No era una pel¨ªcula
Espera, que no me acuerdo del t¨ªtulo¡ ¨Csu hija peque?a cerr¨® los ojos y frunci¨® las cejas¨C. Porque esto que nos est¨¢s contando es una pel¨ªcula, ?verdad?
No era una pel¨ªcula, aunque todos hab¨ªan visto pel¨ªculas parecidas, familia de ciudad que se va al campo, joven ejecutivo amenazado por la mafia que se esconde en una granja, madre soltera reconvertida en una okupa rural¡ Ellos eran una familia, desde luego. Ella, hasta que se qued¨® en el paro, hab¨ªa sido una ejecutiva, directora del departamento de marketing de la filial de una multinacional farmac¨¦utica, billetes en business y hoteles de cuatro estrellas para arriba. Y no era madre soltera, sino viuda, con tres hijos que ya no eran peque?os, que tampoco eran mayores, que segu¨ªan dependiendo de ella para subsistir, aunque el mayor estaba a punto de licenciarse como ingeniero agr¨®nomo. Esa fue la clave, que ten¨ªa un hijo ingeniero agr¨®nomo.
¨CPero¡ pero ¨¦se no era el plan, mam¨¢, yo escog¨ª la carrera porque me gustaba, y la finca del abuelo, pues s¨ª, ah¨ª est¨¢, alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que hacer algo con ella, pero tanto como mudarnos a una casa en ruinas en un pueblo de Toledo, pues¡
Ella tom¨® aire y les cont¨® la verdad con la poca delicadeza que pod¨ªa permitirse. Su propuesta no era el plan A porque no hab¨ªa plan B. Tampoco era una oferta porque ya no hab¨ªa margen para eso. Se le estaba acabando el paro, la herencia de su marido no iba a durar eternamente, la alternativa era seguir viviendo como antes hasta que se acabara el dinero, poner en venta la casa, alquilar habitaciones mientras no se vend¨ªa, desangrarse lentamente en infinitas noches en blanco, comer s¨®lo pasta y arroz, y no salir del hoyo.
Aquellos nombres, aquellas historias¡ Y si ellos pudieron¡ ?nosotros no vamos a poder?
¨CMis abuelos vivieron de esas tierras. Y sus padres, sus abuelos, antes que ellos. Y todos vivieron bien, y aqu¨ª estamos nosotros. Es una buena tierra, el olivar, la vi?a, ya lo conoc¨¦is. Yo lo ¨²nico que os pido es que lo intentemos. Y ya s¨¦ que ahora no da dinero, pero la mitad est¨¢ sin arrendar y el resto muy descuidado. Si nos vamos a vivir all¨ª, si reparamos la casa y planificamos bien los cultivos¡
No era una pel¨ªcula, y por eso hizo concesiones. Habr¨ªa preferido alquilar el piso de Madrid, pero su hija menor todav¨ªa estaba haciendo el bachiller, el mediano en tercero de carrera y tuvo que pactar con ellos. Si se compromet¨ªan a pasar el verano en la finca y trabajar en la restauraci¨®n de la casa, podr¨ªan seguir estudiando en la ciudad y viviendo en su casa mientras ella se ocupaba de la finca, sola o¡
¨CYo me voy contigo, mam¨¢ ¨Ca la hora de la verdad, el ingeniero agr¨®nomo no vacil¨®¨C. Cuenta conmigo.
Aquella conversaci¨®n hab¨ªa tenido lugar hace un a?o y medio. Desde entonces, hab¨ªan trabajado todos, y hab¨ªan trabajado mucho, hasta convertir una propiedad ruinosa que ella hered¨® por heredar en una explotaci¨®n que ya deb¨ªa de empezar a ser rentable, porque acababan de consumar el milagro de obtener un cr¨¦dito sobre la pr¨®xima cosecha. Su hijo mayor, la piel curtida por el aire y el sol, un cuerpo de hombre que no ten¨ªa cuando se vinieron a vivir aqu¨ª, sol¨ªa decir que el m¨¦rito no era suyo, sino de su madre, pero ella sab¨ªa que no era verdad, porque si la hubiera dejado sola, toda su experiencia de experta en marketing no habr¨ªa servido de nada. ?l hab¨ªa estado a su lado en las largas noches del primer invierno, pegados los dos a la chimenea con un papel y un l¨¢piz, haciendo n¨²meros y m¨¢s n¨²meros, sin mencionar siquiera la posibilidad de instalar calefacci¨®n, hasta que sus c¨¢lculos cuadraron. Lo hab¨ªan pasado muy mal. La casa era vieja e inc¨®moda, en el pueblo hac¨ªa mucho fr¨ªo, ella no sab¨ªa nada de agricultura, ¨¦l no sab¨ªa nada de finanzas, y ninguno de los dos sab¨ªa muy bien qu¨¦ hac¨ªan all¨ª, c¨®mo se hab¨ªan dejado arrebatar por aquella ilusi¨®n insensata. Pero en los peores momentos, el hijo le ped¨ªa a su madre que sacara el ¨¢lbum y, arrebujados debajo de la manta, miraban viejas fotos, la bisabuela Mar¨ªa, la abuela Ramona, el t¨ªo Vicente¡ Aquellas im¨¢genes, los nombres y las historias que las acompa?aban, les daban la fuerza justa para hacerse la misma pregunta, cada uno por su cuenta, ambos en silencio. Y si ellos pudieron¡ ?nosotros no vamos a poder?
Hab¨ªan podido. Mientras acompa?a hasta la puerta a los t¨¦cnicos que acaban de instalar los radiadores, ella repasa mentalmente su agenda, recuerda que tiene una entrevista con un exportador que quiere ocuparse de vender sus mermeladas en Escandinavia, y sonr¨ªe como una boba.
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