El Estado protector
Los m¨¢s vulnerables no pueden arriesgarse a que un d¨ªa les anuncien que se ha hecho el 100% de lo que se pudo
A finales de los a?os noventa del pasado siglo, cuando M¨¦xico comenzaba a salir de la D¨¦cada P¨¦rdida, en Champot¨®n, un peque?o pueblo del Estado de Tabasco, tras el escenario montado en la plaza mayor para despedir al alcalde saliente colgaba una pancarta que solemnemente anunciaba ¡°Se hizo el 100% de lo que se pudo¡±. Lo que entonces parec¨ªa un ingenuo producto de propaganda pol¨ªtica, hoy, tras una pandemia que ha contagiado a m¨¢s de 100 millones de personas, matado a m¨¢s de dos millones de ciudadanos, y destruido centenares de miles de empresas y empleos en todo el mundo, resulta una descripci¨®n realista de la capacidad de los Estados para contrarrestar los efectos sobre nuestras vidas de los shocks inesperados.
En todo el mundo, las pol¨ªticas p¨²blicas han sido las que han evitado que la cat¨¢strofe fuese a¨²n mayor. Sin las medidas de confinamiento adoptadas, sin la coordinaci¨®n de la investigaci¨®n sobre las vacunas, sin los est¨ªmulos monetarios y fiscales, sin los instrumentos de protecci¨®n de rentas y empresas, hoy estar¨ªamos peor de lo que estamos. Los errores de predicci¨®n ¡ªpor pesimistas¡ª de los expertos dan la raz¨®n a la vicepresidenta econ¨®mica del Gobierno cuando, en sede parlamentaria, recientemente afirm¨® que, sin medidas, el PIB espa?ol hubiera ca¨ªdo m¨¢s del doble del 11% efectivamente registrado y que la destrucci¨®n de empleo se hubiera multiplicado por cuatro. Duro, pero realista: se hizo lo que hab¨ªa que hacer, y gracias a ello lo peor se ha evitado.¡±
La necesidad de resituar el papel del Estado en la sociedad y en la econom¨ªa va a ser otro de los legados disruptivos de la covid. Declaraciones ideol¨®gicas del tipo ¡°la sociedad no existe¡± o ¡°el Gobierno es el problema, no la soluci¨®n¡± est¨¢n tan fuera de lugar como mantener que la tierra es plana.
Hemos aprendido que nuestra salud, nuestra prosperidad, el mantenimiento de nuestra empresa o de nuestro puesto de trabajo, nuestra movilidad y libertades dependen de lo que le ocurre a los dem¨¢s. La agenda y las prioridades han cambiado, los instrumentos tambi¨¦n y con ellos la capacidad del Estado y del mercado para agregar las preferencias sociales.
Definir con realismo lo que el Estado puede y debe hacer es una tarea compleja para la que no hay respuestas t¨¦cnicas, sino pol¨ªticas. En general, la historia nos dice que funcionan mejor las soluciones de cooperaci¨®n que las de hegemon¨ªa de uno sobre el otro. A Europa le fue bien cuando acometi¨® su reconstrucci¨®n bajo el lema de ¡°con el mercado hasta donde se pueda, con el Estado cuando sea necesario¡±, y nos ha ido peor cuando nos hemos encelado en el Estado empresario o en experimentos desregulatorios.
Ser¨ªa una oportunidad perdida si, en respuesta a los excesos del pasado o cegados por el temor a lo incierto, trat¨¢ramos de convertir al Estado en un ejecutor serial de ¡°proyectos¡± similares a los que permitieron llegar a la luna: acabar con la pobreza y la desigualdad en el mundo, digitalizar inclusivamente, o descarbonizar la econom¨ªa.
En primer lugar, porque este relato tropieza con el inconveniente factual de que al frente del proyecto Apolo no estuvo la administraci¨®n de Estados Unidos, sino la NASA, una agencia que gestion¨® los recursos p¨²blicos que recibi¨® con procedimientos y criterios estrictamente privados. En segundo lugar, porque el Estado ni est¨¢ dise?ado ni tiene la capacidad, por s¨ª mismo, para resolver ninguno de esos problemas. Y viceversa.
Para hacer frente a las fallas del mercado hace falta la capacidad del Estado para gravar impositivamente, subsidiar, regular o cambiar derechos de propiedad. Para resolver las fallas del sector p¨²blico y su potencial captura hacen falta competencia, transparencia y procedimientos reglados de rendici¨®n de cuentas.
En todos los casos, hacen falta mecanismos expl¨ªcitos de gobernanza y pol¨ªticas de evaluaci¨®n rigurosas de los resultados. Para esa alianza p¨²blico-privada no hace falta reinventar mucho: solo se necesita estar dispuesto a debatir y a consensuar reglas y procedimientos. Y aparcar la persecuci¨®n de utop¨ªas que pueden despistarnos de lo realmente urgente: volver a crecer gracias a las inversiones y las reformas.
La del Estado protector, o la del neo-pobrismo, son distop¨ªas. Es decir, la inevitabilidad de resignadamente aceptar que no es posible seguir creciendo porque todo modelo de crecimiento es un juego de suma cero que empeora la distribuci¨®n o compromete la sostenibilidad del planeta, es una idea ficticia. Especialmente para los m¨¢s vulnerables. Los que no pueden arriesgarse a que un d¨ªa les anuncien que se ha hecho el 100% de lo que se pudo.
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