Repensar el modelo
La transformaci¨®n no solo pasa por pol¨ªticas m¨¢s justas e innovadoras, tambi¨¦n por el cambio de actitud individual
El enorme impacto de la pandemia que afecta a todo el mundo ha hecho que lo que apenas hace unas semanas parec¨ªa indiscutible hoy haya dejado de serlo. En estos momentos, los esfuerzos de personas e instituciones se deben centrar en el objetivo prioritario, que no es otro que evitar todas las muertes posibles. Una segunda tarea es tratar de dar una respuesta adecuada a la compleja combinaci¨®n de dificultades sociales y econ¨®micas derivadas de este shock, ampliando la cobertura de las necesidades de los hogares vulnerables e impulsando estrategias de ayuda a las industrias y las empresas.
La atenci¨®n a lo urgente, sin embargo, no debe impedir la necesaria reflexi¨®n sobre el impacto de esta crisis en la propia concepci¨®n de nuestro modelo de producci¨®n y consumo. Una lecci¨®n inmediata de lo que est¨¢ sucediendo es la quiebra de las seguridades que parec¨ªa garantizar ese modelo. El globo se ha pinchado y parece evidente que las sociedades de mercado no son el mejor de los mundos posibles, incuestionables y sin riesgos.
La crisis que estamos viviendo nos ofrece algunas consecuencias relevantes. Por un lado, se ha confirmado, de forma categ¨®rica, el papel irreemplazable del sector p¨²blico en la cobertura de los riesgos sociales. Las quejas de los ciudadanos parecen demandar una actuaci¨®n m¨¢s intensa y eficaz de los poderes p¨²blicos. Por otra parte, esta crisis tambi¨¦n ha generado efectos positivos sobre las actitudes individuales. Algunos analistas dicen que saldremos de ella m¨¢s fuertes, m¨¢s unidos y tal vez m¨¢s sabios. Tal como sucedi¨® al terminar la Segunda Guerra Mundial, cuando el impulso de solidaridad forjado durante el conflicto b¨¦lico consolid¨® el apoyo mutuo entre el capitalismo desarrollado y el Estado de bienestar, el contexto actual puede ser una gran oportunidad para recomponer la cohesi¨®n social.
Habremos de reflexionar, por tanto, sobre la arquitectura del modelo econ¨®mico. Hemos llegado a esta crisis cuando la exaltaci¨®n de la ideolog¨ªa del mercado ha alcanzado cotas m¨¢ximas. La rendici¨®n a sus principios como gu¨ªa ordenadora de nuestras formas de convivencia b¨¢sicas ha sido incondicional, pese a sus muchas carencias en t¨¦rminos de equidad y eficiencia. Se apost¨® por la desregulaci¨®n de la econom¨ªa y la idea de que los mercados por s¨ª solos pod¨ªan dar cuenta de todos los problemas organizativos y sociales.
Es verdad que resulta absurdo negar las aportaciones de la econom¨ªa de mercado a la mejora del bienestar. La apertura y la expansi¨®n de los mercados ha sido una causa fundamental del crecimiento econ¨®mico en casi todos los pa¨ªses del mundo. La econom¨ªa de mercado se ha consolidado a lo largo del tiempo como un sistema que puede favorecer el desarrollo, reducir la pobreza en ciertas circunstancias, incrementar la productividad y fomentar la iniciativa empresarial. Podr¨ªa decirse, incluso, que los mercados han hecho posible que mucha gente se sienta con capacidad de decidir sobre su propia vida.
Cuando el paradigma del mercado impregna, sin embargo, el conjunto de las relaciones sociales, esos logros se contraponen a una amplia variedad de valores cuestionables, como la defensa excesiva del propio inter¨¦s, la inmoderaci¨®n del deseo o el consumismo, la urgencia por satisfacer en el plazo m¨¢s breve las necesidades materiales o la absolutizaci¨®n del trabajo remunerado como el ¨²nico con capacidad para generar valor. Todo cuanto surge del mercado y sus consecuencias tiende a interpretarse como algo natural, poco discutible y en cuyo ¨¢mbito carece de sentido aplicar las categor¨ªas de justicia. La medida ¨®ptima del bienestar de una sociedad la dar¨ªa, desde esta perspectiva, el crecimiento econ¨®mico. Este fetichismo, en palabras de Stiglitz, lleva a que cualquier incremento de la producci¨®n se valore positivamente, con independencia de sus efectos sobre la desigualdad o el medio ambiente.
El crecimiento, sin embargo, no siempre ha implicado m¨¢s bienestar para todos. La cesi¨®n al mercado de mayores cuotas en la producci¨®n de servicios de bienestar social y la progresiva erosi¨®n del sector p¨²blico han hecho que incluso en las mareas altas muchos hogares no participaran del crecimiento agregado. La progresiva mercantilizaci¨®n de los espacios sociales genera, adem¨¢s, frustraci¨®n en amplias capas de la poblaci¨®n, que ven c¨®mo con sus limitados recursos no pueden acceder a los patrones de consumo esperados. En la pr¨¢ctica, la multiplicaci¨®n de elecciones que parece procurar el mercado ni es real ni se corresponde siempre con estados superiores de bienestar.
Especialmente preocupante es la creciente subordinaci¨®n de los criterios de justicia distributiva al objetivo de mejorar la eficiencia. Desde la ideolog¨ªa defensora a toda costa del mercado, ese ¨²ltimo logro parece incompatible con la reducci¨®n de la desigualdad, hipot¨¦tica causante de la disminuci¨®n de los incentivos de los agentes econ¨®micos y, por tanto, del crecimiento de la producci¨®n. La ideolog¨ªa de mercado parece ignorar motivaciones m¨¢s profundas de los individuos, que la econom¨ªa del comportamiento nos est¨¢ ayudando a descubrir. El ejemplo reciente de las respuestas solidarias ante la pandemia encuentra su fundamento en algo que, sin duda, va m¨¢s all¨¢ de la interdependencia de las utilidades con las que se ha pretendido cosificar el altruismo en buena parte de las representaciones de la econom¨ªa. La realidad choca sistem¨¢ticamente con el universo estable y repetitivo en que estas ¨²ltimas se basan y donde se presume que el riesgo es calculable.
La transformaci¨®n del modelo en el que estamos instalados no solo pasa por la implementaci¨®n de pol¨ªticas m¨¢s justas e innovadoras, sino tambi¨¦n por el cambio en las actitudes individuales. Ser¨¢ dif¨ªcil progresar si no somos capaces de reconocer nuestra vulnerabilidad compartida ante un mundo lleno de l¨ªmites. Es posible que la superaci¨®n de esta pandemia pueda dar lugar a nuevos contratos sociales. La clave en la gestaci¨®n del necesario consenso para promover los cambios no ser¨¢ tanto cuestionar de ra¨ªz la econom¨ªa de mercado cuanto identificar cu¨¢les son sus l¨ªmites como sistema de organizaci¨®n social. Ello permitir¨¢ redefinir los objetivos generales de crecimiento, conjugando las responsabilidades colectivas y las individuales y redefiniendo el papel del Estado y de las instituciones privadas. Por lo que respecta a los cambios individuales, la adopci¨®n de estilos de vida m¨¢s sencillos y comprometidos con la respuesta a los grandes desaf¨ªos globales ser¨¢ una de las posibles v¨ªas para avanzar hacia un modelo m¨¢s sobrio e inclusivo, a la vez que puede ser la se?al con la que transmitamos a las siguientes generaciones qu¨¦ es lo que m¨¢s valoramos.
Luis Ayala es profesor de Econom¨ªa en la UNED.
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