Los que vieron morir a JFK
Medio siglo despu¨¦s, Dallas es a¨²n el lugar maldito donde mataron a John F. Kennedy. Cinco testigos presenciales de aquel d¨ªa ayudan a reconstruir las ¨²ltimas horas del presidente
"Lamento su p¨¦rdida¡±. Fueron solo tres palabras. Pero la enfermera Phyllis Jean tard¨® a?os en acordarse de que las hab¨ªa pronunciado. Y no lo habr¨ªa hecho si no se lo hubiese recordado uno de los m¨¦dicos del hospital Parkland Memorial. Era la una de la tarde del 22 de noviembre de 1963, y el doctor William Kemp Clark decretaba la muerte del paciente del quir¨®fano 1 del servicio de urgencias. ¡°Se?ora, su marido ha muerto¡±, le dijo entonces a aquella mujer de traje rosa salpicado de sangre que no se hab¨ªa alejado de la camilla donde reposaba el cuerpo de su esposo ni hab¨ªa separado su mano de sus pies. El paciente, John Fitzgerald Kennedy, el trig¨¦simo quinto presidente de Estados Unidos, acababa de fallecer en Dallas. Y Jean se acerc¨® a su mujer, la primera dama, Jackie Kennedy, la mir¨® a los ojos y pronunci¨® aquellas tres palabras de p¨¦same.
Ha tardado casi medio siglo en contar su historia. En compartir su experiencia. En recordar y verbalizar todos los detalles de aquel d¨ªa. Una jornada de trabajo que preve¨ªa rutinaria. Por la ma?ana, en la unidad de cuidados intensivos. El turno de tarde, en la de obstetricia. Pero todo se trastoc¨® cuando Jean pas¨® por urgencias antes de salir a almorzar para saludar a sus colegas de la recepci¨®n. Aquel era, de hecho, un d¨ªa con menos pacientes de lo habitual. La ciudad se hab¨ªa volcado para recibir al presidente en su visita al Estado de Texas y miles de personas lo aclamaban en las calles. ¡°Entonces nos anunciaron que se hab¨ªa producido un accidente en la caravana presidencial. En ese momento se abrieron las puertas y todo se convirti¨® en un caos¡±, recuerda por tel¨¦fono. ¡°A¨²n resuenan en mi cabeza los gritos entre los agentes del servicio secreto y del FBI por decidir qui¨¦n deb¨ªa vigilar el interior del hospital¡ A¨²n los veo increparse y empujarse unos a otros por lo que hab¨ªa sucedido¡±, relata. Primero introdujeron al gobernador dem¨®crata John Connally, sentado en una camilla, escupiendo con cada espiraci¨®n sangre del pulm¨®n que le hab¨ªa perforado la bala que antes hab¨ªa alcanzado al presidente en el cuello. Despu¨¦s, tumbado, inerte, Kennedy. Jean fue requerida en el quir¨®fano 1. Llevaba menos de un a?o de trabajo en el hospital, pero conoc¨ªa la unidad de urgencias. Y en cuanto entr¨® a aquella habitaci¨®n de apenas 12 metros cuadrados, donde vio a Jackie Kennedy inm¨®vil frente a su esposo, neg¨¢ndose a esperar fuera, lo supo.
¡°El presidente estaba muerto¡±, afirma. La enfermera percibi¨® el color gris¨¢ceo azulado de la piel y el azul a¨²n m¨¢s intenso del contorno de la boca. Se concentr¨® en los ojos, entreabiertos, que dejaban ver una mirada fija y unas pupilas dilatadas. Trat¨®, sin ¨¦xito, de encontrarle el pulso. Y cuando uno de los doctores le apart¨® el cabello para poder evaluar la herida de la cabeza, lo confirm¨® definitivamente. ¡°Ten¨ªa un agujero como la palma de mi mano. Hab¨ªa perdido mucho tejido cerebral¡±, explica la antigua enfermera, que hoy vive jubilada en la ciudad texana de Irving. ¡°Los doctores sab¨ªan que era imposible. Pero lo intentaron. No porque fuera el presidente o porque su mujer estuviera all¨ª. Habr¨ªamos hecho lo mismo con cualquier paciente. Pero creo que Dios es quien tiene el control. Y en este caso, nosotros no pudimos hacer nada¡±.
