Las nuevas vidas del erotismo
En los ¨²ltimos tiempos experimentamos la sensaci¨®n de que la vida sube unos cuantos grados Libros superventas, revistas, pel¨ªculas, toda una industria del erotismo resurge para retratar viejas pulsiones
La aparici¨®n de un libro como 50 sombras de Grey ha puesto relato y acci¨®n a lo que solemos llamar fantas¨ªas ocultas, aunque de paso ha evidenciado que existe una sensibilidad muy despierta a la vida erotizada, a la ¡°mente porno¡±, a la entronizaci¨®n del sexo como mero divertimento o como un ansiol¨ªtico eficaz ante tanta tristeza. La sociedad se est¨¢ recalentando a base de convertir la carnalidad y sus posibilidades en objeto de deseo, de placer, de fin en s¨ª misma.
Aunque seguimos realizando conductas at¨¢vicas disfrazadas de modernidad, la manera de hacerlo m¨¢s abierta, despreocupada de prejuicios, m¨¢s desvergonzada y transgresora, no est¨¢ exenta de sus luces y sus sombras. Lo que importa ahora no es el juicio moral sobre una conducta er¨®tica, sino retratarla, relatarla e incluso convertirla en debate televisivo. Algo est¨¢ cambiando: lo privado parece hacerse p¨²blico, y lo p¨²blico, privado.
El erotismo empieza all¨ª donde acaba el animal¡± (Georges Bataille)
Tener una adscripci¨®n religiosa o pol¨ªtica se mantiene hoy en lo oculto, en lo que se dice con la boca peque?a, mientras que conductas sexuales se exhiben p¨²blicamente, como vimos, por ejemplo, en los ¨²ltimos sanfermines. Menudo revuelo aquella muestra de testosterona empapada en calimocho. Desbocar ante los dem¨¢s nuestras hormonas empieza a convertirse en un rito m¨¢s de nuestra cultura. Antes se hablaba de ¡°vicios privados y p¨²blicas virtudes¡±. Hoy, esa misma incongruencia ha cambiado las tornas: los vicios se practican en p¨²blico (a?adamos tambi¨¦n la corrupci¨®n) y las virtudes se suponen de puertas adentro. Quiz¨¢ merezca la pena una observaci¨®n sobre los l¨ªmites y confusiones de nuestros estados pulsionales.
Hablemos de sexo
LIBROS
¨C ¡®El deseo esencial¡¯, de Xavier Melloni. Sal Terrae.
¨C ¡®Abiertos al deseo¡¯, de Mark
Epstein. Neo-Person.
¨C ¡®Ni el sexo ni la muerte¡¯, de Andr¨¦ Comte-Sponville. Paid¨®s.
PEL?CULA
¨C ¡®No mires para abajo¡¯, de Eliseo Subiela (Argentina, 2008).
Aunque pueda parecer que hablamos de lo mismo, lo cierto es que entre el sexo y el erotismo se esconde el deseo m¨¢s que el placer. La sexualidad atribuye su mayor funci¨®n a la reproducci¨®n, mientras que lo er¨®tico se destina al incremento y la sostenibilidad del deseo. ?Para qu¨¦ tanta escenograf¨ªa si todo se limitara a un orgasmo? Nos gusta disfrutar del deseo, del que sentimos y del que provocamos. Es un juego, al menos entre dos, del que importa m¨¢s el proceso que el resultado final. El erotismo, pues, es cultural.
?A qu¨¦ jugamos hoy? A los gerundios ingleses: dogging, encuentros acordados entre desconocidos en un bosque o un parque; el pegging, penetraci¨®n por parte de la mujer a su pareja; el bluetoothing, activar el bluetooth del m¨®vil y establecer contacto con otros para tener un encuentro sexual; el petting o estimulaci¨®n a trav¨¦s de besos, abrazos y roces sin llegar a la penetraci¨®n, o el sexting, mandar mensajes de texto y fotograf¨ªas er¨®ticas a trav¨¦s del m¨®vil. Lo privado se hace cada vez m¨¢s p¨²blico y en p¨²blico.
