Pl¨¢cido Arango, el arte de vivir
Fallecido el lunes en Madrid a los 88 a?os, el empresario fue por casi medio siglo, sin haber tenido un puesto en el servicio diplom¨¢tico, el embajador cultural de M¨¦xico ante Espa?a
En el agresivo mundo que nos ha tocado vivir, lleno de ruido y furia que poco o nada significan, hay palabras que han pasado a desuso. Una de ellas es la palabra caballerosidad. M¨¢s que un acto, es una actitud, un sin¨®nimo de gentileza, discreci¨®n, cuidado de las formas. Esa virtud, necesaria en la diplomacia, esencial en la amistad, caracteriz¨® a Pl¨¢cido Arango, caballeroso amigo [fallecido el lunes en Madrid a los 88 a?os] que, sin haber tenido un puesto en el servicio diplom¨¢tico, fue por casi medio siglo el embajador cultural de M¨¦xico ante Espa?a.
Lo conoc¨ª en noviembre de 1993, cuando presid¨ªa el Patronato de la Fundaci¨®n Pr¨ªncipe de Asturias. Ese a?o, M¨¦xico obtuvo dos premios Pr¨ªncipe de Asturias: el de Historia y Ciencias Sociales, otorgado al eminente historiador Silvio Zavala, y el de Humanidades, que recibi¨® la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz. Haciendo siempre honor a su nombre, Pl¨¢cido dirig¨ªa los actos con una serena elegancia. Uno sent¨ªa que esa ceremonia tan reciente ten¨ªa tras de s¨ª un abolengo centenario, casi medieval. Le alegr¨® la decisi¨®n del jurado, no solo por tratarse de M¨¦xico, sino de Am¨¦rica Latina.
Como un indiano que vuelve y conquista la tierra de sus ancestros sin renunciar a su tierra natal, Pl¨¢cido alcanz¨® el reconocimiento general de la sociedad espa?ola, al margen de bander¨ªas e ideolog¨ªas. Por eso su papel fue tender puentes entre las dos orillas del Atl¨¢ntico. Siempre crey¨® que la alianza hist¨®rica de Espa?a deb¨ªa ser con nuestros pa¨ªses, y que en esa alianza la cultura era nuestra fuerza espec¨ªfica. Pensaba que, juntas, nuestras fr¨¢giles democracias podr¨ªan consolidarse y enriquecerse.
Naci¨® en el puerto petrolero de Tampico, en el golfo de M¨¦xico, en 1931. Su padre fue uno de los muchos j¨®venes asturianos que "hicieron la Am¨¦rica" en M¨¦xico en diversos ¨¢mbitos de la industria y el comercio. Creativo y vital, muri¨® en plenitud a los 99 a?os en el puerto de Acapulco. Sus tres hijos fueron pr¨®digos en cualidades propias y complementarias: Jer¨®nimo, el mayor, visionario, cult¨ªsimo, reservado, es estoico en la tradici¨®n de S¨¦neca. Manuel, el menor, practica con gran ¨¦xito y sin ostentaci¨®n una ejemplar labor filantr¨®pica. Pl¨¢cido, el hijo intermedio, era c¨¢lido, emotivo e imaginativo, un epic¨²reo en la tradici¨®n cl¨¢sica: la del amor a la vida y al arte.
Pl¨¢cido -o "Pach¨ªn", como le llamaban sus viejos amigos- estudi¨® econom¨ªa en Instituto Tecnol¨®gico Aut¨®nomo de M¨¦xico (ITAM), fundado en 1946 por el empresario Ra¨²l Bailleres. Fue condisc¨ªpulo de su hijo Alberto Bailleres, actual decano del empresariado mexicano, y de Miguel Mancera Aguayo, exdirector del Banco de M¨¦xico. "Era simp¨¢tico, jovial, inteligente, y 'muy vivo', siempre impecablemente vestido de corbata y traje", recuerda Mancera. El maestro que los form¨® fue don Miguel Palacios Macedo, un economista fil¨®sofo educado en Francia con ?tienne Gilson, cuya m¨¢xima favorita era "La econom¨ªa no es una f¨ªsica". Habiendo vivido la carest¨ªa y la inflaci¨®n en Europa, Palacios Macedo inculc¨® en sus alumnos un humanismo econ¨®mico muy lejano a las fr¨ªas tradiciones anglosajonas. De esa ra¨ªz provino Pl¨¢cido. Su labor empresarial se desdoblaba de manera natural hacia el mundo del arte. Su esposa Maite lo acompa?¨® desde el inicio en esa traves¨ªa cultural.
