Fuga a Londres
Un viaje de ida, una maleta, un vuelo barato Desde 2007, 100.000 espa?oles han huido a Reino Unido persiguiendo un empleo As¨ª es la odisea de nuestros emigrantes del siglo XXI en la capital brit¨¢nica
El Bradley¡¯s se encuentra ubicado en una callejuela que nace de Oxford Street, por donde un rickshaw cruza el asfalto en la noche. La madera pintada de un rojo vivo le confiere al local el aspecto t¨ªpico de un pub anglosaj¨®n, y al otro lasdo del cristal los clientes beben en vasos de pinta. En el interior se ven carteles de corridas de toros y banderillas y banderas de Espa?a y un escudo del Bar?a. Por una escalera estrecha y oscura se desciende hasta otra estancia en la que la m¨²sica se encuentra a¨²n m¨¢s alta, la luz m¨¢s tenue y se respira la humedad de los cuerpos hacinados. Isabel S¨¢nchez viste chaqueta vaquera y falda negra; lleva el pelo suelto y tiene el rostro duro de una aragonesa. Aprieta los labios mientras seca unos vasos al otro lado de la barra y unos ingleses le piden una ronda y sirve una decena de chupitos de J?germeister que luego hunden los clientes en un vaso con Red Bull. Tiene 25 a?os. Sus ¨²ltimos meses en Espa?a resumen el 55% de paro juvenil. Le sali¨® alg¨²n evento como azafata. Y el verano pasado le ofrecieron un puesto en una discoteca. Poco m¨¢s. Estudi¨® una diplomatura de Relaciones Laborales. Ha seguido un par de cursos del INEM. Y decidi¨® comprarse un billete de ida el d¨ªa en que le pidieron hacer en ingl¨¦s la entrevista de trabajo para una tienda de ropa de Zaragoza. Aterriz¨® en la ciudad el 19 de diciembre de 2012. ¡°Sab¨ªa que pasar¨ªa las Navidades sola¡±, dice. Sobre su voz se oye un ritmo de bongos y crecen los aullidos de Mick Jagger y el diablo se presenta poco a poco y el tema de los Stones llena la sala cuando los ingleses estallan: ¡°?Please to meet you!¡±.
Bienvenidos a Londres, la capital de las oportunidades. Este es un viaje a uno de los rincones de Europa a los que huyen los espa?oles. Sobre todo j¨®venes. La mayor¨ªa sin empleo. Donde un reci¨¦n llegado ¡°es como un pu?etero reci¨¦n nacido¡±, en palabras de un catal¨¢n con un a?o de bagaje. Una ¡°ciudad de supervivientes¡±, seg¨²n un polit¨®logo que vivi¨® otro par de a?os all¨ª, en la que ¡°no importa qui¨¦n seas ni de d¨®nde vengas; solo lo que vienes a hacer y las cartas con las que puedes negociar¡±. Un lugar en el que casi todos recuerdan cu¨¢ndo aterrizaron.
Entre Espa?a y Londres se mueven 315 aviones a diario, Por delante de PAr¨ªs (141) y Berl¨ªn (38)
El 8 de octubre de 2012, dice Jonathan Goya. Era lunes, un vuelo de EasyJet. Cerr¨® el bar en quiebra que hab¨ªa montado en Coslada (Madrid). Y aterriz¨® con la intenci¨®n de saldar los cr¨¦ditos impagados. Pas¨® mes y medio en casa de un amigo. Se pate¨® Londres sin una palabra de ingl¨¦s. ¡°Spain, crisis, corruption¡±, le dec¨ªan al entregar curr¨ªculos. Una conocida de su tierra le consigui¨® el primer empleo, un puesto de kitchen porter (lavaplatos) en el restaurante Pinchito, regentado por otro espa?ol que lleg¨® en 1996. ¡°No me averg¨¹enzo, agradezco este trabajo¡±, dice Goya sentado en una de las mesas del local. Trabaja de lunes a s¨¢bado. Cobra 880 libras mensuales (1.000 euros). Y ahorra unas 350, que env¨ªa a casa regularmente en la maleta de alg¨²n conocido. Vive en la zona 3, a 13 kil¨®metros del centro; comparte habitaci¨®n con una peluquera, come y cena en el Pinchito acompa?ado de una familia espa?ola (casi todos los empleados lo son). Estudia el idioma en una academia para personas con ingresos m¨ªnimos. Y contin¨²a con sus entrenamientos de boxeo. Peleaba como amateur cuando abandon¨® Espa?a. Hace poco organiz¨® un combate en la competici¨®n privada White Collar. El boxeador se lleva un porcentaje de la entrada. ¡°Me part¨ª la cara por 30 pounds¡±, resume la noche. Pero sonr¨ªe. Tiene 34 a?os. Dice que ha empezado a ver algo de luz. Y regresa al cub¨ªculo adonde le van llegando los platos sucios. En el ne¨®n sobre la fachada del restaurante se lee: ¡°Tapas¡±. M¨¢s all¨¢ comienzan los rascacielos de la City bajo un cielo como una plancha de plomo.