Jean ha callado su historia pr¨¢cticamente el medio siglo transcurrido desde que Kennedy fue asesinado, aquella ma?ana en Dallas, por Lee Harvey Oswald, que fue detenido solo una hora y media despu¨¦s y que morir¨ªa dos d¨ªas m¨¢s tarde tambi¨¦n asesinado, por Jack Ruby, el due?o de un cabar¨¦ local. Primero call¨® por miedo. Explica que los trabajadores que ese d¨ªa estuvieron en urgencias recibieron durante las semanas siguientes llamadas y cartas an¨®nimas con amenazas en las que les culpaban por la muerte del presidente de EE UU. Algunas de sus compa?eras enfermeras dejaron el trabajo e incluso abandonaron el Estado. Ella tambi¨¦n las recibi¨®, pero continu¨® en el centro hasta 1965. Sin embargo, jam¨¢s comparti¨® su historia con nadie. Hasta que hace dos a?os una sobrina suya la convenci¨® para que la contara. Para que participara en las charlas que en ocasiones organiza el Sixth Floor Museum, el museo dedicado al asesinato del presidente que se encuentra en la sexta planta del antiguo Dep¨®sito de Libros de Dallas. El edificio en el que Harvey Oswald, aquella ma?ana de noviembre de 1963 que conmocion¨® al mundo, se escondi¨® hasta que lleg¨® la caravana del presidente. La misma planta por la que se asom¨® con su rifle Mann?licher y dispar¨® tres balas en ocho segundos. La primera vez fall¨®. La segunda alcanz¨® al presidente en la garganta e hiri¨® a Connally. Y la tercera acert¨® a Kennedy en la cabeza. El lugar donde hoy se puede visitar, vallada por cristales, una recreaci¨®n del aspecto que aquel d¨ªa ten¨ªa el rinc¨®n polvoriento y atestado de cajas marrones de libros desde el que Harvey Oswald entr¨® en la historia y por cuyas ventanas se ve, en la calle Elm, la equis marcada con pintura blanca que se?ala el punto exacto donde se encontraba el Lincoln Continental negro descubierto que trasladaba al presidente.
Mi padre vio a un hombre de blanco en la ventana que no parec¨ªa oswald, pero nadie le interrog¨®¡±. Tina Pender, testigo.
Ahora Jean da un paso m¨¢s y comparte su testimonio p¨²blicamente. Quiere que la gente la escuche porque dice sentir que, ¡°como testigo de aquel acontecimiento, uno de los m¨¢s importantes en la historia de mi pa¨ªs, tengo el deber de dejar que se sepa al menos lo que yo vi y viv¨ª aquel d¨ªa¡±. La enfermera, de voz c¨¢lida pero entrecortada, reconoce que seg¨²n lo cuenta le resulta m¨¢s f¨¢cil repetirlo. Y que al hacerlo siente, sobre todo, un ¡°alivio por haber sido capaz finalmente de romper una barrera personal¡±. Pero confiesa que todav¨ªa hoy, 50 a?os despu¨¦s, no sabe qu¨¦ sucedi¨® realmente aquel d¨ªa. ¡°Yo soy una de las personas que creen en las teor¨ªas de la conspiraci¨®n¡±, admite. ¡°Hay demasiadas preguntas sin respuesta¡ Lee Harvey Oswald era un tipo peque?o intentando labrarse un gran nombre. No pudo hacerlo solo¡±.
Jean no es la ¨²nica que piensa as¨ª. Hoy, un 59% de los estadounidenses, seg¨²n un sondeo realizado el pasado mes de abril por la agencia informativa Associated Press y la empresa GfK, cree a¨²n que hubo varias personas implicadas en el asesinato de Kennedy. Frente a ellos, solo un 24% considera que Harvey Oswald actu¨® en solitario, como determin¨® la Comisi¨®n Warren, que investig¨® el atentado por orden del presidente Lyndon B. Johnson durante 10 meses, en 1964. Y todav¨ªa hay un 16% que duda al responder. Sin embargo, los n¨²meros han cambiado notablemente. En 2003, cuando se cumplieron 40 a?os del crimen, tres de cada cuatro norteamericanos cre¨ªan en la conspiraci¨®n. Muchos m¨¢s de los que lo hac¨ªan en 1966, cuando tres a?os despu¨¦s de la tragedia era uno de cada dos, de acuerdo con la encuesta que entonces realiz¨® la empresa Gallup.
