Espa?a se sobrepuso a la peste negra, pero con una recuperaci¨®n lenta y desigual
El rebote de la actividad tras la crisis del final de la Edad Media vino de la mano de una intensificaci¨®n de la producci¨®n agr¨ªcola
Europa vivi¨® su primera gran depresi¨®n al final de la Edad Media. El crecimiento tanto demogr¨¢fico como econ¨®mico que hab¨ªa venido experimentando de manera sostenida desde el siglo XI se detuvo abruptamente en la segunda mitad del Trescientos cuando una serie de calamidades se abatieron sobre el continente y provocaron el hundimiento de su poblaci¨®n y la desorganizaci¨®n de su econom¨ªa. Entre ellas, la m¨¢s grave fue, sin duda, la...
CAP?TULO I. [ Ver serie completa ]
Europa vivi¨® su primera gran depresi¨®n al final de la Edad Media. El crecimiento tanto demogr¨¢fico como econ¨®mico que hab¨ªa venido experimentando de manera sostenida desde el siglo XI se detuvo abruptamente en la segunda mitad del Trescientos cuando una serie de calamidades se abatieron sobre el continente y provocaron el hundimiento de su poblaci¨®n y la desorganizaci¨®n de su econom¨ªa. Entre ellas, la m¨¢s grave fue, sin duda, la irrupci¨®n de la peste negra, el mayor desastre biol¨®gico en la historia de la humanidad, cuyo primer brote en 1348 se llev¨® consigo entre uno y dos tercios de la poblaci¨®n total, aunque en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica la media seguramente no superase el 20%. En todo caso, lo peor fue que no se trat¨® de una epidemia aislada, y a la primera oleada siguieron otras muchas en las d¨¦cadas y siglos siguientes que, aunque ya no alcanzaron la gravedad de la primera, contribuyeron a incrementar el n¨²mero total de muertes y, sobre todo, dificultaron la recuperaci¨®n.
A la peste se unieron las hambrunas y las guerras para crear un cuadro catastr¨®fico generalizado. Las hambres eran un fen¨®meno recurrente en las sociedades europeas, anteriores a la llegada de la epidemia y vinculadas a las malas cosechas y a las crisis agrarias. Pero con la progresiva comercializaci¨®n e integraci¨®n de la econom¨ªa, el abastecimiento alimentario, en particular el de las grandes ciudades, no depend¨ªa ya tanto de la producci¨®n agr¨ªcola de la propia regi¨®n como de la importaci¨®n de zonas cada vez m¨¢s alejadas. Y las hambres depend¨ªan m¨¢s del mercado ¡ªde la interrupci¨®n de los suministros, del acaparamiento, de la especulaci¨®n¡ª que de la meteorolog¨ªa.
En cuanto a la guerra, que se hab¨ªa vuelto casi permanente a lo largo del Trescientos, mucho m¨¢s importantes que las bajas en combate eran las muertes causadas por la devastaci¨®n que segu¨ªa al paso de los ej¨¦rcitos, con la destrucci¨®n de cosechas e infraestructuras, y sobre todo el exorbitante esfuerzo fiscal exigido a la poblaci¨®n para costear las campa?as militares. La nueva fiscalidad de Estado desarrollada a lo largo del siglo XIV nac¨ªa fundamentalmente para financiar la guerra, para hacer frente con los subsidios e impuestos votados en cortes, o con los recaudados directamente por las ciudades y villas reales, al creciente y ya desmedido gasto b¨¦lico, que pronto provocar¨ªa el endeudamiento de las haciendas locales e, incluso, la bancarrota de algunas de ellas y la ruina de muchas econom¨ªas familiares, en particular las campesinas, que ve¨ªan c¨®mo a las rentas y tributos se?oriales y al diezmo eclesi¨¢stico ven¨ªan a unirse ahora los impuestos reales y municipales.
Algunos autores sugieren que los problemas ven¨ªan ya de mucho antes. El crecimiento habr¨ªa tocado techo a finales del siglo XIII, cuando la poblaci¨®n eu?ropea habr¨ªa alcanzado unos niveles m¨¢ximos, imposibles de seguir manteniendo. Esta interpretaci¨®n neomalthusiana no parece aplicable a la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, pues si la Europa de 1300 pod¨ªa ser ¡°un mundo lleno¡±, no ocurr¨ªa lo mismo al sur de los Pirineos, donde la expansi¨®n territorial de los reinos cristianos a costa de Al Andalus, y la necesidad de consolidar la conquista con la colonizaci¨®n, permiti¨® transferir al sur los excedentes demogr¨¢ficos del norte. En todo caso, la conjunci¨®n de calamidades desatada desde mediados del siglo XIV se tradujo inmediatamente en un colapso demogr¨¢fico y econ¨®mico, con repercusiones tambi¨¦n a medio y largo plazo, del que Europa en su conjunto y la pen¨ªnsula Ib¨¦rica en particular tardar¨ªan mucho tiempo, m¨¢s de un siglo, en recuperarse.
