Los tres cereales que nos alimentan desde hace milenios
El trigo, el ma¨ªz y el arroz siguen siendo la base de la dieta en un mundo que necesita una nueva revoluci¨®n agr¨ªcola para dar de comer a cada vez m¨¢s gente de forma sostenible
Aunque es una efem¨¦ride imposible de concretar en un d¨ªa exacto, imaginemos que hoy, cuando usted lee estas l¨ªneas, se cumplen 10.000 a?os desde que un ser humano plant¨® ¡ªpor primera vez¡ª unas gram¨ªneas silvestres en alg¨²n lugar de Oriente Medio. Para atinar m¨¢s, unas semillas de la especie Triticum, que son las que 2.500 a?os despu¨¦s dieron lugar al trigo tierno. Aquello fue un hito fundamental en la historia de la humanidad. Ese primer cultivo fue el origen de la agricultura, el germen de las ciudades, el comienzo del sedentarismo, el primer minuto de lo que hemos sido y de lo que somos desde entonces.
Hasta aquel momento, el Homo sapiens era n¨®mada y com¨ªa lo que literalmente se encontraba por el camino. Caza y pesca, ya sabemos. Cultivar y domesticar estas gram¨ªneas, a las que en pocos cientos de a?os se sumaron variedades de arroz y los antecesores del ma¨ªz en otras partes del planeta, fue el principio del ser humano actual. Tras el trigo llegaron el farro y la cebada o los guisantes, lentejas y garbanzos. Se domesticaron tambi¨¦n los animales, como cerdos y ovejas. Y el ser humano ya nunca mir¨® hacia atr¨¢s.Pero volvamos a dar un enorme salto en el tiempo ¡ªde 10 milenios, nada menos¡ª y situ¨¦monos ahora en un supermercado moderno de un pa¨ªs de ingresos altos, de los llamados ¡°ricos¡±. Uno de esos lugares donde encontramos alimentos de todos los sabores y colores.
En el centro vemos carnes, verduras, frutas y un sinf¨ªn de latas, bolsas, paquetes y botellas. Al entrar, pocos pensamos ya en ma¨ªz, trigo o arroz, salvo que vayamos a hacer una paella o a asar unas mazorcas. Y, sin embargo, esos tres cereales siguen siendo los elementos b¨¢sicos de la dieta del Homo sapiens moderno.
Fij¨¦monos mejor en los estantes del supermercado. Exacto: ma¨ªz, trigo y arroz. Est¨¢n por todas partes, mucho m¨¢s presentes de lo que parece. Pensemos en panes, pizzas, tartas, pastas, harinas, bollos, etc. Y en su presencia indirecta, ya que los tres cereales ¡ªjuntos o por separado¡ª tambi¨¦n han servido de alimento principal e indispensable para las vacas, cerdos y aves que producen gran parte de la carne, la leche y los huevos del mundo.
As¨ª se entiende que ese tr¨ªo de cereales sea la verdadera base de nuestra alimentaci¨®n. Entre los tres aportan aproximadamente el 42,5% del suministro de calor¨ªas alimentarias del mundo. Y no solo calor¨ªas ¡ªla energ¨ªa que nos permite vivir¡ª porque, aunque el lector no lo sepa, el trigo aporta m¨¢s prote¨ªnas que las carnes de ave, porcino y bovino juntas.
La evoluci¨®n de la agricultura
Ese liderazgo absoluto en nuestra dieta es fruto de un largo camino desde que alguien plantara un grano de teosinte, una gram¨ªnea del g¨¦nero Zea, en alg¨²n lugar de Mesopotamia hace miles de a?os.
Al principio, la agricultura era solamente de secano. Es decir, los cultivos depend¨ªan exclusivamente del agua de lluvia para crecer. Pero poco despu¨¦s, en la misma regi¨®n, a alguien se le ocurri¨® regar las semillas y se pudo hablar por primera vez de aumentar ¡ª¡°intensificar¡±¡ª aquella producci¨®n agr¨ªcola a¨²n balbuceante.
