La caricia, la memoria
La ma?ana del 10 de abril de 1976, Mar¨ªa Regina sali¨® temprano de su casa en el Barrio de Belgrano. Su compa?ero, Sergio, hab¨ªa tenido que irse del pa¨ªs algunas semanas antes. Ya estar¨¢ en La Habana, pens¨® ella, mientras arreglaba su largo cabello negro despeinado por la brisa que soplaba desde el R¨ªo de la Plata. El sol brillaba y el oto?o a¨²n no hab¨ªa descargado su humedad gris y melanc¨®lica sobre Buenos Aires. La radio anunciaba que la temperatura llegar¨ªa a 22 grados. Mar¨ªa Regina pensaba que esos d¨ªas radiantes parec¨ªan burlarse de la tragedia que se viv¨ªa en la Argentina, pocos d¨ªas despu¨¦s del golpe de Estado. Tambi¨¦n en Chile, desde donde hab¨ªan llegado con Sergio, clandestinos. O, en Brasil, donde hab¨ªa nacido hac¨ªa 29 a?os. Mar¨ªa Regina pensaba en sus pa¨ªses queridos, en c¨®mo sangraban de dolor, mientras el sol reluc¨ªa sin haberse dado cuenta de nada.
30.000 desaparecidos y asesinados por el Terrorismo de Estado en Argentina
La ma?ana del 10 de abril de 1976, Mar¨ªa Regina sali¨® temprano de su casa porque su recorrido ser¨ªa largo y peligroso. Iba a encontrarse con Edgardo Enr¨ªquez Espinosa, el tercer hombre en la jerarqu¨ªa del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile, quien, como ella, viv¨ªa oculto en Buenos Aires. Deb¨ªa estar segura de no ser seguida ni levantar ninguna sospecha. Los servicios de inteligencia de Argentina, Brasil y Chile trabajaban coordinadamente y llevaban a cabo una persecuci¨®n implacable contra los militantes de izquierda, los activistas de los movimientos populares y todo aquel que les pareciera peligroso o simplemente sospechoso.
En la esquina de Pampa y Avenida del Libertador, Mar¨ªa Regina recogi¨® su cabello largo y negro. Cerr¨® los ojos y dej¨® que el sol le iluminara el rostro. Pens¨® qu¨¦ estar¨ªa haciendo Sergio en esos momentos. Memoriz¨® el camino y fue rumbo a su encuentro con Edgardo.
Poco sabemos qu¨¦ ocurri¨® a partir de ese momento.
Los testimonios recogidos sostienen que Mar¨ªa Regina y Edgardo fueron detenidos por la Armada Argentina gracias a informaciones ofrecidas por la Direcci¨®n de Inteligencia Nacional de Chile. Algunos documentos indican que el cuerpo de Edgardo fue entregado acribillado en el Hospital Pirovano de Buenos Aires, la tarde de ese mismo d¨ªa. Desde el 10 de abril de 1976, ambos est¨¢n desaparecidos.
Conoc¨ª a Emir Sader hace casi veinte a?os. He compartido con ¨¦l una amistad profunda y una rutina laboral cotidiana en la investigaci¨®n acad¨¦mica, el trabajo docente, la escritura militante y el activismo pol¨ªtico. Supe, al conocerlo, que Emir alguna vez se hab¨ªa llamado Sergio y que hab¨ªa vivido varios meses en Buenos Aires, escapando de Chile y hurgando en los peligrosos pliegues de la lucha revolucionaria, cuando las dictaduras infectaban de terror y muerte buena parte de los pa¨ªses latinoamericanos. Algunas pocas veces, y casi siempre de manera esquiva, me mencion¨® a Mar¨ªa Regina, su compa?era, desaparecida en Buenos Aires. Cuando lo hac¨ªa, era de forma el¨ªptica y en el medio de un relato de otros acontecimientos o hechos dispersos, donde ni ¨¦l ni ella eran los protagonistas. Nunca quise preguntarle nada al respecto. No sab¨ªa c¨®mo hacerlo, aunque me carcom¨ªan las ganas de que me contara qu¨¦ sent¨ªa, c¨®mo era ella, cu¨¢ndo se hab¨ªan conocido, qu¨¦ planes ten¨ªan para el futuro, por qu¨¦ se hab¨ªan enamorado. Quer¨ªa saberlo todo, pero pensaba que su recuerdo pod¨ªa ser m¨¢s doloroso que mi trivial ansiedad. Las pocas veces que ¨¦l mencionaba a Mar¨ªa Regina, mi coraz¨®n se aceleraba a la espera de un relato que nunca terminaba de concretarse.
Todo cambi¨® el jueves 4 de mayo del 2006.
