Llamamiento a la reconciliaci¨®n familiar
La apuesta de Mas por la independencia ha quemado la pol¨ªtica; no queda otro horizonte que poner los medios para alcanzar ese objetivo. Se impone la autocr¨ªtica espa?ola y catalana para recuperar el proyecto com¨²n
De un tiempo a esta parte, por las latitudes en las que vivo parece haber hecho fortuna entre sectores nacionalistas, a la hora de plantear el desencuentro entre Catalu?a y (el resto de) Espa?a, la met¨¢fora del divorcio. No voy a detenerme a analizar lo t¨¦cnicamente impropio de aplicar la met¨¢fora a este caso, porque de ello se ocup¨® de forma tan sensata como brillante Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa en estas mismas p¨¢ginas hace ya algunas semanas ("El derecho a decidir como idea borrosa", 29/10/2012). Me interesa m¨¢s bien se?alar precisamente en qu¨¦ medida la propuesta de dicha met¨¢fora est¨¢ lejos de servir a los intereses ni siquiera de quienes la promueven.
Vaya por delante que, si de describir las relaciones entre los catalanes y el resto de pueblos peninsulares se trata, creo que mucho m¨¢s descriptiva que la comparaci¨®n con un matrimonio a punto de finiquitar su relaci¨®n, ser¨ªa la comparaci¨®n con una familia. Como en ella, las relaciones entre los diversos miembros pueden adoptar diversas formas e intensidades. A veces uno puede mantener una relaci¨®n privilegiada con aquellos primos con los que comparti¨® veraneos y tardes de domingo, y sentirse relativamente alejado del hermano con el que convivi¨® en la infancia pero del que le separan muchos a?os. El v¨ªnculo entre andaluces y catalanes, por ejemplo, debido a razones de todos conocidas, se parecer¨ªa a la que se mantiene con aquellos primos hermanos con los que, a pesar de las m¨²ltiples diferencias, se han vivido experiencias importantes, definitorias del propio car¨¢cter.
Pero, en fin, aceptemos pulpo como animal de compa?¨ªa o, si se prefiere, apliquemos la vieja m¨¢xima de la met¨¢fora para el que la trabaja e intentemos pensar a partir de ella. La verdad es que sirvi¨¦ndose del s¨ªmil del divorcio los planteamientos de muchos nacionalistas, lejos de resultar m¨¢s coherentes o inteligibles, devienen casi incomprensibles para quien no participe de su ideario. Veamos, si no.
Los grandes partidos deben asumir la culpa que les corresponde en el traum¨¢tico final
Uno de los lugares comunes m¨¢s reiterados desde el oficialismo catal¨¢n ha sido el que basaba la reciente deriva independentista en el escaso afecto e inter¨¦s hacia Catalu?a demostrado por intelectuales, pol¨ªticos y medios de comunicaci¨®n espa?oles a lo largo de los ¨²ltimos a?os. Ya s¨¦ que el argumento tiene una m¨¢s que dudosa entidad te¨®rica, pero hay que reconocer que no es inconsecuente con unos discursos que ponen en el centro de todos sus planteamientos el sentiment hacia la propia naci¨®n como la justificaci¨®n incontestable de su propuesta pol¨ªtica. Sin embargo, paradojas de la vida, cuando esos sectores presuntamente fr¨ªos y desinteresados hacia Catalu?a y los catalanes han hecho expl¨ªcitas manifestaciones de afecto y preocupaci¨®n, como ocurri¨® durante la pasada campa?a electoral de las auton¨®micas, la respuesta ¡ªtan repetida que parec¨ªa casi orquestada¡ª ha sido siempre del mismo tenor: ahora ya no, haber reaccionado antes. Respuesta humanamente comprensible pero un tanto rid¨ªcula, a qu¨¦ enga?arnos. Si acudimos al s¨ªmil conyugal, la situaci¨®n resultar¨ªa equivalente a la de esas parejas en las que uno de los miembros no dejara de reprocharle al otro sus escasas muestras de cari?o y ternura y, cuando el reclamado se animara a ofrecerlas, el demandante, altivo y desde?oso, las rechazara sistem¨¢ticamente con el argumento del demasiado tarde.