Esa mayor capacidad de producir alimentos ¡ªy la necesidad de mano de obra para seguir cultiv¨¢ndolos ¡ªpermiti¨® a la humanidad multiplicarse por 30: de 10 a 300 millones de personas en los primeros 8.000 a?os de agricultura. Y as¨ª, las primeras grandes civilizaciones crecieron y se alimentaron a la orilla de grandes r¨ªos, como el Tigris y el ?ufrates, el Nilo, el Indo y el r¨ªo Amarillo.
Pero no hay camino libre de obst¨¢culos. Por ejemplo, las civilizaciones nacidas dela agricultura de regad¨ªo en las cuencas del Indo y el Tigris se desmoronaron debido a la obstrucci¨®n de los canales y la salinizaci¨®n de los suelos. M¨¢s tarde, esa dependencia de los cereales caus¨® innumerables problemas en la antigua Roma. La urbe sufr¨ªa hambrunas ¡ªy revueltas¡ª cada vez que alg¨²n enemigo ¡ªinterno o externo¡ª bloqueaba los env¨ªos de trigo desde Sicilia o el norte de ?frica.
Al otro lado del mundo, la civilizaci¨®n maya del periodo cl¨¢sico se fue al traste. Y se cree que la causa, probablemente, fue un virus en el ma¨ªz. M¨¢s tarde, en la Europa medieval, una serie de veranos h¨²medos fueron el caldo de cultivo perfecto para ciertos hongos que afectaban al trigo, y provocaron una hambruna que mat¨® a millones de personas.
Y as¨ª, desde aquel gran descubrimiento en Mesopotamia, se lleg¨® a una nueva vuelta de tuerca en la historia de la agricultura. Sucedi¨® en Gran Breta?a, a finales del siglo XVII. De la mano de los adelantos de la Revoluci¨®n Industrial, se mejoraron los arados, se plantaron variedades m¨¢s productivas, se perfeccion¨® la rotaci¨®n de cultivos y los agricultores llegaron a duplicar los rendimientos de su trigo al pasar de una a dos toneladas por hect¨¢rea entre 1700 y 1850.
No es casual que, precisamente en ese mismo periodo, la poblaci¨®n de Inglaterra se multiplicara por tres: de cinco a 15 millones de personas.
?Alimento suficiente para todos?
Durante milenios, a medida que la poblaci¨®n crec¨ªa y tend¨ªa a concentrarse en los grandes imperios o civilizaciones de la historia, la mayor¨ªa de la gente depend¨ªa de esos tres cereales para comer. Si la cosecha era abundante, era un buen a?o. Si era mala ¡ªlo que depend¨ªa en gran medida de la lluvia y de la salud de las plantas¡ª o los suministros fallaban, la gran mayor¨ªa pasaba hambre.
Pero, en general, el hambre en las zonas rurales no ha preocupado demasiado a los poderosos a lo largo de los siglos. La falta de comida en las capitales, en cambio, ha sido siempre otra cosa. A medida que trabajadores o campesinos llegados en busca de algo mejor se agolpaban en las ciudades, su alimentaci¨®n empezaba a preocupar en los centros de poder.
Porque el hambre es pr¨¢cticamente una garant¨ªa de revuelta. Una de las muchas causas de los grandes cambios pol¨ªticos ¡ªpensemos, por ejemplo, en la Revoluci¨®n Francesa o en la m¨¢s reciente Primavera ?rabe¡ª es la escasez de alimentos o los altos precios de los m¨¢s b¨¢sicos.
Y, por eso, muchas de las mejoras agr¨ªcolas m¨¢s importantes han surgido de la necesidad: de esa necesidad de garantizar alimento suficiente para una poblaci¨®n creciente. Bueno, sobre todo, para los habitantes de capitales y grandes ciudades. As¨ª sucedi¨® con la ¨²ltima gran revoluci¨®n agr¨ªcola, que lleg¨® tras la II Guerra Mundial.
En las d¨¦cadas posteriores al conflicto las grandes hambrunas eran algo recurrente y peri¨®dico, y el crecimiento exponencial de la poblaci¨®n junto con las graves carencias en la producci¨®n de esos tres cereales b¨¢sicos empezaban a dar lugar a una situaci¨®n insostenible.
