La democracia que necesitamos
La gente no pide que se le pregunte cada d¨ªa, sino que se tenga en cuenta su opini¨®n
El estado de ¨¢nimo de la ciudadan¨ªa combina dos circunstancias que mezcladas son explosivas. Por un lado, el 70 por ciento de los espa?oles dice estar insatisfecho con el funcionamiento de nuestra democracia, una cifra nunca vista. Por otro, la pol¨ªtica despierta un inter¨¦s enorme. Salir de este escenario va a implicar cambios en nuestro sistema pol¨ªtico.
El Gobierno se muestra muy tibio sobre esta cuesti¨®n. Parece instalado en la idea que, una vez se recupere la econom¨ªa, la ciudadan¨ªa volver¨¢ a estar satisfecha con nuestras instituciones. Esto puede explicar que el Plan de Regeneraci¨®n Democr¨¢tica recientemente aprobado sea tan insuficiente. ?ste se centra en algunas medidas necesarias, pero deja de lado nuestro principal problema pol¨ªtico: la enorme distancia que existe entre representantes y representados. Un ejemplo puede clarificar esta cuesti¨®n.
En enero de 2012, el CIS elabor¨® un estudio sobre la congruencia ideol¨®gica entre electores y pol¨ªticos. En ¨¦l interrog¨® a los encuestados sobre si prefer¨ªan bajar los impuestos aunque esto significase gastar menos en prestaciones sociales y servicios p¨²blicos. S¨®lo el 27 por ciento estaba de acuerdo con esta afirmaci¨®n, mientras que casi el 50 por ciento mostraba su m¨¢s rotunda discrepancia. Entre los diferentes grupos ideol¨®gicos, s¨®lo la extrema derecha parec¨ªa tener una mayor simpat¨ªa hacia la rebaja de impuestos combinada con una reducci¨®n del gasto p¨²blico.
Si esto es as¨ª, ?por qu¨¦ el Gobierno del PP parece decidido a hacer lo contrario de lo que desea la gente?
Seguramente algunos piensen que la tarea del Gobierno no es seguir las preferencias de los ciudadanos, puesto que en ocasiones est¨¢n equivocados, dado que no tienen los conocimientos suficientes. Esto podr¨ªa ser cierto si s¨®lo hubiese una ¨²nica forma de gestionar la cosa p¨²blica. Pero si miramos m¨¢s all¨¢ de nuestras fronteras, podemos ver que cada pa¨ªs sigue su propia estrategia econ¨®mica. Durante la actual crisis, mientras algunos han hecho recaer gran parte del ajuste en la reducci¨®n del gasto, otros han hecho un mayor ¨¦nfasis en el aumento de los ingresos. Por lo tanto, las preferencias de la gente, aunque a veces se basen en una supuesta ignorancia, no siempre est¨¢n equivocadas. Aunque la ciudadan¨ªa no tenga un gran conocimiento t¨¦cnico sobre muchos temas, no significa que no sepa lo que quiere.
Quiz¨¢ el PP, como la derecha de EE UU, est¨¦ preso de una minor¨ªa radical
Quiz¨¢s, lo que le pase al PP es algo parecido a lo que le sucede a la derecha norteamericana: est¨¢n presos de la minor¨ªa m¨¢s radical. En los ¨²ltimos tiempos, el Tea Party est¨¢ consiguiendo condicionar la estrategia de oposici¨®n del Partido Republicano. En Espa?a, la minor¨ªa m¨¢s conservadora parece alojada en la Comunidad de Madrid, en FAES y en algunos medios de comunicaci¨®n. Esta facci¨®n goza de la simpat¨ªa de una parte relevante del poder econ¨®mico. Esto les permite tener unos enormes altavoces que utilizan constantemente para condicionar la l¨ªnea ideol¨®gica del PP. Cada vez que consideran que el Gobierno de Mariano Rajoy est¨¢ siendo ¡°tibio¡±, utilizan todos sus instrumentos para radicalizar la postura del ejecutivo. Lo hemos visto con la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. La bajada de impuestos del presidente de la Comunidad de Madrid parece enmarcada en esta forma de actuar.
