Me voy al pueblo
?Qu¨¦ lleva a algunos a abandonar la ciudad? Supervivencia, estr¨¦s, una empresa... Buscamos los motivos en Segovia, Soria, C¨¢ceres y Madrid.
"Est¨¢bamos hartos de Madrid. En la gran ciudad, aunque muchas veces no te des cuenta, tu calidad de vida se va desgastando. Estuvimos a punto de comprarnos un piso. Pero en el ¨²ltimo momento echamos el freno y pensamos que por menos dinero podr¨ªamos abandonar la ciudad e irnos al campo. Al principio miramos en la costa cant¨¢brica, pero los precios eran prohibitivos. As¨ª que giramos la vista hacia Castilla y Le¨®n, aunque a mi mujer, que es finlandesa, aquello le parec¨ªa un desierto. Me hice con un plano en el que aparec¨ªa cada charco de la comunidad aut¨®noma. Como viajo mucho por trabajo, cada vez que lo hac¨ªa me desviaba un poco para conocer nuevos lugares. Un d¨ªa descubr¨ª Maderuelo (Segovia). Vi que hab¨ªa un pantano y un parque natural preciosos. A los pocos d¨ªas llev¨¦ a mi mujer. Observamos una parcela que estaba enfrente de la zona protegida del parque, donde jam¨¢s podr¨ªan construirnos nada delante, vimos que el paisaje era estupendo, que ten¨ªa orientaci¨®n sur¡ Nos dijimos: ¡®Este es el lugar¡¯. Compramos el terreno y nos construimos una casa. M¨¢s barato que el piso en la ciudad¡±.
Manuel Garc¨ªa, arquitecto, nacido hace 40 a?os en M¨²nich (Ale??mania) de padres espa?oles emigrantes, y que vivi¨® en la ciudad b¨¢vara hasta los seis, dio un paso m¨¢s en una vida que parece la de una eterna mudanza, aunque esta vez quiz¨¢ para asentarse. De M¨²nich a Almer¨ªa, Aquisgr¨¢n, Berl¨ªn, Viena, Gratz, Barcelona, Madrid¡ y Maderuelo, un pueblecito medieval que tiene, seg¨²n el ¨²ltimo censo, 159 habitantes. A su mujer, Julia Ahvenainen, la conoci¨® en Aquisgr¨¢n cuando ambos eran estudiantes Erasmus, ¡°el mejor invento que ha creado Europa y que ahora los pol¨ªticos se lo est¨¢n cargando¡±, aseguran. Ella, ingeniera del procesado industrial de la madera, tambi¨¦n ha vivido desde que se conocen, hace 17 a?os, en la mayor¨ªa de esas ciudades. Ambos siguen viajando mucho. Eso les permite, dicen, tener ¡°la mente oxigenada¡±. S¨ª, viven en un pueblo, pero aman la ciudad, ahora mucho m¨¢s que antes porque no viven en ella. Mientras que Julia trabaja para una multinacional finlandesa, lo cual le hace moverse mucho, especialmente en direcci¨®n a Helsinki, Manuel se dedica a la eficiencia energ¨¦tica, el bioclimatismo y la madera.
Generar falsas expectativas a la gente que se plantea dejar la ciudad no es bueno¡±
La pareja lleva desde 2007 en la comarca, viviendo en Maderuelo y trabajando en Campo de San Pedro, a ocho kil¨®metros, donde tienen la oficina: dos locales alquilados en los bajos del ayuntamiento gracias a la mediaci¨®n de Codinse. Esta es ¡°la coordinadora para el desarrollo integral del noreste de Segovia¡±, una asociaci¨®n sin ¨¢nimo de lucro que, junto a otras como ella, pertenece a Abraza la Tierra, que act¨²a en seis comunidades aut¨®nomas (Castilla y Le¨®n, Castilla-La Mancha, Cantabria, Arag¨®n, Madrid y Extremadura) para favorecer la emigraci¨®n hacia las zonas rurales, asesorando a las personas que quieren dar el salto: ¡°No damos casa ni trabajo¡±, subraya Eva Gonz¨¢lez, coordinadora de Codinse. ¡°Informamos y ayudamos gratuitamente a los que llegan al campo y a la poblaci¨®n local que necesita asentarse. Luchamos contra la despoblaci¨®n¡±. S¨ª gestionan, nos cuentan despu¨¦s, los tr¨¢mites para que los emprendedores consigan subvenciones a fondo perdido, hasta una tercera parte de la inversi¨®n de quien lo solicite. Son los fondos LEADER (en franc¨¦s, Liaisons entre activit¨¦s de d¨¦veloppement de l¡¯economie rural o relaciones entre actividades de desarrollo de la econom¨ªa rural), un programa de la Uni¨®n Europea que bajo ese nombre y similares lleva fomentando los negocios en el medio rural desde 1991.
