No es el sue?o de Tahrir
El mayor obst¨¢culo a la libertad hoy en Egipto, la fuerza que est¨¢ verdaderamente tratando de deshacer la revoluci¨®n, no son los Hermanos Musulmanes, sino los militares que dominan el aparato de seguridad del Estado
Un a?o despu¨¦s, Egipto est¨¢ dividido entre un aparato de seguridad a¨²n muy atrincherado, unos islamistas en pleno ascenso pol¨ªtico y unos revolucionarios que luchan para superar los problemas
"Muy bien, hablemos del pan", dice el parlamentario local Gamal al Ashri a los electores que llenan la sala. Es ya de noche. Delante del dilapidado edificio de viviendas en el que se celebra la reuni¨®n, una mujer rebusca en un enorme mont¨®n de basura maloliente, al borde de una calle llena de polvo y de baches. Agarra algo y se apresura a meterlo en una bolsa de pl¨¢stico. Carros llevados por caballos, viejas furgonetas Volkswagen de color blanco y peque?as motocicletas negras de tres ruedas (llamadas tuk tuk) compiten con los peatones en el caos atronador que constituye una calle egipcia. Estamos en un barrio pobre de Giza, a pocos kil¨®metros de las pir¨¢mides, pero fuera de cualquier itinerario tur¨ªstico.
Lo que pasa con el pan es que no hay suficiente pan del barato, el que est¨¢ subvencionado por el Estado. Junto a este edificio hay una panader¨ªa privada, muy iluminada, que vende arom¨¢ticos panes y pasteles, pero los pobres no pueden comprarlos. El congresista explica lo insensato que es un Estado corrupto que ha reducido a Egipto a depender del trigo importado. Despu¨¦s surgen las preguntas sobre cuestiones como la basura en las calles, el crimen y los transportes locales.
Un a?o despu¨¦s de la ca¨ªda de Hosni Mubarak esto no es con lo que so?aban los j¨®venes revolucionarios
De pronto, un hombre de mediana edad, elegantemente vestido, con chaqueta, camisa negra y corbata, se levanta y pregunta: ¡°?Pero por qu¨¦ tenemos mujeres en el Parlamento?¡±. Est¨¢ claro que no le gusta. Y, seg¨²n me traducen, a?ade que ¡°los Hermanos Musulmanes est¨¢n interesados en tener mujeres. Yo, no. Quiero que las mujeres vuelvan a casa¡±.
El parlamentario pertenece al Partido Libertad y Justicia (PLJ), el brazo pol¨ªtico de los Hermanos Musulmanes, que fue el gran vencedor en las elecciones parlamentarias, relativamente libres, celebradas en el pa¨ªs y, casi con toda certeza, dominar¨¢ el pr¨®ximo Gobierno. Aguardo su respuesta con curiosidad. (Que yo sepa, no sabe que hay un extranjero al fondo de la sala.) ¡°No¡±, dice. Queremos libertad para todos. Egipto solo se puede reconstruir si participa todo el mundo. Las mujeres pueden ayudarnos a afrontar muchos problemas, como las drogas y la educaci¨®n.
Entonces, en una sala en su mayor¨ªa ocupada por hombres, una mujer muy enfadada se levanta y pregunta, no sobre la posici¨®n a prop¨®sito de las mujeres, sino sobre otro parlamentario que ha acusado al que pudo haber sido candidato presidencial, Mohammed el Baradei, de ser un agente extranjero.
Bienvenidos al Egipto real. En Occidente hay dos clich¨¦s, dos im¨¢genes opuestas, sobre la revoluci¨®n egipcia y, m¨¢s en general, la Primavera ?rabe. Una es la de las bellas y j¨®venes revolucionarias, usuarias de Facebook y Twitter, que explican en perfecto ingl¨¦s sus inmaculados objetivos laicos y liberales. La otra es la de los hombres islamistas, morenos y barbudos, que aprovechan un breve instante de semidemocracia para imponer su represi¨®n violenta, teocr¨¢tica y mis¨®gina. La primavera ¨¢rabe y el oto?o ¨¢rabe.
Como ocurre tantas veces, los clich¨¦s tienen una base de verdad. Hay en Egipto j¨®venes, tanto hombres como mujeres, fant¨¢sticos, valientes e inteligentes, que han hecho frente a tremendas intimidaciones de todo tipo (desde balas de la polic¨ªa hasta acoso sexual) y merecen que les demos toda nuestra solidaridad y todo nuestro apoyo sin escatimarlos. Y, desde luego, existen algunos monstruos islamistas. Pero los clich¨¦s ignoran dos verdades m¨¢s amplias e importantes.