Insostenible pol¨ªtica, social y tambi¨¦n ¨¦ticamente. En 1970, casi cuatro de cada 10 personas de los pa¨ªses en desarrollo pasaban hambre: no com¨ªan lo suficiente para una vida decente. El planeta, que todav¨ªa no pensaba globalmente sino como una suma de civilizaciones y pa¨ªses desconectados, no era capaz de garantizar la producci¨®n de comida para todos.
Pero en esa segunda mitad del siglo XX creci¨® la preocupaci¨®n por lo que ocurr¨ªa m¨¢s all¨¢ del horizonte de cada uno. Y la incipiente comunidad internacional se moviliz¨® en la segunda mitad del siglo XX para poner los avances en ingenier¨ªa, qu¨ªmica e incluso gen¨¦tica al servicio de la agricultura.
El objetivo principal era multiplicar la producci¨®n de los tres cultivos fundamentales para la seguridad alimentaria mundial. Es decir: el trigo, el arroz y el ma¨ªz.
La Revoluci¨®n Verde
?Les suena el nombre de Norman Borlaug? Seguramente no. Es probable que el lector no lo haya o¨ªdo nunca, pero es el protagonista de la ¨²ltima gran revoluci¨®n de la historia de la agricultura. Borlaug (1914-2009) era un agr¨®nomo estadounidense, experto en la mejora gen¨¦tica de los cultivos. La premisa de la Revoluci¨®n Verde, a priori , era sencilla: si la producci¨®n de ma¨ªz, arroz y trigo deb¨ªa multiplicarse, estos cultivos deb¨ªan ser m¨¢s productivos.
Borlaug eligi¨® M¨¦xico para cruzar variedades de trigo y conseguir que dieran m¨¢s rendimiento. Al mezclar el trigo local con una variedad enana procedente de Jap¨®n, Borlaug obtuvo un nuevo trigo semienano, m¨¢s resistente a enfermedades, lluvias y vientos. No solo era m¨¢s fuerte, sino que tambi¨¦n produc¨ªa m¨¢s grano. Tambi¨¦n ten¨ªa un tallo m¨¢s corto (de ah¨ª lo de semienano), lo que le permit¨ªa aprovechar mejor el agua y los fertilizantes, a los que volveremos enseguida.
Quiz¨¢ hoy esta soluci¨®n suene simplona, pero entonces fue todo un hallazgo que despu¨¦s permiti¨® aplicar el mismo procedimiento a otras especies. Se prob¨® con el arroz en Filipinas y funcion¨®. En las d¨¦cadas de 1960 y 1970, India y Pakist¨¢n distribuyeron ese trigo mexicano por sus tierras y consiguieron producir mucha m¨¢s comida a un ritmo que, se pensaba, llegar¨ªa a acabar con el hambre.
La idea de Borlaug le vali¨® el premio Nobel de la Paz en 1970. En Asia, casi el 90% de los campos de trigo fueron plantados con variedades modernas y las plantaciones de arroz de alto rendimiento crecieron del 12% al 67%.
Pero los aumentos en la producci¨®n mundial de comida no vinieron solo de esta selecci¨®n de cultivos sino tambi¨¦n de ciertas mejoras tecnol¨®gicas. Se aplicaron los progresos en ingenier¨ªa al regad¨ªo y se recurri¨® a la qu¨ªmica para elaborar fertilizantes sint¨¦ticos y pesticidas que aumentaron la productividad y contribuyeron a que las malas lluvias o las plagas no fueran el desencadenante de hambrunas.
Esa explosi¨®n de ideas y nuevas aplicaciones fue posible, en gran parte, gracias a la colaboraci¨®n internacional. La cooperaci¨®n entre cient¨ªficos de distintos pa¨ªses facilit¨® el intercambio de especies progenitoras para el cultivo y la investigaci¨®n de nuevas t¨¦cnicas. Y muchos gobiernos se tomaron en serio la seguridad alimentaria, invirtiendo en pol¨ªticas de innovaci¨®n y subvencionando las actividades de sus agricultores.