Londres no es ni mejor ni peor destino que otros. Pero est¨¢ a dos horas y media y conectado por una lluvia de vuelos (315 conexiones diarias con Espa?a, frente a las 141 de Par¨ªs y las 38 de Berl¨ªn, seg¨²n AENA). Hay tradici¨®n de espa?oles. Uno siempre encuentra un colch¨®n. Y demanda un ej¨¦rcito para el sector servicios. La odisea londinense no es un fen¨®meno reciente, pero quienes llevan tiempo all¨ª hablan de un aluvi¨®n de dos a?os a esta parte. No hay cifras oficiales. S¨ª estimaciones. Para trabajar en Reino Unido hay que darse de alta en el National Insurance (servicio de empleo). En 2007 se inscribieron 11.840 espa?oles. En 2011, ¨²ltima cifra publicada, sumaron 30.000 nuevas altas. Casi tres veces m¨¢s. El dato acumulado en cinco a?os roza las 97.000 altas. En 2013 se habr¨¢ cruzado la barrera de los 100.000. No todos encontraron empleo, y muchos se habr¨¢n vuelto. Pero el registro refleja una tendencia; es, digamos, una declaraci¨®n de intenciones.
¡°Trabajo hay. Pero son los que no quieren hacer los ingleses¡±, hab¨ªa avisado el encargado espa?ol de un pub. Lo dif¨ªcil es dar el siguiente paso. A media tarde llegamos a la coqueta Alloa Road, al sur del T¨¢mesis, donde apenas circulan coches entre las hileras de viviendas estrechas y alargadas, y una joven abre una puerta y nos gu¨ªa a la cocina, y sirve un t¨¦ para entrar en calor y ofrece unas pastas del s¨²per Tesco. En este hogar de escaleras empinadas y enmoquetadas, en las que los listones de madera crujen bajo los pies, viven dos madrile?as de 26 a?os (y otras cuatro personas de distinta nacionalidad). Ambas, amigas desde el colegio, llegaron hace dos a?os. Encontraron un hueco en una tienda de Zara donde no ped¨ªan apenas ingl¨¦s. Paola del R¨ªo estuvo all¨ª un mes y ahora trabaja en una empresa que canaliza inversiones hacia territorios offshore. Digamos que ha cumplido los pasos para alcanzar ese segundo escal¨®n y trabajar, m¨¢s o menos, de lo suyo (estudi¨® Recursos Humanos y un m¨¢ster en Asesor¨ªa Fiscal). Luc¨ªa Navarro est¨¢ en ello. Tras 14 meses en el local de Inditex, donde la mitad de los 50 empleados eran espa?oles, y de cursar un diploma en la London School of Marketing, y de cuatro meses de becaria en una organizaci¨®n ben¨¦fica, cuando hablamos con ella est¨¢ a punto de empezar con contrato fijo en un puesto relacionado con sus estudios de Empresariales en esta organizaci¨®n. Dice que m¨¢s de una vez ha querido volver a casa. Cada vez que lo intenta, su padre le quita la idea de la cabeza. Suena el timbre y llegan dos amigas que viven a la vuelta de la esquina. La tertulia del t¨¦ prosigue:
¨CEs preferible quedarse aqu¨ª y trabajar medio explotado.
