Monta?as del oc¨¦ano
En el Atl¨¢ntico Sur hay un archipi¨¦lago perdido, conocido como Georgias del Sur Se trata de un lugar de leyenda, donde yace el valiente explorador brit¨¢nico Ernest Shackleton
Hubo un d¨ªa en el que este mont¨®n de edificios medio derruidos y devorados por la herrumbre y el salitre acogi¨® a miles de personas; hombres rudos del norte de Europa unidos en una peculiar rep¨²blica dedicados a la caza y procesamiento de cet¨¢ceos, elefantes marinos y en realidad cualquier animal del que se pudiese obtener alg¨²n beneficio. Llegaron hasta este archipi¨¦lago perdido en el Atl¨¢ntico Sur y cercano a la Ant¨¢rtida conocido como Georgias del Sur, en busca de fortuna y suerte. Algunos solo encontraron una silenciosa sepultura a la puerta del fin del mundo. Deambulo entre almacenes y barracones abandonados, acompa?ado por el silencio y esa triste desolaci¨®n que envuelve estos l¨²gubres esqueletos de un pasado esplendoroso. Hoy algunos de estos edificios est¨¢n siendo desmontados como trastos in¨²tiles para recuperar sus elementos m¨¢s contaminantes o valiosos.
Camino por este poblado fantasma, rodeado de ausencia, tratando de imaginar c¨®mo deb¨ªa ser en sus mejores tiempos: un bullicioso paisaje de chimeneas humeantes y barcos balleneros o de transporte por el que pululaban marineros curtidos en los peores mares imaginables. Era la gente m¨¢s dura que vio estas islas, ¡°perros viejos, de rostro arrugado y marcado por las tormentas de medio siglo¡±, como describieron a los trabajadores de estas factor¨ªas que durante m¨¢s de un siglo, en los tiempos en los que la grasa de ballena iluminaba el mundo, se dedicaron a despiezar los colosos del mar, entre los que se encontr¨® el animal m¨¢s grande jam¨¢s cazado en la historia: una ballena azul de m¨¢s de 33 metros de largo. En los ratos de ocio disfrutaban de cine, con las ¨²ltimas novedades de pel¨ªculas que llegaban de Argentina y de Europa, piano y campeonato de f¨²tbol propio.
De todo eso hace cincuenta a?os. Desde entonces, Georgias fue abandonada y hoy solo viven un pu?ado de cient¨ªficos y algunos funcionarios al servicio de su majestad brit¨¢nica. A nosotros quien nos da la bienvenida es la cartera de las Georgias ¨Cy conservadora del museo local¨C, que nos ofrece amablemente enviar una carta a casa con uno de los muy apreciados sellos de las Georgias. La verdad es que necesitar¨ªamos m¨¢s de una postal para contar la singladura de cinco d¨ªas en velero que nos ha tra¨ªdo hasta aqu¨ª desde las islas Malvinas. Han sido unos 1.300 kil¨®metros hacia el Este, que han sido de todo menos placenteros por gentileza de un mar brutal y peligroso debido, sobre todo, a los icebergs a la deriva que escapan de la cercana Ant¨¢rtida. Por fortuna para los que hemos acumulado muchas razones para no simpatizar con el oc¨¦ano, ya pisamos tierra firme y lo primero que hacemos es rodear caminando la bah¨ªa de Grytviken y acercarnos al cementerio local para visitar una tumba. Hemos llegado hasta aqu¨ª siguiendo las huellas de un ilustre explorador brit¨¢nico, Ernest Henry Shackleton. Rodeada de monta?as que parecen protegerla, destaca una tumba rematada por una roca de granito escoc¨¦s sobre la que figura una frase del escritor rom¨¢ntico Robert Browning: ¡°Yo sostengo que un hombre debe luchar hasta el final por el precio en el que ha fijado su vida¡±.