La muerte de Kennedy fue el magnicidio m¨¢s impactante del siglo XX. Comparable al asesinato en 1914 del archiduque Francisco Fernando de Austria, que espole¨® la Primera Guerra Mundial. Y la noticia que cambi¨® para siempre la funci¨®n de un nuevo medio de comunicaci¨®n, la televisi¨®n, al que hasta aquel momento solo se recurr¨ªa como entretenimiento. Incluso Dallas parece hoy, a ojos del visitante, haberse quedado anclada en aquella ma?ana. Atrapada en una escena del crimen que es el principal atractivo tur¨ªstico de la ciudad. El pr¨®ximo 22 de noviembre, la urbe honrar¨¢ al presidente en el aniversario de su muerte, en una de las contadas ocasiones en que lo ha hecho, con una ceremonia en la que, sin embargo, no participar¨¢ ning¨²n pol¨ªtico relevante. Dice su alcalde, el dem¨®crata Mike Rawlings, que no es ¡°por verg¨¹enza¡±, que la ciudad, la m¨¢s progresista de Texas ¨C donde Barack Obama ha ganado sus dos elecciones¨C, ¡°hace a?os que lo super¨®¡±. A?ade que el objetivo de la celebraci¨®n es hacer ¡°algo ¨ªntimo¡± dirigido por l¨ªderes locales de la comunidad y para sus habitantes, ¡°pero que podr¨¢ ver el mundo entero¡±. Sin embargo, 50 a?os despu¨¦s Dallas se mantiene como ese lugar maldito donde mataron al que los estado?unidenses consideran su presidente favorito. Y con un crimen que perciben a¨²n sin resolver.
¡°Yo no creo que sepamos qu¨¦ sucedi¨® realmente. Hay muchas teor¨ªas. Pero no he querido meterme en ellas. No concibo ninguna pregunta concreta para la que me gustar¨ªa tener respuesta¡±, afirma, con cierta resignaci¨®n, Tina Pender, que naci¨® en Dallas y ten¨ªa 13 a?os el d¨ªa que Kennedy muri¨®. Ella estaba all¨ª, en la esquina de las calles Houston y Elm, cuando le dispararon. Su padre portaba una c¨¢mara de fotos. Ella, un tomavistas de ocho mil¨ªmetros con el que grababa a la primera dama, que saludaba desde el coche. ¡°Recuerdo que estaba fant¨¢stica. Parec¨ªa mirar directamente a mi objetivo¡±, rememora. Entonces escuch¨® los disparos. Primero pens¨® que eran petardos. Pero su padre, exmilitar, supo que no lo eran y que alguien acababa de disparar a Kennedy.
El alcalde y el jefe de polic¨ªa decidieron sacar a oswald a pie para calmar a los periodistas. y entonces ruby lo mat¨®¡± Pierce Allman, periodista que cubri¨® el asesinato
¡°Cuando todo pas¨®, recuerdo haber vuelto a casa en el coche con mis padres, todos en silencio, escuchando la radio. Y haber seguido en silencio ya en la vivienda, con la radio tambi¨¦n encendida, mientras anunciaban su muerte y mi madre preparaba s¨¢ndwiches en la cocina. Yo no sab¨ªa qu¨¦ pensar, pero no dije nada. Despu¨¦s, esa tarde regres¨¦ al colegio, porque era el plan previsto. Fue una sensaci¨®n muy rara¡±, cuenta. Pender no pregunt¨® nada sobre lo sucedido a sus padres. Ni siquiera con el paso de los a?os. ¡°Mi padre apenas pod¨ªa hablar de ello. Fue muy doloroso para ¨¦l. Y yo no sacaba nunca el tema¡±.
Hoy no tiene preguntas sobre el caso. Pero confiesa que s¨ª se guard¨® muchas que le hubiera gustado hacer a sus padres antes de que fallecieran. ¡°?l dijo que hab¨ªa visto a un hombre con un traje blanco en la ventana que no parec¨ªa Harvey Oswald, pero nadie del FBI ni de la polic¨ªa le interrog¨® nunca¡±. Y explica que para que no le suceda a ella lo mismo ha escrito recientemente un libro, al que ha dedicado tres a?os, en el que cuenta su historia personal. ¡°Quiero que cuando yo no est¨¦, mi familia tenga informaci¨®n m¨ªa sobre lo que sucedi¨®. Algunos parientes, despu¨¦s de leerlo, me han reconocido que no sab¨ªan por lo que yo hab¨ªa pasado. Contarlo es algo muy bueno. Estoy aliviada y contenta¡±.