Mano de obra
Ya desde los primeros momentos se arbitraron medidas para contener los efectos m¨¢s inmediatos de la crisis. La p¨¦rdida de poblaci¨®n hab¨ªa encarecido la mano de obra disponible y tanto en Castilla, la Corona de Arag¨®n y Portugal como en Inglaterra, Francia y otros pa¨ªses se dictaron ordenanzas inmediatamente despu¨¦s de la primera irrupci¨®n de la peste en 1348, fijando los salarios de jornaleros agr¨ªcolas y artesanos, incluyendo los de las mujeres, cada vez m¨¢s presentes en el mercado laboral ¡ªpor la escasez de brazos mascu?linos¡ª y cuya retribuci¨®n no siempre era la mitad que la de los trabajadores varones ¡ªaunque fuese lo m¨¢s habitual¡ª, sino que depend¨ªa del tipo de tarea.
Estas medidas de contenci¨®n salarial no resultaron efectivas, como muestra su reiteraci¨®n en la legislaci¨®n laboral, y los trabajadores, en particular los jornaleros, vivieron una verdadera ¡°edad de oro¡±, al crecer m¨¢s los salarios que los precios y, por tanto, ser mayor su poder adquisitivo. Para contrarrestar el alza de los salarios, los propietarios tambi¨¦n recurrieron a f¨®rmulas m¨¢s perversas, como la importaci¨®n de esclavos. A principios del siglo XV, por ejemplo, algunos ciudadanos de Barcelona, descontentos con los immoderats salaris que ped¨ªan los labradores y braceros, propon¨ªan a los consellers de la ciudad que se comprasen esclaus i esclaves con el fin de que aquellos volviesen al salario debido y acostumbrado.
El cataclismo demogr¨¢fico repercuti¨® igualmente en el aumento de los despoblados ¡ªal que tambi¨¦n contribu¨ªa el ¨¦xodo rural hacia las ciudades¡ª, el abandono de muchas explotaciones agr¨ªcolas y, en general, la reducci¨®n de la superficie cultivada. Menos tierra labrada en t¨¦rminos absolutos, pero m¨¢s cantidad proporcionalmente para los campesinos supervivientes y un incremento de la productividad media, ya que la producci¨®n agr¨ªcola se mantuvo bastante estable e incluso aument¨® en algunos momentos. Ambos factores, el retroceso de la tierra cultivada y el descenso en el n¨²mero de brazos para trabajarla, acelerar¨ªan a su vez la ca¨ªda de las rentas se?oriales, ya afectadas por su conmutaci¨®n en met¨¢lico y por la inflaci¨®n, en un porcentaje que oscilaba entre un tercio y la mitad. La crisis, adem¨¢s, hab¨ªa alterado los equilibrios entre los factores de producci¨®n, encareciendo la mano de obra, mientras que la tierra y el capital resultaban m¨¢s abundantes y asequibles. Como consecuencia, muchos se?ores, sobre todo en Castilla, transformaron sus tierras de cultivo en pastos, menos intensivos en trabajo, aprovechando tambi¨¦n los grandes espacios vac¨ªos que la conquista y la colonizaci¨®n cristianas hab¨ªan creado en el centro y sur de la Pen¨ªnsula y que se incrementaron con la regresi¨®n demogr¨¢fica del Trescientos.
Mayor especializaci¨®n
En realidad, y a pesar de sus efectos devastadores inmediatos, la crisis llev¨® a una profunda transformaci¨®n y reajuste de las estructuras productivas, sobre las que se bas¨®, a su vez, la posterior recuperaci¨®n. En t¨¦rminos generales se puede decir que esta vino con ¡ªo se materializ¨® en¡ª una intensificaci¨®n de la producci¨®n agr¨ªcola y ganadera, su creciente adaptaci¨®n al mercado, una mayor especializaci¨®n de los cultivos y una redistribuci¨®n y concentraci¨®n de la propiedad de la tierra. Este ¨²ltimo proceso benefici¨® en par?ticular a los labradores m¨¢s acomodados, que fueron tambi¨¦n los principales impulsores de las innovaciones t¨¦cnicas (como la extensi¨®n del regad¨ªo) y productivas (la difusi¨®n de nuevos cultivos como el arroz, el az¨²car, la morera, el lino, el c¨¢?amo, el azafr¨¢n, mucho m¨¢s lucrativos). De estas ¨¦lites rurales, que inclu¨ªan tambi¨¦n, junto al estrato superior del campesinado, a artesanos, mercaderes e hidalgos, vendr¨ªa en parte la reactivaci¨®n de la demanda, que ya no era, como lo hab¨ªa sido hasta entonces, fundamentalmente aristocr¨¢tica y urbana.
