Navegar es necesario
Ahora se acuerda y le da la risa mientras lo cuenta con naturalidad, en el tono de las conversaciones triviales. Era tan joven entonces, ten¨ªa tanta ambici¨®n, y tanto miedo¡ En aquella ¨¦poca, inventarse una historia le angustiaba mucho menos que acertar con el atuendo para quedar bien en una fiesta. Pensar, escribir, rellenar un cuaderno tras otro en casa, a solas, era un premio, un privilegio, un milagro ins¨®lito y gozoso, pero, sobre todo, una tarea mucho m¨¢s sencilla que contestar un cuestionario Proust. ?Qu¨¦ libro te llevar¨ªas a una isla desierta? ?Oh, Dios m¨ªo, esto no, otra vez no! ?Y qu¨¦ habr¨¢ contestado Fulanito? ?Y Menganito? Todo el mundo va a pensar que soy un paleto, ?qu¨¦ te apuestas?
Si el artista es un hombre, se libra al menos de la competencia desleal de ¡°las mujeres de¡±, que siempre son m¨¢s fotog¨¦nicas, m¨¢s monas, m¨¢s delgadas y elegantes que las artistas primerizas a las que rodean en las inevitables fotos de familia. Pero, aunque el artista sea un hombre, le ampara el estupor de Jean Rhys, esa espl¨¦ndida escritora brit¨¢nica que produjo media docena de libros excelentes en su juventud, sin ¨¦xito alguno, antes de recibir un premio important¨ªsimo con el ¨²ltimo, cuando ya era una anciana. Todo llega demasiado tarde, fue lo ¨²nico que contest¨® al recibirlo. Todo hab¨ªa llegado demasiado tarde; todo, excepto la necesidad de seguir escribiendo.
Cuando es joven, el artista desea la gloria sobre todas las cosas. Trabajar, producir, vivir bien de su trabajo, mantener intacta la burbuja c¨¢lida y mullida donde nacen y crecen sus criaturas le importa mucho menos que recibir premios que aparezcan en las portadas de los peri¨®dicos, cr¨ªticas cuajadas de adjetivos esdr¨²julos, pruebas p¨²blicas de la admiraci¨®n de quienes cabalgan sobre las crestas de la moda. Cuando es joven, el artista es poderoso, en¨¦rgico, audaz, feroz, inocente y bastante tonto, pero esas cualidades van cambiando con el tiempo. Al madurar, con suerte, se incrementa su poder, su energ¨ªa cambia de signo, su audacia se matiza, la ferocidad se torna m¨¢s sutil, m¨¢s puntiaguda, y la inocencia, ?ay!, se pierde sin remedio. La tonter¨ªa tambi¨¦n. El paso del tiempo tiene sus ventajas. No va a ser todo engordar y arrugarse.
El artista maduro no tiene m¨¢s enemigo que s¨ª mismo, el term¨®metro de su propia ambici¨®n¡±
El artista maduro, como cualquiera, preferir¨ªa ser joven y sufrir. Y sin embargo, al recordarse con treinta a?os menos experimenta, m¨¢s que nostalgia, una inmensa ternura por la inseguridad de aquel jovencito de mirada huidiza y hombros encogidos, aquella chica torpe y pintada como una puerta que nunca sab¨ªa d¨®nde poner las manos en las fotograf¨ªas. Porque sin ¨¦l, sin ella, no habr¨ªa conquistado el lugar donde est¨¢, una isla desierta a la que apenas llegan los murmullos de los c¨®cteles, las quinielas de los premios, las insidias disfrazadas de halagos, la fatuidad de las ambiciones truncadas. En el lugar austero y despojado donde vive, el artista maduro no tiene m¨¢s enemigo que s¨ª mismo, su ¨ªmpetu y su cansancio, el term¨®metro de su propia ambici¨®n. Ha tardado mucho tiempo en aprender que la fama no tiene que ver con los brillos de los flashes. Ahora, cuando atraviesa cualquier alfombra de cualquier color con una camisa desprovista de corbata, si es hombre; con la cara lavada y unos zapatos c¨®modos, si es mujer, ni siquiera le da importancia a ese lujo de mostrarse tal cual es. La gloria no se conjuga con el verbo estar, sino con el verbo ser, pero nadie aprende esa lecci¨®n sin pagar su precio en errores, en las inseguridades y torpezas acumuladas durante muchos a?os.
A cambio, si no es un muerto en vida, que tambi¨¦n los hay, el artista maduro sabe que sigue estando expuesto a equivocarse. Porque, m¨¢s all¨¢ de la bendita inconsciencia inaugural de sus primeras obras, el ¨²nico camino para seguir creando con exigencia es arriesgarse. El riesgo es, en s¨ª mismo, un b¨¢lsamo juvenil para su esp¨ªritu y la contrase?a de su propia autoestima. Todo lo dem¨¢s es artrosis, la muerte lenta de la producci¨®n en serie, el aburrimiento de contar siempre lo mismo con las triqui?uelas t¨¦cnicas de los perros viejos. Perfecci¨®n formal, lo llaman a veces.
Esa es la tormenta perpetua que habita en el interior del artista y bate las playas de una isla desierta a la que nadie consigue asomarse. Por eso, ning¨²n ataque, ninguna cr¨ªtica, ning¨²n insulto puede hacer mella en el viejo tronco del barco hundido donde se sigue leyendo una vieja m¨¢xima escrita en lat¨ªn, unas pocas palabras que lo explican casi todo.
No es necesario vivir. Navegar es necesario.
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