El mercado del arte pierde el oremus
Una ¨¦lite reducid¨ªsima de coleccionistas se refugia en obras-trofeo a precios desorbitados
Con la fortuna de un soldado ciego que atraviesa ileso un campo de batalla, el mercado del arte ha ido esquivando titulares. En muchos hab¨ªa enterradas palabras que estallaban a su paso como minas: ¡°burbuja¡±, ¡°frenazo¡±, ¡°recesi¨®n¡±, ¡°ca¨ªda¡±. Pero siempre ha encontrado refugio. Ya sea apostado tras el dinero. El a?o pasado se intercambiaron 67.400 millones de d¨®lares (60.200 millones de euros) en obras de arte. Ya sea parapetado tras el apetito por las piezas-trofeo. Hace un par de semanas, el multimillonario Steve Cohen, seg¨²n The New York Times, pagaba 91 millones de d¨®lares (81 millones de euros) por un vaciado de acero inoxidable que simula un conejo de pl¨¢stico hinchable. La escultura Rabbit, creada en 1986 por Jeff Koons, mide 104 cent¨ªmetros. Esto supone que cada cent¨ªmetro sale a 875.000 d¨®lares. Unos 780.000 euros. Por comparar con otra presunta burbuja, es el precio de un piso de lujo en el centro de Madrid. ?Cu¨¢ndo el arte extravi¨® el sentido de la realidad? ?Cu¨¢ndo, parafraseando a Vargas Llosa, se jodi¨® el Per¨²?
Fue hace ya d¨¦cadas. En 1984, el cr¨ªtico Robert Hughes escribi¨®: ¡°Los marchantes nos dicen que est¨¢ pr¨®ximo el d¨ªa en el que se paguen diez millones de d¨®lares por una pintura. Nunca antes las artes visuales hab¨ªan sido objeto (sean v¨ªctimas o beneficiarias, seg¨²n el punto de vista de cada uno) de tan extrema inflaci¨®n y fetichizaci¨®n¡±. Hoy esa cantidad es el patio de recreo de infinidad de pintores. Est¨¦n vivos o muertos. Pollock, De Kooning, Georgia O¡¯Keeffe, Basquiat, Rothko, Joan Mitchell, Gerhard Richter o Kerry James Marshall perforan esa cifra al igual que papel celof¨¢n. Y el mercado es un ermita?o arropado por su oscuridad. ¡°No existe regulaci¨®n y el precio de la pieza lo marca la demanda. Pero tambi¨¦n hay acuerdos privados, confidenciales, de intercambio. O bien intereses, no abiertos a discusi¨®n o conocimiento p¨²blico, donde galeristas comprometidos con coleccionistas-inversores deciden al tiempo aupar el valor econ¨®mico de un artista pujando a trav¨¦s de intermediarios en casas de subasta¡±, critica Elena Foster, directora de la galer¨ªa y editorial Ivorypress. Con esta estrategia se ¡°multiplica el precio y la demanda de obras similares¡±. ¡°De ah¨ª que, actualmente, el mercado del arte sea una met¨¢fora pr¨ªstina de un juego de ajedrez con jugadores expertos y reglas confidenciales e intransferibles¡±.
Un lugar opaco y tan propenso a la manipulaci¨®n deja frases bien conocidas. El arte y los mercados financieros parecen recitar los mismos salmos frente a id¨¦nticos problemas. Si la econom¨ªa tiembla, la reacci¨®n es comprar los nombres obvios de la historia del arte. Y si hay que completar la ¡°cartera¡±, nada mejor que adquirir obras de artistas infravalorados o que durante d¨¦cadas han sido ignorados. Esta es la cartograf¨ªa de nuestro tiempo. ¡°La globalizaci¨®n ha dado entrada a un mayor n¨²mero de compradores-inversores que persigue las piezas m¨¢s emblem¨¢ticas de los creadores m¨¢s importantes¡±, relata el coleccionista Juan Bonet. ¡°De hecho, sostienen los expertos que para invertir en arte, mejor cu¨¢nto m¨¢s caro y que comprar por debajo de 100.000 euros es jugar a la loter¨ªa. Pero eso no es coleccionar, eso tiene otro nombre: inversi¨®n¡±.
