Donde se oye chirriar el eje de la Tierra
Navegamos por un mar cruel rumbo a la Ant¨¢rtida, el lugar de la desmesura. El continente m¨¢s remoto. El m¨¢s seco, fr¨ªo y ventoso. Cubierto por una vasta calota helada que hunde m¨¢s de mil metros la corteza terrestre Una traves¨ªa extrema hacia el conf¨ªn del globo. Un encuentro con lo que un d¨ªa pudo ser un planeta desconocido, misterioso y salvaje. El ¨²ltimo rinc¨®n de la aventura
El velero avanza dando pantocazos contra las olas mientras sorteamos t¨¦mpanos a la deriva y tratamos de mantener, con m¨¢s o menos fortuna, el equilibrio sobre cubierta. El estrecho de Drake hace honor a su p¨¦sima fama ganada durante siglos de tormentas y naufragios. Navegamos por un mar cruel rumbo a la Ant¨¢rtida, el continente de la desmesura. El oc¨¦ano se confunde con el cielo en un gris amenazador que hace recordar el coraje de los primeros balleneros o los cazadores de focas que se internaron en estas aguas. O marinos como James Cook, que hubiera merecido pasar a la historia como el descubridor de la Ant¨¢rtida y sin embargo no lo fue. Cook nunca supo, por culpa de la niebla, lo cerca que estuvo de ver ese nuevo continente. Fue una singladura tan terrible que sus naturalistas, Johan y George Foster, la describieron con una mezcla de pavor y emoci¨®n: ¡°El hielo, las nieblas, las tormentas y la superficie agitada del mar constitu¨ªan un panorama desagradable¡ nos debilitamos y ¨¦ramos indiferentes a todo lo que anima el alma. Sacrificamos nuestra salud, nuestros sentimientos, nuestros placeres, por el honor de seguir un curso que no hab¨ªa seguido nunca nadie¡±. El navegante brit¨¢nico regres¨® afirmando que nadie podr¨ªa llegar m¨¢s lejos que ¨¦l. Pero Cook se equivocaba, pues yendo mucho m¨¢s al sur de lo que ¨¦l hubiera podido imaginar se escribieron algunas de las m¨¢s trascendentales p¨¢ginas de la exploraci¨®n polar.
Vuelvo a la Ant¨¢rtida, el continente m¨¢s remoto y desconocido de la Tierra. Es la tierra de los superlativos: el continente m¨¢s alto, seco, fr¨ªo y ventoso. M¨¢s del 80% del hielo, las mayores reservas de agua dulce del planeta, se encuentra en la Ant¨¢rtida, en forma de una vasta calota helada que, como un manto, la cubre aplast¨¢ndola literalmente, hundiendo m¨¢s de mil metros la corteza terrestre. El grosor medio del hielo es de unos 2.500 metros, pero en algunas zonas llega a alcanzar los 4.800 metros.
Por fin terminamos de cruzar el estrecho de Drake y nos protegemos en las aguas tranquilas del canal Lemaire abri¨¦ndonos paso en un mar granizado de hielo con la quilla de acero de nuestro velero. Comienza el espect¨¢culo. Misteriosa e impredecible, la Ant¨¢rtida se presenta de mil formas diferentes. Mientras que en el interior del continente las temperaturas son infernales, en la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica, a poco m¨¢s de mil kil¨®metros del extremo sur de Chile, son relativamente benignas y en verano llegan a superar los cero grados.