Me pregunto, me lo he preguntado muchas veces antes, cu¨¢l es el precio en el que cada uno fija su vida. Cu¨¢l es el que estamos dispuestos a pagar, el que yo mismo estoy dispuesto a pagar y cu¨¢l es el que ya he pagado. Los amigos que he perdido, los afectos que se quedaron en el camino, las ausencias y, a cambio, las alegr¨ªas que he compartido en los lugares m¨¢s remotos y grandiosos del planeta. Como este en el que me encuentro ahora. No hay muchas personas, como la que est¨¢ aqu¨ª enterrada, que hayan hecho honor a este hermoso epitafio, escribiendo algunas de las p¨¢ginas m¨¢s asombrosas de la exploraci¨®n. Son p¨¢ginas llenas de honestidad, de hero¨ªsmo, de solidaridad, de lucha por la supervivencia en el territorio m¨¢s inh¨®spito y salvaje de la Tierra. Shackleton fue enterrado aqu¨ª en 1922, tras morir a causa de un infarto el mismo d¨ªa en que regres¨® a esta bah¨ªa. Estaba durmiendo en el barco que le llevaba de vuelta a la Ant¨¢rtida, el continente al que hab¨ªa entregado su vida y en el que tan solo seis a?os antes hab¨ªa protagonizado una de las aventuras de supervivencia m¨¢s asombrosas, que tuvo precisamente en las Georgias un no menos incre¨ªble final. Y precisamente he llegado hasta aqu¨ª con un grupo de amigos para rememorar esta gran aventura. Durante muchos a?os he estudiado la vida y el ejemplo de estos pioneros de la exploraci¨®n polar, de su etapa m¨¢s heroica, cuando los espacios en blanco de los mapas eran el mejor lugar para perderse. Por ellos hemos cruzado medio mundo y navegado por mares tormentosos, hasta llegar aqu¨ª, donde surgen del fondo del mar las Monta?as del Oc¨¦ano, como tambi¨¦n es conocido este archipi¨¦lago austral.
En cuanto la meteorolog¨ªa nos da un respiro, dividimos nuestro escu¨¢lido equipo y partimos hacia nuestros primeros objetivos en Georgias. Se trata de la bah¨ªa de San Andr¨¦s, con una de las congregaciones de ping¨¹inos rey m¨¢s importante del mundo y el monte Paget, de 2.934 metros, que ostenta el pomposo t¨ªtulo de ¡°monta?a m¨¢s alta de Gran Breta?a¡±. Mientras un grupo nos trasladamos a filmar la ping¨¹inera, cuatro compa?eros tratar¨¢n de realizar una escalada muy r¨¢pida. El Paget es una monta?a que refulge como un pedazo de m¨¢rmol y es la cumbre m¨¢s alta de San Pedro, la mayor de las islas que componen el archipi¨¦lago de las Georgias. Fue bautizada as¨ª por sus descubridores en 1753, los tripulantes del buque espa?ol Le¨®n, que sin embargo no llegaron a desembarcar. Sabemos que la escalada del monte Paget es muy seria y exige un grado de compromiso muy elevado. Solo cuenta con cuatro ascensiones, y el clima detestable de Georgias, a¨²n peor que el de la Patagonia o Tierra de Fuego, es su mejor defensa. Desembarcamos a nuestros compa?eros en la bah¨ªa Cumberland Este y les ayudamos a colocar el campo base al borde del mar. Es un paisaje abrumador. Presenta la pureza del mar y la belleza grandiosa de las monta?as de hielo. La soledad en la que se encuentra la isla, la imposibilidad de realizar una evacuaci¨®n, los peligros objetivos, en forma de aludes y mal tiempo, le dan un car¨¢cter excepcional a esta escalada que afrontan Ferran Latorre, I?aki San Vicente, Juan Vallejo y Jos¨¦ Carlos Tamayo. Son cuatro de los mejores alpinistas espa?oles que conozco. Utilizando esqu¨ªs y trineos atraviesan el glaciar Nordenskj?ld para montar su ¨²nico campo de altura a 1.150 metros de altitud, al pie de la pared. Cuando llegan hace un viento muy fuerte, que incluso a veces les tira al suelo, pero inusualmente c¨¢lido. Esa noche llueve torrencialmente. Cuando cesa el aguacero, se ponen en marcha hacia la cumbre. Saben que el tiempo del que disponen es muy corto, por lo que no utilizan la cuerda. Es un terreno delicado, de esos que no permiten un descuido o un resbal¨®n. Poco a poco, el tiempo se va deteriorando y antes de llegar a la cumbre les alcanza de lleno una nueva tormenta. Acaban de lograr la quinta ascensi¨®n de esta monta?a. La ¨²ltima vez que se alcanz¨® esta cumbre fue hace diez a?os.
