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Cien veces Gabo

"Lo ¨²nico cierto para m¨ª son las canciones de los Rolling, la revoluci¨®n cubana y cuatro amigos¡±. Con algunos de esos amigos y dos nuevos libros que incluyen desconocidas cartas y su faceta period¨ªstica, descubrimos otras caras de la personalidad de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez.

Juan Cruz
El escritor, con su mujer Mercedes Barcha en Barcelona en 1969.
El escritor, con su mujer Mercedes Barcha en Barcelona en 1969.

Eligio Garc¨ªa M¨¢rquez, el hermano del premio Nobel de Literatura al que todos llaman Gabo, cont¨® en 1971, en un texto period¨ªstico que luego entr¨® en un libro (As¨ª son, publicado por primera vez por La Oveja Negra, 1982), lo que el m¨¢s famoso de los escritores de lengua espa?ola del siglo XX dijo cuando empezaron a atosigarle con las consecuencias de la gloria. Lo que ¨¦l quer¨ªa ser era pianista en Z¨²rich.

La historia fue como sigue, seg¨²n Eligio. Ya le buscaban de todas partes, porque su novela Cien a?os de soledad, publicada cuatro a?os antes, hab¨ªa tenido un ¨¦xito abrumador y le daban premios que para ¨¦l eran castigos. As¨ª reaccionaba ante la gloria: ¡°Pienso que m¨¢s valiera estar muerto¡±, le dijo a Armando Dur¨¢n. ¡°Lo peor que le puede suceder a un hombre que no tiene vocaci¨®n para el ¨¦xito literario, y en un continente que no est¨¢ acostumbrado a tener escritores de ¨¦xito, es publicar una novela que se venda como salchichas¡±.

Como salchichas en todas partes; ya Garc¨ªa M¨¢rquez estaba marcado por esa gloria que lo martirizaba. Y dec¨ªa: ¡°Me he negado a convertirme en un espect¨¢culo, detesto la televisi¨®n, los congresos literarios, las conferencias, la vida intelectual, y he tratado de encerrarme dentro de cuatro paredes, a diez kil¨®metros de mis lectores, y sin embargo ya me queda muy poca vida privada: mi casa, t¨² lo has visto, parece siempre un mercado p¨²blico¡±.

Hab¨ªa renunciado a premios en Italia y en Par¨ªs, ¡°no solo por pudor, sino porque pienso que tambi¨¦n esto es mentira¡±; quer¨ªa dedicarse tan solo a ¡°las canciones de los Rolling Stones, la revoluci¨®n cubana y cuatro amigos¡±.

Hubiera querido ser el hombre que tocaba elpiano en un bar¡±

Fue entonces cuando le preguntaron: ¡°Y si no hubieras sido escritor, ?qu¨¦ habr¨ªas querido ser?¡±. Contest¨®: ¡°El otro d¨ªa, entre dos trenes, me refugi¨¦ de una tormenta de nieve en un bar de Z¨²rich. Todo estaba en penumbra, un hombre tocaba el piano en la sombra, y los pocos clientes que hab¨ªa eran parejas de enamorados. Esa tarde supe que si no fuera escritor, habr¨ªa querido ser el hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara, solo para que los enamorados se quisieran m¨¢s¡±.

Se tuvo que conformar con ser el escritor m¨¢s famoso del mundo y con escuchar el piano en las grabaciones de Mozart o Bach. Se defend¨ªa del acoso de los admiradores y de los periodistas emitiendo carcajadas grabadas, para romper el hielo, instaladas en el quicio de la puerta de su casa en Barcelona, cuando vivi¨® all¨ª por aquel entonces, deglutiendo la gloria, y se cur¨® poco a poco haci¨¦ndose m¨¢s reservado y m¨¢s solitario, m¨¢s alejado de las apariciones p¨²blicas, de las entrevistas y de las lecturas multitudinarias.

Esa b¨²squeda de la soledad no fue en Garc¨ªa M¨¢rquez una decisi¨®n repentina, ni tampoco fue un meditado abandono de la luz p¨²blica; ¨¦l era as¨ª antes, lo que pasa es que entonces hu¨ªa del ¨¦xito y antes hu¨ªa del gent¨ªo, de las amistades e incluso del periodismo, el oficio de su pasi¨®n, para dedicarse a su vocaci¨®n m¨¢s seria: la literatura.

