Dos fallos y un acierto en el discurso de Macron
Es el momento de asumir menos riesgos y m¨¢s las consecuencias de nuestros actos y decisiones
En el inicio del oto?o de 2022 se suceden noticias que hubieran sido impensables solamente nueve meses antes: existe riesgo de escalada b¨¦lica en Europa, se ha amenazado con utilizar armamento at¨®mico y se han puesto en riesgo centrales nucleares, bordeando la cat¨¢strofe; Goldman Sachs opina que seguramente Europa pueda superar el invierno sin recurrir a cortes de suministro de gas; Alemania anuncia que tiene reservas suficientes si todo va bien y el invierno no es muy fr¨ªo (antes de que alguien atente contra el gasoducto Nord Stream 2); se estudia el papel sist¨¦mico de grandes empresas, y la cascada de paros industriales en Europa occidental si su producci¨®n se parase por falta de gas.
En este contexto, el presidente franc¨¦s, Emmanuel Macron, ha anunciado recientemente ¡°el fin de la era de la abundancia¡±. En una primera lectura, esta afirmaci¨®n parece tratar a la sociedad francesa como adultos racionales y anticipa las dificultades que vamos a experimentar en toda Europa por las consecuencias econ¨®micas de la pandemia, la invasi¨®n de Ucrania y los eventos meteorol¨®gicos extremos. Es, por tanto, un acierto. Sin embargo, la realidad es que esta afirmaci¨®n comete al menos dos errores graves, dada la magnitud del reto al que nos enfrentamos.
En primer lugar, se traslada el mensaje de que debemos adaptarnos a la escasez, ser austeros y recortar nuestro estilo de vida. Lamentablemente, pese a la racionalidad de este planteamiento, l¨®gico en un tecn¨®crata como Macron, es dif¨ªcil que obtenga el resultado propuesto. Desde los a?os setenta, tras los trabajos de Kahneman y Tversky en los que desarrollan la teor¨ªa de la perspectiva, sabemos que seg¨²n se articule el relato afecta al proceso de toma de decisiones en situaciones de riesgo, condicionando la elecci¨®n. Si el problema se plantea como diferentes formas de perder (por ejemplo, una primera opci¨®n de ¡°recortar con seguridad nuestro estilo de vida¡± y una segunda de ¡°confiemos que ocurra algo extremadamente improbable que nos permita seguir consumiendo como ahora y no destruir el planeta, asumiendo el riesgo de que probablemente no ocurra y provoquemos cambios irreversibles y muy da?inos para nosotros y el resto de especies vivas¡±), la reacci¨®n habitual, al menos entre los ciudadanos de econom¨ªas avanzadas, es irracional y se aleja de la ¡°aversi¨®n al riesgo¡± habitual en otras circunstancias o relatos. Al enfrentarnos a un escenario de p¨¦rdidas, preferimos asumir un riesgo excesivo. Odiamos perder, y estamos dispuestos a jugarnos lo que sea con tal de tener una m¨ªnima probabilidad de no perder. Es la reacci¨®n del lud¨®pata, que para evitar la p¨¦rdida del coche multiplica la apuesta jug¨¢ndose tambi¨¦n la casa.
En segundo lugar, afirmar que hemos disfrutado de una abundancia que ha terminado es, como m¨ªnimo, un an¨¢lisis autocomplaciente y muy poco cr¨ªtico, quiz¨¢s hasta obsceno en un momento en que millones de europeos pueden pasar fr¨ªo este invierno. Como se interrogaba Jean-Luc M¨¦lenchon en nombre de millones de franceses pobres: ¡°?Qu¨¦ abundancia?¡±; pregunta que tambi¨¦n podr¨ªan hacerse miles de millones de personas del sur global. Seguramente m¨¢s cerca de la realidad est¨¢ afirmar que algunos (principalmente las clases medias y altas de las econom¨ªas avanzadas) hemos despilfarrado, o vivido en una ilusi¨®n durante demasiado tiempo. Las tensiones que la sociedad de consumo genera se han suavizado gracias a dos d¨¦cadas de inflaci¨®n moderada (en algunos periodos, ultrabaja) en los pa¨ªses desarrollados. Sin embargo, esta moderaci¨®n de los precios ha estado ligada a una producci¨®n externalizada a pa¨ªses que han despreciado derechos laborales, de seguridad, medioambientales¡, mientras se deterioraban los proyectos de vida de amplias capas de nuestras propias sociedades. Hemos consumido productos baratos que no necesitamos, cerrando los ojos al coste real que tienen (sufrimiento, contaminaci¨®n, agotamiento de recursos, p¨¦rdida de trabajo local¡) y a los riesgos geopol¨ªticos y medioambientales de depender de recursos que nos proporcionan principalmente dictaduras sangrientas y reg¨ªmenes autoritarios.