¨CLondres abre la mente.
¨CYo creo que vamos a volver muy cualificados. Una generaci¨®n muy fuerte.
Hay otras formas de decirlo. ¡°La ciudad es como un puto animal, man¡±, cuenta Israel Jamal, de 34 a?os, un dise?ador de ropa que se vio a punto de tirar la toalla cuando se rompi¨® las dos mu?ecas montando en bicicleta. ¡°Es una batalla. Si no est¨¢s preparado, te come. Est¨¢ hecha para que te alimentes de comida r¨¢pida, para que no tengas seguridad en ti mismo, para que gastes y gastes. Como no te cuides, el animal te come. Mucha gente se pierde. Pero esta ciudad, si tienes un sue?o, es tu motor¡±. Uno ha de fijarse un objetivo. Y tenerlo siempre en mente. Lo cuenta ?scar P¨¦rez, un ingeniero industrial tinerfe?o que reconoce c¨®mo alguna vez se ha visto sepultado bajo cajas de zapatillas en la tienda Sport Zone de Oxford Street, y se ha preguntado: ¡°?Por qu¨¦ vine?¡±.
Si tienes un sue?o, esta ciudad puede ser tu motor¡±, cuenta Israel Jamal, dise?ador de ropa
Cuando acudimos a visitarlo al comercio, el encargado, de rasgos indios, lo contacta de malos modos por un walkie-talkie. ?scar aparece y basta una mirada reprobatoria para que el espa?ol regrese de un brinco al almac¨¦n. No est¨¢ bien visto recibir visitas. Lo que cont¨®, lo hizo luego, a la salida. P¨¦rez apenas ha cotizado un par de a?os en Espa?a y en su relato las empresas quiebran o se queda a un paso de sacar una plaza p¨²blica. ¡°Pens¨¦ en irme a Alemania. Pero prefer¨ª empezar por algo que conociera un poco¡±. Present¨® su proyecto de fin de carrera en 2008. Era sobre energ¨ªa fotovoltaica. En Londres debut¨® como vendedor de molinillos en Candem Town. Pas¨® por un catering. Y un bar. Reparti¨® publicidad. Encontr¨® su sitio en el local de deportes. Cuando lo entrevistamos, trabajaba cinco horas diarias. Cobraba un subsidio para cotizantes a tiempo parcial. El resto del d¨ªa lo dedicaba a estudiar para examinarse del Advanced. ¡°Me siento realizado entre comillas¡±, nos cont¨®. ¡°Porque tengo 34 a?os. Y no quiero pasarme la vida moviendo cajas¡±. Al poco del encuentro, dej¨® Londres. Le sali¨® algo en Espa?a, nos contaron en la residencia en la que vivi¨® durante un a?o. Un microcosmos espa?ol en una de las zonas m¨¢s exclusivas de la ciudad.
Cuando llegamos all¨ª, la calle Belsize Park Gardens duerme con el sue?o algodonado de los suburbios ricos de Londres. No se ve una rendija en el cielo oscuro y el fr¨ªo se cuela en la vieja mansi¨®n victoriana. El edificio es sim¨¦trico, blanco, de tres alturas, con relieves de yeso en la fachada. Una casa id¨¦ntica a las vecinas, levantadas a mediados del siglo XIX. No hay timbre, sino una cerradura electr¨®nica. Al otro lado del recibidor, dejando atr¨¢s la recepci¨®n, se encuentra la sala de estar, donde se concentra ahora mismo el calor humano. Al adentrarnos en la estancia, de aspecto se?orial, gruesos cortinones y una enorme chimenea, en el televisor acribillan a balazos a Don Vito Corleone y, mientras las naranjas ruedan por el asfalto neoyorquino en versi¨®n original, la luz de la pantalla se refleja en los rostros de veteranos y reci¨¦n llegados. Hay una decena de espa?oles en los sof¨¢s. Un profesor de magisterio musical que toca la guitarra en la calle para redondear los n¨²meros; y un socorrista de Benidorm que ahora vigila una piscina del Ayuntamiento por 6,19 libras la hora (el salario m¨ªnimo). Y ah¨ª est¨¢n Mar¨ªa Leiva y Nerea D¨ªez, de 19 y 20 a?os, en Londres desde hace una semana, haciendo planes para ma?ana. Al parecer, hay jornada de puertas abiertas en las oficinas de reclutamiento de la cadena de comida Pr¨ºt-¨¤-Manger. Quieren madrugar para llegar las primeras; las colas de aspirantes suelen dar la vuelta a la manzana. O eso les han dicho.
