Sin perd¨®n
Las crisis de deuda soberana se han saldado mayoritariamente con reestructuraciones. Ahora los bancos centrales deber¨ªan comprarla y dejarla en su balance para siempre
Hace unos d¨ªas, los ministros de los pa¨ªses ricos que forman el G7 acordaron una moratoria de la deuda para los 76 pa¨ªses m¨¢s pobres del planeta. Se trata de ayudar a los m¨¢s vulnerables para que combatan al coronavirus con todos sus recursos. Sobre la mesa, 20.000 millones de d¨®lares de los 32.000 que tienen que pagar. Parece mucho, pero representa una ¨ªnfima parte de los 34 billones de d¨®lares a que ascendi¨® el PIB de los siete ricos en 2019. ?Debe seguir el G7 adelante y declarar la moratoria? ?No ser¨ªa mejor perdonar la deuda o, al menos, reestructurarla? O los deudores, ?deber¨ªan no pagar, dadas las circunstancias actuales? Y Europa, ?qu¨¦ har¨¢ con tanta deuda despu¨¦s de la pandemia?
?Qu¨¦ ense?anzas cabe extraer del pasado de moratorias y reestructuraciones de la deuda? ?Puede un repaso hist¨®rico ayudar a la toma de decisiones? Para empezar, dos lecciones: el perd¨®n nunca, o casi nunca, ha existido y los repudios sobresalen por su ausencia. Lo com¨²n han sido las suspensiones temporales de pago seguidas de reestructuraciones, siempre m¨¢s dolorosas para los deudores que para los acreedores.
Las reestructuraciones de las deudas soberanas, las emitidas por los Estados, son tan antiguas como la deuda misma. Y tienen aspectos comunes con las salas de urgencia de los hospitales. El enfermo llega despu¨¦s de ocurrido el accidente, o cuando la enfermedad est¨¢ en estado avanzado. El m¨¦dico, el reestructurador, act¨²a bajo presi¨®n. Si el paciente se salva, esto es, se evita la quiebra de la econom¨ªa, ni el enfermo ni el sanitario se volver¨¢n a ver, se olvidar¨¢n de su encuentro, hasta la pr¨®xima crisis.
Desde el mundo antiguo, ni un solo pa¨ªs soberano se ha salvado de alguna suspensi¨®n de pagos (temporal o definitiva), o de verse obligado a pedir moratorias de pagos y luego negociar reestructuraciones: aplazamientos, rebajas de tipos de inter¨¦s, quitas del principal de la deuda. Grecia protagoniz¨® el primer default, en el a?o 377 antes de Cristo, cuando decenas de polis no cumplieron sus obligaciones. En la Edad Moderna las crisis de deuda (impagos de los soberanos) se resolv¨ªan mediante la devaluaci¨®n de las monedas y la inflaci¨®n y tambi¨¦n con reestructuraciones: las hicieron las grandes monarqu¨ªas europeas. A cada suspensi¨®n de pagos del rey Felipe II le segu¨ªa una negociaci¨®n con sus prestamistas, los banqueros flamencos y genoveses, y la Corona reanudaba los pagos. La deuda contra¨ªda con el sindicato de comerciantes de Londres por el rey William III de Inglaterra se resolvi¨® otorg¨¢ndoles el privilegio para que crearan el Banco de Inglaterra en 1694. El Banco de San Carlos, origen remoto del Banco de Espa?a, se fund¨® en 1782 con la finalidad de hacer sostenible la deuda de la Monarqu¨ªa y evitar su quiebra.
Los repudios fueron episodios excepcionales. El primero fue el que decret¨® la Francia revolucionaria. Los bonos emitidos por la Asamblea Nacional en 1790, los c¨¦lebres assignat, primero se monetizaron convirti¨¦ndolos en billetes y despu¨¦s fueron repudiados por el Directorio de la Primera Rep¨²blica en 1796. Luego ha habido otros: el repudio de la deuda contra¨ªda por los Estados del Sur durante la guerra de secesi¨®n; a su t¨¦rmino, Washington declar¨® que se trataba de una ¡°deuda odiosa¡± pues hab¨ªa servido para financiar el sistema esclavista. Tampoco pagaron la deuda zarista los bolcheviques en 1917; ni Mao Zedong en 1949; ni Fidel Castro en 1960.
Frente a estos casos, la mayor¨ªa de los pa¨ªses endeudados y sin recursos se han visto obligados de una u otra manera a renegociar su deuda. ¡°Sin perd¨®n¡± es la m¨¢xima que ha inspirado la actuaci¨®n de los prestamistas, ya fuesen Estados o banqueros privados. Desde 1815 hasta hoy, se han producido 358 reestructuraciones de deuda soberana, que han afectado a 91 naciones independientes. M¨¢s de una por a?o. Guerras, revoluciones y Gobiernos manirrotos e irresponsables han estado y est¨¢n detr¨¢s del excesivo endeudamiento de los Estados.
