La batalla de los libros
El ni?o que vend¨ªa palabras, bell¨ªsimo libro del escritor brasile?o Ignacio de Loyola Brand?o, narra la historia de un peque?o, orgulloso de su padre culto, inteligente y due?o de una vast¨ªsima biblioteca. Sus amigos recurren a ¨¦l cuando quieren saber el significado de alguna palabra compleja: incompatible, epitelio, lun¨¢tico, pantomima, aburrimiento. Pronto, el ni?o descubre que puede negociar el significado de las palabras, comenzando un animado comercio lexicogr¨¢fico a espaldas de su padre. La narrativa de Loyola Brand?o es una conmovedora declaraci¨®n de amor a los libros y al descubrimiento de la lectura en la infancia. Encantarse con el mundo, inventar nuevas realidades, conocer el pasado, imaginar el futuro en un encuentro m¨ªstico y revelador con la palabra y ese inmenso mundo de los relatos y las teor¨ªas, las f¨¢bulas y las conjeturas cient¨ªficas que se amontonan en las bibliotecas. El ni?o que vend¨ªa palabras reafirma aquello que alguna vez dijera Umberto Eco, ¡°una biblioteca es la mejor imitaci¨®n posible de una mente divina, en la que todo el universo se ve y se comprende al mismo tiempo. Inventamos bibliotecas porque sabemos que carecemos de poderes divinos, pero hacemos todo lo posible para imitarlos¡±.
Leer libros para leer el mundo. Leer libros para leernos a nosotros mismos como parte de una comunidad que se inventa, d¨ªa a d¨ªa, gracias al extraordinario poder de la palabra.
Pensaba en esto cuando me depar¨¦ con los resultados de una encuesta realizada por la Birmingham Science City y divulgada por la BBC: 54% de los ni?os ingleses, cuando tienen una duda o inquietud, recurren a Google o a otros buscadores. S¨®lo 3% consultan a sus docentes y 26% a sus padres. Casi la mitad de los ni?os encuestados nunca ha utilizado una enciclopedia impresa y la quinta parte nunca ha visto siquiera un diccionario.
Esa misma noche, eleg¨ªa con mi hija Camila un libro para leer juntos antes de irnos a dormir. Quiero ¨¦ste ¨C me dijo, escogiendo Corb, la frustrada historia de un cuervo que quiere cambiar de color de sus plumas negras para ganar amigos. ?En qu¨¦ est¨¢? ¨C me pregunt¨®, haciendo referencia al idioma del texto. En catal¨¢n ¨C le respond¨ª. (Aunque s¨®lo tiene dos a?os, las variaciones ling¨¹¨ªsticas son para Camila algo bastante habitual: vive en Brasil, tiene una familia argentina, una abuela alemana y una buena cantidad de libros que recibe como regalo de nuestros amigos extranjeros o como recuerdo de nuestros viajes al exterior). Me lo pones en portugu¨¦s, papi ¨C agreg¨®.
La encuesta inglesa y el pedido de Camila me hac¨ªan pensar en la pertinencia del mensaje esperanzador que pretende transmitir el relato de Loyola Brand?o.
La enorme fuerza persuasiva que posee la internet entre ni?os y j¨®venes, interpela a los padres y los educadores. Aunque ser¨ªa precipitado afirmar que Google socava su autoridad, al menos, pone en evidencia su indiscutible fragilidad. Mantener la atenci¨®n, ganar la confianza o concitar el inter¨¦s de los ni?os y los j¨®venes dentro o fuera de la escuela, nunca fue una tarea f¨¢cil. Contra qui¨¦nes compet¨ªan nuestros padres y docentes algunos a?os atr¨¢s, ser¨ªa un tema discutible. Hoy, lo hacen contra la atracci¨®n que concitan las tecnolog¨ªas electr¨®nicas y la red mundial de ordenadores que conocemos como internet.
Quiz¨¢s el problema sea m¨¢s amplio y no s¨®lo los peque?os consultan Google cuando tienen alguna duda. Tambi¨¦n, claro, lo hacen los adultos. No me extra?ar¨ªa que los padres de esos mismos ni?os ingleses, cuando quieren saber algo acerca de sus hijos, tambi¨¦n lo buscan en Google.
Sin embargo, el prematuro aprendizaje tecnol¨®gico de Camila no deja de sorprenderme. Cambiar de lengua es, en efecto, una propiedad de las nuevas tecnolog¨ªas que mi peque?a hija aprovecha a diario: cambia el idioma de las pel¨ªculas en la tele y en las que reproduce en el DVD, as¨ª como lo cambia en los juegos del IPad. Camila posiblemente imagina que, cuando leemos un libro, lo ¡°ponemos¡± en la lengua que m¨¢s nos gusta. Desde su punto de vista: las ¡°letras¡± se ponen en el idioma de quien realiza la lectura.