A Gonz¨¢lez le preocupa el efecto llamada y es dura con los medios de comunicaci¨®n: ¡°Aparte de nevadas, gastronom¨ªa y cr¨ªmenes, no hac¨¦is mucho caso a los pueblos¡±, dice a los cinco minutos de saludarnos, muy amable, pero directa. ¡°Ahora se oye alguna noticia que dice: ¡®Un pueblo da casa y trabajo a una familia¡¯. Y adi¨®s muy buenas: aqu¨ª empezamos a recibir miles de llamadas¡±. Aunque no cuantifican las que entran por tel¨¦fono, Eva asegura que desde 2010, a medida que la crisis econ¨®mica se ha ido endureciendo, se han doblado las solicitudes de ayuda: 1.674 a trav¨¦s de la p¨¢gina web el a?o pasado solo en su comarca. ¡°Cuando llaman desesperados, nos dicen: ¡®Dame, dame, dame¡ que me echan de casa, que me quitan los ni?os¡¡¯. Pero cuando les explicas que no puedes darles nada, no vuelven a llamar¡±. Al pueblo, dice, hay que llegar con una ¡°idea clara de ocupaci¨®n¡±, siendo conscientes de que tambi¨¦n hay facturas por pagar: ¡°La gente que vivimos en los pueblos no tenemos por qu¨¦ dar nada. La pregunta es al rev¨¦s, ?qu¨¦ vienes t¨² a aportar? Cuando mi madre me envi¨® a Madrid a estudiar con 13 a?os, nadie le pag¨® mi manutenci¨®n ni la residencia ni los libros. Nada de nada¡±.
¡°Hay una teor¨ªa bastante extendida de que con la crisis el campo es un refugio. Pero los datos la contradicen¡±, se?ala ?ngel Paniagua, ge¨®grafo del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC) y experto en el medio rural, sobre el que ha investigado durante m¨¢s de una d¨¦cada y publicado m¨¢s de cien art¨ªculos en revistas espa?olas y extranjeras especializadas. ¡°Generar falsas expectativas a la gente que se plantea abandonar la ciudad no es bueno. Porque la decisi¨®n de irse al campo suele ir ligada a decisiones econ¨®micas de envergadura. Por eso es baja la cifra de gente que lo hace, ya que iniciar una actividad en el campo suele exigir una inversi¨®n grande¡±, explica.
¡°Uno de los rasgos demogr¨¢ficos m¨¢s significativos de la modernidad industrial, en relaci¨®n con el movimiento espacial de la poblaci¨®n, es el enorme trasvase demogr¨¢fico entre las ¨¢reas rurales y las ciudades. En Espa?a, este proceso comenz¨® de manera sostenida y desigual durante la primera mitad del siglo XX y continu¨® de forma masiva durante las d¨¦cadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Sin embargo, desde los a?os ochenta comienza a vislumbrarse la neutralizaci¨®n del ¨¦xodo rural y el inicio de movimientos poblacionales m¨¢s variados, que inclu¨ªan la llegada de nuevos residentes a las zonas rurales¡±, explicaba en 1993 Luis A. Camarero, doctor en Ciencias Pol¨ªticas y Sociolog¨ªa, experto en el medio rural y coordinador de La poblaci¨®n rural de Espa?a. De los desequilibrios a la sostenibilidad social, un estudio publicado en 2009 por la Fundaci¨®n La Caixa en el que repet¨ªa similar idea: hay gente que hoy mira hacia el campo como una oportunidad de vida.