Por ello, para tener ¨¦xito en el cambio de rumbo, el discurso (y las pol¨ªticas) deber¨ªa ser m¨¢s rea?lista que el eslogan de Macron. As¨ª, deber¨ªa combinar cuatro ideas clave: es complejo, queda poco tiempo, hay soluciones para proteger la vida y entre todos podemos.
Por un lado, vivimos en un sistema (ecol¨®gico y socioecon¨®mico) complejo e interconectado en el que la ciencia es clave para entender las relaciones, aunque a veces no pueda prever resultados ni haya descubierto a¨²n algunas conexiones. Las m¨²ltiples crisis que nos han azotado en los ¨²ltimos a?os (financiera, econ¨®mica, demogr¨¢fica, migratoria, pand¨¦mica, de cadena de suministro, clim¨¢tica, medioambiental, pol¨ªtica, b¨¦lica) tienen puntos comunes, y se retroalimentan, existiendo ¡°puntos de no retorno¡± que desestabilizan el sistema. Es previsible que cada vez los desaf¨ªos sean mayores: las crisis, amplificadas por la emergencia clim¨¢tica y medioambiental, golpear¨¢n nuestras sociedades ya debilitadas, generando una ansiedad comprensible entre los ciudadanos y deteriorando los cimientos de nuestra democracia.
Por otro lado, desgraciadamente, hemos agotado nuestro margen de actuaci¨®n. Apenas quedan 2.600 d¨ªas para 2030 (estamos en el ecuador del plazo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible acordados en 2015), y lejos de estar reduciendo las emisiones, el a?o pasado a?adimos a la atm¨®sfera 36 gigatoneladas de CO2 (junto a 2019, m¨¢ximo hist¨®rico). La gravedad de este hecho se hace evidente al considerar que, para contener el calentamiento de nuestro planeta en 1,5 grados sobre la temperatura media de la ¨¦poca preindustrial, nuestras emisiones acumuladas desde 1750 no pueden superar las 2.900 gigatoneladas; pues bien, ya hemos emitido a la atm¨®sfera 2.400. Cada d¨ªa que pasa se reducen las posibilidades de controlar el calentamiento y limitarlo (y con ¨¦l sus graves consecuencias). Seguir aplazando las decisiones nos conduce o a una reducci¨®n en el consumo energ¨¦tico dr¨¢stica y sin planificar en unos pocos a?os, o posiblemente al suicidio colectivo. Hace bien, por tanto, el presidente Macron al hablar de urgencia. Pero hablar no es suficiente.
Un elemento que nos distingue como especie y que ha jugado un papel relevante en nuestro ¨¦xito colonizando el planeta es nuestra capacidad de colaborar, y de experimentar empat¨ªa. Nuestros problemas son globales, y las soluciones, en muchos casos ya expuestas desde hace d¨¦cadas, tambi¨¦n deben serlo. Enfocar nuestro reto a ganar (un planeta habitable, un entorno apacible, m¨¢s tiempo libre, m¨¢s gente con una calidad de vida adecuada¡) en un proyecto colaborativo puede ser un relato m¨¢s convincente y motivador para lograr cambios en conductas que el de competir por ver qui¨¦n puede ¡°perder menos¡± capacidad de consumo.
Quiz¨¢s hoy sea el momento hist¨®rico de asumir menos riesgos y m¨¢s las consecuencias de nuestros actos y decisiones, desterrando el despilfarro y el cortoplacismo. Poner como objetivo que la transici¨®n sea justa es la forma de minimizar las tensiones que ¨¦sta provocar¨¢, y de tener un futuro pr¨®spero en paz. Un reto may¨²sculo, que tendremos que afrontar mientras las crisis se suceden vertiginosamente y cuyo ¨¦xito depender¨¢ de anteponer el bienestar colectivo al inter¨¦s individual. Necesitaremos lucidez y mucho trabajo para tener ¨¦xito.
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