¡°?Sabe? Yo he so?ado con haberme encontrado a Oswald varias veces¡¡±. Pierce Allman habla con una prodigiosa voz de radio, grave, modulada y de dicci¨®n impecable. Por algo fue reportero radiof¨®nico y de televisi¨®n antes de dejar el periodismo para ser profesor. El 22 de noviembre de 1963 a¨²n lo era. Trabajaba para la emisora de radio local WFAA. Pero no le correspond¨ªa cubrir la caravana. Sin embargo, la tarde anterior hab¨ªa visto a los Kennedy por televisi¨®n en el recibimiento en Fort Worth y le hab¨ªan impresionado: ¡°Eran lo m¨¢s parecido a una pareja de la realeza que puede haber en Estados Unidos¡±. Por eso decidi¨® acercarse hasta la plaza Dealey. Quer¨ªa observarlos de cerca. ¡°Estaba frente al Dep¨®sito de Libros. Recuerdo que cuando lleg¨® el coche presidencial ni me percat¨¦ de que el gobernador Connally tambi¨¦n iba a bordo. Me qued¨¦ fascinado con la se?ora Kennedy. Estaba maravillosa¡±, ensalza. A partir de ah¨ª, ¡°todo sucedi¨® muy r¨¢pido¡±. Tres disparos. Gritos. Allman recuerda a Jackie saltando sobre su marido ¡°no para salir del coche, como algunas personas dijeron despu¨¦s, sino para sujetarle la cabeza. Ella chillaba: ¡®?Han matado a John!¡¯. Y uno de los agentes del servicio secreto apuntaba con el pulgar hacia abajo a sus compa?eros y gritaba: ¡®?Vamos, vamos, vamos!¡±. Un polic¨ªa en moto le inst¨® a echarse al suelo. Pero enseguida Allman supo que deb¨ªa incorporarse y buscar un tel¨¦fono, recuerda. Ten¨ªa que llamar a la emisora y contar lo que estaba sucediendo.
Borde¨® el edificio. Entr¨® y pregunt¨® a un hombre que sal¨ªa d¨®nde pod¨ªa encontrar un aparato. Aquel hombre se lo indic¨®. Despu¨¦s telefone¨® a la emisora. ¡°Recuerdo que cuando entr¨¦ en antena no sab¨ªa bien qu¨¦ contar. No quer¨ªa decir que hab¨ªan disparado al presidente, porque en aquel momento no se conoc¨ªan bien los hechos ni sus consecuencias como para dar aquella noticia en la radio. He olvidado qu¨¦ cont¨¦ y c¨®mo descubr¨ª lo que hab¨ªa sucedido, pero s¨ª s¨¦ que no dije que hab¨ªan disparado a Kennedy¡±. El vest¨ªbulo del edificio era un enjambre. Agentes de diferentes cuerpos de seguridad que entraban y sal¨ªan. Voces. ?rdenes. Allman pas¨® m¨¢s de una hora all¨ª, en contacto con su emisora. Desde aquel tel¨¦fono cont¨® en antena que hab¨ªan encontrado un rifle cuando vio a los polic¨ªas bajar con el arma. ¡°Aquello era un caos. M¨¢s a¨²n porque entonces matar al presidente todav¨ªa no era un crimen federal como ahora, sino un homicidio local, y por tanto era competencia de la polic¨ªa¡±, recuerda. Estuvo pegado al aparato hasta que un hombre que se identific¨® como oficial de inteligencia del Ej¨¦rcito le pregunt¨®, por primera vez en todo ese tiempo, qui¨¦n era y con qui¨¦n hablaba. Despu¨¦s le pidi¨® que colgara y se marchara. Lo hizo. Y volvi¨® a la emisora, donde trabaj¨® durante tres d¨ªas y tres noches, en retransmisiones en directo y en programas en todo el mundo que les llamaban para pedirles informaci¨®n.