Si desde los pa¨ªses libres queremos contribuir a la transici¨®n en Egipto? debemos comprender qu¨¦ est¨¢ sucediendo all¨ª
En primer lugar, el mayor obst¨¢culo a la libertad hoy en Egipto, el m¨¢s inmediato, la fuerza que est¨¢ verdaderamente tratando de deshacer la revoluci¨®n, no son los Hermanos Musulmanes, sino los militares que dominan el aparato de seguridad del Estado, los que llevan 60 a?os en el poder y que ahora se conocen por las siglas CSFA, de Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Son ellos quienes mandaron construir, hace poco, dos espantosos muros provisionales de enormes bloques de cemento ¡ªque me recuerdan de forma inevitable a las fotos del Muro Berl¨ªn en sus primeros tiempos¡ª para impedir el acceso a la Plaza de Tahrir y los edificios oficiales pr¨®ximos.
Ellos han dirigido las legiones de esp¨ªas, matones y torturadores que, durante decenios, han aterrorizado a partidarios del Estado laico, salafistas, cristianos coptos y personas corrientes. En los ¨²ltimos tiempos han encerrado a blogueros que se hab¨ªan atrevido a criticarlos. Controlan grandes partes de la econom¨ªa; los c¨¢lculos var¨ªan entre el 10 y el 40%. En cualquier caso, suficiente para tener la capacidad, cuando las reservas del banco central se agotan, de darle 1.000 millones de d¨®lares como si nada, ¡°como si se lo hubieran encontrado detr¨¢s de los cojines del sof¨¢¡±, en palabras de un observador. El CSFA es el que est¨¢ peleando con el Parlamento elegido para conservar el control de los Ministerios de Interior y Defensa y evitar que el presupuesto de Defensa tenga que estar sometido a escrutinio. A pesar de recibir aproximadamente 1.300 millones de d¨®lares de Washington en concepto de ayuda militar, ha mostrado una actitud incre¨ªblemente desafiante respecto a Estados Unidos al procesar a 43 activistas de ONG, entre ellos el hijo del actual ministro de Transportes estadounidense. En resumen, los militares son el mayor impedimento en la larga v¨ªa de Egipto hacia la libertad.
En segundo lugar, en la medida en que Egipto ha celebrado unas elecciones m¨¢s o menos libres y m¨¢s o menos limpias, los islamistas han ganado. El PLJ y el salafista Al Nour controlan, entre los dos, una amplia mayor¨ªa en las dos c¨¢maras del Parlamento. Gusten o no, por ahora son ellos ¡ªno los j¨®venes urbanos y con educaci¨®n que encabezaron la revoluci¨®n en la Plaza de Tahrir¡ª quienes han obtenido la victoria pol¨ªtica. No es extra?o en una sociedad conservadora y de mayor¨ªa musulmana, en la que los Hermanos Musulmanes pose¨ªan ya una formidable organizaci¨®n clandestina. El PLJ hace concesiones y llega a acuerdos con el aparato militar y de seguridad, pero tambi¨¦n intentar¨¢ refrenarlo.
Todos esos a los que agrupamos bajo la etiqueta de islamistas son gente muy variada: gordos y delgados, duros y blandos, dogm¨¢ticos y pragm¨¢ticos. Algunos dan prioridad a la econom¨ªa de libre mercado, otros al bienestar social, otros, al conservadurismo cultural y religioso. En todos los territorios de la Primavera ?rabe, la situaci¨®n es muy distinta seg¨²n qu¨¦ tipo de islamistas predomina, en qu¨¦ contexto y con qu¨¦ limitaciones internas y externas. Por ahora, las prioridades del PLJ en Egipto parecen claras: mostrar ciertas mejoras en la econom¨ªa, el bienestar y la seguridad individual. Si no, saben que perder¨¢n popularidad y, por tanto, votos.
Un a?o despu¨¦s de la ca¨ªda de Hosni Mubarak, esto no es con lo que so?aban los j¨®venes revolucionarios de Tahrir. No es con lo que so?¨¢bamos los liberales de Occidente. No es otro 1989, con las consecuencias de aquel. Pero tampoco es 1979 en Ir¨¢n, una revoluci¨®n arcoiris que enseguida degener¨® en una teocracia islamista represiva. Es Egipto y es 2012. Incluso mis amigos liberales y coptos dicen que un Gobierno islamista pragm¨¢tico, que logre una reducci¨®n gradual del gigantesco aparato militar, burocr¨¢tico y de seguridad del Estado, es quiz¨¢ lo m¨¢ximo a lo que pueden aspirar en un futuro pr¨®ximo.
Si los que vivimos en pa¨ªses libres y m¨¢s pr¨®speros queremos contribuir a la transici¨®n en Egipto ¡ªy, seamos realistas, esa ser¨¢ una ayuda meramente marginal¡ª, debemos empezar por comprender qu¨¦ est¨¢ sucediendo all¨ª, con toda su complejidad, todo su polvo y todos sus baches. No tenemos nada que perder, m¨¢s que nuestros clich¨¦s.
Timothy Garton Ash es catedr¨¢tico de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su ¨²ltimo libro es Los hechos son subversivos: ideas y personajes para una d¨¦cada sin nombre.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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