Las guerras de independencia de las rep¨²blicas latinoamericanas se financiaron colocando deuda en los mercados de Londres y Par¨ªs. En 1820 no pudieron devolverla y suspendieron pagos. En 1826, la Bolsa de Londres se cerr¨® para las emisiones latinoamericanas. Pero como sus Haciendas siguieron necesitando dinero, tuvieron que renegociar los impagos con reestructuraciones que se alargaron durante a?os. En Centroam¨¦rica y en el ¨¢rea del Caribe, con Gobiernos d¨¦biles y corruptos, los acreedores, los bonistas, forzaban la invasi¨®n del pa¨ªs para hacerse con la recaudaci¨®n de aduanas. El bloqueo anglofranc¨¦s del R¨ªo de la Plata o la ocupaci¨®n de Veracruz en 1914 son solo dos ejemplos de la gunboat diplomacy que tambi¨¦n se emple¨® en otros lugares, como Egipto en 1880 o en Grecia en 1898.
En la Europa del siglo XIX tanto en el caso de los grandes (Reino Unido, Francia, Alemania despu¨¦s de 1871) como en los peque?os (B¨¦lgica, Holanda, los escandinavos), las suspensiones de pago fueron la excepci¨®n. Los Gobiernos aprendieron a gestionar su endeudamiento y la disciplina fiscal y monetaria del patr¨®n oro hizo el resto. Espa?a, Grecia y Portugal se salieron de la regla y cambios de r¨¦gimen pol¨ªtico condujeron a interrumpir los pagos, si bien luego tuvieron que negociar arreglos con los bonistas. Aquellos pa¨ªses de ?frica y Asia que gozaron de independencia, como China, Egipto y Sud¨¢frica, cometieron defaults, que luego arreglaron reanudando pagos. Solo Jap¨®n se comport¨® como un buen deudor.
La historia del siglo XX es muy distinta. Tres fases. La primera catastr¨®fica. La segunda tranquila y la tercera turbulenta. Los principales episodios afectaron simult¨¢neamente a muchos pa¨ªses. Se trat¨® de crisis sist¨¦micas. Adem¨¢s, los Estados pasaron a tener un mayor protagonismo como acreedores, aunque los agentes privados tambi¨¦n estuvieron presentes. El n¨²mero de reestructuraciones fue muy superior al registrado en el siglo anterior.
La primera gran crisis de deuda sigui¨® a la Primera Guerra Mundial. Los pa¨ªses implicados fueron casi en su totalidad europeos y forman parte de los pa¨ªses m¨¢s ricos del mundo hoy en d¨ªa. Una importante novedad fue que se trat¨® de deuda ¡°oficial¡±, es decir, deudas de Gobierno a Gobierno y, por tanto, las renegociaciones se hicieron entre Estados. Su resoluci¨®n llev¨® 10 a?os, a trav¨¦s de costosos procesos de prueba y error hasta encontrar el definitivo alivio, con una condonaci¨®n forzada, en buena parte, por la desastrosa situaci¨®n de la econom¨ªa mundial tras la Gran Depresi¨®n.
El gran deudor fue Alemania. El Tratado de Versalles de 1919 impuso el pago de reparaciones a los pa¨ªses perdedores. Tras varios a?os de progresivo deterioro de la econom¨ªa alemana que desemboc¨® en un devastador proceso de hiperinflaci¨®n y la ocupaci¨®n del Ruhr por Francia y B¨¦lgica, los aliados tuvieron que reconsiderar el asunto de las reparaciones. Sucesivos acuerdos, empezando con el llamado Plan Dawes en 1924, extendieron los plazos, disminuyeron las anualidades a pagar y, finalmente, redujeron el principal hasta que la situaci¨®n creada por la Gran Depresi¨®n oblig¨®, en 1932, un acuerdo que parec¨ªa solucionar definitivamente el enojoso asunto de las reparaciones. No hubo perd¨®n: Alemania ten¨ªa que pagar, aunque se redujo muy considerablemente el importe final exigido. La Gran Depresi¨®n afect¨® tambi¨¦n al resto de pa¨ªses con deudas de guerra, provocando suspensiones de pagos de intereses, la adopci¨®n de controles de cambio y declaraciones unilaterales para anular deudas pendientes. En 1934, Washington condon¨® la deuda a sus aliados y forz¨® a sus deudores, el Reino Unido y Francia, a que hicieran lo propio con los suyos, una decisi¨®n muy excepcional.