En M¨¦xico, la familia Arango ten¨ªa una importante f¨¢brica de camisas y fue la primera en fundar una tienda de autoservicios llamada "Aurrer¨¢". El nombre, que significa "adelante" en vasco, fue un hallazgo onomatop¨¦yico: promet¨ªa que la compra ser¨ªa un ahorro. Recuerdo haber ido de ni?o con mi abuela de compras al primer "Aurrer¨¢" en el centro de la ciudad y a?os despu¨¦s al inmenso y ultramoderno "Aurrer¨¢" de Avenida Universidad, que compet¨ªa con cualquier mall americano. Por esos a?os, en mancuerna con el publicista Augusto El¨ªas, los Arango produjeron un programa de televisi¨®n que hizo historia: El gran premio Aurrer¨¢ de los 64,000 pesos. Cada semana un concursante respond¨ªa a una nueva pregunta sobre el tema que hab¨ªa elegido. Pod¨ªa retirarse con lo ganado o aspirar a m¨¢s (con riesgo de perderlo todo), hasta llegar a aquella gigantesca cifra. Recuerdo que alguien obtuvo el premio mayor enumerando uno por uno a los aliados de Agamen¨®n en La Il¨ªada. Ese popular programa fue nuestra escuela libre de humanidades.
A mediados de los sesenta, Pl¨¢cido puso casa aparte en Espa?a. All¨ª fund¨® los famosos "Vips" que, significativamente, eran restaurantes dotados de una secci¨®n de libros y revistas. Tras su gesti¨®n seminal en la Fundaci¨®n Pr¨ªncipe de Asturias (1987-1996), entre 2007 y 2012 fue presidente del Museo del Prado, y lo llev¨® a un nivel a¨²n mayor de excelencia. Para probar su compromiso en la pr¨¢ctica, don¨® al Prado veinticinco obras (Goya, Zurbar¨¢n Vald¨¦s Leal, entre otros ) de su colecci¨®n personal. ?Con cu¨¢nto orgullo me regal¨® el libro conmemorativo de esa donaci¨®n! Hab¨ªa devuelto a Espa?a una parte de lo que Espa?a le hab¨ªa dado.
Cada a?o ten¨ªamos una cita en Madrid, por lo general en El Bodeg¨®n, su restaurante, donde invitaba a escritores e historiadores. La conversaci¨®n inteligente era parte de la etiqueta, tanto como el platillo perfecto y un gran Rioja. Alguna vez lo vi en su casa del Valdemosillo, cuyo estudio -concebido por su pareja, la notable escultora Cristina Iglesias- tiene una instalaci¨®n que semeja un pasaje al infinito. Rodeados de sus cuadros y sus libros, hablamos de historia, pero sobre todo de M¨¦xico, cuya suerte lo preocup¨® siempre.
Su risa espont¨¢nea y f¨¢cil contagiaba alegr¨ªa y buen humor. Noble y discreto, como buen caballero, aportaba el ¨¢ngulo sutil, el tema para abrir boca. "?Quieres que te cuente el trasfondo?", le pregunt¨¦ la ¨²ltima vez, sobre alg¨²n tema espinoso. "?Por supuesto!", me dijo, "y te juro que, digas lo que me digas, no saldr¨¢ de Espa?a".
Qu¨¦ injusto es limitar a mil palabras la vida luminosa de un amigo. Es triste pensar que la conversaci¨®n termina. Supongo que en estos casos Pl¨¢cido volv¨ªa a los cl¨¢sicos, como Cicer¨®n: "Por ello los ausentes est¨¢n presentes, los necesitados est¨¢n en la abundancia, los d¨¦biles son fuertes y ... los muertos viven: tan grande es la honra, el recuerdo, la a?oranza de los amigos que los acompa?a¡"
Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras Libres.
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