La amplia reconversi¨®n agraria se traducir¨ªa tambi¨¦n en una mayor comercializaci¨®n del producto agr¨ªcola y ganadero que, a su vez, estimulaba la especializaci¨®n. El aumento de la ganader¨ªa ¡ªque se convertir¨ªa en la principal actividad econ¨®mica y fuente de riqueza en gran parte de Castilla, pero tambi¨¦n en Arag¨®n, el norte valenciano y Mallorca¡ª, as¨ª como el cultivo de lino, c¨¢?amo y morera, estaban estrechamente relacionados con el desarrollo de la industria textil lanera y sedera, tanto en la Pen¨ªnsula como en otros pa¨ªses a los que se exportaba la lana en bruto. Por su parte, el avance de la vi?a y de los cultivos hort¨ªcolas en la proximidad de las ciudades respond¨ªa en buena medida al aumento de la demanda urbana. De hecho, otra de las claves de la recuperaci¨®n fue el incremento de la tasa de urbanizaci¨®n, gracias a una creciente y sostenida emigraci¨®n del campo a las ciudades, atra¨ªda por las mayores posibilidades que ofrec¨ªa el mercado de trabajo.
Por todas partes, sin embargo, la recuperaci¨®n y el crecimiento agr¨ªcolas iban unidos a la expansi¨®n del trigo, que segu¨ªa siendo el m¨¢s comercial de todos los cultivos al estar destinada gran parte de su producci¨®n al mercado e, incluso, a la exportaci¨®n. Solo en el arzobispado de Sevilla la producci¨®n cerealista pas¨® de unas 30.000 toneladas en la primera mitad del siglo XV al doble en las d¨¦cadas centrales (1451-1467), a 77.000 en 1484 y a 92.000 en 1503. Como muestra el gr¨¢fico que acompa?a a este art¨ªculo, elaborado a partir de los datos del diezmo, la producci¨®n agr¨ªcola experiment¨® un fuerte crecimiento, que los autores del estudio atribuyen tanto a la expansi¨®n de la superficie cultivada como al aumento de la demanda. Por supuesto, los datos de Sevilla no son extrapolables al conjunto de la Pen¨ªnsula, pero s¨ª que resultan indicativos de las ¨¢reas de mayor crecimiento, de m¨¢s reciente colonizaci¨®n, y en todo caso muestran que la producci¨®n agraria crec¨ªa por encima de la poblaci¨®n, del mismo modo que su descenso hab¨ªa sido menor durante el periodo de regresi¨®n demogr¨¢fica.
Con todo, la recuperaci¨®n fue lenta, con altibajos y asim¨¦trica, con ritmos regionales muy diversos en los distintos reinos ib¨¦ricos, del mismo modo que hab¨ªa sido muy diferente el impacto de la crisis. Castilla, en donde la incidencia de la peste hab¨ªa sido menor, daba muestras ya de reactivaci¨®n ¡ªdemogr¨¢fica y econ¨®mica¡ª a partir de las primeras d¨¦cadas del siglo XV, aunque el crecimiento se vio interrumpido por una nueva contracci¨®n entre 1460 y 1470, tras la cual la recuperaci¨®n continuar¨ªa hasta m¨¢s all¨¢ de los tiempos medievales.
Las cosas fueron muy distintas en la Corona de Arag¨®n y Portugal, en donde la reconstrucci¨®n fue m¨¢s tard¨ªa. En realidad, en Catalu?a la crisis se hab¨ªa superado ya a finales del Trescientos y principios del Cuatrocientos, cuando se produjo un nuevo crecimiento neto de la econom¨ªa, el comercio exterior con Oriente Pr¨®ximo Oriente alcanz¨® su c¨¦nit, el comercio interior se mantuvo en niveles altos y la creaci¨®n de la Taula de Canvi, un ejemplo pionero de banca p¨²blica, contribuy¨® a la reducci¨®n de la deuda municipal. Sin embargo, desde las primeras d¨¦cadas del siglo XV se suceder¨ªan las fases de recesi¨®n y recuperaci¨®n hasta que la guerra civil, las revueltas remensas y el cierre del Mediterr¨¢neo oriental ante el avance turco acabar¨ªan por hundir a la econom¨ªa catalana en una severa depresi¨®n, a pesar del redre? impulsado por Fernando el Cat¨®lico y en contraste con el crecimiento que experimentaban otros reinos de la Corona, como el de Valencia, convertido en pulm¨®n financiero de la monarqu¨ªa.