Ahora se publican dos libros en los que aparecen esos dos Gabo, uno haciendo periodismo de d¨ªa y el otro haciendo literatura de noche, como si fuera destejiendo en un sitio y tejiendo en otro, agarrando por los pelos la realidad (¡°torci¨¦ndole el cuello al cisne¡±, como le aconsej¨® un maestro que hab¨ªa que hacer para hacer buen periodismo) y agarrando los sue?os por donde m¨¢s se desvanecen, es decir, contando historias que nunca pasaron o que pasaron porque ¨¦l las cont¨®.

Un libro es Gabo periodis??ta, que ha juntado en torno al oficio de Garc¨ªa M¨¢rquez a algunos de sus colegas (escritores o periodistas), a los cuales la Fundaci¨®n para el Nuevo Periodismo, que ¨¦l fund¨® (y que dirige Jaime Abello), les pidi¨® que buscaran en la ingente producci¨®n period¨ªstica del autor de Relato de un n¨¢ufrago lo que m¨¢s les impresionara. El resultado ¨Cun libro que han publicado la fundaci¨®n de Gabo y el Fondo de Cultura Econ¨®mica con el apoyo fundamental de la Organizaci¨®n Ardila L¨¹lle¨C es abrumador, pero no por la cantidad, sino por la evidencia de que este escritor de peri¨®dicos que no dorm¨ªa ni com¨ªa cuando a¨²n ni era famoso ni ten¨ªa un peso ha escrito el mejor periodismo en espa?ol de este siglo.

Garc¨ªa M¨¢rquez y Plinio Apuleyo Mendoza en Par¨ªs en los a?os sesenta.
Garc¨ªa M¨¢rquez y Plinio Apuleyo Mendoza en Par¨ªs en los a?os sesenta.

El otro libro es Gabo. Cartas y recuerdos, que ahora publica en Espa?a Ediciones B, de uno de los primeros amigos de Garc¨ªa M¨¢rquez, el periodista y escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, con quien viaj¨® por Am¨¦rica Latina y por Europa cuando ambos eran unos chiquillos, como dec¨ªa el propio Gabo, ¡°felices e indocumentados¡±. Este libro ya conoci¨® una versi¨®n anterior, en 2000; ahora cuenta Mendoza que, de acuerdo con el hijo de Garc¨ªa M¨¢rquez, su ahijado Rodrigo, Plinio ha a?adido algunas cartas que tienen que ver, sobre todo, con la aventura de escribir Cien a?os de soledad.

En la carta que aqu¨ª se reproduce, Gabo es tan minucioso, por citar un caso, como Malcolm Lowry cuando le comenta a Jonathan Cape sus impresiones de lector de su propia obra, Bajo el volc¨¢n. En el caso de Garc¨ªa M¨¢rquez, reci¨¦n publicada su obra cumbre (la primera edici¨®n sali¨® el 5 de junio de 1967), halla tiempo en medio de la vor¨¢gine para decir c¨®mo es ¡°el mamotreto por dentro¡±. Cien a?os de soledad hab¨ªa hecho un largo recorrido, ¡°en realidad (¡­) fue la primera novela que trat¨¦ de escribir, a los 17 a?os, y con el t¨ªtulo de La casa, y que abandon¨¦ al poco tiempo porque me quedaba demasiado grande¡±. Plinio y Eligio cuentan por separado, uno ahora y el otro en 1971, el trayecto de esa novela en los momentos finales. Dice Eligio en aquel libro, As¨ª son: ¡°Un d¨ªa de enero de 1965, mientras guiaba su Opel por la carretera de Ciudad de M¨¦xico a Acapulco, surgi¨® ¨ªntegra en su mente la novela que ven¨ªa imaginando pacientemente desde su adolescencia. En una decisi¨®n suicida dej¨® la econom¨ªa de la casa en manos de Mercedes, su mujer, y se encerr¨® a escribir el libro que le dar¨ªa prestigio, pero tambi¨¦n soledad¡±. En 1967, despu¨¦s de aquella carta que Plinio recoge, Cien a?os de soledad apareci¨® en la Editorial Sudamericana de Buenos Aires y ya desde entonces no dej¨® de ser reimpresa hasta pulverizar r¨¦cords editoriales.

