo), sino que tendr¨ªa adem¨¢s una dimensi¨®n moral como mecanismo de penitencia por los excesos anteriores (a¨²n cuando tengo poco de moral el hecho de que los que sufren las consecuencias poco hayan tenido que ver con esos excesos).
En el discurso reformista oficial el dolor tendr¨ªa una doble funci¨®n. Por un lado, como no ser¨ªa posible una reforma indolora, el dolor ser¨ªa s¨ªntoma de eficacia de la reforma. ?Quien bien te quiere te har¨¢ llorar! Para justificarlo la ret¨®rica reformista recurre con frecuencia al lema churchiliano de ¡°sangre, sudor y l¨¢grimas¡±. Por otro, el dolor ser¨ªa necesario como mecanismo de penitencia para expiar los males morales de la sociedad despilfarradora. Este argumento moralista ha estado muy presente en el lenguaje de los defensores de las pol¨ªticas de austeridad y de las multas por exceso de d¨¦ficit.
Los gobernantes deber¨ªan compensar a aquellos ciudadanos a los que sus medidas causan dolor
Nunca estuve de acuerdo con esta teolog¨ªa del dolor como componente indispensable de las reformas econ¨®micas. Ni como condici¨®n de eficacia para la mejora de la competitividad y productividad de la econom¨ªa, ni en su dimensi¨®n moralista. Por el contrario, el an¨¢lisis de la econom¨ªa pol¨ªtica de las reformas muestra claramente que cuando producen un gran da?o social acaban, tarde o temprano, siendo contestadas, cuando no anuladas. Es decir, acaban siendo ineficaces para el fin propuesto.
Esa convicci¨®n ha sido reforzada por, como dije al inicio, por una experiencia personal reciente. Un tropiezo con la salud me ha llevado a ponerme en manos de cirujanos digestivos y hep¨¢ticos del Hospital Clinic de Barcelona. Antes de la intervenci¨®n tuve la visita con la anestesista. Me indic¨® que despu¨¦s de la operaci¨®n llevar¨ªa conmigo una bomba que de forma programada ir¨ªa suministrando analg¨¦sicos para evitar el dolor postquir¨²rgico. Pero me dijo que, en el supuesto de tener alg¨²n dolor, la bomba tambi¨¦n permit¨ªa manipularla manualmente para aumentar la dosis de calmante.
Llevado de la formaci¨®n moral inculcada por mis mayores que recomienda resistencia al dolor como virtud moral, le dije que la activar¨ªa si el dolor era muy fuerte. ¡§No, ?queremos dolor cero! Por lo tanto, al m¨ªnimo dolor, aumenta la dosis de calmante¡±, me dijo tajante y asertiva. Me qued¨¦ sorprendido. ?Por qu¨¦ quer¨¦is dolor cero, le pregunt¨¦ intrigado? Su respuesta fue iluminadora: ¡°El dolor estresa al organismo y obstaculiza la eficaz recuperaci¨®n post operatoria¡±, se?al¨®.
Esta es una gran lecci¨®n que los pol¨ªticos y los economistas reformistas deber¨ªan aprender de los m¨¦dicos. El dolor es innecesario y adem¨¢s inconveniente. Las reformas econ¨®micas son como intervenciones quir¨²rgicas sobre el cuerpo social. Cambian las reglas de funcionamiento del organismo, as¨ª como los equilibrios de poder entre sus diferentes partes. As¨ª, por ejemplo, las reformas laborales, cambian los equilibrios de poder entre trabajadores y empleadores. Y los recortes del gasto social y el aumento de impuestos como el IVA o el IRPF cambian los equilibrios entre diferentes tipos de contribuyentes y entre estos y los prestamistas.
Estos cambios producen estr¨¦s social. Tanto mayor cuanto los resultados de las reformas beneficien a unos pocos, en general ya bien situados en la escala de distribuci¨®n de la renta, y los m¨¢s d¨¦biles, empeorando as¨ª su situaci¨®n.
Si las reformas originan perdedores y alteran los equilibrios sociales de poder en perjuicio de los ya m¨¢s d¨¦biles ?deber¨ªamos evitarlas? No necesariamente, aunque conviene recordar aqu¨ª el criterio sobre la bondad de las leyes: las buenas no producen un aumento significativo de conflictividad jur¨ªdica; las malas si.
En todo caso, si los m¨¦dicos tienen analg¨¦sicos para lograr dolor cero, ?tienen los reformistas calmantes para evitar, o al menos aliviar, el dolor social que producen las reformas? S¨ª. Compensar a los perdedores de las reformas. La compensaci¨®n act¨²a como un calmante para los damnificados.
Ahora bien, se preguntar¨¢n algunos, ?hay recursos para llevar a cabo esa compensaci¨®n? Si de verdad, como sostienen sus defensores, las reformas que proponen aumentar¨¢n la productividad de las empresas y de la econom¨ªa en su conjunto, parte de esa mejora hay que utilizarla para compensar a los perdedores.
Sin embargo, nuestros reformistas, especialmente los que viven placenteramente en sus despachos de Bruselas, han actuado como malos cirujanos, interviniendo sin anestesia ni analg¨¦sicos. Y lo que es a¨²n peor, en casos como la austeridad y las multas por d¨¦ficit excesivo, comport¨¢ndose como verdaderos sadomasoquistas morales, sin tener en cuenta para nada que los principios de la buena econom¨ªa desaconsejaban el actuar de esa forma.
Lo dicho, los reformistas tienen mucho que aprender de los cirujanos.
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