Alemania no fue incluida en la condonaci¨®n, pues el Gobierno nazi declar¨® una suspensi¨®n unilateral de pagos en 1933, poco despu¨¦s de subir Hitler al poder. El asunto se retom¨® finalizada la Segunda Guerra Mundial, ya en plena guerra fr¨ªa. La conveniencia de estabilizar la econom¨ªa de la reci¨¦n creada RFA, llev¨® a los aliados, liderados por EE UU, a una revisi¨®n de las obligaciones de pago germanas, tanto p¨²blicas como privadas. El Acuerdo de Londres de 1953 redujo la deuda pendiente de Alemania en m¨¢s del 50%, la cuarta parte del PIB alem¨¢n de ese a?o. Supuso sacrificios no s¨®lo para el mayor acreedor, EE UU, sino tambi¨¦n para otras econom¨ªas, como las del Reino Unido, Francia e incluso Grecia. El semiperd¨®n facilit¨® el auge econ¨®mico de la RFA e hizo que Alemania dejase de ser el m¨¢s conspicuo moroso de la econom¨ªa internacional.
Despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, en el mundo creado por los acuerdos de Bretton Woods y la imposici¨®n de control a los movimientos de capital, el endeudamiento internacional estuvo limitado y apenas se conocen reestructuraciones. Con el fin de la Edad de Oro, suspensiones de pago y reestructuraciones regresaron al centro del escenario. Durante la d¨¦cada de los setenta, el mundo se endeud¨® esta vez con la gran banca internacional. El volumen de pr¨¦stamos suscritos por diversos Gobiernos, muy en particular los latinoamericanos, se dispar¨®. Cuando a principios de los ochenta vencieron los cr¨¦ditos, el cambio de coyuntura provocado por la crisis del petr¨®leo hab¨ªa hecho escalar los costes de los pr¨¦stamos hasta el punto de poner en jaque las finanzas p¨²blicas.
El peso de la deuda externa contra¨ªda en a?os anteriores se hizo agobiante, no solo en Latinoam¨¦rica, sino tambi¨¦n en muchas naciones de ?frica, Asia y Europa oriental. A los deudores les qued¨® elegir entre dos opciones a cual peor: suspender el pago de la deuda o llevar a cabo un doloroso ajuste. La crisis de la deuda externa marc¨® la d¨¦cada de los ochenta. No se produjo una cat¨¢strofe financiera mundial, pero su resoluci¨®n fue lenta y azarosa, emponzo?¨® las relaciones comerciales y financieras entre acreedores y deudores, da?¨® la cooperaci¨®n internacional y no permiti¨® la vuelta a la ¡°normalidad¡±. Fueron diez a?os de batalla en la que todos perdieron algo, m¨¢s los pobres que los ricos.
El primero en caer fue M¨¦xico: en agosto de 1982, cuando su ministro de Finanzas anunci¨® en Nueva York que no podr¨ªa hacer frente a sus compromisos. Si no recib¨ªa ayuda inmediata, M¨¦xico se declarar¨ªa en quiebra. Sigui¨® Argentina, con una astron¨®mica deuda dejada por la dictadura c¨ªvico-militar. Y Brasil se sum¨® a la lista de pa¨ªses en ruina ese a?o de 1982. Despu¨¦s de una d¨¦cada perdida con ca¨ªdas del PIB, desempleo, pobreza, la soluci¨®n lleg¨®, tras el fracaso de las negociaciones entre Gobierno, bancos y el FMI, con el c¨¦lebre Plan Brady de 1992. Nada de perd¨®n, sino duras reestructuraciones: cambios de deuda vieja vencida e impagada, por deuda nueva, con quitas y aplazamiento de vencimientos. Los acreedores recuperaron una parte de lo prestado y los deudores pagaron menos de lo que deb¨ªan, pero imponiendo elevados sacrificios a la poblaci¨®n.
Al vendaval latinoamericano le siguieron las crisis de los pa¨ªses de econom¨ªa planificada: la URSS y varios pa¨ªses de Europa del Este, endeudados con la banca alemana y francesa. Sin reservas internacionales, no pudieron cumplir sus compromisos. Se vieron obligados a reestructurar su deuda, pedir m¨¢s cr¨¦dito y dedicar sus recursos a las devoluciones. Volv¨ªan a la democracia, pero tampoco hubo perd¨®n.