Ese d¨ªa, llegamos juntos en taxi al Centro Municipal de Exposiciones, donde comenzar¨ªa el Foro Mundial de Educaci¨®n de Buenos Aires. Al bajar del coche, Emir se detuvo petrificado, como si estuviera mirando el cielo. Yo tem¨ª que le hubiera bajado la presi¨®n o se hubiera mareado. Me tom¨® del hombro y tratando de ensayar una sonrisa, me dijo: ¡°Mira, ah¨ª, Mar¨ªa Regina¡¡± En una especie de contagio transitivo de la estupefacci¨®n, elev¨¦ la mirada y observ¨¦ un enorme cartel, sobre la entrada misma de lugar donde se realizar¨ªa el Foro. Casi no pod¨ªa reconocer su contenido. Era una especie de collage de palabras. ¡°Ah¨ª, ah¨ª, ?la ves?¡±, me preguntaba Emir recuperando el entusiasmo. ¡°Mar¨ªa Regina, ?la ves?, ?la ves?¡±.
El Foro Mundial de Educaci¨®n estaba promovido por diversas organizaciones, entre ellas, las Abuelas de Plaza de Mayo. Los organizadores hab¨ªan puesto un enorme cartel con decenas de nombres, homenajeando a los extranjeros desaparecidos durante la dictadura militar argentina. En ese aquelarre de letras superpuestas, sin demorar un instante, Emir, Sergio, hab¨ªa reconocido a Mar¨ªa Regina, su compa?era querida.
Mis piernas temblaron, mientras, en vano, trataba de ordenar mi mirada en ese universo de nombres heroicos y difusos.
Caminamos algunos minutos en silencio, en medio de la multitud de participantes. Emir segu¨ªa tom¨¢ndome del hombro. De reojo percib¨ª el brillo de una l¨¢grima que corr¨ªa por su mejilla. Su silencio fue el mejor relato del dolor que apretaba su coraz¨®n. Sent¨ª un gran orgullo por compartir su amistad. Hab¨ªan pasado tantos a?os desde la desaparici¨®n de Mar¨ªa Regina y su presencia nos ofrec¨ªa ahora una nueva victoria. Ella estaba all¨ª, junto a tantos otros, para recibirnos, para brindarnos su c¨¢lida y amorosa bendici¨®n.
Bienvenidos, parec¨ªa decirnos Mar¨ªa Regina. Bienvenidos.
Y yo tambi¨¦n me puse a llorar, aunque trat¨¦ de disimularlo.
Desde aquel momento, nunca m¨¢s sent¨ª la necesidad de preguntarle a Emir sobre Mar¨ªa Regina. No puedo explicarlo. No s¨¦ por qu¨¦. Quiz¨¢s, porque ya lo sab¨ªa todo. Mi ansiedad se aplac¨® cuando sent¨ª que ella tambi¨¦n era parte de mi vida. Muchas veces he pensado que esta es una de las grandes victorias de los que perdieron la vida luchando contra las dictaduras en Am¨¦rica Latina: que se vuelven presentes m¨¢s all¨¢ de las contingencias, que siempre est¨¢n all¨ª, que siempre nos acompa?an, que cada uno de ellos, cada una de ellas, nos regalan una generosa familiaridad.
La aspiraci¨®n de todo genocidio es borrar los rastros de aquellos que pretende exterminar. Sin embargo, nunca cualquier genocidio lo ha logrado. Las im¨¢genes de sus v¨ªctimas siempre regresan, viven, iluminan y gu¨ªan la vida de los que heredan su lucha. Los genocidios nunca triunfan porque no pueden realizar su aspiraci¨®n m¨¢s desp¨®tica: hacer que desparezca el sentido de la vida, los ideales de aquellos que ha exterminado. Ning¨²n genocidio consigue borrar los nombres de sus v¨ªctimas, clavados en una historia que no se rinde ante la prepotencia del olvido. Desaparece el cuerpo, no la memoria.
El jueves 4 de mayo del a?o 2006 descubr¨ª a Mar¨ªa Regina reflejada en esa l¨¢grima brillante que iluminaba el rostro de Emir. All¨ª entend¨ª que sab¨ªa todo acerca de ella. El resto, eran detalles.
