Contrarrestar el relato extremista
Frente a la estrategia que propone la ministra brit¨¢nica del Interior de censurar los mensajes de la violencia islamista es mejor utilizar los instrumentos disponibles para oponer nuestros argumentos a los suyos
Tras el vil asesinato de un soldado brit¨¢nico a manos de dos extremistas islamistas que iban armados con cuchillos de carnicero, la ministra brit¨¢nica del Interior, Theresa May, ha sugerido que se proh¨ªba la aparici¨®n en los medios de comunicaci¨®n de personas con ¡°opiniones repugnantes¡± y que se instaure la censura previa de los mensajes de odio en la Red. En Reino Unido, la amenaza de la violencia es un peligro muy real, igual que en otros pa¨ªses europeos. Tambi¨¦n en Francia, el otro d¨ªa, detuvieron a un extremista islamista que reconoci¨® haber apu?alado a un soldado franc¨¦s. Pero, a pesar de todo, la censura no es la manera m¨¢s apropiada de luchar contra esa amenaza. Lo que propone May es una medida poco pr¨¢ctica, autoritaria, obcecada y contraproducente. El resultado ser¨ªa la supresi¨®n de una libertad fundamental sin que eso supusiera mejorar nuestra seguridad. Es una propuesta que deber¨ªa ir a parar a la papelera de la histeria.
La incitaci¨®n a la violencia es un delito penal en todas las jurisdicciones democr¨¢ticas, incluido Reino Unido. Nuestros legisladores y jueces deben someter a revisi¨®n constante qu¨¦ mensajes constituyen ese tipo de incitaci¨®n en las nuevas circunstancias de la era de Internet. Ahora bien, implantar la censura previa y generalizada de las ¡°opiniones repugnantes¡± a instancias de una ministra del Interior ser¨ªa empezar a deslizarnos por una pendiente peligrosa.
Colocar nuestra libertad de expresi¨®n en manos del Ministerio del Interior es como poner esa muela que nos duele bajo los cuidados de un obrero que trabaja en una carretera con un martillo neum¨¢tico. El Ministerio del Interior es el mismo que, cuando gobernaban los laboristas, elabor¨® una larga lista arbitraria de personas a las que se prohib¨ªa entrar en este pa¨ªs porque ¡°fomentaban las actitudes extremistas¡±. Entre esas personas estaba un presentador de radio estadounidense, Michael Savage. ?Como si el pa¨ªs de John Milton y John Stuart Mill no fuera capaz de comprender y contraatacar las diatribas de un locutor sensacionalista solo con nuestro ingenio y la fuerza de nuestro idioma!
La mordaza no sirvi¨® en la ¨¦poca de Thatcher para evitar la publicidad de Sinn Fein y el IRA
La ministra del Interior responder¨¢ que la censura no la van a aplicar los bur¨®cratas de su equipo, sino Ofcom, el organismo p¨²blico que regula la radio y la televisi¨®n en Gran Breta?a. Ofcom tiene ya un enorme poder para sancionar a las emisoras que infringen sus minuciosas normas editoriales, y lo emplea de manera independiente, escrupulosa y correcta. ?Pero ahora se propone la creaci¨®n de un regulador estatal que ejerza censura previa sobre su contenido editorial, a petici¨®n de una ministra del Interior, con la excusa de defender la seguridad p¨²blica y combatir el terrorismo? ?D¨®nde hemos visto antes algo as¨ª? En Egipto. En China. En Rusia. Bienvenidos al club. Y no olvidemos que los que proponen esto son miembros de un Partido Conservador que tiene tanto miedo a los magnates brit¨¢nicos de la prensa que sigue permiti¨¦ndoles que destrocen las vidas privadas de hombres y mujeres normales e inocentes, con el prop¨®sito exclusivo de cultivar el morbo y sacar el m¨¢ximo provecho de ello ¡ªel ¨²ltimo caso fue su contribuci¨®n al suicidio de una profesora transexual que hab¨ªa sido v¨ªctima de lo que el juez de instrucci¨®n llam¨® ¡°campa?a de difamaci¨®n¡± en la prensa popular¡ª y no se atreve a proponer ni siquiera la m¨ªnima regulaci¨®n que es evidente que se necesita.