Y sin soluci¨®n de continuidad lleg¨® la pandemia asi¨¢tica: en 1997 estallaron las crisis financieras de los emergentes del sudeste asi¨¢tico: Tailandia, Indonesia, Corea. Y un a?o despu¨¦s el torbellino arras¨® Rusia, y otra vez M¨¦xico, Argentina y Brasil. Se aplazaron vencimientos y se suspendieron pagos. Y tras las quiebras, de iure o de facto, sin acceso a los mercados internacionales de capital, llegaron las reestructuraciones con la medicina cl¨¢sica: cr¨¦ditos de urgencia, trueque de deuda vieja por deuda nueva, p¨ªldoras del Consenso de Washington: liberalizaci¨®n de mercados, privatizaciones de empresas p¨²blicas: menos Estado, m¨¢s mercado.
La crisis financiera de 2007-2008 asimismo ha forzado dram¨¢ticas y complejas reestructuraciones de deuda con Grecia como pa¨ªs m¨¢s afectado. Atenas tuvo que acudir al FMI en abril de 2010, cuando su deuda con los bancos alcanzaba el 140% del PIB. Entonces empez¨® un calvario que ha durado ocho a?os, ha costado tres programas de rescate por 260.000 de euros, tres Gobiernos, una suspensi¨®n de pagos, un refer¨¦ndum, un aumento de la deuda al 177% y un descenso del 25% del PIB. En 2018 se lleg¨®, por fin a un acuerdo. No implic¨® condonaci¨®n alguna: sino un pr¨¦stamo final de m¨¢s de 270.000 euros con un aplazamiento de vencimientos, una carencia de diez a?os que puede llegar a otros diez, esto es, hasta 2040. A cambio, m¨¢s reformas y una vigilancia continua por los hombres de negro de la infausta troika.
Terminemos. Por qu¨¦ se reestructuran las deudas en lugar de no pagarlas cuando llegan a ser tan agobiantes que impiden el crecimiento y la poblaci¨®n las considera ¡°odiosas¡±. En esencia, porque repudiar tiene elevados costes y negociar tiene sus ventajas. A los deudores les interesa mantener su reputaci¨®n frente a los acreedores porque significa tipos de inter¨¦s m¨¢s bajos en el futuro. Y tambi¨¦n por el temor a sanciones, que les apartar¨ªan de los mercados de capitales hasta que se resolviese el impago. Le pas¨® a la URSS hasta el fin del comunismo y le pasa a Cuba, que ni siquiera es miembro del FMI. Los acreedores se sientan a la mesa para recuperar, si no todo, algo de su capital y de los intereses. Un rasgo de las reestructuraciones es que son siempre dolorosas. M¨¢s para los deudores que para los acreedores. Porque los deudores siempre terminan pagando, generaci¨®n tras generaci¨®n. Los Estados soberanos no quiebran. Eso lo saben los prestamistas, como tambi¨¦n saben que el riesgo de eventuales quitas, por importantes que sean, se ve compensado por la alta rentabilidad de la deuda soberana. En los ¨²ltimos 200 a?os, el rendimiento medio de la deuda soberana de los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo y pobres ha estado casi cuatro puntos por encima de lo que han rendido los t¨ªtulos sin riesgo, por ejemplo, los bonos de alemanes o los norteamericanos, hasta ahora considerados de riesgo cero.
Pero aliviar la carga de la deuda de los prestatarios, al menos moment¨¢neamente, es, en ocasiones, la ¨²nica v¨ªa para impulsar la recuperaci¨®n econ¨®mica que garantice el pago de la deuda. Por eso, se alargan los plazos de pago a cambio de asumir tasas de inter¨¦s m¨¢s elevadas; o se mantienen los vencimientos y los banqueros aceptan quitas o rebaja de tasas. O, como en las reestructuraciones m¨¢s recientes, se intercambia deuda vieja, impagada y atrasada, por t¨ªtulos nuevos y mejor garantizados. O se propone una moratoria, pero raramente se contempla el perd¨®n, pues condonar la deuda podr¨ªa ser un peligroso precedente para futuros deudores. El temor al riesgo moral ha sido hist¨®ricamente m¨¢s fuerte que cualquier consideraci¨®n acerca del sufrimiento de poblaciones azotadas por crisis de todo tipo.
?Y qu¨¦ vamos a hacer ahora cuando el tama?o de la deuda de los Estados europeos asuste a los banqueros y fondos de inversi¨®n? ?Qui¨¦n la va a pagar, las generaciones de hoy o las futuras? Que nadie espere un perd¨®n. O quiz¨¢ mejor: no deber¨ªa devolverse. Que la sigan comprando los bancos centrales, en nuestro caso el BCE, y se la quede en su balance, en su bolsillo, para siempre o para ¡°cuando vengan tiempos mejores¡±. Si los bancos centrales nacieron en todo el mundo para salvar monarqu¨ªas y Estados nacionales, que salven ahora ciudadanos de a pie.
Pablo Mart¨ªn-Ace?a y Elena Mart¨ªnez Ruiz son profesores en la Universidad de Alcal¨¢.
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