?ngela Garc¨ªa y Javier Lozano, sentados a su lado, nos gu¨ªan hasta su dormitorio con lavabo de unos tres por cuatro metros. Han juntado las camas para crear el nido. Ella, diplomada en Magisterio Musical, estudi¨® dos a?os de oposici¨®n para ser profesora de primaria en Espa?a y ahora cuida ni?os ingleses. Con su primer sueldo se compr¨® un piano Casio, para no perder t¨¦cnica. Tambi¨¦n imparte clases de m¨²sica. Javier, exestudiante de Ingenier¨ªa Inform¨¢tica, se vino algo despu¨¦s y aqu¨ª sigue buscando empleo (poco despu¨¦s le sali¨® un puesto de lavaplatos). Tienen 29 a?os, y cada caj¨®n de una c¨®moda en la esquina contiene un universo. Desde calcetines hasta especias. Cocinan con ayuda de una kettle y una sandwicherade doble hueco para los platos a la plancha. Su nevera es la intemperie: sobre el marco de la ventana, en contacto con el cristal, se encuentran los productos perecederos: leche, yogures, fruta. De noche, los meten en bolsas y lo cuelgan hacia fuera, al modo de los pesos de un globo aerost¨¢tico.
La residencia Belsize tiene capacidad para 135 personas. Sol¨ªa alojar a funcionarios brit¨¢nicos. Hoy, el 60% de sus inquilinos son espa?oles. En cierta medida recuerda a un limbo o un purgatorio de almas sin empleo. As¨ª lo cuenta Renato Rossi, un italiano de 40 a?os que dirige el lugar: ¡°Este es el punto de partida. Un lugar desde el que puedes progresar. Aunque hay muchos que se quedan estancados aqu¨ª. O se vuelven. En cualquier caso, el patr¨®n ha cambiado. Los espa?oles sol¨ªan venir de vacaciones-estudio, pasaban aqu¨ª seis semanas, de fiesta. Ahora viene gente con educaci¨®n, solidaria y humana, que no encuentra posibilidades de florecer en su pa¨ªs. Personas mayores. Pasan aqu¨ª un a?o o m¨¢s. Es algo cercano a la inmigraci¨®n; aunque ellos no se dan cuenta¡±.
Muchos espa?oles mantienen un acuerdo con la direcci¨®n para ahorrarse el alojamiento (unas 100 libras a la semana, desayuno y cena incluidos) a cambio de ayudar con el housekeeping. De noche, por ejemplo, hace guardia en la recepci¨®n Javier Orera, un zaragozano musculoso de 26 a?os. Mientras come patatas fritas, y sale a pedir silencio entre los compatriotas que fuman fuera, sigue un curso online de an¨¢lisis de divisas. Para aprovechar las 20 horas a la semana que pasa ah¨ª sentado. ¡°No quer¨ªa que se me derritiera el cerebro¡±. De d¨ªa trabaja cocinando pollos en la cadena Nando¡¯s desde que aterriz¨® hace casi dos a?os, tras acabar Empresariales, seguir un m¨¢ster de Comercio Exterior y terminar unas pr¨¢cticas. Asegura que ha llegado a tener picos de 80 horas de trabajo; 2.400 minutos a la semana entre pechugas. ¡°Esta ciudad se encarga de echar a los d¨¦biles. A los que no soportan esto¡±, dice su novia, Nuria Fern¨¢ndez, de 28 a?os, los ¨²ltimos tres aqu¨ª (se conocieron en Belsize). Con la carrera de Filolog¨ªa Inglesa y un m¨¢ster de Formaci¨®n de Profesorado, ha trabajado en pubs, restaurantes y en una guarder¨ªa. Su objetivo, dicen, es volver a Espa?a con ¡°un curr¨ªculo tan lleno¡± que nadie pueda reclamar nada. Trabajar donde sea. Cuando se escriben estas l¨ªneas, se encuentran de regreso. ?l, con un empleo en Barajas en una casa de cambio de divisas. Ella, de profesora de ingl¨¦s en una academia y un colegio.
