San Mam¨¦s y nuestros recuerdos
Lo que supone una agresi¨®n para los individuos es el cambio gratuito y la demolici¨®n constante, con vistas a enriquecerse unos cuantos
El otro d¨ªa vi un reportaje sobre San Mam¨¦s, el legendario estadio del Athletic de Bilbao que, tras cumplir un siglo de existencia, va a ser demolido. El que lo sustituir¨¢ est¨¢ previsto que se inaugure en septiembre. Al parecer su emplazamiento es cercano al del antiguo, y esas instalaciones ya inminentes ofrecer¨¢n ventajas: mayor aforo, m¨¢s comodidad, todo lo que justifica la renovaci¨®n. Por lo visto nadie se opone al cambio. Cien a?os de servicio es mucho tiempo, es normal que se haya deteriorado San Mam¨¦s, que se haya quedado insuficiente y viejo. Algunos ex-jugadores particularmente ponderados y educados, como Sarabia, Alkorta e Irureta, hablaban de ello con conformidad, tal vez con un punto de resignaci¨®n, que es cosa distinta aunque algunos crean que no. Lo que hab¨ªa en sus palabras era inconfundible nostalgia anticipada, si es que no melancol¨ªa: gran parte de sus carreras futbol¨ªsticas tuvieron lugar en un sitio que va a dejar de existir. Habr¨¢ otro nuevo, acaso parecido y es de suponer que mejor, pero ya no ser¨¢ el mismo. Hubo un partido amistoso para despedir al estadio, entre el Athletic y una selecci¨®n vizca¨ªna, creo, y nadie se lo quiso perder en Bilbao, pese a lo intrascendente del resultado. Vi algunas im¨¢genes de esa ocasi¨®n: los actuales jugadores (Ad¨²riz, Toquero, Llorente) aparec¨ªan emocionados, conteniendo a duras penas las l¨¢grimas, y eso que la mayor¨ªa de ellos van a seguir en el equipo, sus trayectorias no terminan aqu¨ª. Muchos espectadores, desde ni?os con corta memoria hasta ancianos con muy larga, s¨ª que eran incapaces de contenerlas, pese a que mantendr¨¢n sus abonos y continuar¨¢n acudiendo a los partidos en el nuevo estadio. Le¨ª que, al t¨¦rmino del encuentro, la gente se resist¨ªa a abandonar el sentenciado San Mam¨¦s. Me imagino que pensaban: ¡°A¨²n estamos aqu¨ª, como tantas veces. Ma?ana ya no, y nunca m¨¢s. Pero hoy a¨²n vemos el querido lugar, con sus arcos anticuados y su atm¨®sfera ¨²nica, que no se repetir¨¢. D¨¦jennos quedarnos unos pocos minutos m¨¢s¡±.
Nunca he estado en San Mam¨¦s, pero es un sitio y un nombre m¨ªtico desde que tengo uso de raz¨®n. Y aunque jam¨¢s haya puesto el pie all¨ª, entiendo bien el sentimiento de pena que embarg¨® a los bilba¨ªnos, y su negativa a marcharse, esa ¨²ltima vez. Tambi¨¦n entiendo la tristeza de muchos barceloneses al saber, en estos d¨ªas, que desaparece el cine Urgel, al que durante d¨¦cadas han estado asistiendo. En Madrid sabemos demasiado de eso, porque en esta ciudad, con nula conciencia c¨ªvica, nunca se han respetado ni los edificios ni el paisaje, menos a¨²n la memoria de las personas. Hace poco le¨ª un art¨ªculo sobre los palacios ¡°perdidos¡± de la Castellana. M¨¢s de veinte cayeron bajo la desalmada piqueta franquista, en los a?os sesenta y setenta, como hab¨ªan ca¨ªdo tambi¨¦n los palacetes de la calle G¨¦nova y de otras cercanas, desapareci¨® muy pronto la fisonom¨ªa de la ciudad de mi infancia. Pasan los a?os, cambian los reg¨ªmenes, pero eso no var¨ªa: los responsables municipales se han cargado el entorno de Las Vistillas y mil cosas m¨¢s, y no renuncian a masacrar el Paseo del Prado, la zona m¨¢s bonita, que s¨®lo hay que conservar y adecentar de vez en cuando, no destruir para satisfacer a alcaldes y arquitectos megal¨®manos, a turistas a los que hay que depositar en autob¨²s a la puerta del Museo del Prado (no vayan a herniarse por caminar un trecho), y qui¨¦n sabe si para enriquecer ¨Ca¨²n m¨¢s¨C a fabricantes de granito.
Tambi¨¦n aqu¨ª hemos visto morir muchos cines, casi todos los de la Gran V¨ªa y Fuencarral, para dar paso a m¨¢s y m¨¢s centros comerciales en los que ahora ¨Ccon la crisis, con los recortes a mansalva¨C nadie compra nada. En breve caer¨¢n m¨¢s salas, gracias al IVA de Rajoy, subido de golpe del 8% al 21%, sin justificaci¨®n (como era de prever, Hacienda no recauda m¨¢s por ello). A veces tiene uno la extra?a sensaci¨®n de que los pol¨ªticos de nuestro pa¨ªs carecen de algo com¨²n a la mayor¨ªa de los humanos: la memoria sentimental, el apego a los lugares y a las costumbres, la necesidad de la repetici¨®n placentera, de la familiaridad con el entorno. No es que yo crea que hay que conservarlo todo indefinidamente. Hay cosas que cumplen su funci¨®n durante un tiempo y ya est¨¢, como seguramente San Mam¨¦s. Pero lo que supone una agresi¨®n para los individuos es el cambio gratuito y la demolici¨®n constante, con vistas a enriquecerse unos cuantos. Todos vamos encajando paulatinamente la p¨¦rdida de quienes nos importan. El adverbio es fundamental: paulatinamente. Lo que suele suceder en Espa?a con nuestras ciudades y costas, nuestros campos y bosques, es el equivalente a que perdi¨¦ramos de golpe a todos los seres queridos y no reconoci¨¦ramos m¨¢s nuestro mundo. Ser¨ªa insoportable, algunos se morir¨ªan literalmente de pena. Los lugares no son como las personas, de acuerdo, pero son parte de nosotros, el escenario de nuestras vidas y el consuelo del tiempo ido. He dicho muchas veces que el espacio es el depositario del tiempo, lo que finge retener un poco lo que nunca ¡°vuelve ni tropieza¡±, seg¨²n Quevedo. Aunque s¨®lo sea por eso, no se puede acabar con ellos as¨ª como as¨ª, con los lugares, sin necesidad y sin el menor respeto hacia los ciudadanos. Que son quienes sin embargo votan, incomprensiblemente, a la mayor¨ªa de los criminales alcaldes, dedicados sin tregua a arrasar nuestro tiempo y nuestro espacio; es decir, nuestros recuerdos.
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