No hay duda de que la peste y las dem¨¢s calamidades de la segunda mitad del Trescientos hab¨ªan sumido a las econom¨ªas de los reinos ib¨¦ricos, como tambi¨¦n al resto de Europa, en una profunda depresi¨®n. Pero ya desde finales de esta misma centuria se hab¨ªan seguido las primeras muestras de recuperaci¨®n, que se confirmar¨ªan y afianzar¨ªan a lo largo del siglo XV, tras las grandes transformaciones y reajustes que la propia crisis hab¨ªa propiciado. Entre ellas, la reconversi¨®n agraria, con el incremento de la ganader¨ªa (como ocurr¨ªa tambi¨¦n en Inglaterra, en donde las tierras de labor retroced¨ªan ante los pastizales), la introducci¨®n de nuevos cultivos y las mejoras t¨¦cnicas y productivas. Todo ello resultar¨ªa en una importante mejora en la productividad, principalmente agr¨ªcola, y en la calidad, especialmente en la industria, que har¨ªa m¨¢s competitiva la producci¨®n ib¨¦rica y reforzar¨ªa su posici¨®n en el gran comercio internacional. Lejos de situarse en los m¨¢rgenes o la periferia de Europa Occidental, la Espa?a bajomedieval ocupaba un lugar importante, gracias a sus altos niveles de urbanizaci¨®n, la creciente comercializaci¨®n de su econom¨ªa, el desarrollo de sus instituciones ¡ªque aqu¨ª apenas se ha podido esbozar¡ª y el proceso de construcci¨®n estatal de los reinos que compart¨ªan la Pen¨ªnsula y compet¨ªan por imponer su hegemon¨ªa.
Integraci¨®n
En todos los sectores, el paso decisivo fue el cambio de la producci¨®n dom¨¦stica para el autoconsumo a la producci¨®n para el mercado, as¨ª como la cada vez mayor integraci¨®n de este ¨²ltimo. Espa?a no solo era una pen¨ªnsula dividida pol¨ªticamente en varios reinos, sino que dentro de cada uno de ellos hab¨ªa tambi¨¦n una gran diversidad regional, que generaba complementariedad, pero que al mismo tiempo ten¨ªa que hacer frente a una gran competencia productiva. La integraci¨®n era, en primer lugar, local, al nivel de las ciudades y sus respectivas ¨¢reas de influencia, en donde ferias y mercados contribu¨ªan a la homogeneizaci¨®n de pesos y medidas, monedas y marco legal.
A su vez, estas esferas locales se articulaban e integraban en espacios m¨¢s amplios en torno a las grandes capitales regionales. Y si bien no se lleg¨® a una verdadera integraci¨®n interregional dentro del mismo reino, y menos a¨²n en el conjunto de la Pen¨ªnsula, algunas de las ferias m¨¢s importantes, como las de Medina del Campo, adquirieron el car¨¢cter de ¡°ferias generales¡±, a las que acud¨ªan mercaderes no solo de todos los reinos hisp¨¢nicos, sino tambi¨¦n de otros pa¨ªses, al mismo tiempo que los mercaderes ib¨¦ricos ampliaban sus redes comerciales y de negocios cada vez m¨¢s lejos, de Flandes e Inglaterra a Italia y el Mediterr¨¢neo oriental. A finales del siglo XV la gran depresi¨®n bajomedieval hab¨ªa quedado atr¨¢s, la recuperaci¨®n se hab¨ªa consolidado y hab¨ªa dado paso al crecimiento y la expansi¨®n, con las conquistas portuguesas y castellanas en ?frica y Am¨¦rica. En el Mediterr¨¢neo peninsular el futuro no se presentaba tan halag¨¹e?o, con el traslado del centro geoestrat¨¦gico al Atl¨¢ntico, que abrir¨ªa una nueva etapa en la historia econ¨®mica de la Pen¨ªnsula, con resultados muy diferentes para los distintos reinos y territorios.
Antoni Furi¨® es catedr¨¢tico de Historia Medieval en la Universidad de Valencia.