Fue la novela que trat¨¦ de escribir con 17 a?os y que abandon¨¦¡±

Pero mientras se hizo, lo revela el propio Gabo, fue un dolor de cabeza, acentuado por el hambre que pasaban ¨¦l y su familia, como recuerda Mercedes Barcha, su mujer, al frente de una aventura de subsistencia de la que ¨¦l procuraba no enterarse. Ella se lo cuenta en una entrevista rara ¨Cporque ella no suele hablar en p¨²blico de la obra de su marido¨C que le hizo H¨¦ctor Feliciano en M¨¦xico y en Cartagena de Indias y que aparece como uno de los colofones del libro Gabo periodista. ¡°De Mercedes, en realidad, se sabe poco¡±, informa Feliciano en el pre¨¢mbulo de esta conversaci¨®n. ¡°Hasta ahora ha concedido dos cortas entrevistas que datan de los a?os ochenta. Convers¨® solo una vez con el bi¨®grafo ingl¨¦s de su esposo [Gerald Martin] y luego no quiso verlo¡±. Aqu¨ª, en presencia de Jaime Abello, el director de la fundaci¨®n, y de otras personas de su c¨ªrculo m¨¢s ¨ªntimo, Mercedes s¨ª habla, aunque poco, cada vez que lo estima pertinente. Ella asisti¨® a aquel parto literariamente sublime, el de Cien a?os de soledad, pero no quiso leer ni una l¨ªnea hasta que el manuscrito, que ella misma envi¨® a la editorial, en dos paquetes, para que el env¨ªo saliera m¨¢s barato, fuera el libro cuya cubierta dise?¨® Vicente Rojo.

Cuando le mandaron el trabajo ya impreso desde Sudamericana, le cuenta Mercedes Barcha a H¨¦ctor Feliciano, ¡°lo le¨ª en la cama y Gabito estaba acostado al lado m¨ªo, a ver c¨®mo reaccionaba. Lo le¨ª avorazada¡±. Esa voracidad (avorazada es un ¡°adjetivo coste?o¡±, del Caribe colombiano, aclara Feliciano) la llev¨® a leerlo tres veces y a considerar, entonces y ahora, que es el mejor libro de su marido. ¡°Es una maravilla. Ese cap¨ªtulo de la lluvia y de la peste. ?Esa ?rsula! La pobre ?rsula es una maravilla¡±. ?Y la novela entera! ¡°?Es que es como un torrente! Uno pasa de cap¨ªtulo y no se da cuenta. Cuando vas de un cap¨ªtulo a otro, t¨² no lo notas¡±.

El Gabo en Barcelona en los a?os setenta.
El Gabo en Barcelona en los a?os setenta.Ediciones B

Su marido s¨ª lo notaba. Y tambi¨¦n que estaba escribiendo el libro que so?¨® de adolescente, y sab¨ªa que podr¨ªa ser excepcional. Se lo dijeron enseguida. ?l le cuenta a Plinio el 17 de marzo de 1967, algo despu¨¦s de que cumpliera 41 a?os (naci¨® el 6 de marzo de 1926): ¡°El problema de Cien a?os de soledad no era escribirla, sino que pasara el trago amargo de que la lean los amigos que a uno le interesan. Ya faltan pocos, afortunadamente, y las reacciones han sido mucho m¨¢s favorables de lo que yo me esperaba. Creo que el concepto m¨¢s f¨¢cil de resumir es el de la editora Sudamericana: contrataron el libro para una primera edici¨®n de 10.000 ejemplares, y hace quince d¨ªas, despu¨¦s de mostrarles a sus expertos las pruebas de imprenta, doblaron el tiro¡±.

