Ladrones de Heathrow
Es 23 de marzo. En la televisi¨®n de mi hotel londinense, veo que cae una fuerte nevada, impropia de la ¨¦poca, en Escocia, parte de Gales y el norte de Inglaterra. Pero no en Londres. Desde el taxi que me lleva a Heathrow le mando a una persona un SMS en el que, con precisi¨®n l¨¦xica, le comunico: ¡°Nevisca¡±. No ¡°Nieva¡±, sino ¡°Nevisca¡±, porque eso es lo que pasa, que cae una aguanieve, no m¨¢s. Algo de viento tambi¨¦n, pero vaya, nada del otro mundo, sobre todo para esas latitudes septentrionales en las que est¨¢n m¨¢s que acostumbrados. Pero no: hoy en d¨ªa cualquier m¨ªnimo contratiempo se convierte en cat¨¢strofe, as¨ª que cuando llego al aeropuerto, con tiempo de sobra, veo que mi vuelo de Bri?tish Airways ha sido cancelado, lo mismo que otra veintena o m¨¢s. Indago, y finalmente me env¨ªan a una cola de no demasiados pasajeros (es la de clase business), en la que sin embargo me tiro tres horas de reloj, tres, hasta alcanzar uno de los dos mostradores, dos, en que nos atienden. Tres horas de pie (no quiero ni imaginar cu¨¢nto les tocar¨ªa esperar a los de clase turista), junto con gente que va a Par¨ªs, Roma, Ginebra ¡ Cuando por fin llega mi turno, me ponen en lista de espera para un avi¨®n m¨¢s tard¨ªo y me dicen que me acerque a una ¡°zona¡± (vaga definici¨®n donde las haya), en la que, si tengo suerte, me llamar¨¢n por mi nombre. No falta mucho para que despegue ese segundo vuelo, as¨ª que lo habitual en estos casos: nervios, incertidumbre, el o¨ªdo aguzado para reconocer mi apellido cuando alguien decida vocearlo, sin micr¨®fono ni nada, con pronunciaci¨®n sui generis. Al cabo de un rato se produce lo ansiado. Una joven semiaf¨®nica grita algo as¨ª como ¡°Mr Y¨¢viah M¨¢rias¡±. Suelto mi maleta en una cinta, me dan una carta de embarque, me apresuro por los pasillos con mi bulto de mano (una maletica m¨ªnima y medio vac¨ªa), en busca de la puerta correspondiente. Voy con el tiempo just¨ªsimo, casi a la carrera.
El abuso de autoridad es imperdonable, pero en ¨¦l vivimos instalados"
Pero ah, hay que pasar el control, desde luego. En una bandeja deposito abrigo, chaqueta, cintur¨®n, monedas. En otra, la maletica. Ambas son consideradas sospechosas y, en vez de seguir su curso recto, las desv¨ªan. Como si no hubiera el caos que hay en Heathrow tras tantas cancelaciones; como si la gente no llevara horas aguardando y haciendo colas; como si los pasajeros cont¨¢ramos con todo el tiempo libre del mundo, los encargados de seguridad se lo toman con calma. Nadie hace caso de mis dos bandejas apartadas, durante varios minutos. Por fin un tipo calvo y de aspecto raqu¨ªtico se me acerca con ellas. Ignoro por qu¨¦ levantaron sospechas mi abrigo y dem¨¢s, sobre eso no se me interroga. ¡°Hay que abrir la maletica¡±, dice. ¡°Adelante¡±, y se la abro. De mala manera, empieza a inspeccionar los pocos objetos que hay en ella, uno por uno. Coge un cenicerito con tapa que llevo siempre, por si acaso. ¡°Esto qu¨¦ es¡±. ¡°Un cenicero¡±. ¡°Es met¨¢lico¡±, observa con tono levemente acusatorio. ¡°S¨ª, es met¨¢lico, ya lo ve¡±. ¡°?Y esto?¡± ¡°Para medir la tensi¨®n¡± (mi m¨¦dico, el Doctor Vidal, me obliga a control¨¢rmela). ¡°?Y esto?¡± ¡°Ya lo ve, un reloj despertador de viaje¡±. Lo abre, lo mira, le pasa una especie de cepillito por encima, como a un par de libros, que adem¨¢s olisquea. ¡°?Y esto?¡± ¡°Un adaptador¡±, es decir, lo que yo siempre he llamado un ladr¨®n, que, cuando viajo al Reino Unido, me permite utilizar los enchufes continentales de dos clavijas (all¨ª tienen tres). Ahora rebusca en el neceser. El de los l¨ªquidos, tijeritas, cuchillas y otras armas de destrucci¨®n va en la maleta facturada. En este otro, s¨®lo cosas inocuas. Pero una botellita m¨ªnima de pl¨¢stico, de nueve cent¨ªmetros de alto (luego permitida) y medio vac¨ªa, lo alarma. Se la acerca a una compa?era, para que la huela. Y all¨ª veo a los dos, a distancia, tratando de oler el contenido, una escena ri?d¨ªcula. Se me aproxima de nuevo. ¡°?Qu¨¦ es este l¨ªquido?¡± Se me ha olvidado el t¨¦rmino ingl¨¦s (no es raro, compruebo luego en casa que es dif¨ªcil de recordar: ¡°hydrogen peroxide¡±). ¡°?C¨®mo es en su lengua?¡±, pregunta. ¡°Agua oxigenada¡±, respondo. Lo repite varias veces como si le gustara el conocimiento adquirido. ¡°?No es alcohol?¡± ¡°No. Oler¨ªa si lo fuera¡±. ¡°?Para qu¨¦ es?¡± ¡°Para detener hemorragias. A veces me corto al afeitarme¡±. Estaba ya desesperado, iba a perder el segundo vuelo. ¡°Qu¨¦deselo. ?Puedo seguir ya?¡± ¡°Agua oxigenada confiscated¡±, dictamina muy ufano. De mala manera arroja mis cosas a la maletica. La cierro y salgo corriendo, a¨²n he de encontrar mi puerta de embarque.
En Madrid descubro que me faltan cuatro objetos: el cargador del m¨®vil de viaje; el adaptador o ladr¨®n. ?Qu¨¦ pod¨ªa hacer en el avi¨®n con tan infernales instrumentos? En todo caso, el tipo calvo no los declar¨® ¡°confiscados¡±. No los devolvi¨®, sin m¨¢s. Pero tampoco est¨¢n la calculadora y mi bonito despertador Dalvey. Encima de desconsiderados, ladrones. Llevaba tanta prisa que nada comprob¨¦. Uno sol¨ªa confiar en las autoridades brit¨¢nicas, no era pa¨ªs de chorizos. Uno se pregunta cu¨¢ntas cosas apetecibles no habr¨¢n requisado por las buenas algunos de estos individuos en todos los aeropuertos del mundo, abusando de su poder. ?Un despertador es un peligro? ?Desde cu¨¢ndo? Al tipo le gust¨® el m¨ªo, eso es todo. Aunque sea una minucia, causa indignaci¨®n. Cu¨¢nta m¨¢s no han de causarnos las decenas de pol¨ªticos y funcionarios corruptos con cuyas haza?as nos desayunamos a diario desde hace meses y meses. El abuso de autoridad es imperdonable, pero en ¨¦l vivimos instalados.
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