El nuevo consenso de Washington
Ahora que tienen el poder, o democratizamos las empresas o debemos abandonar cualquier pretensi¨®n de democracia
![Consenso de Washington](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JZYCQLH3QFDZBHNLKKUFHFN4CI.jpg?auth=cf0c7202724a6b199ac59ebf83b2efc4e38838a50c722c739bcdc079463b7911&width=414)
Durante a?os nos han dicho que las empresas p¨²blicas son perjudiciales para la econom¨ªa. Uno de los principios b¨¢sicos del conocido como Consenso de Washington surgido en los a?os ochenta del siglo pasado era que ¡°la industria privada se gestiona con m¨¢s eficiencia que las empresas estatales¡±, porque el riesgo de quiebra obliga a los directivos de las empresas privadas a tener la atenci¨®n puesta en los resultados. Formulado en un primer momento para los pa¨ªses de Am¨¦rica Latina y aplicado despu¨¦s durante la transici¨®n poscomunista en Europa Central y Oriental, el Consenso de Washington ha sido desde entonces el paradigma dominante de la pol¨ªtica econ¨®mica.
Pero, ?qu¨¦ ocurre cuando hay empresarios en el Gobierno? ?C¨®mo afectan a la ciudadan¨ªa los intereses de esta gente que influir¨¢ en las normas por las que se rige la poblaci¨®n? Son preguntas que casi nunca se hacen, ya que el instinto reflejo es celebrar la llegada de emprendedores experimentados al puesto de mando. Se supone que estos profesionales de ¨¦xito saben gestionar con eficiencia, y por lo general se ocupan de temas puntuales. Pero incorporar empresarios individuales al Gobierno es una cosa; y la filosof¨ªa de la nueva Administraci¨®n de Trump es otra ya que parece decidida a entregar todo el Gobierno a empresarios.
A nadie sorprende, por cierto, que se ubique como secretario del Tesoro a otro magnate de las finanzas, Scott Bessent, dada la larga lista de predecesores con antecedentes similares. Y la anulaci¨®n de pol¨ªticas de defensa de la competencia y normas ambientales y financieras ya la conocemos de gobiernos republicanos anteriores, a menudo con malos resultados a largo plazo: desde la crisis financiera de 2008 hasta incendios, olas de calor y tormentas de hielo que son cada vez m¨¢s intensos y frecuentes.
Pero la segunda Administraci¨®n de Trump va mucho m¨¢s all¨¢. Si una imagen vale m¨¢s que mil palabras, basta con ver la primera fila en la toma de posesi¨®n de Trump ocupada por fundadores y directores ejecutivos de grandes tecnol¨®gicas ¡ªincluidas Amazon, Meta y X¡ª. Este trato de favor lo dice todo ¡ªincluso se les dio m¨¢s prioridad que a los candidatos a integrar el gabinete presidencial¡ª. Y aunque estaban en un segundo plano, tambi¨¦n fue notoria la presencia de los jefes de las grandes petroleras y de las grandes firmas financieras.
Estas im¨¢genes enviaron un mensaje m¨¢s claro que cualquier declaraci¨®n verbal: este Gobierno estadounidense no es s¨®lo ¡°bueno para los negocios¡±; es un negocio en s¨ª mismo. Se ha llevado a un nuevo extremo aquello de que ¡°the business of America is business¡± (el negocio de Am¨¦rica son los negocios). Es el nuevo Consenso de Washington.
Por supuesto, los negocios siempre han tenido un papel protagonista en la historia de Estados Unidos. El primer asentamiento permanente en Norteam¨¦rica lo fund¨® una sociedad an¨®nima, la Compa?¨ªa de Virginia; y la Compa?¨ªa Holandesa de las Indias Occidentales control¨® gran parte del comercio transatl¨¢ntico de esclavos y construy¨® fuertes y asentamientos en los territorios bajo su dominio. No eran meras alianzas p¨²blico-privadas: eran gobiernos en sentido literal. Y la Compa?¨ªa de las Indias Orientales, que estableci¨® durante casi un siglo el dominio colonial brit¨¢nico sobre el subcontinente indio, lleg¨® incluso a arrogarse poder soberano sobre los territorios que hab¨ªa conquistado (aunque esto le vali¨® el juicio pol¨ªtico a Warren Hastings, gobernador general de la India brit¨¢nica y miembro de la Compa?¨ªa, al final termin¨® absuelto).
La historia da motivos para pensar que los Estados empresa son, en el mejor de los casos, un arma de doble filo. La l¨®gica empresarial deja poco margen a la libertad (excepto para los pocos que est¨¢n en la cima). Para una empresa s¨®lo hay dos tipos de seres humanos: los trabajadores y los consumidores. Los primeros como insumos para la producci¨®n; los segundos como compradores de bienes o servicios. En ambos casos, la ¨²nica funci¨®n de la gente es ayudar a maximizar el valor para los accionistas.
Eso implica mantener bajos los costes laborales y alta la demanda por los medios que sea. No hay lugar para la lealtad, la comunidad o los derechos individuales. Un alto directivo estadounidense tal vez reciba una jugosa indemnizaci¨®n al irse de la empresa, pero a los trabajadores se los despide a voluntad. Y los consumidores pasan por ser unos afortunados, cuyas vidas se enriquecen comprando productos que anhelan, incluso cuando les enferman o les matan (como el tabaco o el alcohol).
Las grandes empresas digitales de la actualidad han perfeccionado el modelo de negocios basado en generar ganancias mediante la adicci¨®n. El dopante ¡°me gusta¡±, el scrolling infinito y la viralizaci¨®n algor¨ªtmica son garant¨ªa de que abandonar la plataforma cause un malestar similar a cortar el consumo de una droga. No hay controles y contrapesos, ni mecanismos de rendici¨®n de cuentas, ni protecciones contra la invasi¨®n de la vida personal. Un simple clic al registrarse en las plataformas somete a millones de personas a la autocracia privada. Y que nadie se enga?e: autocracias es lo que son. Tal vez los mercados sean una cuesti¨®n de negociaci¨®n entre partes libres e iguales, pero las empresas (como nos ense?¨® Ronald Coase) son una cuesti¨®n de control central.
Entre las islas privadas de la autocracia corporativa y el autogobierno democr¨¢tico siempre ha habido una tensi¨®n, y la suerte que corrieron los Estados empresa del pasado hace pensar que esta vez tampoco va a terminar bien. Las rebeliones y motines contra la Compa?¨ªa de las Indias Orientales llevaron al Gobierno brit¨¢nico a hacerse con el control directo del subcontinente y, finalmente, disolver la compa?¨ªa. En otros lugares, las compa?¨ªas coloniales gobernaron con mano a menudo implacable, escud¨¢ndose en mecanismos legales que las exim¨ªan de responsabilidades, antes de sucumbir al exceso de deudas o la mala gesti¨®n. En Norteam¨¦rica, los estatutos de las compa?¨ªas coloniales se fueron convirtiendo en m¨¢s importantes que la propia Constituci¨®n, limitando al poder ejecutivo.
Mantener los negocios fuera del Gobierno es cada vez m¨¢s dif¨ªcil, y no s¨®lo en Estados Unidos. La perspectiva de buscar el poder p¨²blico para eliminar controles al poder privado es demasiado tentadora para dirigentes empresariales con tiempo y dinero suficientes. Ahora que hemos visto a las empresas adue?arse del Gobierno a plena luz del d¨ªa, las ¨²nicas opciones que tenemos son democratizar las empresas o abandonar cualquier pretensi¨®n de democracia.
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