Si acudimos al Instituto Nacional de Estad¨ªstica (INE), vemos que efectivamente hay m¨¢s personas que dejan las ciudades m¨¢s grandes para ir al pueblo que viceversa. ¡°La vuelta al campo es un fen¨®meno extendido en las sociedades avanzadas¡±, se?ala Paniagua. De hecho, desde que el INE recoge esa informaci¨®n, de 1998 a 2011, todos y cada uno de los a?os ha habido m¨¢s personas que dejaron las ciudades de m¨¢s de 100.000 habitantes para establecerse en poblaciones de menos de 10.000 que lo contrario. Es cierto que hay que tomar las cifras con prudencia, pues algunas de estas migraciones son personas que dejan la ciudad para establecerse en un peque?o pueblo del extrarradio y no en el medio rural m¨¢s alejado de las urbes, pero aun as¨ª son n¨²meros que invitan a la reflexi¨®n.
Entre 1998 y 2011, 391.603 personas abandonaron la ciudad por el pueblo, frente a 225.953 que tomaron justo el camino inverso. Es decir, en ese periodo de 14 a?os, el balance a favor de los pueblos es de 165.650 individuos. Pero si buceamos m¨¢s profundo, analizando los datos a?o a a?o, vemos que los mayores flujos de personas en direcci¨®n al campo coincidieron con las ¨¦pocas de bonanza econ¨®mica. En 2007, el a?o anterior a la quiebra de Lehman Brothers que desencaden¨® la crisis financiera y econ¨®mica mundial, en Espa?a dejaron la ciudad por el campo 34.078 personas, mientras que del campo a la ciudad se fueron 17.337 (es decir, hubo un balance positivo hacia los pueblos de 16.741), cifras similares a las que se dieron desde el a?o 2002. Sin embargo, a partir de 2008, y de manera paulatina, han ido bajando esos n¨²meros. Hasta el punto de que en 2011 se ha llegado casi al equilibrio, al dato m¨¢s ajustado desde que existen las estad¨ªsticas: solo 2.195 personas m¨¢s se fueron al campo que a la ciudad (23.398 frente a 21.203).
No todo el mundo se adapta. para venir al pueblo hay que tener la mente muy asentada¡±
¡°Lo primero: las cifras de movimiento son escasas, por lo que tampoco podemos hablar de un ¨¦xodo a los pueblos. Dicho eso, la explicaci¨®n al descenso del flujo desde 2008 est¨¢ en la crisis. Desde entonces y hasta ahora, las expectativas econ¨®micas han bajado mucho¡±, se?ala Paniagua. Para marchar al pueblo, como indican en Abraza la Tierra, hay que vivir de algo. Y para hacerlo, generalmente se requiere poner dinero encima de la mesa: ¡°En este momento, las inversiones son dif¨ªciles de afrontar¡±, recuerda Paniagua.
Juli¨¢n Benito atraviesa dificultades econ¨®micas tras su regreso, hace cuatro a?os, al pueblo en el que naci¨®, Perorrubio (Segovia). Volvi¨® al lugar del que hab¨ªa marchado toda su familia en 1979, cuando ¨¦l, el peque?o de nueve hermanos, ten¨ªa siete a?os. ¡°Nos fuimos a Madrid porque mi padre, que era ganadero, contrajo las fiebres de Malta, una enfermedad que ven¨ªa de la leche y que le oblig¨® a dejar el trabajo con los animales¡±. As¨ª acabaron en el barrio de La Elipa, donde Juli¨¢n pas¨® la mayor parte de su vida (hoy tiene 40 a?os) y donde se convirti¨® en soldador. ¡°Me encantaba mi oficio, pero estaba cansado y la vista la ten¨ªa cada vez peor. En 2008 me li¨¦ la manta a la cabeza y present¨¦ un proyecto de granja de gallinas camperas¡±, explica. La idea costaba unos 350.000 euros, de los cuales un 33% los pag¨® gracias al fondo LEADER. Sin embargo, el precio final de la inversi¨®n se acab¨® disparando. Tanto que tuvo que empezar a pedir cr¨¦ditos para tapar los anteriores que ya no pod¨ªa pagar. As¨ª entr¨® en una espiral que le ha llevado a deber hoy unos 700.000 euros. A pesar de que ahora la producci¨®n de huevos le va bien ¨C¡°me quedan unos 900 euros de sueldo al mes¡±, dice¨C, el peso de la deuda le ahoga: est¨¢ abocado a vender, a una renegociaci¨®n de las condiciones con los bancos o a la entrada de un socio en su explotaci¨®n.