La censura que propone May no es pr¨¢ctica. Si no sirvi¨® de nada en los a?os ochenta, cuando Margaret Thatcher trat¨® de impedir que los portavoces del Sinn F¨¦in y el IRA recibieran ¡°el bal¨®n de ox¨ªgeno de la publicidad¡± en la televisi¨®n tradicional, mucho menos funcionar¨¢ hoy, cuando provocadores islamistas sedientos de fama como Anjem Choudary no tienen m¨¢s que colgar sus v¨ªdeos en YouTube para lograr sus objetivos. Pues entonces, responde de inmediato nuestra ministra, deber¨ªamos pensar en la posibilidad de que Google y YouTube tambi¨¦n censuren de antemano esas im¨¢genes. Un momento, un momento. No todo lo que hace Google es bueno, como demuestran sus actuaciones en materia de impuestos, competencia y privacidad, pero imponerle la obligaci¨®n editorial de revisar por adelantado todo lo que se cuelga en YouTube destruir¨ªa algo de un valor incalculable: una capacidad antes nunca vista de dirigirse a otras personas directamente, a trav¨¦s de oc¨¦anos y continentes.
A ello hay que a?adir que la censura podr¨ªa ser contraproducente. Jack Straw, antiguo ministro del Interior laborista, dice que la censura parcial impuesta en los a?os ochenta a los portavoces del Sinn F¨¦in y el IRA en televisi¨®n (con el rid¨ªculo mecanismo de que se les ve¨ªa hablar, sin sonido, mientras un doblador iba narrando la escena) sirvi¨® de ¡°gran instrumento para reclutar militantes¡±. Lo mismo ocurrir¨ªa hoy con esos extremistas llenos de veneno. Lo que m¨¢s les gustar¨ªa es que les censuraran. Se mueren de ganas de que los amordacen. Entonces podr¨ªan presentarse como m¨¢rtires de la islamofobia de Occidente en la lucha por la libertad de expresi¨®n.
Sentir algo de odio es sano y frente al terror aconsejo evitar reacciones superficiales
No, la forma de luchar contra estos predicadores del extremismo violento no es prohibirlos, sino aceptar su desaf¨ªo en todos los medios. Las decisiones que hay que tomar son editoriales, y deben tomarlas los responsables de los medios, no los ministros del Interior. En mi opini¨®n, las cadenas BBC y Channel 4 se equivocan al invitar a extremistas que tan bien saben utilizar la televisi¨®n como Choudary en programas que parecen insinuar que son participantes leg¨ªtimos en un debate nacional civilizado. Pero eso no tiene nada que ver con la posibilidad, perfectamente apropiada, de que unos periodistas filmen una entrevista con ¨¦l dentro de un reportaje de investigaci¨®n para saber c¨®mo es posible que un joven nacido en Reino Unido acabara convenci¨¦ndose de que ten¨ªa que acuchillar a un soldado brit¨¢nico en nombre de Al¨¢. El Instituto de Di¨¢logo Estrat¨¦gico, una instituci¨®n con sede en Londres, ha emprendido un estudio muy interesante sobre c¨®mo contrarrestar el relato de los extremistas contradici¨¦ndolo con otros relatos y aprovechando las herramientas que ofrece Internet.
Para terminar, me gustar¨ªa inspirarme en Edmund Burke y decir unas palabras en favor del odio. Intentar convertir en delito una emoci¨®n es un empe?o tan tonto e in¨²til como intentar derrotarla en una guerra (la ¡°guerra contra el terrorismo¡±). Adem¨¢s, como destac¨® el gran pensador conservador brit¨¢nico, sentir algo de odio es sano. ¡°Nunca sabr¨¢n amar cuando deber¨ªan amar¡±, escribi¨®, ¡°quienes no saben sentir odio cuando deber¨ªan sentirlo¡±. Odio la ideolog¨ªa islamista violenta que envenen¨® la mente de ese joven. Odio el fascismo. Odio todos los tipos de opresi¨®n. Odio la estupidez. Odio las ideas chapuceras. Y en nombre de todos esos odios, aconsejo no dejarnos arrastrar por reflejos autom¨¢ticos ni caer en la reacci¨®n superficial, corta de miras, obcecada y contraproducente de decir ¡°hay que hacer algo¡±, como esos ministros del Interior que, de tanto defender nuestras libertades, acaban por mermarlas.
Timothy Garton Ash es catedr¨¢tico de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige www.freespeechdebate.com, e investigador titular de la Hoover Institution, Universidad de Stanford. Su ¨²ltimo libro es Los hechos son subversivos: Ideas y personajes para una d¨¦cada sin nombre.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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