Cuando la familia ahoga
La familia est¨¢ para lo bueno y lo malo, puede ser para¨ªso o infierno Cuando se instala en el conflicto y el chantaje emocional llega a ahogar la capacidad de crecer
Somos, en parte, el resultado de un sinf¨ªn de cruces parentales que depositaron en nosotros su legado, no solo patrimonial. La mayor¨ªa de las personas que sufren alg¨²n tipo de dolor an¨ªmico encuentran las causas del mismo remont¨¢ndose a los a?os de convivencia familiar o, como ahora sabemos, a c¨®digos inscritos en su ¨¢rbol geneal¨®gico.
Culturalmente hemos elevado a la familia al paradigma del bienestar afectivo, la base del sustento de un pa¨ªs e incluso como un sacrosanto mandamiento divino. ?Qui¨¦n es el guapo que se atreve a poner en duda su valor? Y ah¨ª aparece la paradoja: ?c¨®mo desentra?ar sus perversiones cuando es el valor absoluto de una sociedad y la base afectiva de una persona? ?C¨®mo formalizar la salida de una familia que puede estar maltrat¨¢ndonos, neurotiz¨¢ndonos o ahog¨¢ndonos, si el v¨ªnculo de sangre es para toda la vida? No podemos ponernos en contra de la familia, pero ?significa eso justificarla en todo?
El amor no es solo
un sentimiento, tambi¨¦n
es un arte¡±
(Honor¨¦ de Balzac)
Nada m¨¢s llegar a este mundo tenemos la tarea de encontrar la proximidad a un adulto con capacidad de cuidar y proteger. De ah¨ª nace el apego. En el caso de no existir una respuesta satisfactoria, tendemos a desarrollar una estrategia secundaria: o bien se hiperactivar¨¢ el apego (demanda de atenci¨®n o lo que popularmente llamamos estar pegados a las faldas de la madre) o bien se desactivar¨¢ (inhibici¨®n emocional). Nace as¨ª un estilo afectivo, una manera de amar y ser amados. Simplific¨¢ndolo mucho, tenderemos a ser promotores de amor o, por lo contrario, mendigos afectivos que nos dejaremos querer, o huiremos asustados por miedo a perdernos en el otro.
La seguridad del v¨ªnculo tiene otra funci¨®n mayor: permite explorar el entorno. Lo vemos a diario, cuando esos peque?ines alardean de sus primeros pinitos. El grado de confianza o desconfianza que tengamos ante la vida y los dem¨¢s y nuestra autoestima tendr¨¢ mucho que ver con la fuerza de ese v¨ªnculo y sus dos condiciones: que sea estable y perdurable, basado en el afecto y el amor. Eso s¨ª, nadie entiende lo mismo por afecto y por amor.
Ahora imaginemos a unos padres que, por miedo y exceso de control, mantengan a esa personita metida en una burbuja de protecci¨®n. En lugar de reforzar su sistema de confianza, est¨¢n depositando cantidades ingentes de miedos y fobias futuras. Del mismo modo, unos padres descuidados someter¨¢n a sus hijos a peligros innecesarios y situaciones estresantes que pueden acabar en traumas. O aquellos otros que, con la mejor de las intenciones, han colmado a sus hijos de todo lo que han querido, cuando lo han querido. Muchos se lamentan despu¨¦s de haber criado peque?os tiranos narcisistas. ?Qu¨¦ dif¨ªcil saber lo que es m¨¢s adecuado!
Mary Ainsworth, investigadora del apego a partir de la teor¨ªa incubada por John Bowlby, dio con la clave: la respuesta sensible. Consiste en la capacidad de los padres o cuidadores para comprender e interpretar adecuadamente las se?ales de demanda del beb¨¦. Esa sensibilidad no es poca cosa, se convierte en un organizador ps¨ªquico en el desarrollo de la criatura, es decir, su arquitectura emocional (creencias y expectativas acerca de s¨ª misma y de los dem¨¢s). La respuesta sensible obedece a los modelos operativos de los padres, que dependen a su vez de la calidad de su propia historia afectiva. Muchos acaban haciendo a sus hijos lo mismo que les hicieron, anclando as¨ª valores morales que ya se expresan en los tres primeros a?os de vida.
Existe un gran acuerdo en resaltar la importancia de nuestros primeros a?os de vida: se construyen las paredes maestras de nuestra estructura ps¨ªquica. Nos condicionar¨¢n, sin duda, pero no nos determinar¨¢n. Como le gusta contar a Punset, llegamos al mundo con una colecci¨®n determinada de interruptores y luego la vida se encarga de activar algunos y dejar en el olvido otros.
Son tus decisiones y
no el azar las que determinan el destino¡± (Jean Nidetch)
En una familia puede existir esa respuesta sensible o puede que tambi¨¦n est¨¦ condicionada por m¨²ltiples factores: la existencia de otros hermanos, el lugar que se ocupa entre ellos, o ser hijo ¨²nico, o el encaje entre el trabajo y la familia, las modas, las relaciones en la escuela, una crisis econ¨®mica que priorice la supervivencia. No se trata de culpar a nadie, sino de entender la construcci¨®n sensible de cada relaci¨®n.
La arquitectura emocional, desarrollada en la etapa del apego, tendr¨¢ otras pruebas: la b¨²squeda de la propia identidad, el sentido de autoeficacia y el desarrollo de habilidades y talentos innatos. Por ah¨ª nacen m¨²ltiples desencuentros, proyecciones de los propios padres y chantajes que ahogan el crecimiento personal. En lugar de apoyar, de ser una red de seguridad afectiva, la familia se convierte entonces en una pesadilla, en la siempre frustrante y airada combinaci¨®n entre el amor y el odio, entre el rechazo y la sed de pertenencia, entre el abandono y la necesidad afectiva. Quiz¨¢ por eso, Simone de Beauvoir exclam¨® que la familia es un nido de perversiones.
¡°No es la carne y la sangre, sino el
coraz¨®n, lo que nos
hace padres e hijos¡± (Friedrich Schiller)
Seg¨²n sean las din¨¢micas relacionales de sus miembros, la familia podr¨¢ crecer o destruirse. Podr¨¢ tener paz y equilibrio, guerra, resentimiento, dejadez, alegr¨ªa, dulzura. Podr¨¢ ser para¨ªso o infierno. Puede existir una vinculaci¨®n amorosa, o puede que se limite a gestionar intereses. Entre esos extremos andamos todos, proclamando una creencia que ya se ha convertido en universal: la familia es la familia. En su seno ocurre de todo, aunque no por ello deba justificarse todo.
Ahora que mucha gente vuelve a casa, es una buena ocasi¨®n para recomponer v¨ªnculos rotos, heridos o abandonados si los hay. Si solo sirve para pagar deudas, dar comida y un espacio donde dormir, olvidamos que su funci¨®n es, sobre todo, crear v¨ªnculos afectivos y no ahogarlos. La familia es nuestra primera comunidad de acogida, y nadie obliga a quererla si no ha habido amor. Luego vendr¨¢ la familia escogida. Es ah¨ª donde se empieza a forjar la respuesta sensible.
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