No puedo negar que el inter¨¦s de mi hija por los libros me entusiasma y me llena de orgullo, aunque me inquieta que el avance tecnol¨®gico la aleje de los textos impresos. En mi IPAd, que hizo suyo ni bien lo descubri¨®, tiene libros que se leen ¡°solos¡± y se ¡°ponen¡± en el idioma que ella elije con solo pasar el dedo, sin demorar un segundo.
Cinco d¨ªas despu¨¦s de ser divulgada la encuesta inglesa, un hecho gan¨® notoriedad en la prensa mundial: la compa?¨ªa responsable por la producci¨®n de la Enciclopedia Brit¨¢nica, anunciaba que dejar¨ªa de editar su versi¨®n impresa, despu¨¦s de 244 a?os de fidelidad incondicional al legado del gran Diderot. Internet hab¨ªa vencido la batalla y la m¨¢s reconocida obra de consulta tem¨¢tica en el mundo se concentrar¨ªa ahora en la disputa por el espacio virtual dominado por Wikipedia. Sin un cambio dr¨¢stico en su estrategia comercial, la tiran¨ªa del mercado hundir¨ªa la c¨¦lebre Enciclopedia que hab¨ªa vendido 120.000 ejemplares a comienzos de los a?os 90 y s¨®lo vend¨ªa 8.000 dos d¨¦cadas despu¨¦s.
Algunos especialistas, luego de la divulgaci¨®n de dicha encuesta, recomendaron la importancia de tener obras de consulta general en casa, evitando as¨ª la tentaci¨®n de recurrir a internet para despejar las dudas o inquietudes familiares. Qui¨¦n iba a imaginar que, horas m¨¢s tarde, la Enciclopedia Brit¨¢nica reconocer¨ªa su derrota impresa de forma tan categ¨®rica.
Si la mitad de los ni?os ingleses nunca ha visto una enciclopedia, ahora quiz¨¢s jam¨¢s la ver¨ªan.
De los dos grandes inventos que Francia ha legado a la historia universal, las papas fritas y la Enciclopedia, s¨®lo las primeras parecen haber conquistado el coraz¨®n del p¨²blico infanto-juvenil.
Por mi parte, nunca sospech¨¦ que la ¨²nica forma de contrarrestar el poder de la tecnolog¨ªa o el desapego de los ni?os por la lectura se lograr¨ªa distribuyendo la Enciclopedia Brit¨¢nica en las escuelas. Sin embargo, al leer la noticia, me invadi¨® una rara desaz¨®n. Pensaba que, con la desaparici¨®n de esta obra emblem¨¢tica tambi¨¦n desaparec¨ªa una forma de estudio e investigaci¨®n escolar que quiz¨¢s echaremos de menos, aunque muchas veces la hayamos despreciado.
Hace ya algunas semanas que trato de huir de la tentaci¨®n de ser uno de los ¨²ltimos compradores de la edici¨®n impresa de la Enciclopedia, aunque m¨¢s no sea para mostr¨¢rsela un d¨ªa a mis hijos y decirles: "esto consultaba vuestro padre cuando ten¨ªa una duda en la escuela". O quiz¨¢s, simplemente, para expresarles con amargura: "esto que ven aqu¨ª es un libro". Resulta curioso, pero, aunque nunca hubiera comprado la Enciclopedia Brit¨¢nica, siento su ausencia en mi biblioteca.
La substituci¨®n de obras acad¨¦micas o cient¨ªficas impresas por libros electr¨®nicos es una tendencia en constante crecimiento en todo el mundo. La nueva encuesta sobre La Penetraci¨®n del Libro Electr¨®nico en las Bibliotecas Norteamericanas, realizada por el Library Journal y por el School Library Journal, muestra un crecimiento espectacular de este tipo de formato electr¨®nico, lo que permite observar un desplazamiento progresivo del libro impreso, particularmente en las bibliotecas acad¨¦micas. Entre 2010 y 2011, el n¨²mero promedio de e-books disponible en las bibliotecas universitarias norteamericanas creci¨® 93%. Sin embargo, la expansi¨®n del libro electr¨®nico no se limita a las universidades. El crecimiento de las colecciones de libros de ficci¨®n y no ficci¨®n en las bibliotecas p¨²blicas norteamericanas ha sido tambi¨¦n espectacular: 184% entre 2010 y 2011. No deja de ser sorprendente que, seg¨²n el estudio indicado, la disponibilidad de libros electr¨®nicos ha sido responsable por un aumento promedio de 33% en los usuarios de las bibliotecas escolares. Al mismo tiempo, que los libros electr¨®nicos de literatura cl¨¢sica aumentaron casi 40% en las bibliotecas p¨²blicas norteamericanas en apenas un a?o.
?Cu¨¢l es el problema de todo esto?