Con el apoyo de algunos de esos programas p¨²blicos para, por ejemplo, ampliar las infraestructuras de riego y el suministro de agroqu¨ªmicos, las nuevas variedades generaron, en pocos a?os, mejoras en los rendimientos que la revoluci¨®n brit¨¢nica del XVII hab¨ªa necesitado un siglo y medio en conseguir. En 1961 la producci¨®n mundial de cereales era de 640 millones de toneladas. En 2000, de casi 1.800 millones.
Los mayores aumentos se registraron en los pa¨ªses en desarrollo, donde la producci¨®n de ma¨ªz se increment¨® en un 275%, la de arroz en un 194% y la de trigo, origen de la investigaci¨®n de Norman Borlaug, nada menos que en un 400%. China y el Asia meridional y sudoriental se beneficiaron mucho de esa transformaci¨®n. Pero ?frica, por ejemplo, se qued¨® atr¨¢s. Volveremos sobre ello.
Mientras la Revoluci¨®n Verde disparaba la producci¨®n, la poblaci¨®n mundial nole iba a la zaga, y se duplic¨® entre 1960 y 2000. Pero esa renovada capacidad de producir comida y la seguridad que aportaban las nuevas t¨¦cnicas permiti¨® reducir el porcentaje de hambrientos: en 1970 eran m¨¢s de un tercio de los habitantes del planeta. En 2000, el 18%. La revoluci¨®n daba sus frutos.
La hora de la factura
Visto as¨ª, el lector se preguntar¨¢: ?qu¨¦ necesidad hay de una ¡°nueva¡± revoluci¨®n agr¨ªcola??no bastar¨ªa con seguir recorriendo el camino trazado por Borlaug y todos los que le siguieron? En 2014, la producci¨®n mundial de cereales ascendi¨® a 2.500 millones de toneladas, en un nuevo incremento ¡ªde m¨¢s del 38%¡ª desde 2000.
Ese a?o, los precios mundiales de los alimentos bajaron de nuevo tras haberse disparado en 2011. Entonces, dir¨¢ el lector: ?d¨®nde est¨¢ el problema? Empecemos por uno de los m¨¢s importantes: la Revoluci¨®n Verde permiti¨® producir mucho m¨¢s y salv¨® del hambre a cientos de millones de personas. Pero no fue ¨Cno ha sido¨C demasiado ¡°verde¡±.
Porque entre sus pilares est¨¢ la ¡°intensificaci¨®n¡± de la producci¨®n agr¨ªcola. Esto es, producir el m¨¢ximo posible, casi a cualquier precio. Ello supuso recurrir a t¨¦cnicas como el monocultivo (principalmente, de nuestros tres cereales preferidos).
Dedicar todo el terreno a una sola especie permite ahorrar mucho y hacerlo todo m¨¢s eficiente. Pero tambi¨¦n perjudica a la biodiversidad ¡ªextender el cultivo de un trigo determinado, por ejemplo, desplaza y provoca la desaparici¨®n de otras variedades o cereales¡ª y desgasta los nutrientes de los suelos. Todo esto tambi¨¦n afecta a los servicios que esas plantas que desaparecen prestaban al ecosistema, como la formaci¨®n del suelo o la fijaci¨®n biol¨®gica del nitr¨®geno.
Adem¨¢s, la Revoluci¨®n Verde dispar¨® el uso de fertilizantes y pesticidas qu¨ªmicos. Estos, de ser un arma ¨²til para potenciar el rendimiento de los cultivos y protegerlos de amenazas ocasionales, pasaron a ser el pan de cada d¨ªa. Adem¨¢s de empujar al olvido otro tipo de t¨¦cnicas m¨¢s tradicionales, el uso intensivo de estos qu¨ªmicos ha terminado por degradar la tierra y las aguas en muchos lugares.
Quiz¨¢ el lema de la Revoluci¨®n Verde podr¨ªa haber sido ese refr¨¢n espa?ol que dice ¡°pan para hoy, hambre para ma?ana¡±. En un momento en el que la falta de alimentos era una cuesti¨®n de vida o muerte para ¨Ccientos de¨C millones de personas, puede que apostar a tope por todos esos avances deba considerarse un ¨¦xito.