Atracamos en la bah¨ªa Pleneau, flanqueados por dos monta?as que hemos elegido como objetivos, el monte Scott y el Wandell, que nos gustar¨ªa dedicar a Hugo Deligni¨¨res, nuestro patr¨®n, ya que en esta bah¨ªa se convirti¨® en el primer navegante en pasar todo un invierno ant¨¢rtico en solitario. Ahora nos ha tra¨ªdo hasta aqu¨ª para una aventura que nos ha exigido seis a?os de preparativos. Frente a esta gran variedad de organismos adaptados al fr¨ªo, sin embargo, el ser humano no ha sido capaz de adaptarse a un entorno tan severo. Lo comprobamos cuando el d¨ªa 29 de enero iniciamos la ascensi¨®n del monte Scott, una esbelta monta?a de roca y hielo que se eleva 900 metros sobre el oc¨¦ano Glacial Ant¨¢rtico. El capit¨¢n nos transporta desde el barco hasta el glaciar donde comienza la escalada. Saltamos de la lancha con los crampones puestos y comenzamos a remontar una pendiente nevada. En poco tiempo ganamos desnivel mientras la figura de nuestro velero se va haciendo cada vez m¨¢s diminuta, confundida con los t¨¦mpanos de hielo que la rodean. Sabemos que no es una escalada dif¨ªcil y no lo es tampoco su altitud, pues no alcanza los 1.000 metros. El valor real de la ascensi¨®n de esta monta?a, que lleva el nombre del capit¨¢n Robert Falcon Scott, lo da su alto grado de exposici¨®n. En estas monta?as ant¨¢rticas no est¨¢ permitido el m¨ªnimo error. A cambio, tanto la soledad como la belleza son extremas. Son cualidades dif¨ªciles de encontrar, a este nivel, en ning¨²n otro paisaje del planeta. Para hallar un terreno glaciar de tal compromiso habr¨ªa que estar escalando en la cascada de hielo del Khumbu o cruzando el glaciar de los Gasherbrum. Afortunadamente, el d¨ªa se mantiene estable y soleado, y sin problemas alcanzamos la cumbre del monte Scott a las dos de la tarde.
90 grados bajo cero, vientos de 250 kil¨®metros hora¡ Todo en la Ant¨¢rtida es desmesura
Desde la cima de aquel colmillo resplandeciente surgido del mar aparece uno de esos regalos para no olvidar. Llegar a la cumbre proporciona el sentimiento de estar en el sitio acertado, el que ven¨ªa buscando, compartiendo emociones imposibles de conseguir en la vida cotidiana con compa?eros con los que se puede alcanzar el fin del mundo. Esta cumbre de mirada vertiginosa, desde la que se podr¨ªa saltar al oc¨¦ano, evoca el esfuerzo heroico de aquella expedici¨®n brit¨¢nica, y tambi¨¦n sus equivocaciones que les abocaron al fracaso. Aquella gesta de los brit¨¢nicos fue simbolizada en el verso del Ulises de Tennyson que sus compa?eros eligieron para su memorial: ¡°Esto que somos: un mismo ardor de heroicos corazones, menguado por el tiempo y el destino, pero determinado a luchar, buscar, encontrar y no rendirse jam¨¢s¡±.
En silencio observo en derredor un paisaje grandioso. Ni siquiera el Karak¨®rum conmueve tan profundamente. Momentos as¨ª dan sentido a una vida de aventuras. Grabo a mis compa?eros sonrientes y felices. Me reconozco en las pupilas de Alex, Ester y Jos¨¦ Carlos, brillantes y curiosas, en su plenitud. A nuestros pies se extiende un mar plateado sobre el que se engastan icebergs gigantescos. Hacia el interior, la mirada se pierde en un horizonte encrespado de glaciares y monta?as. Y m¨¢s all¨¢, al sur, siempre al sur hasta que ya no es posible sino ir al norte, escudri?o en el interior de mi cabeza para recordar el objetivo que me trajo por primera vez a la Ant¨¢rtida.
Once a?os atr¨¢s vine por primera vez en lo que iba a ser la traves¨ªa espa?ola inaugural al Polo Sur geogr¨¢fico. Hab¨ªa logrado ensamblar un equipo excepcional formado por algunos compa?eros de Al filo de lo imposible y sobresalientes mandos de la Escuela Militar de Alta Monta?a de Jaca. Era un gran proyecto de exploraci¨®n, alpinismo y ciencia que hab¨ªamos planificado concienzudamente y que desarrollar¨ªamos durante los tres meses siguientes en lugares muy distantes del continente helado. No estaba en mi mejor momento. Acab¨¢bamos de regresar de la dram¨¢tica escalada del K2, en la que hab¨ªamos perdido a nuestro amigo Atxo Apell¨¢niz y otro, Juanjo San Sebasti¨¢n, a¨²n se encontraba convaleciente; pero cuando los compa?eros de Jaca me propusieron hacer realidad este proyecto, no dud¨¦. Quiz¨¢ fuese una forma de cobard¨ªa, de huir de una realidad indeseada que nos hab¨ªa revelado nuestra fragilidad.
