Segunda vida siria en Suecia
Suecia es el ¨²nico pa¨ªs europeo?que abre sus puertas a los sirios que escapan de la guerra Miles de refugiados recalan all¨ª tras una traves¨ªa por una Europa que mira hacia otro lado Les dan casa, comida y un sueldo hasta que sean capaces de?valerse por s¨ª mismos
Los pasos han de ser cortos. Si no, la probabilidad de caer de bruces contra una placa de hielo aumenta. Pasito a pasito. As¨ª es el aprendizaje en J?mtland, una provincia del centro de Suecia cubierta de nieve a la que van a parar parte de los miles de refugiados sirios que se reparten por el pa¨ªs n¨®rdico. Llegan con lo puesto. Aturdidos por la guerra y desorientados tras cruzar media Europa de la mano de contrabandistas sin escr¨²pulos. Ahora les toca empezar de cero, construir una segunda vida lejos del m¨ªnimo atisbo de familiaridad. La g¨¦lida Suecia, a diferencia del resto de pa¨ªses de Europa, les abre sus puertas de par en par.
El comedor de Grytan, una antigua base militar de J?mtland, es algo as¨ª como las Naciones Unidas del dolor. Aqu¨ª los sirios son abrumadora mayor¨ªa, pero hay tambi¨¦n refugiados de Somalia, de Irak, de Eritrea, de Palestina y hasta un marroqu¨ª. Comparten mesa sin mantel en esta antigua barraca militar, privatizada y reconvertida ahora en alojamiento temporal para los que escapan de sus infiernos nacionales. La Agencia Sueca de Migraciones y los due?os del recinto les ofrece tres comidas al d¨ªa, las primeras nociones de sueco y toda la libertad que un campamento incrustado en un bosque nevado en medio de la nada es capaz de ofrecer.
En el men¨²: pollo con arroz y mandarinas. Nada del otro mundo. Pero juntarse a comer es por lo menos una manera de matar el tiempo. Los d¨ªas se hacen eternos a la espera de recibir los papeles que les permiten trasladarse a un lugar m¨¢s permanente y ponerse en mano de los servicios de empleo para arrancar, ya s¨ª, de verdad, la nueva vida en Suecia. Para eso se impone no impacientarse durante semanas en el mejor de los casos y a menudo meses.
¡°Aqu¨ª ejercitamos el arte de esperar¡±, se resigna Ronza Shihabi, una sonriente siria de 28 a?os. Ella y su marido, Fadi Diab, de 25, tienen cita para arreglar los papeles en febrero. Hasta entonces vivir¨¢n en un cuarto con literas de hierro pintadas de blanco. Bajar¨¢n a airearse al pueblo m¨¢s cercano. Ver¨¢n c¨®mo los d¨ªas se hacen cada vez m¨¢s cortos y sobrevivir¨¢n a temperaturas bajo cero. De momento, Shihabi, de ojos negros inmensos, ya ha cambiado el hiyab por un gorro de lana de rayas rosas.
Fue hace dos meses cuando este matrimonio de Damasco decidi¨® huir. Llevaban medio a?o saltando de barrio en barrio de la capital siria, esquivando los bombardeos. ¡°En los lugares seguros hay que pagar los alquileres de golpe, por adelantado¡±, explica Shihabi, una ingeniera inform¨¢tica que dirig¨ªa una sucursal de la empresa de telecomunicaciones Syriatel en Yarmouk, el gran campo de palestinos de Damasco y uno de los lugares m¨¢s azotados por la guerra. A Shihabi le toc¨® ir a trabajar hasta el final; hasta el d¨ªa antes de su huida. El r¨¦gimen se empe?a en coreografiar una falsa normalidad en Damasco a pesar de los casi tres a?os de guerra y m¨¢s de 100.000 muertos, y sobre todo a pesar de que los figurantes que acuden a sus trabajos lo hacen muertos de miedo, sin saber si sobrevivir¨¢n al d¨ªa siguiente. ¡°Me obligaban a ir a trabajar, porque para ellos [el Gobierno] era una manera de mostrar que apoyaba al r¨¦gimen¡±.
Aquello era insoportable. Por eso, el que tiene la m¨ªnima oportunidad sale corriendo. Como sea y a donde sea. Cuando Shihabi y Diab recibieron el visto bueno y, sobre todo, el dinero de su familia, se casaron de un d¨ªa para otro y salieron, como llegaron a Suecia semanas despu¨¦s, con lo puesto. ¡°Fue un tr¨¢mite. Yo siempre hab¨ªa so?ado con casarme de blanco, pero no pudo ser. Ni siquiera ese d¨ªa pudimos ser felices¡±. Los familiares de la joven pareja desembolsaron sus ahorros para pagar al contrabandista que les llevar¨ªa hasta Europa por unos 12.000 euros. Ellos fueron los agraciados. Los dem¨¢s miembros de la familia se han tenido que quedar en el infierno damasceno, porque el dinero no dio para m¨¢s de dos pasajes mafiosos. Les toc¨® viajar a ellos por una raz¨®n de peso. A Diab le hab¨ªan llamado a filas. En enero le tocaba incorporarse al sanguinario Ej¨¦rcito del r¨¦gimen de Bachar el Asad.