Dos semanas atr¨¢s, despu¨¦s de mucho postergarlo, fuimos con Emir y varios amigos al Parque de la Memoria, uno de los m¨¢s bellos y conmovedores espacios p¨²blicos de la Ciudad de Buenos Aires. Se trata de un amplio terreno de 14 hect¨¢reas donde se destacan el Monumento a las V¨ªctimas del Terrorismo de Estado, excepcional obra arquitect¨®nica de Alberto Varas, y numerosas obras escult¨®ricas que lo acompa?an y brindan fuerza narrativa a un trazado doloroso sobre una leve colina, a orillas del R¨ªo de la Plata. All¨ª se dibujan el pasado y el futuro de un pa¨ªs atormentado por el deseo de justicia. El Monumento representa una herida profunda, en direcci¨®n a ese mismo r¨ªo en el que los llamados ¡°vuelos de la muerte¡± dejaban caer los cuerpos a¨²n con vida de centeneras de seres humanos cuyo mayor delito hab¨ªa sido oponerse a la tiran¨ªa. Su trazado invita a una procesi¨®n lenta acompa?ando largos paredones compuestos por 30.000 placas de p¨®rfido, una piedra de gran dureza y gris con destellos p¨²rpura, como la memoria de los 30.000 desaparecidos durante la dictadura argentina. 9.000 de esas placas est¨¢n grabadas con el nombre y la edad de las mujeres, los hombres, las ni?as y los ni?os v¨ªctimas del terrorismo de Estado. En el caso de las mujeres, se indica si estaban embarazadas al momento de ser asesinadas o secuestradas por las fuerzas militares. Paredones que invitan a una peregrinaci¨®n por el horror. Las edades de las v¨ªctimas dan cuentan de lo que estaba en juego en la Argentina de los a?os 70: el pasado contra el futuro. El pasado cre¨ªa haber ganado la batalla en aquel triste y doloroso momento. El futuro, duro como esa piedra cargada de esperanza, resiste el poder de las armas y su arrogante vocaci¨®n a la muerte. El futuro es la vida y la libertad, parece susurrarnos el peregrinar por esos muros cargados de nombres y de tristeza inmensa: Carlos F., 16 a?os; Mar¨ªa T., 22 a?os, embarazada; Sof¨ªa, R., 19 a?os; Mateo D., 28 a?os; Ricardo, F., 32 a?os; Carol G., 18 a?os, embarazada¡ 9.000 nombres, 9.000 heridas en la piedra, 9.000 flores en ese R¨ªo de la Plata, manchado por la ignominia, marr¨®n y luminoso como las l¨¢grimas de una sociedad dispuesta a no olvidarlos.
El Parque de la Memoria de Buenos Aires es uno de los emplazamientos urbanos m¨¢s vigorosos de esa arquitectura de la Memoria donde se combinan el arte, la historia, la poes¨ªa y el testimonio vivo de un horror que debe ser puesto en evidencia, de exponerse en toda su brutal dimensi¨®n, para nunca m¨¢s volver a repetirse.
Recorrer, peregrinar, caminar en marcha lenta al lado de esos muros repletos de nombres y de placas grises con destellos p¨²rpura, es como volver al pasado, so?ando con un futuro mejor. Es como acercarse a ese r¨ªo manchado de horror, pero para despegar en un vuelo de libertad y justicia, de emancipaci¨®n y lucha. Peregrinar honrando a todos los que murieron, porque a ellos les debemos la vida y la libertad, una realidad de justicia que apenas se asoma en el horizonte de un continente acostumbrado a la opresi¨®n y al abandono.
El Parque de la Memoria de Buenos Aires es un emocionante dispositivo pedag¨®gico que deber¨ªamos recorrer con nuestros hijos, nuestros amigos y familiares, nuestros alumnos y compa?eros de trabajo, tomados de la mano. No para cerrar las heridas del pasado, sino para evitar que volvamos a abrirlas.
Aquel d¨ªa, caminamos lado a lado, apoyados en esos muros grises con destellos p¨²rpura, en silencio. Emocionados, hermanados.
Emir, de repente, se detuvo.
Vi que se agachaba mientras pasaba su mano suavemente sobre una de esas placas de piedra dura, como la memoria, gris, como el olvido, p¨²rpura, como la esperanza: Maria Regina Marcondes, 29 a?os. Su mano suave recorr¨ªa cada letra, cada l¨ªnea, cada curva. Su mano suave acariciaba el nombre de su compa?era amada. Sergio abrazaba a Regina, sus ojos volv¨ªan a iluminarse. El cabello de Regina volv¨ªa a despeinarse con la brisa del R¨ªo de la Plata. La caricia, la memoria. Trazos de un mismo presente, nutrientes de un mismo futuro.
El Monumento a las V¨ªctimas del Terrorismo de Estado es uno de los pocos lugares en el que los familiares y amigos de los detenidos y desaparecidos de la dictadura militar argentina disponen para dejarle flores a sus seres queridos. O para acariciarlos, as¨ª, con una caricia suave sobre la piedra gris. Para hacer que ella no deje nunca de regalarnos sus destellos p¨²rpuras.
Acompa?amos a Emir durante esos cortos minutos de intimidad con el dolor. Con ¨¦l seguimos la lenta peregrinaci¨®n por esa herida en direcci¨®n al r¨ªo.