Vuelta a los maestros antiguos
Robert Simon posee una mirada excepcional para los maestros antiguos. En 2005, junto con su colega Alexander Parish, compr¨® por 10.000 d¨®lares (8.900 euros) una maltrecha tabla de nogal en una casa de subastas de Nueva Orleans (EE UU). Un Cristo salvador; un Salvator Mundi. Tras seis a?os de trabajo y restauraciones, atribuyeron la obra (pese a las dudas que a¨²n mantienen algunos acad¨¦micos) a Leonardo da Vinci. La liquidez y el mito hicieron de plomada. El pr¨ªncipe saud¨ª Badr Ben Abdallah pag¨® 450 millones por la pintura en 2017. Se convirti¨® en la obra m¨¢s cara de la historia y la cifra estall¨® en un mercado acostumbrado al silencio y a lo peque?o. El a?o pasado las ventas de estos maestros, seg¨²n un trabajo de UBS y Art Basel, fueron de 905 millones de d¨®lares. Solo representa el 6% del mercado. Un lugar reducido pero que est¨¢ cambiando. ¡°Quiz¨¢ no se puede hablar de un boom, pero s¨ª existe un rejuvenecimiento¡±, admite Robert Simon. Llegan coleccionistas j¨®venes procedentes del arte contempor¨¢neo. Clientes que adem¨¢s de pinturas quieren esculturas y dibujos. Buscan, por ejemplo, pintores caravaggistas, arte colonial espa?ol, im¨¢genes relacionadas con el Antiguo Testamento. ¡°No es un coleccionismo para todo el mundo. Requiere formarse. Pero quien se involucra se siente generosamente recompensado¡±, defiende el marchante. En silencio, lo atestigua una antigua tabla pintada all¨¢ por 1500.
Sin embargo, las subastas en Londres y Nueva York, sobre todo sus sesiones de la noche, que es donde se rematan las obras m¨¢s caras, son espacios a los que la gente acude a sentir el voltaje del dinero. Y cada vez resulta necesaria m¨¢s descarga para conseguir id¨¦ntica sensaci¨®n. Si hasta hace poco el arte se dirig¨ªa al 1% del planeta ahora parece destinado al 0,01% del mundo. La inequidad dentro de la inequidad. ¡°En el espacio art¨ªstico ocurre lo mismo que en el ¨¢mbito cultural, pol¨ªtico y econ¨®mico, hay una minor¨ªa, cada vez m¨¢s minoritaria, que lo tiene todo; y la sociedad es cada vez m¨¢s fr¨¢gil¡±, incide Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sof¨ªa. El banco Credit Suisse contabiliza unas 150.000 personas que poseen m¨¢s de 50 millones de d¨®lares (47,7 millones de euros) en activos l¨ªquidos. Quitemos dos ceros a esa cifra y quiz¨¢ nos d¨¦ el n¨²mero de inversores que pueden destinar 81 millones de euros a un conejo de acero. ¡°Los precios de las obras-trofeo se han vuelto tan locos que nadie, literalmente, excepto los m¨¢s ricos del planeta pueden comprarlas. Incluso los artistas hist¨®ricos latinoamericanos son car¨ªsimos y los creadores afroamericanos viven sujetos a un mercado fren¨¦tico e h¨ªper-especulativo¡±, narra el coleccionista y marchante angelino Stefan Simchowitz. Arropando el coro surgen los que llama ¡°coleccionistas borregos¡±: van de un lado al otro del mercado seg¨²n suenan los nombres de moda. Su pantalla frente al ruido es refugiarse en el arte emergente contempor¨¢neo.
