Reencuentro con la clientela
La nueva artesan¨ªa reduce el abismo que separa a fabricantes y consumidores desde que la revoluci¨®n industrial generaliz¨® la producci¨®n en cadena
Puede resultar parad¨®jico que en la era de los veh¨ªcu?los de conducci¨®n aut¨®noma crezca el n¨²mero de personas que fabrican productos de forma artesanal, incluso que surjan negocios basados en este tipo de trabajo. ?C¨®mo es posible que en un mundo dominado por la tecnolog¨ªa est¨¦ en auge una forma de producir obsoleta desde hace much¨ªsimo tiempo?
Treinta a?os antes de que Col¨®n descubriese Am¨¦rica, Vespasiano da Bisticci era el mercader de libros manuscritos m¨¢s famoso de Florencia. Era un defensor a ultranza del libro escrito a mano, de sus trazos y caligraf¨ªas. Por el contrario, su competidor, Zanobio di Mariano, no ten¨ªa ning¨²n prejuicio hacia la monoton¨ªa de los libros fabricados con la m¨¢quina de Gutenberg. En 1483 una imprenta de Ripoli cobraba tres veces m¨¢s que un copista por componer e imprimir un cuaderno de cinco pliegos, pero en el mismo tiempo que emple¨® un amanuense en copiar los di¨¢logos de Plat¨®n, la imprenta de Ripoli logr¨® imprimir 1.205 ejemplares.
La imprenta no se hab¨ªa inventado para fabricar una copia de un libro, sino para fabricar muchos y con mayor rapidez, para vend¨¦rselos a quienes hasta entonces nunca hab¨ªan considerado posible disponer de un libro. Como resultado, el negocio de Zanobio no dej¨® de crecer hasta que falleci¨®, en 1495, mientras que la visi¨®n nost¨¢lgica del libro que ten¨ªa Vespasiano le llev¨® a cerrar el suyo casi 20 a?os antes. La imprenta cambi¨® la forma de producir libros, pero tambi¨¦n transform¨® su demanda. Siguieron produci¨¦ndose bellos manuscritos, pero el libro impreso fue el que termin¨® inundando el mercado.
La imprenta no fue la ¨²nica innovaci¨®n tecnol¨®gica del Renacimiento. Mentes privilegiadas como la de Leonardo da Vinci ya hab¨ªan comenzado a dise?ar todo tipo de m¨¢quinas, y muchas permit¨ªan a las personas trabajar cada vez m¨¢s r¨¢pido y con mayor precisi¨®n. Sin embargo, el problema no era dise?ar nuevas herramientas, sino disponer de energ¨ªa para moverlas. La fuerza humana segu¨ªa siendo insustituible, hasta el punto de que la esclavitud continu¨® siendo el pilar econ¨®mico de muchas sociedades desarrolladas a¨²n durante varios siglos.
La fuerza de los animales, del viento o del agua nunca llegaron a ser aut¨¦nticas alternativas por su elevado coste y poca versatilidad. Fue la m¨¢quina de vapor en el siglo XIX la que cambi¨® radicalmente y para siempre la forma de producir. A partir de entonces, la fuerza del vapor permiti¨® que las m¨¢quinas trabajasen 24 horas al d¨ªa, sustituyendo a las personas en muchos trabajos y haci¨¦ndose imprescindibles en talleres y minas. M¨¢s tarde lleg¨® la electricidad y despu¨¦s el petr¨®leo.
Gracias a estas fuentes de energ¨ªa aument¨® la productividad del trabajo y el sector industrial sac¨® partido de las econom¨ªas de escala. Hab¨ªa nacido la era de la producci¨®n en masa, que, a su vez, dio paso al consumo en masa. Desde entonces, las m¨¢quinas no han dejado de cobrar protagonismo, siendo cada vez m¨¢s aut¨®nomas, m¨¢s complejas y dominando cada vez m¨¢s tareas. Hoy hay m¨¢quinas que fabrican otras m¨¢quinas.
Los artesanos y su forma de producir en peque?os talleres entraron en decadencia. Era imposible competir con la velocidad y regularidad con la que se trabajaba en las f¨¢bricas. Sus trabajadores perdieron completamente el control sobre el producto y se concentraron en la fabricaci¨®n de peque?as partes de este. En ocasiones, siempre la misma pieza, repetida una y mil veces, al ritmo que ahora impon¨ªan las m¨¢quinas. La fabricaci¨®n a mano dej¨® paso a la producci¨®n en cadena.