Hab¨ªa como una intuici¨®n internacional a favor del libro aun antes de que este se hiciera carne y habitara entre nosotros. La agente del boom, Carmen Balcells, se estaba encargando de lo m¨¢s delicado, ponerle patas a Cien a?os de soledad, hacer que caminara por el mundo; Mario Vargas Llosa, que ya era uno de los autores m¨¢s prominentes de la literatura en espa?ol, tambi¨¦n toca a rebato. Ah¨ª lo cuenta Garc¨ªa M¨¢rquez, que informa en una de las cartas a Plinio: ¡°El libro sale en mayo en espa?ol. En franc¨¦s ya lo tom¨® Les ?ditions du Seuil, y en los EE UU est¨¢ sucediendo algo con lo cual no pude ni siquiera so?ar durante mis hambres parisinas: Harper & Row tiene la opci¨®n, pero Coward McCann (a quienes Vargas Llosa hizo creer, en una carta, despu¨¦s de leer mi libro, que era el mejor que se ha escrito en muchos a?os en lengua castellana) est¨¢ dispuesto a quedarse con ¨¦l. Mi agente (¡­) ha citado en Londres a los representantes de las dos editoriales, a ver qui¨¦n da m¨¢s¡±. Gabo sal¨ªa del fr¨ªo del hambre, y ve¨ªa un mundo de cifras que entonces le estremec¨ªa: ¡°El precio que les lleva me parece escalofriante: 10.000 d¨®lares, como anticipo de derechos. Yo me amarro los pantalones y trato de poner una cara muy natural¡±.

Esa carta en la que ya la suerte parece echada acaba muy al estilo Caribe: ¡°Muy bien, compadre, se acab¨® el carb¨®n¡±.

Y ya no habr¨ªa m¨¢s carb¨®n; ese libro lo cubri¨® de oro. Algo antes, cuando Gabo y Vargas Llosa fueron juntos a Bogot¨¢, a festejar el premio que este acababa de obtener, el R¨®mulo Gallegos que le concedieron en Caracas por La casa verde, la fiesta era enorme, pero Garc¨ªa M¨¢rquez, recuerda Mendoza, estaba a un lado, ¡°en la escalera, con un plato en la mano, hablando de literatura¡±, ¨¦l y su amigo Plinio ¡°olvidados de todos¡±. Pens¨® Plinio, y lo deja por escrito: ¡°Si supieran la bomba que este ha fabricado¡­¡±.

Pensando en pol¨ªtica, el deber revolucionario de un escritor es escribir bien¡±

La bomba estall¨®. La carrera ya fue firme, hasta el Nobel. En aquella conversaci¨®n de H¨¦ctor Feliciano con Mercedes Barcha interviene de vez en cuando el marido de esta. Dice Garc¨ªa M¨¢rquez: ¡°El Nobel me volvi¨® viejo. Lleg¨® en un momento en el que uno se convierte en viejo. Ya no me dejo tocar¡±. Mercedes lo vivi¨®. Le dice a Feliciano: ¡°Era antes peor. El Nobel era la culminaci¨®n del alboroto. Fue entonces cuando se alborot¨® el paraco¡±, frase coste?a, aclara el entrevistador, que alude al ¡°cabello alborotado y rebelde¡±.

Al final de la ceremonia del Nobel, a la que acudieron, ruidosos, todos sus amigos, despu¨¦s de las solemnidades en las que ¨¦l desafi¨® el protocolo yendo de liquilique, Plinio le escuch¨® decir a su amigo Gabo:

¡°Mierda, ?esto es como asistir uno a su propio entierro!¡±.

Antes y despu¨¦s del Nobel, Garc¨ªa M¨¢rquez busc¨® esos refugios a los que alud¨ªa su hermano Eligio. ?Melanc¨®lico, quiz¨¢, solitario? Lo es en grado sumo, pero ¨¦l lo grad¨²a. Durante a?os, en su juventud y m¨¢s adelante, comparti¨® viajes y trabajos, en Europa, en Venezuela, en Colombia, con Plinio Apuleyo Mendoza, y este lo refleja en sus recuerdos (Aquellos tiempos con Gabo, que reaparece ahora con las cartas a?adidas y algunas impresiones nuevas). ?Esa melancol¨ªa ha existido? Dice Mendoza: ¡°Francamente no. Los nacidos en el altiplano colombiano, mundo de vientos fr¨ªos y monta?as brumosas, tenemos ese rasgo, pero no los nacidos en la costa Caribe, como Gabo. M¨¢s bien son hombres alegres. Si viven alg¨²n drama, saben ocultarlo¡±.