Perm¨ªtanme aclarar que lo que me preocupa no es, particularmente, que el libro vaya a desaparecer ni, mucho menos, que corran peligro las bibliotecas. Tal como Umberto Eco ha se?alado hace casi una d¨¦cada, ¡°los hipertextos volver¨¢n obsoletos las enciclopedias y los manuales¡±. Quiz¨¢s los editores de la Enciclopedia Brit¨¢nica ya lo sab¨ªan. Sin embargo, dif¨ªcil es imaginar que la humanidad sustituir¨¢ definitivamente el papel por los textos virtuales. El debate sobre la probable o improbable desaparici¨®n del libro ha sido motivo de diversas controversias. De mi parte, me inclino por coincidir con aquellos que no se asustan ante los cambios tecnol¨®gicos y ven ¨¦stos como una potencial oportunidad para la ampliaci¨®n de las diversas formas de producci¨®n textual y de creatividad literaria.
El asunto que me preocupa es otro.
Aunque hoy existe un formidable potencial para la divulgaci¨®n o el acceso al libro, a la informaci¨®n y al conocimiento, tambi¨¦n se evidencian enormes riesgos sociales en la din¨¢mica que asume el formato de las innovaciones en curso. En Am¨¦rica Latina, as¨ª como en las regiones m¨¢s pobres del planeta, el desigual acceso a las tecnolog¨ªas y a los lenguajes de la comunicaci¨®n hipertextual tender¨¢n a ampliar a¨²n m¨¢s la injusta distribuci¨®n del saber y los discriminadores mecanismos de monopolizaci¨®n del conocimiento que caracterizan nuestros pa¨ªses.
De manera acelerada, las naciones m¨¢s pobres del mundo tambi¨¦n sufrir¨¢n las mutaciones propias de estas nuevas formas de acceso a la informaci¨®n. Si no se toman medidas urgentes, la brecha tecnol¨®gica, sumada a la persistente desigualdad social, crear¨¢ nuevas formas de exclusi¨®n educativa que reforzar¨¢n la matriz antidemocr¨¢tica de estas sociedades.
Hasta hace algunos a?os, la lucha por la democratizaci¨®n del conocimiento supon¨ªa una ecuaci¨®n relativamente simple entre alfabetizaci¨®n funcional, habilidades en la capacidad de lectura y acceso a ciertos bienes simb¨®licos, como los libros. Aprender los rudimentos de la lengua y facilitar o socializar el acceso a los textos escritos eran identificados dos procesos confluentes e indivisibles. Se trataba de democratizar la palabra, multiplicando las bibliotecas y permitiendo que los m¨¢s pobres dispongan de obras literarias y cient¨ªficas en sus casas y sus escuelas. Un desaf¨ªo que hoy permanece vigente y reafirma su urgencia, ante la deuda social que se acumula bajo un inventario de inequidades educativas que profundizan y ampl¨ªan la exclusi¨®n de las grandes mayor¨ªas en Latinoam¨¦rica.
Sin embargo, hoy, la lucha por el derecho a la educaci¨®n no puede limitarse a la aspiraci¨®n por socializar el acceso a los saberes y conocimientos disponibles en la memoria impresa de la humanidad. Crear oportunidades para que los m¨¢s pobres puedan apropiarse de las nuevas tecnolog¨ªas y las nuevas formas de producci¨®n y circulaci¨®n de saberes, constituye uno de los principales desafios para la democratizaci¨®n efectiva de nuestras sociedades.
No creo que haya espacio para la ingenuidad ni para declaraciones apolog¨¦ticas justificadas en las evidentes ventajas que ofrecen las nuevas tecnolog¨ªas para el progreso humano. Sin embargo, tampoco creo que una visi¨®n apocal¨ªptica o reactiva permita captar la complejidad y el potencial de las oportunidades que hoy se abren en la lucha por la ampliaci¨®n del derecho a la educaci¨®n para las grandes mayor¨ªas. Socializar el acceso al conocimiento significa socializar el acceso a los dispositivos tecnol¨®gicos y a las redes por las que el conocimiento circula. No hacerlo significa seguir negando el derecho de los m¨¢s pobres a participar y apropiarse de los saberes socialmente acumulados. Reconozco que no porque los pobres tengan acceso a las nuevas tecnolog¨ªas y a las redes por las que circula la informaci¨®n y el conocimiento, sus condiciones de vida y bienestar mejorar¨¢n repentina y m¨¢gicamente. Sin embargo, si no lo hacemos, bajo el c¨ªnico argumento de que deben haber otras prioridades, sus condiciones de exclusi¨®n se har¨¢n m¨¢s complejas y persistentes.
Los per¨ªodos en los que se gestan grandes cambios en las formas de producci¨®n y circulaci¨®n del conocimiento son escenarios de silenciosas e intensas luchas. Enfrentarlas del lado de los que siempre han sido negados de su derecho a la palabra, constituye un imperativo democr¨¢tico.
(Desde R¨ªo de Janeiro)
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