Pero la presi¨®n que eso ejerci¨® sobre los recursos naturales ha terminado por llevar ¨Cen muchos casos y regiones¨C a la degradaci¨®n de la tierra, la salinizaci¨®n de zonas de regad¨ªo (lo mismo, curiosamente, que les ocurri¨® a las primeras civilizaciones agr¨ªcolas), la extracci¨®n excesiva de aguas subterr¨¢neas, el aumento de la resistencia a las plagas y numerosos da?os al medio ambiente, sobre todo por el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Vayamos por partes. Lo que en 1960 parec¨ªa extraordinario, como el monocultivo intensivo doble y triple de arroz en Asia, ahora es visto como la causa del agotamiento de micronutrientes del suelo, del incremento de su toxicidad y de un aumento del n¨²mero de plagas y enfermedades.
Y, por si el precio a pagar fuera poco, el rendimiento del arroz ha comenzado a disminuir. El del trigo tambi¨¦n se estanca. En este caso hay m¨¢s causas, pero muchos se remontan tambi¨¦n a la intensidad del cultivo y el monocultivo heredados de la Revoluci¨®n Verde, con sus tensiones asociadas: aumenta la amenaza de la roya del trigo (un par¨¢sito) y las plagas de insectos causan cada vez m¨¢s p¨¦rdidas en los cultivos de este cereal.
?La producci¨®n intensiva favorece la aparici¨®n de plagas? S¨ª, por una sencilla raz¨®n. Cuanto m¨¢s se planta, m¨¢s exuberantes son los cultivos y m¨¢s llaman la atenci¨®n de insectos y otros. Si eso se combate con m¨¢s qu¨ªmicos, se crea un c¨ªrculo vicioso que no cesa. Hoy en d¨ªa son necesarios 2,5 millones de toneladas de plaguicidas al a?o, cuyos efectos sobre las tierras luego cuestan m¨¢s dinero que el que se ahorra con los propios plaguicidas.
Hay casos en los que, adem¨¢s, esos remedios no funcionan. Con algunas malas hierbas est¨¢ empezando a pasar lo que se teme que ocurra con los antibi¨®ticos: est¨¢n consiguiendo resistir a los herbicidas. De momento no se trata ¡ªni mucho menos¡ª de una situaci¨®n generalizada, pero el peligro es evidente.
Otra consecuencia negativa de la producci¨®n agr¨ªcola intensiva es que aumenta la emisi¨®n de gases de efecto invernadero, esos que contribuyen al cambio clim¨¢tico. Desde que se generaliz¨® esta pr¨¢ctica, en los ¨²ltimos 50 a?os, las emisiones achacables a la agricultura han aumentado hasta casi doblarse. Y la tendencia sigue al alza. Entre 2001 y 2010, las emisiones directas de la producci¨®n agr¨ªcola y ganadera aumentaron de 4.700 millones de toneladas de di¨®xido de carbono a m¨¢s de 5.300 millones. La mayor parte de este aumento proviene de los pa¨ªses en desarrollo.
Esta es la factura, como dec¨ªamos en este ep¨ªgrafe. Una factura impagada. Porque se han producido muchos m¨¢s cereales y se han mantenido precios ¡ªrelativamente¡ª bajos y relativamente constantes.
Pero a costa de exprimir los recursos naturales m¨¢s all¨¢ de lo recomendable. Es el ¡°coste oculto¡± de algunas pr¨¢cticas agr¨ªcolas intensivas: el coste medioambiental. No lo paga directamente el consumidor. Tampoco el distribuidor ni el productor.
Pero, al final, lo pagamos todos.
M¨¢s bocas y menos recursos
Pagamos esa factura y la de otras pr¨¢cticas irresponsables, como la deforestaci¨®n, que tambi¨¦n contribuye al cambio clim¨¢tico y a la escasez de agua limpia, a la degradaci¨®n de los suelos, a la desertificaci¨®n, a la acidificaci¨®n de los oc¨¦anos, etc. En otras palabras, la agricultura agota nuestros recursos naturales. Y eso ¡ªentre otras muchas cosas¡ª dificulta a¨²n m¨¢s la producci¨®n de alimentos, sobre todo la de los cereales que protagonizan este cap¨ªtulo* y cuya importancia ha quedado demostrada.