¡°Cuando tienes un negocio que funciona, una vida asentada, familia e hijos, y has alcanzado el bienestar, es muy complicado romper¡±, reflexiona Luis Montalvo, de 50 a?os, otro que abandon¨® la comodidad de Madrid y regres¨® a sus or¨ªgenes. Con casi 40 a?os ¡°y todo solucionado¡±, decidi¨® volver a empezar. ¡°Rehipotequ¨¦ todo lo que ten¨ªa al m¨¢ximo que me permit¨ªan los bancos, implicando tambi¨¦n a mi hermano, a mi sobrino y a la que hoy es mi pareja¡±, recuerda. Y accediendo a los LEADER. Dos fueron las motivaciones que le hicieron dar un giro de 180 grados a su vida. Por un lado, un estr¨¦s brutal que no le dejaba respirar ¨Csu empresa de transporte le hab¨ªa ido minando poco a poco la salud, y un m¨¦dico le dijo que ten¨ªa que levantar el pie del acelerador¨C, y por otro, la muerte de uno de sus hijos, por culpa del c¨¢ncer, a los nueve a?os. Se llamaba Luis Miguel, nombre que us¨® despu¨¦s para su negocio en el campo, un centro de ocio con pista de karting y restaurante (adem¨¢s tiene paintball, quads¡) en Fresno de la Fuente (Segovia), que le va bien. All¨ª, Luis recuper¨® el control de su vida y la tranquilidad y conoci¨® a una nueva persona, Leticia, su actual pareja, con la que tuvo una hija hace dos a?os.
Dibujar un perfil de la gente que cambia su vida en la ciudad por una nueva en el campo es ¡°dif¨ªcil¡±, por diverso, se?ala Paniagua: ¡°Hay personas que se van por lo que yo llamo el ¡®idilio rural¡¯, es decir, movidas por el romanticismo, ensalzando las bondades de la naturaleza, con ganas de autoorganizarse, y buscando ambientes m¨¢s tranquilos y grupos m¨¢s peque?os. Tambi¨¦n hay gente con estudios superiores y profesiones liberales que ven en el campo una oportunidad para establecerse y generar una biograf¨ªa y expectativa laborales. Adem¨¢s, otros se marchan al pueblo porque se jubilan, o empiezan a vivir entre la ciudad y el campo¡±.
Casos como esos, y otros m¨¢s, se encuentran en este reportaje, realizado en cuatro provincias de Espa?a: Segovia, Soria, C¨¢ceres y Madrid. All¨ª hemos encontrado a urbanitas que siempre hab¨ªan vivido en la ciudad y a personas que han regresado al pueblo del que salieron hace d¨¦cadas, a emprendedores que les va bien y mal, a trabajadores con inestabilidad laboral que buscaban seguridad, a gente que necesita la ciudad de vez en cuando y a otra que no. Gente que, sin embargo, coincide en los puntos a favor y en contra de su vida.
¡°Esa no es la pregunta. Plantear cu¨¢les son las ventajas e inconvenientes de los pueblos es err¨®nea. Yo no hablar¨ªa de pros y contras, no comparar¨ªa a la ciudad con el pueblo. Nosotros reivindicamos el derecho a vivir donde queramos porque pagamos impuestos como todos los ciudadanos. Solo queremos y necesitamos los mismos servicios que los dem¨¢s¡±, pide Mar¨ªa del Mar Mart¨ªn, presidenta de Abraza la Tierra. Pero lo cierto es que s¨ª hay cosas positivas y otras no tanto de la vida en los medios rurales, algo que m¨¢s adelante en la conversaci¨®n acabar¨¢ reconociendo.
