La rom¨¢ntica elegancia de Salacot
Si hay un elemento de vestuario que caracteriza como ning¨²n otro la aventura y la exploraci¨®n es el salacot. Escribo la palabra salacot y ya me fluye inmediatamente por las venas un irresistible anhelo de tierras ex¨®ticas y grandes peripecias. El salacot, como saben, es el caracter¨ªstico e ic¨®nico (!) sombrero en forma de casquete para protegerse del sol usado por los exploradores, cazadores, tropas coloniales y aventureros de toda clase en las zonas tropicales. Tambi¨¦n llamado salakhoff o topi, y conocido en ingl¨¦s como pith helmet, safari helmet o sun helmet, dotado de una cupulita de aireaci¨®n en lo alto y orificios a los lados para lo mismo y con una banda alrededor o puggaree (en realidad hay muchos modelos, siendo uno de los m¨¢s populares en tiempos del Raj el Cawnpore Tent Club), tiene sus humildes or¨ªgenes en un sombrero tradicional en uso en Filipinas y fabricado con tejido vegetal. De hecho nuestra palabra salacot procede del tagalo salacsac o salaksak. Realizada esta precisi¨®n etnol¨®gico-sem¨¢ntica, digamos que, para lo que nos ocupa, nadie ha lucido el salacot como los brit¨¢nicos. Sus militares y exploradores del siglo XIX y principios del XX lo elevaron al rango de objeto simb¨®lico y lo dotaron de esa aura rom¨¢ntica que a m¨ª tanto me puede.
Cl¨¢sica influencia otomana
Su primera aparici¨®n tuvo lugar durante las guerras con los sikhs y su uso se populariz¨® ¨Cpor as¨ª decirlo¨C durante el Mot¨ªn de los Cipayos en 1857 para convertirse, ya en corcho y cubierto por tela blanca y despu¨¦s te?ido de caqui, en el tocado caracter¨ªstico de las tropas que combatieron en Sud¨¢n contra el Mahdi y en Sur¨¢frica contra los zul¨²es y, luego, los b¨®ers. Es en esos parajes y tiempos inh¨®spitos, como tambi¨¦n en la ¨¦poca del Raj (?hay que ver c¨®mo les quedaba a los jinetes de The Calcutta Light Horse o al viejo amigo Walter Hamilton, V.C.!), donde el salacot, imprescindible para prevenir insolaciones y dar el toque colonial, se pone de largo y alimenta pinturas, novelas y pel¨ªculas, incorpor¨¢ndose a la procelosa historia de la moda en su tendencia m¨¢s de campa?a.
Ll¨¦vese con cuidado
Al igual que algunos gustan vestir de Armani, a m¨ª lo que me pirra es ir de Harry Faversham, el h¨¦roe de Las cuatro plumas, la novela de A. E. W. Mason, que ha dado pie a varias versiones cinematogr¨¢ficas, y que incluye junto a la casaca el salacot. No les ocultar¨¦ que el salacot hay que saber llevarlo. No todos somos Kitchener y no est¨¢ al alcance de cualquiera portarlo fuera de Jartum, Rorke¡¯s Drift o Majuba Hill (o las recepciones en casa del virrey, o la cacer¨ªa de leones), sin hacer el rid¨ªculo. Yo mismo lo he empleado en Formentera con resultado ambiguo ¨Cadmiraci¨®n y risas¨C. Es ¨²til costumizarlo: los soldados lo ti?eron con t¨¦ para camuflarlo, los lanceros del 21 le a?adieron cogotera, se precisaba un firme barboquejo para el polo, el pig-sticking o el shikar en elefante y en el Camel Regiment era costumbre colocar encima las gafas protectoras para el polvo. En safari, f¨ªjense en c¨®mo lo usaban Theodore Roosevelt, Lord Delamere y Finch Hatton. Era una tradici¨®n lanzar el salacot por la borda en Port Said al regresar de la India, un gesto que siempre me ha repelido. ?Tirar el salacot, Dios m¨ªo! Cualquier gentleman que se precie no debe excluirlo jam¨¢s de su fondo de armario. Nunca se sabe.
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