Pero tambi¨¦n afectar¨¢ a la ganader¨ªa y la pesca. Porque sin agua y sin terrenos apropiados, no puede haber agricultura. Pero tampoco forraje para el ganado. Con mares en mal estado, la pesca se reduce. Y en el desierto no florecen demasiadas especies comestibles.
Adem¨¢s, como ve¨ªamos en el segundo libro de esta colecci¨®n*, el cambio clim¨¢tico amenaza con desconfigurar la forma en que millones de personas producen su comida desde hace siglos. Lluvias err¨¢ticas y huracanes y tormentas extremas en lugares poco preparados, aumento de las temperaturas, subida del nivel del mar que arruina tierras de cultivo costeras...
Pero hay otro factor que lo complica todo a¨²n m¨¢s: el aumento de la poblaci¨®n. Recordemos que durante la Gran Hambruna del siglo XIV ¨¦ramos unos 370 millones de humanos en la Tierra. Entrado el siglo XIX alcanzamos los 1.000 millones. En 1960 sobrepasamos los 3.000. Cuatro d¨¦cadas m¨¢s tarde, al entrar en el siglo XXI y tras la Revoluci¨®n Verde, nos hab¨ªamos vuelto a duplicar. Y en 2011 superamos la barrera de los 7.000.
Hoy, las predicciones de las Naciones Unidas estiman que para 2050 seremos casi 10.000 millones de vecinos en esta comunidad mundial. M¨¢s de tres veces las bocas que hab¨ªa que alimentar en los albores de la Revoluci¨®n Verde. Es por eso que las alarmas suenan desde hace tiempo por todo el mundo, planteando la pregunta que abre este libro: ?c¨®mo vamos a alimentar a casi 10.000 millones de personas?
Hace falta una revoluci¨®n
Esta disyuntiva, alimentar a m¨¢s gente utilizando menos recursos, es la que hace necesaria una nueva revoluci¨®n agr¨ªcola. Aunque no hay que perder de vista que el verdadero reto no es producir m¨¢s. O al menos, no solo pasa por producir m¨¢s.
Los c¨¢lculos de la FAO estiman que al menos un tercio de la comida que producimos se pierde (se echa a perder) o se desperdicia (se tira directamente). Por lo que, si en un milagro improvisado consigui¨¦ramos no tirar nada, pr¨¢cticamente tendr¨ªamos comida para alimentar a 10.000 millones.
As¨ª que el nuevo giro que demos a nuestra forma de procurarnos de comer tiene que incluir necesariamente esa v¨ªa. Con infraestructuras de almacenamiento y procesado que eviten p¨¦rdidas prematuras y con h¨¢bitos de consumo responsables que no nos lleven a despilfarrar aquello que cuesta tanto producir.
Esta es quiz¨¢ una de las consecuencias de no pagar ese precio oculto del que habl¨¢bamos: tiramos cosas cuyo coste nos parece asumible, sin contar con el coste ambiental que ha tenido producirlas.
Pero volvamos a esa nueva revoluci¨®n pendiente. A¨²n cuando la prioridad no fuera producir m¨¢s, al menos s¨ª que debemos producir tanto como hasta ahora. Y, como dec¨ªamos, con un enorme reto a?adido: hemos de hacerlo cuidando y protegiendo los recursos. Dando aire al planeta, para que se recupere del estr¨¦s al que le hemos sometido. Y contribuyendo incluso a mitigar los efectos de nuestros abusos, como el cambio clim¨¢tico.
Tenemos que producir lo mismo ¡ªo m¨¢s¡ª con menos. Menos tierra, menos agua, menos qu¨ªmicos, menos emisiones, etc. Por ah¨ª es por donde empezar la revoluci¨®n agr¨ªcola que viene. Una que, si se acompa?a de voluntad pol¨ªtica, nos permitir¨¢ ofrecer una alimentaci¨®n adecuada para todos. Y generar trabajo y medios de vida para miles de millones de personas.