Uno de ellos es el problema m¨¦dico, que ha sufrido recortes recientemente. Un asunto a flor de piel en Segovia. ¡°Los pol¨ªticos lo llaman reestructuraci¨®n¡±, ironiza Ra¨²l Gradillas, un educador social madrile?o que abandon¨® Parla (Madrid) en 2006 junto a su pareja, Mar Mart¨ªnez, tambi¨¦n educadora social, por Corral de Ayll¨®n (82 habitantes). ¡°El m¨¦dico ya solo viene dos d¨ªas por semana, y han suprimido las urgencias de Ayll¨®n, a 10 kil¨®metros. Ahora tenemos que ir a Riaza, a 20. El ¨²nico m¨¦dico de urgencia que hay tiene que atender a 51 pueblos, 800 kil¨®metros cuadrados. As¨ª que puedes ir y que no est¨¦. En caso de emergencia, de aqu¨ª al hospital de Segovia se tarda m¨¢s de una hora¡±, se?ala ella.
Ese es precisamente otro punto a tener en cuenta de vivir en un pueblo, la dependencia absoluta del autom¨®vil. Dennis L¨®pez lleg¨® con sus padres a Alcubilla de Avellaneda (163 vecinos, en Soria) cuando ten¨ªa 13 a?os (ahora tiene 20). ¡°No tengo carnet de conducir y tampoco hay muchas facilidades [de transporte p¨²blico] para moverse. A la hora de buscar un trabajo o del ocio, sin coche no haces nada, no te puedes mover¡±, cuenta. Sus padres tienen una casa rural en el pueblo, al que llegaron en 2005 desde Sax, una localidad alicantina de 10.000 habitantes entre Villena y Elda. Aunque tambi¨¦n ven¨ªan de un lugar peque?o, su salto geogr¨¢fico fue radical, a otro much¨ªsimo m¨¢s chiquitito, con temperaturas bajo cero en invierno y donde no conoc¨ªan absolutamente a nadie.
Llegaron con la oposici¨®n de uno de sus hijos, que ten¨ªa entonces 26 a?os (y una novia) y no les acompa?¨®. Crey¨® que volver¨ªan con las orejas gachas. Pero no lo hicieron. En Sax hab¨ªan dejado atr¨¢s una f¨¢brica de calzado de la que Tom¨¢s, el padre, era uno de los cuatro socios, cuando ¡°la competencia desleal de los chinos¡± les hizo cerrar. El dinero obtenido lo multiplicaron con la compraventa de pisos en la costa alicantina, en la ¨¦poca de bonanza inmobiliaria. Hasta que decidieron empezar de cero con el beneficio acumulado. Alcubilla de Avellaneda, que ten¨ªa un palacio del siglo XVI por restaurar, les pareci¨® el mejor lugar. Junto a otro socio, presentaron un proyecto de recuperaci¨®n del edificio por valor de 1,1 millones de euros, con la idea de sacar apartamentos a la venta. Ganaron el concurso y comenzaron los trabajos. Sin embargo, las previsiones erraron y Tom¨¢s tuvo problemas con su compa?ero: ¡°La obra ahora est¨¢ parada, y la inversi¨®n, perdida¡±, resume. Cuando se dio cuenta de que era ¡°un saco roto¡±, decidi¨® montar la casa rural, una vivienda castellana muy acogedora en mitad del pueblo. ¡°El negocio se mantiene. Mejor en verano, cuando hay m¨¢s clientes¡±, apunta su hijo.
La ¨¦poca estival es la de mayor alegr¨ªa econ¨®mica. Y la estaci¨®n en la que Dennis deja de ser la ¨²nica persona joven: la soledad existe en algunos pueblos y para algunas personas. ¡°De Alicante echo de menos a los amigos, a la gente de mi edad. Aqu¨ª solo vive gente mayor. Me llevo bien con ellos, pero no es el tipo de compa?¨ªa que quieres tener con 20 a?os¡±, explica por la ma?ana en la barra del bar del pueblo, tambi¨¦n gestionado por la familia.