Y de esta forma embarcamos en otra gran aventura. Tras un aterrizaje de emergencia a bordo de un avi¨®n H¨¦rcules, dando tumbos en una improvisada pista de hielo, comenz¨® el trabajo duro. El 3 de diciembre de 1994, partiendo de la costa ant¨¢rtica, empezamos a arrastrar nuestros trineos de m¨¢s de 150 kilos de peso con unas deleznables condiciones meteorol¨®gicas. No hab¨ªamos elegido el mejor d¨ªa: temperatura de unos 25? bajo cero y vientos superiores a los 50 kil¨®metros por hora. La ventisca, siempre de cara, dificultaba cada movimiento. En pocos minutos ya ten¨ªa insensibles los dedos de los pies y era imposible parar aunque fuese para tomar resuello, pues en unos segundos el sudor se congelaba. Esto explica la envergadura que entra?an las traves¨ªas polares. Ese primer d¨ªa apenas recorrimos once kil¨®metros en cinco horas de esfuerzo. El Polo Sur, ese punto te¨®rico en el que, como escribi¨® Olav Bjaland, uno de los compa?eros de Amundsen, ¡°rechina el eje terrestre¡±, se encontraba a¨²n a m¨¢s de mil kil¨®metros de distancia. Nunca como entonces nos sentimos corriendo tras un sue?o.
La mejor preparaci¨®n de los noruegos les hizo vencedores en aquella m¨ªtica carrera. Los brit¨¢nicos alcanzar¨ªan el polo 35 d¨ªas despu¨¦s. Desmoralizados por la derrota, el capit¨¢n Scott y sus compa?eros emprendieron un camino de regreso que terminar¨ªa con su muerte. ¡°?Dios m¨ªo, este es un lugar horrible!¡±. Esta frase, una de las ¨²ltimas que logr¨® escribir en su diario, refleja perfectamente lo que supone adentrarse en este desierto helado. Pero si tuviera que elegir solo una palabra para definir el ¨²ltimo continente descubierto, ser¨ªa extremo: sus temperaturas pueden alcanzar los 90? bajo cero; los vientos catab¨¢ticos llegan a superar los 250 kil¨®metros por hora; en sus mares tormentosos, los m¨¢s temidos, flotan t¨¦mpanos a la deriva tan grandes como islas, y sus cadenas monta?osas son m¨¢s largas que el Himalaya. Todo en la Ant¨¢rtida es desmesura. Adentrarse en su interior es la mejor de las aventuras. No hay mayor grandeza en el ser humano que reconocer su vulnerabilidad.
La ventisca dificultaba cada movimiento. Imposible parar: el sudor se congelaba al momento
Mientras seis de nuestros compa?eros continuaron arrastrando su pesada carga durante dos meses, el resto del equipo nos trasladamos a las monta?as Ellsworth, donde ascendimos al monte Vinson, la monta?a m¨¢s alta del continente, as¨ª como otras monta?as v¨ªrgenes que bautizamos con nombres espa?oles. Fueron unos d¨ªas duros, pero muy gratificantes. Al d¨ªa siguiente de que finaliz¨¢semos aquellas escaladas, nuestros compa?eros avistaban por fin los irreales perfiles de la base cient¨ªfica norteamericana Amundsen-Scott. Hab¨ªan alcanzado el punto de latitud 90? Sur, el lugar donde se cruzan todos los meridianos, donde son todas las horas a la vez, donde menos cuesta dar la vuelta al mundo o vivir un d¨ªa y el ¨²nico punto de la Tierra en el que solo se puede caminar hacia el norte. Un lugar legendario que puso en marcha a los mejores exploradores, ge¨®grafos y aventureros desde finales del siglo XIX.