Enseguida comienzan un descenso que intuyen terror¨ªfico. A ciegas, debido a la ventisca, y encordados, por los golpes de viento, tratan de encontrar las referencias de la subida. Descienden poco a poco, con la amenaza del abismo siempre aguardando el m¨ªnimo tropiezo. Llegan de regreso al campo 1 a las nueve y media de la tarde. Han tardado m¨¢s en bajar que en subir y sin duda todos son conscientes de que ha sido mucho m¨¢s peligroso el descenso. Sin apenas tiempo se refugian en las tiendas mientras fuera arrecia la tormenta. Las r¨¢fagas de viento son fort¨ªsimas y en la bah¨ªa donde estamos anclados tenemos rachas de 90 kil¨®metros por hora. As¨ª aguantan hasta el mediod¨ªa, cuando constatan que, debido a la nieve acumulada sobre las tiendas que amenaza con aplastarles, tienen que ponerse a excavar una cueva de hielo donde refugiarse.
A la ma?ana siguiente nieva un poco, pero no sopla el viento, por lo que deciden bajar. Es su ¨²ltima oportunidad. Sacan las palas y tratan de recuperar parte del equipo que se ha quedado en las tiendas, que yacen aplastadas bajo dos metros de nieve. Su ¨²nica opci¨®n es una retirada a la desesperada. Se ponen en marcha con lo que han podido rescatar: seis esqu¨ªs, tres bastones, dos trineos y una cuerda para los cuatro. El resto se ha perdido enterrado bajo la tremenda nevada. Al principio tienen que ir navegando con el GPS, atados con la cuerda, sorteando grietas y dej¨¢ndose guiar por la intuici¨®n, improvisando un camino que esperan no les lleve a la nada. Sepultadas bajo un manto blanco han quedado todas las referencias que han tomado a la subida. Pero, por fin, exhaustos, alcanzan el campo base a las cuatro de la tarde.
Cuando la incertidumbre ya comenzaba a inquietarnos, por fin son¨® el tel¨¦fono de nuestro barco. ¡°Hemos subido al monte, pero hemos vivido una aventura impresionante en la bajada. A¨²n tenemos metido el miedo en el cuerpo¡±. Una afirmaci¨®n as¨ª en boca de alguien con la experiencia de mis amigos de tantas expediciones, habitualmente tan parcos a la hora de emplear adjetivos calificativos, nos hizo comprender lo que acababan de vivir. Sin embargo, cuando estuvimos de nuevo juntos, brindando por una de las cumbres m¨¢s dif¨ªciles que hemos hecho, como siempre, la primera pregunta que surgi¨® fue: ?cu¨¢ndo volveremos a esta isla del fin del mundo para intentar alguna cumbre m¨¢s?
Es una pregunta f¨¢cil de contestar. Estos lugares de infinita belleza no se agotan en una expedici¨®n. En ellos encontramos la vida y en unas semanas volveremos a seguir las huellas de Shackleton, uno de esos hombres que hoy es estudiado como el prototipo del l¨ªder capaz, eficiente, emocional, que hizo que sus hombres le siguieran al fin del mundo. Ernest Shackleton fue contempor¨¢neo de los grandes exploradores polares como Amundsen o Scott, con quien llev¨® a cabo un intento fallido de llegar al Polo Sur geogr¨¢fico a principios del siglo XX. Mientras que tras la mirada de Amundsen se adivina la ambici¨®n casi desmedida, el orgullo y la altivez del vencedor y en la de Scott hay una mezcla de tozudez y honor militar desfasado, en la de Shackleton solo se vislumbra serenidad y humanidad a partes iguales. Fue el l¨ªder que siempre vel¨® por su gente, que supo transformar una historia de pat¨¦tico hero¨ªsmo ¨Ccomo la de Scott, que condujo a sus hombres a una muerte segura¨C en una historia ejemplar, de vida. Esa fue su grandeza. Para atravesar la Ant¨¢rtida de costa a costa, pasando por el Polo Sur, al parecer, aunque no es seguro, hab¨ªa puesto un anuncio en la prensa que dec¨ªa: ¡°Se buscan hombres para viaje arriesgado. Paga peque?a, fr¨ªo intenso, largos meses en completa oscuridad, peligro constante. Regreso no asegurado. Honor y reconocimiento en caso de ¨¦xito¡±.