Alguien podr¨ªa replicar que ¨¦sta no es la respuesta correcta. En los ¨²ltimos a?os, se ha extendido la idea de que muchas de las medidas econ¨®micas vienen impuestas desde fuera, especialmente por parte de la Uni¨®n Europea, reduciendo el margen de actuaci¨®n del ejecutivo. Si el Gobierno no hace lo que quiere la ciudadan¨ªa es porque le obligan desde fuera. Pero esto es una realidad a medias. Es cierto que las instituciones europeas nos hacen recomendaciones. Pero no nos dicen cu¨¢nto tiene que ser nuestro gasto social, c¨®mo debemos legislar en materia educativa, qu¨¦ rentas debemos grabar o cu¨¢les deben ser nuestros tipos impositivos. Es decir, nos han marcado unos objetivos de d¨¦ficit, pero no nos han dicho ni c¨®mo conseguirlos ni c¨®mo debemos organizar nuestra sociedad.
Dado este escenario, ?c¨®mo podemos solucionar este d¨¦ficit democr¨¢tico? Recientemente se viene haciendo una defensa de la participaci¨®n pol¨ªtica. La soluci¨®n a nuestros problemas vendr¨ªa de una mayor implicaci¨®n por parte de la ciudadan¨ªa. Es cierto que ¨¦sta es una condici¨®n necesaria pero no suficiente para corregir nuestro d¨¦ficit democr¨¢tico. Tambi¨¦n necesitamos nuevos canales de participaci¨®n y es necesario incrementar la informaci¨®n que dispone la poblaci¨®n.
Las instituciones europeas hacen recomendaciones, pero no dictan cu¨¢l debe ser, por ejemplo, el gasto social
El ejemplo escoc¨¦s muestra qu¨¦ necesitamos. Desde hace mucho tiempo, en Escocia utilizan la colaboraci¨®n p¨²blico-privada en la prestaci¨®n de la sanidad. Pero trabajadores y sindicatos sospechaban que esto era un mal negocio para las arcas p¨²blicas. Por ello, presionaron para conocer los contratos y los gastos que implicaba este modelo de gesti¨®n. S¨®lo gracias a la Ley de Libertad de Informaci¨®n pudieron acceder a estos datos, descubriendo que la colaboraci¨®n p¨²blico-privada estaba siendo muy rentable para las empresas y muy cara para los ciudadanos. Desde entonces, el Gobierno escoc¨¦s no lo tiene nada f¨¢cil cada vez que propone esta forma de gesti¨®n.
No s¨®lo es necesario que la gente se involucre m¨¢s, sino que debemos transformar nuestras instituciones para abrir nuevos canales de participaci¨®n que permitan hacer propuestas y que los ciudadanos est¨¦n mejor informados. Se tratar¨ªa de que la ciudadan¨ªa pudiese hacer llegar sus iniciativas de forma mucho m¨¢s sencilla. Adem¨¢s de proponer, tambi¨¦n es necesario que una agencia realice informes y d¨¦ respuestas a las preguntas que puedan formularle los ciudadanos sobre cualquier cuesti¨®n. S¨®lo una ciudadan¨ªa m¨¢s informada y con mayor capacidad de intervenci¨®n en las instituciones puede evitar que la brecha entre representantes y representados siga agrand¨¢ndose.
La conclusi¨®n es opuesta a algunas de las p¨®cimas m¨¢gicas que se vienen repitiendo como mantras. Aunque son muchos los que abogan por un incremento de las consultas populares, lo cierto es que el gran problema de nuestra democracia radica en la capacidad de representaci¨®n de nuestras instituciones. No porque la gente decida todos los d¨ªas sobre m¨²ltiples cuestiones nuestra democracia mejorar¨¢. Por ejemplo, es muy probable que si esto sucediese, la tasa de participaci¨®n electoral fuese muy baja (entre 1990 y 2013, la participaci¨®n media en los refer¨¦ndums en Suiza ha sido del 43 por ciento).
En definitiva, lo que espera la gente no es que se les pregunte todos los d¨ªas, sino que cuando se les pregunte, su opini¨®n cuente. Es decir, frente a un sistema pol¨ªtico donde el gobierno es preso de una minor¨ªa, en ocasiones muy poderosa, necesitamos una democracia que nos represente.
Ignacio Urquizu es profesor de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid y colaborador de la Fundaci¨®n Alternativas. Autor del libro La crisis de la socialdemocracia: ?Qu¨¦ crisis? (Catarata)
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