Y once a?os m¨¢s tarde, otra traves¨ªa, esta vez transant¨¢rtica, nos hab¨ªa devuelto al continente helado con un proyecto tan ambicioso como el que imaginara el explorador Ernest Shackleton, quien a principios del siglo XX se hab¨ªa propuesto realizar ¡°la ¨²ltima de las grandes traves¨ªas terrestres¡± que quedaban por realizar en la Tierra: cruzar el continente de punta a punta pasando por el polo. Shackleton fracas¨® en aquel intento, aunque regresar¨ªa con todos sus hombres de vuelta a casa, lo que probablemente fue una gesta imposible de repetir hoy d¨ªa. Nosotros recogimos su testigo y decidimos atravesar el continente ant¨¢rtico de costa a costa explorando su zona oriental, un espacio tan vasto y misterioso como la cara oculta de la Luna y donde se encuentra el Polo Sur de la Inaccesibilidad. Fieles al esp¨ªritu de los pioneros de aquella ¨¦poca heroica, nos impulsaba ¡°la nostalgia de los hielos¡± y lo pretend¨ªamos hacer de la forma m¨¢s respetuosa con el lugar m¨¢s puro de la Tierra, sin utilizar medios mec¨¢nicos ni ayudas exteriores. Era una apuesta extrema, ya que un rescate era casi imposible. Para lograrlo confi¨¢bamos en un veh¨ªculo que es una aut¨¦ntica revoluci¨®n: el catamar¨¢n polar. Ram¨®n Larramendi ha dado forma a una vieja aspiraci¨®n de los exploradores polares que durante m¨¢s de un siglo hab¨ªan intentado, sin ¨¦xito, ayudarse del viento. Simplificando un largo proceso, Ram¨®n ha unido dos artilugios sencillos y muy eficientes: un trineo esquimal y una cometa como las que vemos evolucionar en nuestras playas. El resultado es un veh¨ªculo eficaz, sostenible y limpio que solo necesita la energ¨ªa que sobra en la Ant¨¢rtida: el viento.
Este principio en apariencia tan sencillo requiri¨® varios a?os de estudios, desarrollo, pruebas y fracasos; tantos, que hubo un momento en el que solo Ram¨®n y yo cre¨ªmos que pudiera ser un proyecto viable. Nada de lo que hab¨ªamos hecho antes se pod¨ªa parecer a esta traves¨ªa por sus distancias enormes, vientos huracanados, fr¨ªo extremo y soledad absoluta. Impulsados por el viento, Larramendi y sus dos compa?eros, Ignacio Oficialdegui y Juanma Viu, fueron recorriendo durante dos meses los m¨¢s de 4.300 kil¨®metros que les separaban de su destino logrando varios r¨¦cords, entre ellos el de kil¨®metros recorridos en un d¨ªa, alcanzar los dos polos de inaccesibilidad ¨Cdefinidos como los puntos m¨¢s alejados de cualquier lugar de la costa y los m¨¢s inaccesibles de la Ant¨¢rtida y del planeta¨C y la traves¨ªa m¨¢s larga realizada hasta entonces sin medios mec¨¢nicos ni ayuda exterior. Pero hab¨ªamos hecho realidad el viejo sue?o de Ernest Shackleton, uno de nuestros perdedores favoritos, uno de esos hombres que siempre dieron m¨¢s importancia a la vida de sus compa?eros que a su propia gloria. Hab¨ªamos resuelto uno de los ¨²ltimos enigmas de la Tierra: la aventura a¨²n es posible en este continente que representa el mundo del fin del mundo.
Aqu¨ª, como dijeron los pioneros, a¨²n puede percibirse ¡°el alma desnuda del hombre¡±
Si, como dice David Thoreau, ¡°al mismo tiempo que ansiamos explorarlo y comprenderlo todo, necesitamos que todo sea misterioso e insondable¡±, la Ant¨¢rtida es el reducto de lo que un d¨ªa fue un planeta salvaje, desconocido y misterioso. El mundo de antes y despu¨¦s del hombre. Once a?os despu¨¦s de aquella primera vez compruebo que este continente del hielo y las tormentas contin¨²a siendo el ¨²ltimo rinc¨®n de la exploraci¨®n, de la ciencia y la aventura en nuestro planeta. Mientras nuestros amigos hac¨ªan realidad el sue?o de Ernest Shackleton, nosotros escal¨¢bamos precisamente la monta?a que lleva el nombre del ilustre explorador brit¨¢nico. Nos hab¨ªamos propuesto abrir una ruta nueva en una de las grandes monta?as de la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica. Su altitud, 1.465 metros, es modesta, pero su presencia es imponente. El acceso desde el mar resulta