Pero intentemos aplicar la l¨®gica de la met¨¢fora a casos m¨¢s concretos. Cuando, no muchos d¨ªas despu¨¦s del desencuentro del 20 de septiembre entre Rajoy y Mas en La Moncloa, este ¨²ltimo particip¨® en una reuni¨®n de presidentes de comunidades aut¨®nomas, tom¨® la palabra para quejarse del mal trato econ¨®mico que ¨¦stas reciben por parte del gobierno central, siempre de acuerdo con la versi¨®n publicada por los diarios. No cuesta gran esfuerzo imaginar la extra?eza experimentada ante semejante noticia por un lector desprejuiciado. Se tratar¨ªa de una extra?eza en cierto modo previsible: ese mismo lector la hab¨ªa sentido con toda probabilidad pocos d¨ªas antes, al enterarse de que Mas hab¨ªa viajado a Madrid para reclamar el pacto fiscal. Pero, no habr¨ªa tenido m¨¢s remedio que pensar nuestro imaginario lector, ?no acababa de declarar el presidente de la Generalitat tras la multitudinaria manifestaci¨®n de la Diada que la ¨²nica soluci¨®n para Catalu?a es la independencia? ?Qu¨¦ hace reivindicando ahora el estadio inmediatamente anterior en el orden l¨®gico de las cosas? En cierto modo, la apuesta de Mas ha resultado abrasiva: ha quemado la pol¨ªtica como tal. Ya no hay m¨¢s horizonte que ir poniendo los medios para alcanzar el objetivo final. Si se prefiere decir de otra manera: el maximalismo independentista ha cortocircuitado la pol¨ªtica (aunque siempre habr¨¢ quien piense que ¨¦se era, finalmente, su prop¨®sito). Regresando a la met¨¢fora de marras, que tanto gusta a los nacionalistas, el escenario recordar¨ªa ahora a la persona que ha pedido el divorcio pero, una vez presentados los papeles, se queja amargamente de que su pareja no es atenta y deferente, no se preocupa por su bienestar, no le atiende cuando se encuentra mal ni toma la iniciativa de hacer planes conjuntos para las vacaciones.
La met¨¢fora de la familia, en cambio, permitir¨ªa plantear sobre distintas bases la relaci¨®n entre las partes. En este otro caso, no hay posibilidad de volver a una etapa m¨ªtica de absoluta libertad (fantas¨ªa que suele colmar de ilusi¨®n a quienes anhelan divorciarse) porque de la familia uno no se divorcia, sino que se distancia. Pero tambi¨¦n, por eso mismo, la reconciliaci¨®n con alguno de sus miembros tampoco se plantea en t¨¦rminos de p¨¦rdida (de la presunta libertad m¨ªtica) sino de reencuentro con dimensiones del propio ser absolutamente constituyentes. Uno no deja de ser nunca hijo de sus padres, incluso aunque no quiera saber nada de ellos. No hay catal¨¢n capaz de ver como extranjero a alguien del resto de Espa?a sin ejercer una enorme violencia sobre s¨ª mismo, porque apenas hay catalanes que no tengan v¨ªnculos de sangre (adem¨¢s de otros) con gentes que vinieron de fuera de Catalu?a.
Conviene, en primer lugar, resta?ar las heridas que dej¨® abiertas el proceso estatutario
Visto as¨ª, las cosas deber¨ªan resultar algo m¨¢s f¨¢ciles. Conviene, en primer lugar y cuanto antes, resta?ar las heridas que dej¨® abiertas el proceso estatutario. Se impone una autocr¨ªtica por ambas partes. No cabe ignorar la p¨¦sima imagen de Catalu?a que propici¨® el disparatado proceso de elaboraci¨®n del texto del Estatut (disparate reconocido como tal a toro pasado incluso por quienes en su momento lo celebraban con cava en el Parlamento de Catalu?a). Del mismo modo que los grandes partidos estatales deben asumir la cuota de responsabilidad que les corresponde en el traum¨¢tico y frustrante desenlace final. Responsabilidad, por cierto, en modo alguno equiparable, como gustan de afirmar muchos nacionalistas. De la insufrible ligereza de Zapatero, prometiendo aceptar cualquier cosa que pudiera salir del Parlamento catal¨¢n (y as¨ª nos fue), a la intransigencia del PP, no s¨®lo promoviendo impresentables campa?as de boicot a los productos catalanes o recogiendo firmas contra el Estatut, sino, sobre todo, presentando un recurso ante al Tribunal Constitucional y maniobrando para que la composici¨®n de ¨¦ste propiciara un resultado favorable a sus tesis, media un abismo, que sorprende que los nacionalistas se empe?en en soslayar.
Ambas autocr¨ªticas (catalana y espa?ola, por as¨ª decirlo) bien podr¨ªan ser asumidas por las dos partes como una petici¨®n de excusas por los errores cometidos y por las hipot¨¦ticas ofensas inferidas, que las hubo sin la menor duda desde todos los lados. Cumplimentado lo cual, cabr¨ªa regresar a la l¨ªnea de salida, y plantearnos de nuevo la posibilidad de reemprender juntos el camino, llevando a cabo las modificaciones legales que hagan falta (y acordemos entre todos) para que dicho camino lleve a un lugar asimismo por todos deseable. Porque si algo est¨¢ claro es que lo que, manifiestamente, no lleva a ninguna parte es la acumulaci¨®n de agravios y quejas. Ya s¨¦ que resulta mucho m¨¢s f¨¢cil de decir que de hacer, pero no por ello hay que dejar de manifestarlo: es la hora de la generosidad y, para los que la posean, de una cierta grandeza.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de filosof¨ªa contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona. Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2012 por el libro Adi¨®s, historia, adi¨®s.
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