En manos de unos pocos
Pero cuando ni los ricos son lo suficientemente ricos para comprar arte es que el mercado tiene un problema grave. Incluso aqu¨ª pasa factura la desigualdad. Un pu?ado de mega-galer¨ªas se reparte el negocio. Las cinco principales galer¨ªas en t¨¦rminos de ingresos acaparan m¨¢s de la mitad de las ventas. El a?o pasado, las transacciones de los primeros 20 artistas vivos coparon el 64% del mercado. Esos creadores trabajan con espacios muy reconocidos. La consecuencia es que sufren y desaparecen los establecimientos intermedios. ¡°Es cierto que el mundo de las galer¨ªas refleja la concentraci¨®n mundial de la riqueza en pocas manos, sin embargo el sistema (ferias, galer¨ªas) contin¨²a siendo muy grande y muy diverso¡±, defiende Gabriel P¨¦rez Barreiro, comisario de la ¨²ltima Bienal de S?o Paulo. Quiz¨¢. Pero el sector tiene la sensaci¨®n de que se ha roto la cadena. Aunque haya qui¨¦n a¨²n mantenga vida la esperanza. ¡°Todav¨ªa no se ha fracturado del todo¡±, matiza Vicente Todol¨ª, exdirector de la Tate Modern. ¡°Esperemos que esa cadena tr¨®fica contin¨²e y se fortalezca. Porque, de otro modo, se perder¨ªa biodiversidad cultural¡±. Sin embargo, la p¨¦rdida parece haber empezado.
Los artistas generalmente comienzan en galer¨ªas peque?as o medianas. Desarrollan ah¨ª un ecosistema de coleccionistas, comisarios, presencia en instituciones. Los galeristas ¡ªmuchos j¨®venes¡ª financian su trabajo, les asesoran y crecen con ellos. El problema llega con el ¨¦xito. Cuando aparece, la mayor¨ªa opta por una galer¨ªa m¨¢s grande o bien deja de trabajar en exclusiva con el espacio original. Los establecimientos modestos no solo pierden dinero sino tambi¨¦n la capacidad de respaldar a otros artistas suyos con menor demanda. La duda hiere como una amenaza, ?qui¨¦n alentar¨¢ ahora el genio? Nadie va a mega-galer¨ªas como Gagosian o Pace a descubrir talento joven. Y los rescoldos que deja esa pregunta son m¨¢s peligrosos que las llamas. ¡°Estamos perdiendo la calidad del relato del arte. Vemos los mismos artistas en ferias y colecciones; vemos la misma narraci¨®n en todas partes. Y si algo es el arte es diferencia: mirar la vida con ojos nuevos¡±, reflexiona el coleccionista Paco Cantos. ¡°Es igual de hueco que intentar comprender el mundo leyendo siempre el mismo peri¨®dico¡±.
Sobre esta monoton¨ªa del discurso, el mercado del arte reacciona. Se juega a los coleccionistas. O sea, el patrimonio que lo sustenta. ¡°Una de las tendencias actuales es el redescubrimiento de ciertos artistas que hist¨®ricamente hab¨ªan sido infravalorados¡±, describe Ralph Taylor, director de arte de Posguerra y Contempor¨¢neo de la casa de subastas Bonhams. Bajo esta niebla hay mujeres, creadores afroamericanos y del antiguo bloque del Este. Pero tambi¨¦n nombres que apenas suenan de movimientos consagrados. Pensemos en el pintor polaco Wojciech Fangor. ¡°Es menos conocido que pioneros del arte ¨®ptico como Victor Vasarely, Jes¨²s-Rafael Soto o Carlos Cruz Diez, y procede de un pa¨ªs donde una pujante clase media colecciona con fuerza referentes de su propia cultura¡±, valora Taylor.
El mercado se mimetiza, se adapta; busca nuevos productos y nuevas causas. Las ha encontrado en las injusticias y las minor¨ªas. ¡°Las subastas han estado dominadas hist¨®ricamente por artistas hombres y blancos¡±, relata Shea Goli, asesora en la consultora de arte Gurr Johns. ¡°Sin embargo, en los ¨²ltimos 12 o 18 meses vemos signos de cambio. Han llegado a las pujas de las sesiones de noche m¨¢s obras de creadores negros y mujeres¡±. Tambi¨¦n empiezan a corregirse errores y carencias.