Mario Vargas Llosa, Jos¨¦ Donoso y Gabo en Barcelona con sus respectivas esposas.
Mario Vargas Llosa, Jos¨¦ Donoso y Gabo en Barcelona con sus respectivas esposas.Ediciones B

Hubo un drama que hizo saltar por los aires algunas relaciones y puso en peligro otras. El boom de la literatura latinoamericana, explo??si¨®n que tuvo su epicentro en las obras de Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, vivi¨® una tragedia disgregadora, el caso Padilla, por el proceso abierto en la Cuba de Castro contra el poeta Heberto Padilla, encarcelado en marzo de 1971 a ra¨ªz de la lectura p¨²blica de un libro suyo, Provocaciones, estimado por el r¨¦gimen como una provocaci¨®n del escritor. Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza, Juan Goytisolo y muchos otros se manifestaron a favor de Padilla y, por tanto, contra Castro, en una primera carta a la que tambi¨¦n se adhiri¨® Julio Cort¨¢zar, que luego se desgaj¨® de ese grupo de firmantes. En esa primera carta aparec¨ªa la firma de Garc¨ªa M¨¢rquez, que en realidad no firm¨®. Plinio a?adi¨® su r¨²brica, creyendo que su amigo, al que no pudo localizar, no tendr¨ªa inconveniente. Lo tuvo; se lo explic¨® por carta, desde Am¨¦rica (Plinio estaba en Par¨ªs). Aquel fue un suceso que abri¨® muchas heridas. Le pregunt¨¦ ahora a Mendoza qu¨¦ repercusiones personales tuvo aquel incidente en los componentes del boom y sus aleda?os: ¡°Sin duda, esas repercusiones fueron inevitables. La solidaridad y estrecha relaci¨®n que un¨ªa hasta entonces a los escritores del boom qued¨® rota cuando aparecieron posiciones opuestas a prop¨®sito del r¨¦gimen cubano. No de inmediato, es verdad. Luego de la detenci¨®n en La Habana de Heberto Padilla, en las oficinas de la revista Libre ¨Cque se editaba en Par¨ªs y de la cual yo era jefe de redacci¨®n¨C, Mario Vargas Llosa, Goytisolo, Cort¨¢zar, Sempr¨²n y otros cuantos escritores redactamos una primera carta dirigida a Fidel Castro expres¨¢ndole inquietudes en torno a esa detenci¨®n, sin anticipar juicios condenatorios al r¨¦gimen. Pens¨¢bamos, con evidente ingenuidad, que la detenci¨®n de Padilla no hab¨ªa sido autorizada por Fidel. Y, claro, nos equivocamos. Al recibir la carta, Fidel nos atac¨® p¨²blicamente con una ferocidad muy suya. Cort¨¢zar qued¨® muy lastimado, pues era un incondicional de la revoluci¨®n y no esperaba semejante ataque. Por cierto, se neg¨® a firmar una segunda carta de ruptura con el r¨¦gimen redactada por Vargas Llosa y firmada por varios de nosotros. En cuanto a Gabo, como lo cuento en mi libro, no firm¨® ni la primera ni la segunda carta. De modo que ah¨ª qued¨® establecida una clara ruptura entre los escritores del boom, aunque no necesariamente surgieran enemistades personales¡±.

En el libro no aparece la carta que le envi¨® Garc¨ªa M¨¢rquez a Plinio Apuleyo Mendoza dici¨¦ndole que no firmaba la carta. Le he preguntado c¨®mo afect¨® a su relaci¨®n con Gabo el hecho de que incluyera su nombre en la protesta m¨¢s sonora de aquellos tiempos. ¡°En mi caso¡±, dice el autor de Gabo. Cartas y recuerdos, ¡°aunque tomamos caminos muy opuestos en relaci¨®n con Cuba, no hubo ning¨²n distanciamiento personal. Nuestra amistad no se rompi¨®, aunque yo comet¨ª un desliz imperdonable. Cuando redactamos la primera carta, trat¨¦ infructuosamente de localizarlo en busca de su firma. Se encontraba, fuera de todo alcance, en Aracataca, su Macondo natal. Creyendo en ese momento que ¨¦l compart¨ªa con todos nosotros la misma inquietud sobre la detenci¨®n de Padilla, hice incluir su firma en el [primer] mensaje dirigido a Castro. D¨ªas despu¨¦s de publicado con gran estr¨¦pito por la prensa internacional, sin que ¨¦l hiciera una rectificaci¨®n p¨²blica, recib¨ª una carta personal suya, escrita desde un hotel de Caracas, dici¨¦ndome que no estaba de acuerdo con ese mensaje que hab¨ªamos suscrito. Creo que segu¨ªa considerando la revoluci¨®n como algo que era necesario defender por encima de cualquier tropiezo¡±.