La otra cara de la soledad es la tranquilidad. El vaso medio vac¨ªo o medio lleno. Esther Gonz¨¢lez, de 51 a?os, volvi¨® a Bohonal de Ibor (C¨¢ceres) hace dos. Divorciada, vive sola fuera del casco urbano ¨C¡°soy muy independiente¡±¨C, aunque tiene parte de su familia en el pueblo. Durante m¨¢s de tres d¨¦cadas residi¨® en Alcorc¨®n. ¡°Nunca me adapt¨¦¡±, asegura. All¨ª tuvo a su hija, que hace poco la hizo abuela, y de vez en cuando se acercan a Extremadura de visita. Sin embargo, Esther solo ha pisado Madrid una vez en dos a?os, y por un asunto burocr¨¢tico. ¡°He cambiado la M-30 por este paisaje, es un lujo¡±, dice en la carretera que lleva a Mesas de Ibor, un tapiz verde y azul, limpio y sano. Los dos municipios los separa el r¨ªo Ibor, a orillas del cual Esther ha abierto un bar restaurante que tuvo a rebosar en verano. Ella siempre quiso volver a su tierra, aunque nunca crey¨® que lo har¨ªa tan pronto. Pero un ERE en la constructora en la que trabajaba como secretaria de direcci¨®n la dej¨® en la calle en 2008. Con la indemnizaci¨®n en el bolsillo y dejando su piso alquilado, se march¨® al pueblo. ¡°No volver¨ªa a Madrid. All¨ª tengo amigas que me dicen: ¡®?Qu¨¦ envidia!¡¯, pero s¨¦ que no todas se adaptar¨ªan. Para venir al pueblo hay que tener la mente muy asentada. Porque puede ser duro. La gente habla y hay que saber aceptarlo unas veces y parar los pies otras, cuando alguien se pasa de la raya¡±.
Otra vez aparecen los l¨ªmites. ¡°Quien te ayuda, tambi¨¦n te vigila¡±, escucharemos durante el viaje. En el pueblo puede haber m¨¢s solidaridad entre vecinos porque todos se conocen, pero tambi¨¦n m¨¢s tendencia al cotilleo y al qu¨¦ dir¨¢n. ¡°El medio rural facilita compartir m¨¢s con la gente. A m¨ª, el hecho de que me conozca todo el mundo no me agobia. De hecho me gusta tomar un caf¨¦ y saber qui¨¦nes est¨¢n sentados en la mesa de al lado¡±, asegura Marta Fl¨¢ndez, que lleva nueve a?os viviendo en Santa Mar¨ªa de la Alameda (1.152 habitantes, en Madrid) junto a su pareja, Marcus Stratton, un ingl¨¦s que conoci¨® en Dubl¨ªn. Para ellos, ¡°el contacto con la naturaleza¡± y un modo de vida sostenible son la clave de su felicidad: ¡°Formamos parte de un grupo de consumo. Varios vecinos nos organizamos para comprar verduras ecol¨®gicas directamente al productor. Sale m¨¢s barato y est¨¢ m¨¢s rico¡±.
Quiz¨¢ sea eso, la felicidad, lo m¨¢s importante. En el fondo, todos queremos encontrarla, tambi¨¦n quienes deciden marcharse a un pueblo. Manuel, el arquitecto de Maderuelo, aporta su propia explicaci¨®n vital: ¡°El otro d¨ªa fui a Bruselas. Sal¨ª de casa a las 5.30 de la ma?ana y volv¨ª a las once de la noche. Lo que m¨¢s me gusta de los viajes, de salir por ah¨ª, de trabajar¡ es regresar a casa. Me siento a gusto cuando voy por la A-1 y cojo la salida en Boceguillas. Para m¨ª, ah¨ª empieza la puerta de mi casa. Desde all¨ª conduzco los ¨²ltimos 19 kil¨®metros. Es de noche y voy por esas carreterillas, que ya son m¨ªas, totalmente ancho, por mitad de la calzada¡±. Satisfecho.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.