Dos semanas despu¨¦s, Allman, que declarar¨ªa tambi¨¦n en 1976 ante el Comit¨¦ de la C¨¢mara de Representantes sobre Asesinatos (HSCA, seg¨²n sus siglas en ingl¨¦s), que tres a?os despu¨¦s har¨ªa p¨²blico su informe final apuntando una ¡°posible conspiraci¨®n¡± sin concretar, recibi¨® una llamada del servicio secreto. Dos agentes le visitaron en su casa y le pidieron que reconstruyera su historia. Lo hizo, como sigue haci¨¦ndolo hoy, con la minuciosidad del periodista que escribe una cr¨®nica. Aquellos agentes le revelaron entonces que, con toda probabilidad, la persona a la que hab¨ªa preguntado por el tel¨¦fono p¨²blico hab¨ªa sido Harvey Oswald. ¡°Pero yo hoy sigo sin saber si era cierto o no¡±, se resigna. ¡°Sigo pregunt¨¢ndome qu¨¦ habr¨ªa pasado si hubiese mirado antes al edificio, y si al cruzarme con Oswald le hubiese reconocido. Sigo pregunt¨¢ndome qu¨¦ habr¨ªa podido hacer o si hubiera hecho algo. Aunque s¨¦ que son cosas que no tienen sentido y no se pueden pensar¡±, a?ade. ?Y como periodista, qu¨¦ le habr¨ªa preguntado? ¡°He so?ado que Oswald sal¨ªa del edificio. Que yo le paraba. Y que le dec¨ªa: ¡®T¨² eres el tipo de la ventana¡¯. Porque creo que solo habr¨ªa sido capaz de decirle eso: ¡®?T¨² eres el tipo de la ventana, el hombre del rifle¡!¡±.
Allman se prepara ahora para celebrar el aniversario de forma especial. Asegura que no le importa compartir su historia. Y cuenta que, como se hab¨ªa casado solo un mes antes de la muerte del presidente, est¨¢ preparando una celebraci¨®n doble para este a?o. ¡°Vendr¨¢n amigos y tambi¨¦n colegas de aquella ¨¦poca con los que recordaremos lo que sucedi¨®. Muchos, aunque no hablen de ello, no lo olvidan. Sobre todo porque, como me sucede a m¨ª, a pesar de que todo fue muy r¨¢pido, lo viven a c¨¢mara lenta. Yo a¨²n puedo verlo todo, escucharlo¡ En aquel momento no fuimos conscientes de la enormidad que hab¨ªa sucedido. Pero en cuesti¨®n de diez segundos el mundo hab¨ªa cambiado¡±.
Con esos excompa?eros reporteros y locutores todav¨ªa analiza hoy la historia de Harvey Oswald. Sobre todo c¨®mo fue la presi¨®n de la prensa la que, seg¨²n cree, condujo a su muerte. ¡°?ramos 200 o 300 reporteros que quer¨ªamos ver a Oswald, hacerle preguntas¡ El plan original de la polic¨ªa era llev¨¢rselo en coche desde el ayuntamiento, donde estaba encerrado en el s¨®tano. Pero se publicaron informaciones cuestionando la actuaci¨®n de la polic¨ªa y hab¨ªa rumores entre la prensa de que hab¨ªa sido maltratado. Al final, el alcalde y el jefe de polic¨ªa decidieron sacarlo a pie, para calmar a todos los periodistas. Y entonces lo mat¨® Jack Ruby¡±, se lamenta.
¡°Jack hab¨ªa tenido contactos con gente de la Mafia, pero ¨¦l no estaba metido en nada as¨ª. Yo lo conoc¨ª durante cuatro a?os¡±. Antes de convertirse en el ayudante del sheriff en Dallas, Eugene Boone hab¨ªa trabajado en la secci¨®n de anuncios del peri¨®dico Dallas Times Herald. All¨ª llegaba todas las semanas Ruby, siempre achuchado de dinero, siempre obligado a pagar por adelantado, para publicar un anuncio de Carousel, su cabar¨¦. ¡°Continuamente intentaba hacer algo inusual o llamativo para atraer p¨²blico a su local. El negocio no le iba bien y adem¨¢s ten¨ªa la sensaci¨®n de que los hermanos Abe y Barney Weinstein, que ten¨ªan otros dos cabar¨¦s, quer¨ªan dejarle fuera del negocio¡±, recuerda Boone. Hoy, cinco d¨¦cadas despu¨¦s, no le queda ninguna duda sobre que el asesino de Harvey Oswald, el hombre que con un rev¨®lver Colt de 38 mil¨ªmetros descerraj¨® un tiro en el est¨®mago a quemarropa al presunto asesino de Kennedy, tambi¨¦n actu¨® solo, como estableci¨® la Comisi¨®n Warren. ¡°Creo que Jack era un partidario del presidente. Y que pens¨® que podr¨ªa matar a Oswald, ning¨²n jurado le condenar¨ªa y se convertir¨ªa as¨ª en un h¨¦roe y en la gran atracci¨®n que su club necesitaba¡±.