De hecho, lo dec¨ªa. En aquella cr¨®nica que Eligio Garc¨ªa M¨¢rquez incluye en As¨ª somos, el hermano del autor de La mala hora reproduce lo que dec¨ªa su hermano precisamente en 1971: ¡°Lo ¨²nico cierto para m¨ª son las canciones de los Rolling Stones, la revoluci¨®n cubana y cuatro amigos¡±.

Sobre ¡°el desliz¡± sigue comentando Mendoza: ¡°Recuerdo que de inmediato me dirig¨ª a las oficinas de la agencia cubana Prensa Latina en Par¨ªs y le dije a su director, Aroldo Wall: ¡°Aroldo, vas a saltar de alegr¨ªa en una sola pata cuando oigas lo que voy a contarte. Gabo no firm¨® la carta que acaba de ser publicada incluyendo su nombre. La culpa es m¨ªa, solo m¨ªa, no vayas a culpar a Vargas Llosa ni a Goytisolo en tus despachos¡±.

?Salir a la calle? ?est¨¢s loco? lo hice en barranquilla y hasta los bomberos me reconocieron¡±

Lo cierto es que ah¨ª el boom se hiri¨®, pero, afirma Plinio, no la amistad entre estos dos colombianos, uno del g¨¦lido norte, otro del c¨¢lido sur. ¡°Incluso nos hac¨ªamos bromas. ¡®?Todav¨ªa andas de amigo del barbuchas? [por Castro]¡¯, le preguntaba a veces. ¡®?Y t¨², qu¨¦?¡¯, me respond¨ªa, ¡®?te est¨¢s pasando a la derecha?¡±.

Cien a?os de soledad fue su consagraci¨®n; su j¨²bilo fue pronto deseo de ocultarse. A?os atr¨¢s, en La Habana, se hab¨ªa encontrado, en la otra acera, con Ernest Hemingway; consciente desde mucho antes de su propia gloria de que la fama te rodea de una espuma de la que no te puedes salvar, se limit¨® a gritarle al Nobel de El viejo y el mar:

¡°?Maestroooooo!¡±.

Desde que sali¨® ese libro que tanto sudor le cost¨® y tanto ¨¦xito le produjo, se ha sentido acosado y ha querido quedarse ¡°con los cuatro amigos¡± de los que habla tambi¨¦n en el curso de esa conversaci¨®n que H¨¦ctor Feliciano le hizo a Mercedes Barcha. Al final del retrato que compone Eligio de cuando Gabriel estaba en el c¨¦nit de su fama, en 1971, escribe el hermano menor del Nobel: ¡°Alguien le propone que lo acompa?e al centro de Bogot¨¢. ¡®?Salir a la calle? ?Est¨¢s loco? En Barranquilla lo hice y hasta los bomberos me reconocieron¡¯. Pero inmediatamente cambia de tono, feliz: ¡®Lo lindo fue que me saludaron gritando: ?Gabooooo!¡±.

Quiz¨¢ quer¨ªa que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez fuera pianista en Z¨²rich, para que lo quisieran m¨¢s, pero a Gabo lo quer¨ªa inventando en las calles de cualquier parte, donde le quer¨ªan todos.