Las pr¨¢cticas m¨¢s atrevidas, el erotismo m¨¢s elaborado y las perversiones m¨¢s ocultas parec¨ªan terreno de los profesionales de la pornograf¨ªa, que ten¨ªan como ¨²nica funci¨®n la excitaci¨®n inmediata del voyeur. Sin embargo, hoy los protagonistas pueden ser nuestros vecinos. Hoy se prefiere m¨¢s experimentar que ver en los otros. Y puestos a hacerlo, los l¨ªmites de una mente porno son insaciables. Aquello que antes era vicio y sordidez, se ha convertido ahora en divertimento, en moda y en el suculento negocio del deseo.
Ocurre algo parad¨®jico con el deseo. Sartre lo expres¨® sabiamente: ¡°El placer es la muerte y el fracaso del deseo¡± Todo deseo alimentado por la fascinaci¨®n er¨®tica est¨¢ condenado a morir en el mismo instante en que logra su fin. Se entiende as¨ª que toda la industria dedicada al erotismo, toda inversi¨®n en imaginar escenarios placenteros, con sus costes a?adidos, acabar¨¢ en el vac¨ªo de la saciedad. Y a veces dura apenas un instante, un suspiro.
No deseamos las cosas porque son buenas, sino que son buenas porque las deseamos" (Spinoza)
Cabe preguntarse: ?hasta qu¨¦ punto estamos dispuestos a invertir tiempo, energ¨ªa y creatividad en el placer?, ?qu¨¦ espacio ocupa en nuestra existencia?, ?qu¨¦ lo motiva, cu¨¢l su prop¨®sito?, ?qu¨¦ calidad tiene?, ?qu¨¦ falta est¨¢ llenando ese placer?, ?se ha convertido en un fin en s¨ª mismo? Lo er¨®tico puede ser motivo de encuentro y tambi¨¦n causa de adicci¨®n. ?C¨®mo apreciar la diferencia?
En el sexo ocurre algo inquietante: el otro, ese sujeto al que amamos, lo convertimos en objeto de nuestro placer. Por mucho que veamos su alma, necesitamos de su cuerpo para satisfacernos. Cuando no hay confusi¨®n, ese tr¨¢nsito entre el sujeto y la objetivizaci¨®n del cuerpo cumple un prop¨®sito mayor, que es el goce compartido.
Sin embargo, algunas personas quedan atrapadas en la eterna disposici¨®n del cuerpo del otro. No se relacionan con un ser humano, sino con un ¨®rgano que les produce placer, con un instrumento corp¨®reo, con un erotismo que se convierte en un todo, para luego desechar al sujeto porque se ha convertido en una nada. Menuda deshumanizaci¨®n y menuda visi¨®n del placer: apropiarse del otro como una cosa.
La soluci¨®n, empero, no es condenar el sexo. Tampoco acercarse a ¨¦l angelical o demoniacamente. A menudo es dif¨ªcil evaluar cu¨¢nto hay de naturaleza y cu¨¢nto de cultura en nuestras pr¨¢cticas sexuales. No obstante, hay condiciones a tener en cuenta adem¨¢s del consentimiento mutuo. Lo privado, por ejemplo, se apareja muchas veces con lo ¨ªntimo. Mal andar¨¢ una sociedad cuando necesita airear lo ¨ªntimo para satisfacerse.
Cuando la mente empieza a anhelar, aparece inevitablemente el sufrimiento" (Buda)
Podemos disfrutar del desear sin convertir al otro en mero objeto. Y en eso, uno debe aprender a respetarse, a hacerse digno a la hora de disponer de su corporalidad. Hay que evitar esa sensaci¨®n de mercadeo de carnes. Un cuerpo no deja de ser el templo que nos sostiene.
Hay algo en el placer que debemos saber: su car¨¢cter ef¨ªmero e insustancial. Quiz¨¢ por ello pretendemos que perdure, que sea ext¨¢tico. Y por ello repetimos una y mil veces. El deseo es un maestro: cuando nos entregamos a ¨¦l sin culpabilidad, verg¨¹enza o apego, puede mostrarnos algo especial acerca de nuestra propia mente que nos permitir¨¢ abrazar la vida por completo. Es ascender por la belleza de las formas hacia la belleza sin formas que se identifica con la verdad y el bien. Por eso los caminos t¨¢ntricos est¨¢n tan de moda. Buscamos trascender a trav¨¦s del cuerpo. El resto es mero polvo.
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