La residencia Belsize House cuenta con 135 plazas. El 60% est¨¢n ocupadas por espa?oles
Entre los hu¨¦spedes hay una periodista que pide anonimato. Tras pasar por varios medios, Efe y TVE entre ellos, se vio a s¨ª misma: ¡°Sin nada, muerta del asco, tirada en el sof¨¢, echando curr¨ªculos y paseando a mi perra¡±. Solo le llamaron de una tienda china de ropa. Una broma. Por eso cogi¨® el avi¨®n. Quiz¨¢ no trabaje en lo suyo. Pero se paga los cursos de ingl¨¦s del m¨¦todo Callan y el alojamiento, gracias a un empleo en un McDonald¡¯s de una zona ¨¢rabe en la que huele a humo de shishas y pasean mujeres con burkas y Nike. All¨ª son siete espa?oles trabajando. M¨¢s el gerente, Miguel Seoane, de 43 a?os. Lleg¨® en 1994 a Londres y se ha convertido en un faro al que sus empleados escriben por WhatsApp pidi¨¦ndole consejo. Si alguien le dice que se ve demasiado inocente para lidiar con los mandos intermedios (la mayor¨ªa paquistan¨ªes), responde: ¡°Esp¨¦rate cuatro meses¡±. Y tambi¨¦n ha dicho: ¡°No le cojas cari?o a nadie porque se acaban yendo¡±. Mientras atraviesa el bullicioso local, comenta: ¡°Londres te puede escupir. Pero tambi¨¦n te puede acoger en su seno¡±. Luego, sentado en la oficina de la hamburgueser¨ªa, mientras Carmen Rubiano, extreme?a de 31 a?os, ext¨¦cnico de realizaci¨®n, come un chicken sandwich antes de ir a limpiar un colegio (su segundo empleo), Seoane dice que no se ve como inmigrante. Prefiere ¡°ciudadano europeo¡±. Daniel Santana, de 24 a?os, un grancanario que estudi¨® un ciclo medio de Comercio antes de llegar aqu¨ª, responde: ¡°Yo s¨ª. Hui para buscarme otra vida mejor¡±.
En el caser¨®n de Belsize, el desayuno se sirve a las siete. Una joven muestra el caf¨¦ y el zumo y el pan de molde, y dice un ¡°Good morning¡± en el que se distingue el matiz del centro de la Pen¨ªnsula. Elena Cabello, de 27 a?os, de Toledo. A cambio de servir la primera comida, se ahorra el alojamiento. Trabaj¨® un tiempo en La Caixa, enganchando contratos temporales. Y pronuncia con sorna: ¡°Aqu¨ª estamos los del 85, la generaci¨®n perdida¡±. Los hijos de la clase media y el milagro espa?ol. Tras el desayuno, Nerea, Mar¨ªa y el sevillano Felipe Garc¨ªa, de 18 a?os, otro reci¨¦n llegado, se encuentran listos junto a la recepci¨®n. Salen en busca de empleo, y la calle les golpea con una bofetada. La zona residencial, muy cerca del zoo y de Regent¡¯s Park, sigue durmiendo un sue?o mullido, y un perro amigable sale a su encuentro y los acompa?a casi hasta la puerta del restaurante Jam¨®n Jam¨®n, en el que trabajan un par de espa?olas. Enfrente se encuentra el metro. Un ascensor engulle a 30 personas trajeadas y se abre la puerta y los vomita en un t¨²nel abovedado. En alg¨²n punto del viaje, Felipe repite una frase que alguien le dijo al llegar: ¡°Aqu¨ª, o te mueves, o caducas¡±. El tren les deja en Victoria Station, donde se encuentran las oficinas de Pr¨ºt-¨¤-Manger. Abren a las 9.00; son las 7.45 y en la puerta no hay nadie. Tras preguntar con dificultades a un par de personas, opinan que podr¨ªan ser los primeros. Muy pronto aparece otro con aspecto de espa?ol. Se miran de reojo. Daniel Flores, de 26 a?os, de Sevilla. En unos folios lleva escritas a mano las respuestas a la entrevista-formulario. Una chuleta. Llegan un par de personas m¨¢s, pero eso ser¨¢ todo. La cola que da la vuelta a la manzana debi¨® de ser un bulo. Y la jornada de puertas abiertas consiste en que te colocan frente a un ordenador y piden que respondas a cuestiones tipo: ¡°Creo que disfrutar¨¦ trabajando en Pr¨ºt porque: a) Necesito dinero y un trabajo. b) Adoro trabajar con comida y de cara al cliente¡¡±.