Carta de Gabo a Plinio

22 de julio de 1967
Compadre:

Me ha dado una gran alegr¨ªa lo que me dices del cap¨ªtulo de Cien a?os de soledad. Por eso lo publiqu¨¦. Cuando regres¨¦ de Colombia y le¨ª lo que llevaba escrito, tuve de pronto la desmoralizante impresi¨®n de estar metido en una aventura que lo mismo podr¨ªa ser afortunada que catastr¨®fica. Para saber c¨®mo lo ve¨ªan otros ojos, le mand¨¦ entonces el cap¨ªtulo a Guillermo Cano, y convoqu¨¦ aqu¨ª a la gente m¨¢s exigente, experta y franca, y les le¨ª otro. El resultado fue formidable, sobre todo porque el cap¨ªtulo le¨ªdo era el m¨¢s peligroso: la subida al cielo en cuerpo y alma de Remedios Buend¨ªa.
Ya con estos indicios de que no andaba descarrilado, segu¨ª adelante. Ya les puse punto final a los originales, pero me queda por delante un mes de trabajo duro con la mecan¨®grafa, que est¨¢ perdida en un f¨¢rrago de notas marginales, anexos en el rev¨¦s de la cuartilla, remiendos con cinta pegante, di¨¢logos en esparadrapo, y llamadas de atenci¨®n en todos los colores para que no se enrede en cuatro abigarradas generaciones de Jos¨¦ Arcadios y Aurelianos.

Mi principal problema no era solo mantener el nivel del primer cap¨ªtulo, sino subirlo todav¨ªa m¨¢s en el final, cosa que creo haber conseguido, pues la propia novela me fue ense?ando a escribirla en el camino. Otro problema era el tono: hab¨ªa que contar las barbaridades de las abuelas, con sus arca¨ªsmos, localismos, circunloquios e idiotismos, pero tambi¨¦n con su lirismo natural y espont¨¢neo y su pat¨¦tica seriedad de documento hist¨®rico. Mi antiguo y frustrado deseo de escribir un largu¨ªsimo poema de la vida cotidiana, ¡°la novela donde ocurriera todo¡±, de que tanto te habl¨¦, est¨¢ a punto de cumplirse. Ojal¨¢ no me haya equivocado.


Estoy tratando de contestar con estos p¨¢rrafos, y sin ninguna modestia, a tu pregunta de c¨®mo armo mis mamotretos. En realidad, Cien a?os de soledad fue la primera novela que trat¨¦ de escribir, a los 17 a?os, y con el t¨ªtulo de La casa, y que abandon¨¦ al poco tiempo porque me quedaba demasiado grande. Desde entonces no dej¨¦ de pensar en ella, de tratar de verla mentalmente, de buscar la forma m¨¢s eficaz de contarla, y puedo decirte que el primer p¨¢rrafo no tiene una coma m¨¢s ni una coma menos que el primer p¨¢rrafo escrito hace veinte a?os. Saco de todo esto la conclusi¨®n que cuando uno tiene un asunto que lo persigue, se le va armando solo en la cabeza durante mucho tiempo, y el d¨ªa que revienta hay que sentarse a la m¨¢quina, o se corre el riesgo de ahorcar a la esposa.
Lo m¨¢s dif¨ªcil es el primer p¨¢rrafo. Pero antes de intentarlo, hay que conocer la historia tan bien como si fuera una novela que ya uno hubiera le¨ªdo, y que es capaz de sintetizar en una cuartilla. No se me har¨ªa raro que se durara un a?o en el primer p¨¢rrafo, y tres meses en el resto, porque el arranque te da a ti mismo la totalidad del tono, del estilo, y hasta de la posibilidad de calcular la longitud exacta del libro. Para el resto del trabajo no tengo que decirte nada, porque ya Hemingway lo dijo en los consejos m¨¢s ¨²tiles que he recibido en mi vida: corta siempre hoy cuando sepas c¨®mo vas a seguir ma?ana, no solo porque esto te permite seguir ma?ana, no solo porque eso te permite seguir pensando toda la noche en el principio del d¨ªa siguiente, sino porque los atracones matinales son desmoralizadores, t¨®xicos y exasperantes, y parecen inventados por el diablo para que uno se arrepienta de lo que est¨¢ haciendo. En cambio, los numerosos atracones que uno se encuentra a lo largo del camino, y que dan deseos de suicidarse, son algo as¨ª como ganarse la loter¨ªa sin comprar billete, porque obligan a profundizar en lo que se est¨¢ haciendo, a buscar nuevos caminos, a examinar otra vez todo el conjunto, y casi siempre salen de ellos las mejores cosas del libro.
Lo que me dices de "mi disciplina de hierro" es un cumplido inmerecido. La verdad es que la disciplina te la da el propio tema. Si lo que est¨¢s haciendo te importa de veras, si crees en ¨¦l, si est¨¢s convencido de que es una buena historia, no hay nada que te interese m¨¢s en el mundo y te sientas a escribir porque es lo ¨²nico que quieres hacer, aunque te est¨¦ esperando Sof¨ªa Loren. Para m¨ª, esta es la clave definitiva para saber qu¨¦ es lo que estoy haciendo: si me da flojera sentarme a escribir, es mejor olvidarse de eso y esperar a que aparezca una historia mejor. As¨ª he tirado a la basura muchas cosas empezadas, inclusive casi 300 p¨¢ginas de la novela del dictador, que ahora voy a empezar a escribir por otro lado, completa, y que estoy seguro de sacarla bien.