dif¨ªcil y peligroso. Y su escalada siempre est¨¢ rodeada de incertidumbre y peligro. Despu¨¦s de tribulaciones sin cuento zig?za?guea?mos durante horas por el glaciar Wiggins buscando en el caos de grietas un camino para llegar a la base de la monta?a. Mis compa?eros m¨¢s j¨®venes se empe?an en escalar una dif¨ªcil pared vertical de hielo que domina la vertiente sureste. Luego les vemos evolucionar, con el coraz¨®n en un pu?o, mientras progresan por una pared de hielo y la niebla va envolviendo la monta?a. Tras doce horas de escalada lograron alcanzar la cima a las diez de la noche, casi al mismo tiempo que la niebla les bloqueaba el descenso. Pasaron una noche g¨¦lida, arrebujados, casta?eteando los dientes y sentados en una repisa tallada en medio de la nieve a golpe de piolet. Despu¨¦s tuvieron que tomar una decisi¨®n que requer¨ªa mucha sangre fr¨ªa. Afortunadamente se encontraba Jos¨¦ Carlos Tamayo, uno de los mejores y m¨¢s experimentados alpinistas espa?oles, que supo tomar la acertada: destrepar esa terror¨ªfica pared helada. Era sin duda una decisi¨®n que requer¨ªa vencer el miedo, era la m¨¢s dif¨ªcil, pero, al tiempo, la ¨²nica posible. Sin duda, mis amigos dieron pruebas de tener los nervios bien templados y tras diez horas de un dur¨ªsimo y arriesgado descenso lograron llegar, cansados y congelados, al pie de la pared. La niebla no se hab¨ªa quitado ni lo har¨ªa en los siguientes d¨ªas. Hab¨ªan tomado la decisi¨®n acertada.
Doce d¨ªas m¨¢s tarde, cuando ya todo el trabajo estaba hecho, decidimos intentar la escalada del monte Wandell. Era el ¨²nico objetivo que nos quedaba pendiente. Y no comenzamos bien porque, haciendo una traves¨ªa por unas lajas de piedras sueltas, Ester se cae unos siete metros. Todos tenemos muy vivo a¨²n el recuerdo del grave accidente sufrido dos a?os antes en Guadalupe. Pero continuamos a pesar de todo. Escalamos por una zona muy descompuesta, donde pasamos mucho miedo, antes de terminar remontando una gran arista nevada. Al llegar a su punto m¨¢s alto se abre a nuestros ojos una visi¨®n magn¨ªfica: un anfiteatro glaciar de una belleza cristalina y delicada, un lugar nunca pisado por los seres humanos. Es el alimentador de los inmensos glaciares que vomitan sus bloques de hielo sobre el canal Lemaire. Recuerdo la primera vez que pas¨¦ por el estrecho y desde la barandilla de un rompehielos ruso pens¨¦ lo hermoso que ser¨ªa estar escalando en ese lugar. Cruzamos el anfiteatro glaciar y remontamos una pendiente de nieve que separa las dos torres principales del Wandell. Desde aqu¨ª ya no queda mucho hasta la cumbre. Pero deberemos darnos prisa porque las nubes amenazadoras comienzan a rodear la monta?a y el viento g¨¦lido nos azota. Es en momentos as¨ª, igual que cuando empezamos la traves¨ªa al Polo Sur o en el estrecho de Drake, cuando recuerdo las palabras que escribi¨® Cherry-Garrard: ¡°Jam¨¢s he o¨ªdo, sentido ni visto un viento como este. Me asombra que no arrastre la Tierra¡±.Cuando, 24 horas m¨¢s tarde, estuvimos de nuevo a salvo en el barco, pens¨¦: lo m¨¢s importante para llegar al fin del mundo es rodearse de buena gente, de esa que tiene la cabeza sujeta con cables de acero. Ahora s¨ª, nuestra aventura en la Ant¨¢rtida hab¨ªa tocado a su fin.
Y volvimos a pasarlo mal navegando de vuelta a casa. Pero ahora, desde el calor del hogar y echando la vista atr¨¢s, pienso que siempre he venido enriquecido de la Ant¨¢rtida, el ¨²nico lugar de la Tierra donde la vida, los sue?os y la realidad se confunden, porque all¨ª la belleza y la soledad son infinitas y atraviesan la eternidad. Preservar la Ant¨¢rtida para nuestros hijos es el ¨²nico compromiso consecuente. Necesitamos salvar el ¨²ltimo rinc¨®n donde a¨²n resiste la grandeza de nuestro planeta. El ¨²nico lugar donde mirarnos dentro, porque all¨ª, como dijeron los pioneros, a¨²n puede percibirse ¡°el alma desnuda del hombre¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.