El joven agente Boone, que ten¨ªa entonces 25 a?os, no solo conoci¨® a Ruby. Aquel d¨ªa estaba en la oficina del sheriff, en la calle Maine, a pocas manzanas de la plaza Dealey. Desde all¨ª escuch¨® los disparos y ech¨® a correr hacia la escena del crimen. Cuando lleg¨®, enseguida centraron la b¨²squeda en el Dep¨®sito de Libros, recuerda. A ¨¦l le toc¨® subir a la sexta planta. Un espacio oscuro de cajas apiladas. Pero vio en la esquina noroeste algunas que hab¨ªan sido movidas. ¡°Me acerqu¨¦, apunt¨¦ con la linterna y all¨ª oculto encontr¨¦ un rifle. Proteg¨ª la escena y llam¨¦ al fot¨®grafo. Nunca lo toqu¨¦. Despu¨¦s volv¨ª a la oficina a escribir mi informe¡±, narra.
Han pasado 50 a?os. Boone asegura hoy sentirse satisfecho compartiendo su historia. Es de los que creen que ¡°los libros conspiracionistas deben estar en las estanter¨ªas de ciencia ficci¨®n de las librer¨ªas¡±. Pero confiesa no saber bien todav¨ªa por qu¨¦ le hicieron tantas preguntas sobre el hallazgo del rifle cuando declar¨® ante la comisi¨®n. El abogado Joseph A. Ball, uno de los investigadores del comit¨¦, le pregunt¨® hasta en 22 ocasiones por el arma. ?Puede se?alar d¨®nde la hall¨®? ?Qu¨¦ hora era? ?Mir¨® usted su reloj y la anot¨®? ?Toc¨® el rifle? ?Cu¨¢l era la distancia entre las cajas donde reposaba? Boone vuelve a responder hoy, mientras lo recuerda, a aquel interrogatorio. ¡°Creo que intentaban determinar c¨®mo hab¨ªa terminado el rifle all¨ª. Yo pienso que era algo que Harvey Oswald ten¨ªa decidido de antemano. Sab¨ªa que iba a disparar al presidente. Y que tendr¨ªa que correr escaleras abajo, que estaban justo detr¨¢s, para huir. Por eso escogi¨® aquella posici¨®n¡±, analiza. Quince a?os despu¨¦s de aquello, Boone a¨²n guardaba silencio. No quer¨ªa recordar lo que hab¨ªa sucedido. ¡°Fue un fin de semana que trastoc¨® el mundo. ?ramos un pa¨ªs muy ingenuo. Desde entonces he visto cambiar muchas cosas. Hoy vivimos en un mundo diferente¡±, a?ade.
¡°En la Am¨¦rica en la que yo crec¨ª se eleg¨ªa a un presidente y todos lo acept¨¢bamos como el representante de nuestro pa¨ªs y lo apoy¨¢bamos. Cre¨ªamos que lo que el presidente dec¨ªa a la gente era un hecho. Despu¨¦s lleg¨® Eisenhower, que fue el primero que nos minti¨®. Luego lo hicieron otros, como Nixon o Clinton. Ahora la gente desconf¨ªa de su propio Gobierno¡±. Bob Huffaker, de 76 a?os, se muestra cr¨ªtico con su pa¨ªs. Dice que ahora la mentira ¡°parece haberse convertido en una t¨¢ctica pol¨ªtica aceptable¡± y cita como ejemplo la ¨²ltima campa?a electoral de Obama y Romney. ¡°Mucha gente se cree las mentiras de los pol¨ªticos o de sus medios afines. Y eso subraya la atm¨®sfera que hace que todav¨ªa hoy tantas personas no se crean los hechos de 1963 y que a¨²n piensen que tiene que haber algo m¨¢s siniestro detr¨¢s del asesinato¡±, apostilla. Huffaker era reportero de la televisi¨®n CBS cuando Kennedy muri¨®. Retransmiti¨® la caravana, dio la noticia de la muerte desde la puerta del hospital, presenci¨® en directo c¨®mo Ruby disparaba a Oswald y cubri¨® la agon¨ªa de este en la c¨¢rcel hasta morir por un c¨¢ncer de pulm¨®n en enero de 1967. Todav¨ªa se confiesa orgulloso de la serenidad y ausencia de sensacionalismo con las que fueron capaces, dice, de trabajar aquellos d¨ªas. Y de las preguntas que realiz¨® entonces. Sobre todo cuando recuerda c¨®mo le inquiri¨® al jefe de polic¨ªa si, con el pasado sospechoso que ten¨ªa Oswald, estaba bajo vigilancia, si el FBI sab¨ªa d¨®nde se encontraba y por qu¨¦ no hab¨ªa informado a la polic¨ªa. Aunque a¨²n le queda el remordimiento de haber cometido un error: confundir el segundo nombre de Oswald y llamarle Harold en vez de Harvey. ¡°Pero fue porque uno de los polic¨ªas con los que verifiqu¨¦ mis datos, que estaban bien, me dio el nombre err¨®neamente y me dijo que as¨ª figuraba en la orden de arresto¡±, se excusa.