"Hemos subido al monte, pero hemos vivido una aventura impresionante en la bajada"
Los hombres que reclut¨® le pagaron con lo mejor que puede ofrecer una persona: la lealtad. Le siguieron literalmente al fin del mundo. Fue ¡°El Jefe¡±, con may¨²sculas, casi un t¨ªtulo nobiliario cuando sal¨ªa de la boca de aquel pu?ado de hombres excepcionales. Durante dos a?os, mientras Europa se desangraba en la Primera Guerra Mundial, y tras ver c¨®mo su barco, el Endurance (Resistencia), era literalmente triturado por los hielos, Shackleton y sus 27 compa?eros vivieron sobre t¨¦mpanos a la deriva. Luego se lanzaron al mar en tres fr¨¢giles chalupas tratando de escapar de la prisi¨®n blanca en la que se hab¨ªa convertido para ellos el continente helado que ni siquiera hab¨ªan llegado a pisar. Lograron llegar a la isla Elefante, al norte de la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica, donde se refugiaron. Pisaban tierra firme despu¨¦s de diecis¨¦is meses atrapados por los hielos, pero segu¨ªan igual de perdidos. Sab¨ªan que nadie en su pa¨ªs, enfrascado en la Primera Guerra Mundial, estar¨ªa preocupado por ellos y que nadie ir¨ªa a rescatarles, as¨ª que Shackleton eligi¨® a cinco hombres para acompa?arle en una intentona, con todo el aspecto de suicida, de alcanzar Georgias del Sur. Era el ¨²nico lugar donde pod¨ªan pedir auxilio. Y para ello solo contaban con una de sus peque?as chalupas, bautizada como James Caird, la pericia como navegante de Worsley, su capit¨¢n, y el coraje de todos para sobrevivir en uno de los peores mares del planeta. La distancia a salvar era tan enorme, unos 1.500 kil¨®metros, que una equivocaci¨®n de un solo grado en el rumbo y se hubiesen perdido en las heladas aguas del Atl¨¢ntico Sur.
Fue casi un milagro irrepetible. Para las generaciones posteriores quedar¨ªa como uno de los viajes m¨¢s heroicos e imposibles llevados a cabo. Llegaron al l¨ªmite de la supervivencia. Sin embargo, debido a los vientos dominantes, hab¨ªan tenido que ir a desembarcar a la vertiente opuesta de donde se encontraban las factor¨ªas balleneras. Entre ellos y la salvaci¨®n, la de ellos y el resto de sus compa?eros que esperaban en la isla Elefante, se levantaba un muro de monta?as, glaciares y escarpaduras. Una geograf¨ªa desconocida por los tres hombres (en la playa dejaron a dos que estaban tan enfermos que no pod¨ªan ni ponerse en pie y otro compa?ero a su cuidado) que se lanzaron a cruzarla a sabiendas de que era su ¨²nica oportunidad. De aquella traves¨ªa hist¨®rica hab¨ªan pasado casi cien a?os, pero segu¨ªa viva en nuestro recuerdo. Seguir las huellas de Shackleton, Worsley y Crean era el principal reto que nos hab¨ªa tra¨ªdo a las Georgias.
Un elefante marino y un ping¨¹ino rey son los ¨²nicos testigos del inicio de nuestra traves¨ªa de la isla de San Pedro. Somos cinco arrastrando cada uno un trineo con todo lo necesario para esta traves¨ªa. Partimos de la bah¨ªa Posesi¨®n, llamada as¨ª porque fue precisamente aqu¨ª donde, en 1775, desembarc¨® James Cook dando el nombre de Georgias al archipi¨¦lago, en honor del rey Jorge III. Poco a poco vamos dejando atr¨¢s la costa, hoy convertida en un aut¨¦ntico santuario de vida natural, un para¨ªso de aves, ping¨¹inos, petreles, albatros, y el lugar donde se calcula que el 50% de la poblaci¨®n mundial de elefantes marinos tiene su territorio de reproducci¨®n. Tambi¨¦n se pueden avistar renos, que introdujeron los marineros noruegos, lobos marinos, focas de todo tipo y ballenas.