Al mismo tiempo que la tecnolog¨ªa cambiaba la forma de trabajar, la sociedad tambi¨¦n comenz¨® a transformarse. Antiguamente los artesanos se situaban en el centro de los n¨²cleos urbanos, junto a sus clientes, en calles que a¨²n hoy conservan el nombre de sus oficios. Por el contrario, las f¨¢bricas, con sus m¨¢quinas y chimeneas, se instalaron en las afueras, lejos de sus clientes.
Los trabajadores de las f¨¢bricas dejaron de tratar con los consumidores y comenzaron a hacerlo con sus patrones. Ya no vend¨ªan lo que fabricaban, sino que comerciaban con su tiempo, siempre a cambio de un salario. Productor y consumidor se alejaron gradualmente. El trabajador quer¨ªa ganar cada vez m¨¢s por su esfuerzo y el consumidor pagar cada vez menos por el producto. El abismo que se abri¨® entre ellos se llen¨® de intermediarios. En ocasiones, de especuladores.
Los trabajadores de las f¨¢bricas comenzaron a tratar solo con sus patrones. Ya no vend¨ªan lo que produc¨ªan; comerciaban son su tiempo
Hoy, gracias a la revoluci¨®n de las comunicaciones, esa creciente distancia entre productor y cliente ha comenzado a reducirse. La tecnolog¨ªa ya no est¨¢ s¨®lo al alcance del fabricante o del distribuidor, sino tambi¨¦n del consumidor. Ahora las m¨¢quinas no nos ayudan s¨®lo a producir en masa, sino tambi¨¦n a comunicarnos, permitiendo que cualquier fabricante contacte con sus potenciales clientes. Los cuales pueden expresar libremente sus propios gustos y preferencias, incluso antes de que se fabrique lo que quieren consumir.
Las distancias geogr¨¢ficas tambi¨¦n se han reducido en un mundo globalizado e interconectado, donde la comunicaci¨®n es sencilla e inmediata, y donde los costes de transporte ya no son ning¨²n obst¨¢culo. Por consiguiente, ya no es necesario renunciar a los propios gustos y adaptarse a un limitado cat¨¢logo de productos est¨¢ndar, todos iguales, sino que se puede disfrutar de un producto personalizado a un precio muy asequible. Gracias a la tecnolog¨ªa, si queremos, no s¨®lo podemos pensar de forma diferente, sino tambi¨¦n consumir de forma distinta. ?Y qui¨¦n est¨¢ en condiciones de atender mejor esta creciente, pero, al mismo tiempo, diversificada demanda? Posiblemente, quienes fabrican teniendo en cuenta esas preferencias, para consumidores concretos y siempre a peque?a escala.
Este renacer de la nueva artesan¨ªa cuenta adem¨¢s con la gran ventaja del enorme abaratamiento de la informaci¨®n. Los ¨²ltimos avances de la tecnolog¨ªa de la comunicaci¨®n han reducido, casi eliminado, el coste del aprendizaje. Disponemos de instrucciones, consejos, experiencias e incluso podemos ver c¨®mo se fabrica cualquier producto y repetir esa lecci¨®n miles de veces. La informaci¨®n es libre y, en muchos casos, gratuita. La destreza sigue siendo un patrimonio exclusivo de las personas, pero ahora la informaci¨®n para lograrla est¨¢ al alcance de cualquiera.
La nueva artesan¨ªa moderna ya no fabrica como antes productos b¨¢sicos, ni pretende competir en precio, ni siquiera en calidad. No tendr¨ªa sentido porque en todos estos ¨¢mbitos las f¨¢bricas y sus m¨¢quinas son insuperables por destreza, velocidad y perfecci¨®n. El gran atractivo del nuevo trabajo artesano es su originalidad, su capacidad para ofrecer un producto ¨²nico, creativo o exclusivo. Destinado al disfrute de unos pocos. Un producto que permite disfrutar a quien lo fabrica mientras lo hace casi tanto como al que lo termina consumiendo o poseyendo.
Adem¨¢s, su secreto est¨¢ en el trato personal con el cliente, que ya no es an¨®nimo como el de las f¨¢bricas, sino que quiere dejar de comer rancho y prefiere elegir a la carta.
Carlos ?lvarez Nogal es profesor de Historia Econ¨®mica e investigador del Instituto Figuerola en la Universidad Carlos III de Madrid.
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