Aprendiendo a re¨ªr
Yo cre¨ªa, y as¨ª lo escrib¨ª en mi ¨²ltimo libro, que no hab¨ªa ninguna foto de la gran Marie Curie en la que apareciera sonriente. Antes al contrario: sus retratos la muestran invariablemente adusta, tensa, a menudo incluso tr¨¢gica, una dura m¨¢scara de esfuerzo y dolor. Una lectora genial, sin embargo, me mand¨® hace poco una instant¨¢nea de Madame Curie, ya mayor y pareciendo a¨²n mucho m¨¢s vieja por los estragos causados por la radiactividad, muy cercana sin duda a la fecha de su muerte, vestida como siempre de negro y, tambi¨¦n como siempre, sin maquillaje y con los cabellos recogidos de cualquier manera. Pero sonr¨ªe. ?Sonr¨ªe! No es una risa franca, pero es un gesto indudablemente risue?o. Y a m¨ª me parece que esa peque?a curvatura de sus labios es un logro monumental de la cient¨ªfica. Quiz¨¢ m¨¢s importante para ella, incluso, que el descubrimiento del polonio y el radio.
¡°El joven que no llora es un salvaje, pero el viejo que no r¨ªe es un necio¡±, dec¨ªa el fil¨®sofo George Santayana. Es una frase profundamente conmovedora; y creo que he tenido que llegar a los alrededores de la vejez para poder comprenderla en toda su sabidur¨ªa. Las palabras de Santayana me recordaron uno de mis cuadros preferidos; se trata de un autorretrato de Rembrandt, el ¨²ltimo del centenar de autorretratos que se hizo. Lo pint¨® m¨¢s o menos un a?o antes de morir y es un cuadro casi monocrom¨¢tico, una explosi¨®n de ocres, de luces doradas y brillos que se apagan entre las sombras. Por entonces el artista deb¨ªa de tener 62 a?os (muri¨® a los 63), pero parece ancian¨ªsimo. Rembrandt fue un hombre muy vital y probablemente supo ser feliz en muchas ocasiones. Alcanz¨® un tremendo ¨¦xito como pintor siendo muy joven, tuvo varios amores, se cas¨® en segundas nupcias con una mujer a la que adoraba. Pero luego la vida le pas¨® factura. Su inmenso talento le impidi¨® seguir siendo el artista comercial que triunfa haciendo los retratos complacientes que le pide el mercado. Eligi¨® pintar cada vez mejor y de manera m¨¢s aut¨¦ntica, y eso le hizo perder la clientela. Su ¨¦xito termin¨®, los encargos dejaron de llegar y se llen¨® de deudas. Para comer tuvo que venderlo todo, incluso su colecci¨®n de arte. Cuando muri¨® estaba en la m¨¢s completa miseria.
Saber gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia
El Rembrandt que pint¨® el ¨²ltimo autorretrato era este hombre olvidado y arruinado. Y no s¨®lo eso: para entonces hab¨ªa enterrado a su primera mujer, y luego tambi¨¦n a su segunda y muy amada esposa, fallecida prematuramente pese a que era mucho m¨¢s joven que ¨¦l; por ¨²ltimo, tambi¨¦n hab¨ªa tenido que soportar la muerte de su hijo Titus. Y, sin embargo, pese a toda esta devastaci¨®n, o seguramente por todo eso, el Rembrandt de este autorretrato sonr¨ªe. Asomado de escorzo a la ventana del lienzo, el pintor nos contempla y parece decirnos: mirad, esta es la vida, la gran broma pesada de la vida, as¨ª es la inocencia de los humanos, as¨ª el af¨¢n, el fulgor, el dolor. Es una sonrisa triste, pero serena e inmensamente sabia.
¡°El arte es una herida hecha luz¡±, dec¨ªa el pintor franc¨¦s Georges Braque. Otra frase certera que me viene a la cabeza cuando recuerdo este cuadro de Rembrandt. La luz oto?al del rostro del pintor emerge de las tinieblas del fondo, de la oscura herida de la vida, cauterizando y suavizando su dolor y el nuestro. Por lo menos, Rembrandt tuvo su arte hasta el final (el valor de seguir pintando, de no rendirse). Por lo menos, nosotros tenemos a Rembrandt. El arte nos salva, la belleza nos salva, y la vida, si se vive con conciencia de vivir e intentando aprender de lo vivido, quiz¨¢ nos proporcione esa comprensi¨®n final, ese entendimiento apaciguado que permite que aflore la sonrisa.
En las Navidades de 1928, Marie Curie le mand¨® una carta a su hija Irene para felicitarle las fiestas. Y escribi¨®: ¡°Os deseo un a?o de salud, de satisfacciones, de buen trabajo, un a?o durante el cual teng¨¢is cada d¨ªa el gusto de vivir, sin esperar que los d¨ªas hayan tenido que pasar para encontrar su satisfacci¨®n y sin tener necesidad de poner esperanzas de felicidad en los d¨ªas que hayan de venir. Cuanto m¨¢s se envejece, m¨¢s se siente que saber gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia¡±. Creo que estas palabras son el logro de una vida. Y la ins¨®lita sonrisa de Curie en la foto que me envi¨® la generosa lectora es sin duda una consecuencia de estos pensamientos. Alcanzar esa maravillosa sencillez no es f¨¢cil, desde luego, as¨ª que habr¨¢ que aplicarse. Aqu¨ª estoy, en fin, intentando aprender a re¨ªr d¨ªa tras d¨ªa.
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