Nuestra marcha, siguiendo las huellas de Shackleton y sus dos compa?eros, se va a desarrollar sobre glaciares, anfiteatros helados, collados y bah¨ªas repletas de vida animal. Una aventura que merece situarse entre las m¨¢s bellas traves¨ªas del mundo. Por el ambiente desolado y salvaje que se respira en esta isla perdida en medio del Atl¨¢ntico Sur; por el compromiso que exige el acometerla, ya que un rescate desde el exterior es imposible; por la experiencia en marcha sobre glaciares y en navegaci¨®n que se precisa, y porque, en definitiva, en pocos lugares como en este un monta?ero se siente transportado al centro de la historia polar, a una de las aventuras m¨¢s heroicas y ejemplares que se han desarrollado en las regiones polares. Cada vez que la ventisca nos golpeaba y la niebla nos hac¨ªa sentirnos perdidos; cada vez que afront¨¢bamos una dura pendiente de nieve o nos lanz¨¢bamos ladera abajo tratando de dominar los trineos, dudando sobre qui¨¦n arrastraba a qui¨¦n, pens¨¢bamos en aquellos hombres disminuidos por casi dos a?os de penalidades sin cuento, sin apenas medios, enfrent¨¢ndose a estos mismos obst¨¢culos. Era tal su estado de debilidad que sufrieron alucinaciones, todos ellos ¡°sintieron¡± la presencia de una cuarta persona que les estaba acompa?ando. Shackleton lo explicar¨ªa gr¨¢ficamente: ¡°Durante esa larga y extenuante marcha de treinta y seis horas por las monta?as sin nombre y los glaciares de San Pedro, a menudo me pareci¨® que ¨¦ramos no tres, sino cuatro¡±. Sus dos compa?eros confesaron haber tenido la misma impresi¨®n.
El siseo de los esqu¨ªs es el ¨²nico sonido que nos rodea mientras cruzamos el campo de hielo Murray. Atravesamos lenguas glaciares que caen al mar, derram¨¢ndose en bah¨ªas intensamente azules, pobladas de t¨¦mpanos de hielo inmaculadamente blancos, mientras la niebla se apodera del plat¨® glaciar, y mis compa?eros parecen fantasmas desapareciendo entre la niebla cuyos jirones se llevan los vientos del oeste. Son paisajes que, como las nubes, se desvanecen en segundos y parecen m¨¢s sue?os ef¨ªmeros forjados por la imaginaci¨®n que realidad atestiguada por los ojos. La misma sensaci¨®n obtuve al descender a la bah¨ªa Fortuna mientras el viento huracanado nos zarandeaba y los aludes barr¨ªan nuestros pasos adue?¨¢ndose de un territorio donde siempre somos pasajeros de paso. A cambio, ver anochecer o amanecer en esta bah¨ªa, que hace honor a su nombre, es una recompensa que hace llevaderos los sacrificios de la marcha, mientras o¨ªmos graznar a los j¨®venes ping¨¹inos rey llamando a los padres para que les procuren alimento. Sabemos que es nuestro ¨²ltimo vivac en la isla y no queremos apresurarnos. Nada m¨¢s comenzar nuestra marcha, unos r¨ªos helados que descienden del glaciar K?nig cortan nuestro paso. Los cruzamos descalzos, cargados como animales de tiro con nuestros trineos a la espalda. Luego ascendemos al collado desde donde Shackleton y sus dos compa?eros pudieron o¨ªr las sirenas de las factor¨ªas llamando al trabajo. Despu¨¦s de tres largos d¨ªas llegamos por fin a la bah¨ªa Stromness, una estaci¨®n ballenera hoy en ruinas, solo habitada por alg¨²n elefante marino, pero que el 20 de mayo de 1916, cuando la avistaron Shackleton y sus dos compa?eros, convertidos en fantasmas de carne y hueso, era un lugar lleno de actividad. Poco despu¨¦s, Shackleton movilizar¨ªa varios barcos y a la cuarta intentona arribar¨ªa a la isla Elefante rescatando al resto de su expedici¨®n. Este ejemplo ¨²nico de solidaridad, coraje y tenacidad hizo que alguien que conoci¨® a los tres grandes exploradores polares llegara a escribir: ¡°Para una expedici¨®n cient¨ªfica, elegid a Scott; para un raid polar, a Amundsen. Pero cuando est¨¦s desesperado y perdido, reza porque te env¨ªen a Shackleton¡±.
Yo pienso lo mismo. Nos abrazamos todos a la llegada al puerto de Stromness, donde nos esperan nuestros compa?eros. Desde luego, con amigos as¨ª se puede ir al fin del mundo. Que, por cierto, no debe de estar muy lejos de aqu¨ª.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.