Nuestros tres cereales favoritos seguir¨¢n siendo importantes. De hecho, la FAO ha estimado que, en 2050, la demanda mundial de arroz, ma¨ªz y trigo alcanzar¨¢ casi los 3.300 millones de toneladas al a?o. Tambi¨¦n tendr¨¢n relevancia las patatas.
Pero no podemos quedarnos ah¨ª. Tenemos que aprovechar y, de paso, proteger ese regalo que es la biodiversidad. Al final, como veremos m¨¢s adelante, esta revoluci¨®n pasa por tener a mano todas las armas posibles ante el futuro incierto que nos espera. Y dejar que se pierdan variedades y especies vegetales o animales es despilfarrar nuestras opciones.
As¨ª ocurre, por ejemplo, con los pl¨¢tanos: en aras de una mayor productividad hemos apostado por la variedad Cavendish, de la que ya es uno de cada dos pl¨¢tanos consumidos en el mundo . Ante tanta atenci¨®n, otras variedades van quedando marginadas y desaparecen, como la Gros Michel. ?Qu¨¦ haremos si un d¨ªa una plaga se lleva por delante la producci¨®n de Cavendish? ?quedarnos sin bananas?
Por eso es importante manejar y proteger la diversidad de variedades. Tambi¨¦n, por supuesto, la de nuestros queridos trigo, ma¨ªz y arroz. Pero es que, adem¨¢s, los principios de una buena nutrici¨®n se basan en la variedad de alimentos y nutrientes para una vida saludable. Y la creciente poblaci¨®n urbana, directamente, los exige.
Un futuro urbano
Los pron¨®sticos dicen que la poblaci¨®n aumentar¨¢ a un ritmo acelerado. Pero tambi¨¦n advierten de que, para 2030, seis de cada 10 personas vivir¨¢n en ciudades. Eso, unido al aumento de los ingresos en muchos pa¨ªses,llevar¨¢ consigo cambios en las dietas.
La FAO calcula que la demanda de prote¨ªnas de origen animal (carnes, huevos, leche, etc.) en los pa¨ªses de ingresos medios y bajos crecer¨¢ un 10% para 2030 y un 25% para 2050. Si los c¨¢lculos aciertan, ese a?o har¨¢ falta producir un 50% m¨¢s de carne. Tambi¨¦n crecer¨¢ la necesidad de frutas (y puede que tambi¨¦n de verduras) a medida que la creciente ¡°clase media¡± de los pa¨ªses en desarrollo empiece a solicitar otros grupos de alimentos.
Parece que a nuestros tres cereales a¨²n les queda un largo reinado, que se extiende ya por miles de a?os. Pero quiz¨¢ la competencia con el resto de cultivos y productos deje de ser tan desleal. Desde luego, insistimos, es un reto a?adido: tenemos que conseguir alimentar a mucha m¨¢s gente, proteger los recursos naturales y, al mismo tiempo, garantizar una dieta m¨¢s variada y una mejor nutrici¨®n para todos.
Todas esas exigencias de m¨¢s y m¨¢s variada comida llegar¨¢n principalmente de las ciudades. Y, por cruel que sea, la historia nos ense?a que, por su cercan¨ªa con los centros de poder, las demandas de la poblaci¨®n urbana suelen recibir m¨¢s atenci¨®n que las de las zonas rurales. As¨ª que quiz¨¢ esa potencial inestabilidad pol¨ªtica sirva para que se hagan esfuerzos para cumplir con la demanda de comida.
El problema es que cuando las cosas se hacen con urgencia, como aprendimos el siglo pasado, a veces se paga un alto precio. Esta vez no puede ser as¨ª: hay que buscar una manera de hacerlo sin acabar de cargarnos el planeta.
Esta es una adaptaci¨®n del d¨¦cimo libro de la colecci¨®n El estado del planeta, editada por EL PA?S y la FAO, que analiza los principales retos a los que se enfrenta la humanidad. Cada domingo se entrega un volumen con el peri¨®dico por 1,95€, y los 11 tomos tambi¨¦n se pueden conseguir aqu¨ª.
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