Tras a?os camuflados en las sombras, las mujeres y los artistas de color aparecen en instituciones. Por ejemplo, la londinense Tate y el Museo de Brooklyn comparten Soul of a Nation: Art In The Age of Black Power. Y el ¡ªa veces¡ª infranqueable espacio de los museos propuso el a?o pasado retrospectivas de Charles White, Theaster Gates, Anni Albers, Joan Jonas, Dorothea Tanning o Kerry James Marshall. Mientras, algunos centros, sobre todo estadounidenses y canadienses, impulsan una estrategia prohibida en Espa?a: vender obras de sus colecciones para comprar artistas que faltan en su relato.
El Museo de Arte Contempor¨¢neo de San Francisco enajen¨® en mayo en Sotheby¡¯s un rothko de su colecci¨®n por 50 millones de d¨®lares, la galer¨ªa de arte de Ontario descatalog¨® 20 piezas de A.Y. Jackson y el Museo de Arte Contempor¨¢neo de Chicago, en un movimiento m¨¢s modesto, remat¨® durante el mismo mes en Christie¡¯s una tela del pintor espa?ol Esteban Vicente por 115.000 euros. Esta estrategia es un riesgo asumible solo por una minor¨ªa. Los estatutos de la National Gallery de Washington, por ejemplo, no lo permiten. Y son pocos los museos a los que les ¡°sobran¡± rothkos, rauschenbergs o warhols. ¡°La venta, la descatalogaci¨®n de obras es un recurso excepcional, sujeto a controles muy rigurosos. Al menos as¨ª deber¨ªa ser, y nunca una pr¨¢ctica habitual¡±, advierte Bartomeu Mar¨ª, exdirector del Museo de Arte Contempor¨¢neo de Se¨²l.
Movimiento radical
Pero ?qu¨¦ sentido tiene que en una ciudad, pensemos en Baltimore, de mayor¨ªa afroamericana, que su museo sea, sobre todo, el reflejo de una narrativa de artistas blancos y hombres? Poco. Por eso en un ¡°movimiento inusual y radical¡±, seg¨²n sus propias palabras, el director del Museo de Arte de Baltimore, Christopher Bedford, decidi¨® vender obras de los fondos de la instituci¨®n de creadores blancos como Franz Kline, Kenneth Noland, Robert Rauschenberg, Jules Olitski o Andy Warhol. El dinero se ha utilizado para comprar piezas de artistas negros y completar carencias. De ah¨ª que hayan ingresado en sus fondos Mark Bradford, Jack Whitten, Al Loving, Howardena Pindell o Isaac Julien. La consecuencia de una estrategia con dos reflejos. ¡°En los museos europeos estatales est¨¢ prohibido descatalogar y me parece correcto. Una colecci¨®n es una acumulaci¨®n de estratos que refleja el criterio de las personas que dirigieron la instituci¨®n en un momento hist¨®rico y en una sociedad concreta¡±, concede Manuel Borja-Villel. ¡°Sin embargo, en las instituciones americanas tiene su l¨®gica porque muchas de las obras son donaciones y dif¨ªcilmente se podr¨ªan rechazar¡±.
Otra l¨®gica distinta y triste es la que porta la brecha de g¨¦nero. El mercado del arte es igual de injusto que otros mundos contempor¨¢neos como la empresa o la pol¨ªtica. Resulta f¨¢cil sentirlo. En octubre de 2018 un autorretrato (Propped, 1992) de grandes dimensiones de la brit¨¢nica Jenny Saville alcanzaba los 12,4 millones de d¨®lares (11,1 millones de euros) en Sotheby¡¯s. El precio m¨¢s alto jam¨¢s pagado por una obra de una mujer artista viva. Pese a todo, n¨²meros varados en una orilla lejana frente a los 91 millones del trampantojo de Koons. La distancia es a¨²n larga y la desigualdad es a¨²n profunda.
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