Subiendo la leve colina se vislumbra una de las m¨¢s bellas e intensas obras escult¨®ricas del Parque. Su autor es uno de los m¨¢s creativos artistas argentinos, Nicol¨¢s Guagnini. Se trata de un cubo formado de 25 columnas rectangulares en las que se dibuja el rostro en blanco y negro del padre de Nicol¨¢s, desaparecido y asesinado por el ej¨¦rcito argentino. Mientras se sube la cuesta, el cubo de columnas se vislumbra blanco e intenso, a medida que nos acercamos, la imagen del rostro va conform¨¢ndose y volvi¨¦ndose visible. Al alejarse, el rostro comienza a pulverizarse en peque?os fragmentos, se desdibuja mientras el blanco vuelve a ganar intensidad. Un juego de resplandores se dise?a en esas vigas de metal, donde 30.000 destellos de luz forman un rostro, el rostro de todos los desaparecidos. Mientras la figura va ganando sus contornos definidos, el r¨ªo desaparece; mientras el r¨ªo aparece, la figura se diluye en el espanto del olvido. El blanco vuelve a jugar aqu¨ª su doble sentido: la nada, la indiferencia, la soledad; la esperanza estampada en el pa?uelo que identifica a esas madres y abuelas valientes, gigantes, herederas de sus hijos.
M¨¢s all¨¢, sobre la leve colina, un enorme panel de hierro sanciona: ¡°Pensar es un Hecho Revolucionario¡±, obra impactante de la artista Marie Orensanz.
Llegamos a la margen del r¨ªo, donde el Monumento se desploma y se sumerge en sus aguas turbias de dolor. All¨ª, luce imp¨¢vida la obra ¡°Reconstrucci¨®n del Retrato de Pablo M¨ªguez¡±, de Claudia Fontes, homenaje a quien fuera uno de los m¨¢s j¨®venes desaparecidos argentinos, con 14 a?os. Pienso que esa es exactamente la edad de mi hijo y me siento totalmente perturbado por la angustia. La figura de Pablo M¨ªguez, en tama?o real, se mantiene en pi¨¦, sobre las aguas a 70 metros de la costa. El oleaje del r¨ªo le imprime un leve balanceo. Desde la costa se lo ve de espaldas. De acero inoxidable pulido, el brillo del sol confunde la imagen de la escultura con el movimiento del agua. Su contorno aparece y desparece, mientras nosotros nos acunamos tratando de verlo.
Alguna vez, Walter Benjamin, ha escrito que ¡°la memoria abre expedientes que el derecho y la historia dan por cancelados¡±. Mar¨ªa Regina Marcondes era brasile?a. Su mam¨¢ viajo a la Argentina numerosas veces y march¨® en la Plaza de Mayo junto a las Madres y las Abuelas, reclamando su aparici¨®n con vida y el castigo a los culpables de su asesinato.
Emir, Sergio, pocos d¨ªas despu¨¦s de salir de la Argentina, a comienzos de marzo de 1976, se encontr¨® con Julio Cortazar en un vuelo de La Habana a Managua. All¨ª hablaron de Regina. Sab¨ªan que su situaci¨®n ser¨ªa cada vez m¨¢s arriesgada y peligrosa. Cortazar escribi¨® un breve mensaje sobre un pedazo de papel blanco que Emir prometi¨® enviarle enseguida:
Bueno, flaca, aqu¨ª, a bordo de un avi¨®n quiero que recibas un saludo muy cordial de alguien que comparte muchas cosas con vos.
Julio Cortazar, El Padre Cron¨®pio
La carta nunca lleg¨® a manos de Mar¨ªa Regina y Emir a¨²n la conserva. Supe de su existencia porque un d¨ªa, sin que se lo hubiera preguntado, ¨¦l me llam¨® muy tarde por la noche, para contarme la historia. Le dije que me encantar¨ªa conocer el contenido del mensaje de Julio Cortazar. Pero me respondi¨® de manera evasiva, argumentando que no sab¨ªa si podr¨ªa encontrar el peque?o papel, archivado en alg¨²n lugar desconocido y ya amarillo por el paso del tiempo. Pocos segundos despu¨¦s volvi¨® a llamarme y me ley¨® el texto. ¡°Por suerte, lo encontr¨¦¡±, me dijo, como si sospechara que no me hab¨ªa dado cuenta que lo ten¨ªa a su lado. Igual que siempre en estos 36 a?os, desde aquel d¨ªa que, una ma?ana de sol, Mar¨ªa Regina arreglaba su largo cabello negro y cerraba los ojos, dejando que el futuro le iluminara el rostro.
(Desde Buenos Aires)
VIDEOS SOBRE EL PARQUE DE LA MEMORIA:
Caetano Veloso visita el Parque de la Memoria
El Parque de la Memoria de Buenos Aires
Reflexiones sobre arte y pol¨ªtica - Parque de la Memoria, Buenos Aires, Argentina
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Parque de la Memoria, Buenos Aires, Argentina
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