Poco despu¨¦s abandon¨® el periodismo. ¡°Pens¨¦ que hab¨ªa sido un hito para m¨ª, pero necesitaba dejarlo atr¨¢s. Me sent¨ªa profundamente atrapado en aquella historia, a¨²n hoy me siento as¨ª, y quer¨ªa hacer algo que mereciera m¨¢s la pena que contar tragedias¡±, confiesa. Entonces volvi¨® a la Universidad, hizo el doctorado y se convirti¨® en profesor. Durante 15 a?os nunca les habl¨® a sus alumnos de Kennedy ni de c¨®mo hab¨ªa cubierto la noticia. Tampoco comentaba su historia cuando regres¨® de nuevo al periodismo como editor de una revista mensual. Y solo en 2004 se atrevi¨®, por fin, junto a tres colegas reporteros, a escribir un libro (When the news went live) en el que recuerdan c¨®mo trabajaron aquellos d¨ªas con la gran noticia de sus carreras. ¡°Siempre supe que deb¨ªa escribirlo y volver a contarlo porque ten¨ªa cierta obligaci¨®n con la historia. Se lo deb¨ªa¡±, ensalza.
Para Huffaker, hoy esa noticia ¡°sigue siendo una de las historias con m¨¢s malentendidos que me he encontrado nunca¡±. Se lamenta de que las teor¨ªas de la conspiraci¨®n, m¨²ltiples ¨Cdesde las m¨¢s acad¨¦micas, que cuestionan las conclusiones de la Comisi¨®n Warren sobre la actuaci¨®n solitaria de Oswald o la teor¨ªa de la bala ¨²nica que alcanz¨® al presidente y al gobernador, hasta las m¨¢s atrevidas, que hablan de complots orquestados por el vicepresidente Johnson, la KGB o la Mafia¨C, sigan ¡°dominando la opini¨®n p¨²blica¡±. ?l cree que los hechos, tanto hace 50 a?os como ahora, ¡°est¨¢n claros¡± y ¡°no hab¨ªa, ni hay, evidencia de nada m¨¢s¡±. Aunque eso no le impide preguntarse al recordarlos, sobre todo, c¨®mo Oswald se las hab¨ªa arreglado para viajar a pa¨ªses como la Uni¨®n Sovi¨¦tica o Cuba. O por qu¨¦ el FBI destruy¨® pruebas, entre ellas una carta que el propio Oswald hab¨ªa dejado d¨ªas antes del asesinato en la oficina local de los federales en Dallas para el agente James Hosty, responsable de su seguimiento. ¡°Creo que solo estaban cubriendo su propia ineptitud. Pero eso no ha ayudado nunca a disipar la nube de las conspiraciones¡±, destaca. Como tampoco lo hace, seg¨²n a?ade de nuevo muy cr¨ªtico el veterano reportero, que Estados Unidos ¡°sea un pa¨ªs con un sistema educativo poco sofisticado en el que nuestros hijos crecen sin apenas conciencia y entendimiento sobre la historia del mundo y del propio Estados Unidos¡±. ¡°Eso provoca una ignorancia generalizada. De ah¨ª que hoy, 50 a?os despu¨¦s, sigamos creyendo que hubo una conspiraci¨®n para matar a Kennedy¡±
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