Aqu¨ª estamos los nacidos en el 85, la generaci¨®n perdida¡±, dice con iron¨ªa una toledana de 27 a?os
Entra en el local otro tipo de aire espa?ol; rondar¨¢ los 50. Lo gu¨ªan hasta una pieza acristalada, donde se lleva a cabo la entrevista cara a cara. A la salida, cuenta emocionado que le han dado el empleo. Su primer contrato en Londres. Se identifica como J. L. Prefiere no dar su nombre porque sigue cobrando el paro espa?ol. Es de Barcelona, de 51 a?os. Dej¨® su puesto en una f¨¢brica de impresi¨®n de papel cuando las cosas pintaban feas y sigui¨® los pasos de su cu?ado, que lleg¨® hace un par de a?os, tras una situaci¨®n similar. Caminamos hacia el barrio de Pimlico, donde trabaja su familiar. Lo encontramos vestido con un mono y una gorra. ?ngel Vel¨¢zquez, de 54 a?os; se encarga de limpiar las zonas comunes de un bloque de ladrillos. A la puerta del edificio, se inclina para recoger unas jeringuillas sobre la acera. Es la hora del almuerzo, y ambos marchan a la casa que comparten cerca del r¨ªo. Dos habitaciones, sal¨®n y cocina. Calientan un potaje de emigrantes que recuerda al cocido. Se muestran resentidos con Espa?a. ¡°Que le den por culo¡±, dicen, por ejemplo. Planean quedarse hasta la jubilaci¨®n. Lo han pasado mal. Vel¨¢zquez lleg¨® solo, con una mochila, un paraguas y un mapa de Londres, en 2011. Sin palabra de ingl¨¦s. Pag¨® a una agencia para facilitarle el alojamiento y los tr¨¢mites para encontrar empleo. No le sirvi¨® de nada. Si ha salido adelante ha sido gracias a la oficina de inmigraci¨®n y la comunidad hispana de la zona. Menciona a un gallego que emigr¨® aqu¨ª hace a?os. Y a un ecuatoriano, Lenin. Y el bar Art of Tapas, cuyo due?o, de Bilbao, le pag¨® durante un tiempo a cambio de que abriera.
Al acabar los garbanzos, Vel¨¢zquez nos gu¨ªa hasta el bar. De camino, se encuentra con Albert, un barrendero municipal. Catal¨¢n. De 32 a?os. Llegado en 2012. Suelen compartir el caf¨¦ ma?anero en el local del bilba¨ªno. Albert tambi¨¦n habla de Espa?a como si fuera el infierno. ¡°Ah¨ª abajo¡±, suele referirse a su pa¨ªs de origen. Un tipo solitario con tanto tiempo de ocio (quiere ahorrar todo el dinero) que logr¨® abrir un candado de combinaci¨®n encontrado en la basura. Empez¨® de cero e hizo clic en el n¨²mero 1.507. Ahora custodia una bici que ha ido componiendo con piezas abandonadas. ¡°Ya no vuelvo. Quem¨¦ las naves. Estoy limpio de ah¨ª abajo¡±, dice. Si uno pasea por la ciudad, quiz¨¢ lo encuentre con la escoba entre el Buckingham Palace y el r¨ªo; entre el Big Ben y Belgrave Street. All¨ª se despide, en la calle de la Bella Sepultura.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.