Yo creo que t¨² debes escribir la historia de las t¨ªas de Toca y todas las dem¨¢s verdades que conoces. Por una parte, pensando en pol¨ªtica, el deber revolucionario de un escritor es escribir bien. Por otra, la ¨²nica posibilidad que se tiene de escribir bien es escribir las cosas que se han visto. Tengo muchos a?os de verte atorado con tus historias ajenas, pero entonces no sab¨ªa qu¨¦ era lo que te pasaba, entre otras cosas porque yo andaba un poco en las mismas. Yo ten¨ªa atragantada esta historia donde las esteras vuelan, los muertos resucitan, los curas levitan tomando tazas de chocolate, las bobas suben al cielo en cuerpo y alma, los maricas se ba?an en albercas de champa?a, las muchachas aseguran a sus novios amarr¨¢ndolos con un dogal de seda como si fueran perritos, y mil barbaridades m¨¢s de esas que constituyen el verdadero mundo donde t¨² y yo nos criamos, y que es el ¨²nico que conocemos, pero no pod¨ªa contarlas, simplemente porque la literatura positiva, el arte comprometido, la novela como fusil para tumbar gobiernos, es una especie de aplanadora de tractor que no levanta una pluma a un cent¨ªmetro del suelo. Y para colmo de vainas, ?qu¨¦ vaina!, tampoco tumba ning¨²n gobierno. Lo ¨²nico que permite subir una se?ora en cuerpo y alma es la buena poes¨ªa, que es precisamente el recurso del que dispon¨ªan tus t¨ªas de Toca para hacerte creer, con una seriedad as¨ª de grande, que a tus hermanitas las tra¨ªan las cig¨¹e?as de Par¨ªs.


Yo creo por todo esto que mi primera tentativa acertada fue La hojarasca, y mi primera novela, Cien a?os de soledad. Entre las dos, el tiempo se me fue en encontrar un idioma que no era el nuestro, un idioma prestado, para tratar de conmover con la suerte de los desvalidos, o llamar la atenci¨®n sobre la chamboner¨ªa de los curas, y otras cosas que son verdaderas, pero que sinceramente no me interesan para mi literatura. No es completamente casual que cinco o seis escritores de distintos pa¨ªses latinoamericanos nos encontremos de pronto, ahora, escribiendo en cierto modo tomos separados de una misma novela, liberados de cinturones de castidad, de cors¨¦s doctrinarios, y atrapando al vuelo las verdades que nos andaban rondando, y a las cuales les ten¨ªamos miedo; por una parte, porque nos rega?aban los camaradas, y por otra parte, porque los Gallegos, los Rivera, los Icaza, las hab¨ªan manoseado mal y las hab¨ªan malgastado y prostituido. Esas verdades, a las cuales vamos a entrar ahora de frente, y t¨² tambi¨¦n, son el sentimentalismo, la truculencia, el melodramatismo, las supersticiones, la mojigater¨ªa, la ret¨®rica delirante, pero tambi¨¦n la buena poes¨ªa y el sentido del humor que constituyen nuestra vida de todos los d¨ªas.


Un gran abrazo,
Gabo

Esta y otras desconocidas cartas que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez envi¨®
?a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza est¨¢n incluidas en el libro 'Gabo.
Cartas y recuerdos', que Ediciones B publica la pr¨®xima semana.

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