Shihabi y Diab llegaron al aeropuerto de Damasco rezando y con la cabeza entre las piernas. En esa carretera es donde se libran algunos de los m¨¢s cruentos combates entre rebeldes y leales al r¨¦gimen desde hace meses. El destino final ser¨ªa Suecia, no hab¨ªa duda. En este pa¨ªs no conocen a nadie, pero todo el mundo en el campo de Yarmouk, como en el resto de Siria, sabe que el Gobierno sueco les recibir¨¢ con los brazos abiertos. ¡°Son los ¨²nicos que nos dicen: ¡®Vengan, vengan¡¯, y que nos dan una residencia permanente¡±.
Los reci¨¦n casados volaron de Damasco a El Cairo, y de ah¨ª, por carretera, hasta Alejandr¨ªa, donde subieron a la patera. ¡°Nos escondimos detr¨¢s de unos edificios y cuando el contrabandista grit¨® ¡®?Ahora!¡¯, corrimos a montarnos en el bote¡±. Los que corrieron sumaban 150 y eran todos sirios. Viajaron amontonados; no hab¨ªa sitio. ¡°Empez¨® a entrar agua en el barco. Est¨¢bamos muertos de miedo¡±. El barco naufrag¨® y los sirios volvieron a encontrarse con la muerte de frente. Pasaron dos d¨ªas a la deriva. ¡°Mir¨¢bamos al mar, al cielo¡±. Una llamada del contrabandista con su tel¨¦fono sat¨¦lite les salv¨®. En el horizonte aparecieron dos barcazas y les rescataron. Viajaron hasta Siracusa, en Sicilia. All¨ª les recibi¨® la polic¨ªa y acabaron internados en un centro de refugiados italiano. Un nuevo contrabandista les ofreci¨® sacarles de all¨ª y llevarles hasta Roma por 300 euros. No lo dudaron. De ah¨ª en autob¨²s a Mil¨¢n y despu¨¦s a Alemania.
A esas alturas, Shihabi se hab¨ªa quitado el hiyab y se hab¨ªa pintado la cara como una puerta ¡°para parecer europea¡±. De M¨²nich viajaron en tren hasta Copenhague, y de all¨ª, en barco hasta Malm?, en Suecia. Un amigo que hab¨ªa hecho un viaje similar iba dirigiendo sus pasos a trav¨¦s de un tel¨¦fono m¨®vil. Imposible moverse por Europa con cara de aqu¨ª no pasa nada sin instrucciones precisas. El 11 de octubre de 2013 llegaron a Suecia. ¡°Sab¨ªamos que aqu¨ª estar¨ªamos a salvo, que nos cuidar¨ªan. Las autoridades de inmigraci¨®n nos dijeron que no nos preocup¨¢ramos. Nos pusieron en un hotel durante tres d¨ªas y luego nos trajeron a Grytan¡±. Shihabi sue?a con traer a su madre y a su hermano, que padece una depresi¨®n. Sue?a con encontrar un trabajo de lo suyo y con quedarse embarazada.
Su caso y el de Diab no son los m¨¢s tr¨¢gicos ni siquiera singulares. Unos de miles. Imposible cuantificar. Solo a Suecia llegan en estas condiciones 1.300 sirios a la semana. Muchos otros lo intentan en otros pa¨ªses de Europa, incluida Espa?a, donde los sirios son ya el segundo grupo m¨¢s numerosos que intenta entrar por Melilla. En Espa?a, la mayor¨ªa ni siquiera solicita el asilo. Saben que tardar¨ªa m¨¢s de un a?o y que mientras tanto estar¨ªan resignados a vivir en condiciones lamentables. Los que pueden contin¨²an su periplo hacia el norte de Europa.
El verdadero reto consiste en tocar territorio sueco. El reglamento de Dubl¨ªn II y que ata?e a los europeos dice que los aspirantes a refugiados pol¨ªticos solo pueden solicitar el asilo una vez que est¨¦n en el pa¨ªs de acogida. C¨®mo lleguen hasta all¨ª o si viven o mueren por el camino no es asunto del que se ocupen las leyes internacionales. El resultado, en casos de conflictos como el de Siria, es que decenas de miles de personas se encuentran en este mismo momento jug¨¢ndose el tipo en alguna patera en el Mediterr¨¢neo. O ateridos, de noche, en un bosque huyendo de los perros polic¨ªa en Grecia, en Bulgaria o en Turqu¨ªa, en una traves¨ªa macabra; una ruleta rusa, cuyos hilos manejan los traficantes de personas. Decenas de entrevistas con sirios por toda Suecia bastan para trazar con cierta precisi¨®n el mapa de las rutas que cruzan la otra Europa sobreviviendo al margen de la ley.
Como la de Michel Daoud, un peluquero que desert¨® del ej¨¦rcito y que ahora teme que los islamistas del Frente al Nusra maten a su familia. Que cruz¨® un caudaloso r¨ªo europeo con el agua hasta las rodillas durante siete horas. Que atraves¨® un bosque con la patera inflable al hombro. Que se pas¨® 20 d¨ªas comiendo pan seco y cuatro escondido debajo de un puente empapado, tiritando de fr¨ªo. Que crey¨® que se mor¨ªa. Y que ahora, ya en Suecia, teme volverse loco. Sue?a con su padre, con su madre, con que est¨¢ en Grecia y no tiene comida, que se muere de fr¨ªo. ¡°Me estalla la cabeza¡±.
O como una anciana siria, de luto riguroso, que pas¨® 13 d¨ªas encerrada en un cami¨®n, a oscuras, hasta llegar a Suecia. ¡°Pagu¨¦ 9.000 euros. No sab¨ªa cu¨¢ndo era de d¨ªa o de noche¡±. O una joven de 24 a?os de ojos trist¨ªsimos que escap¨® de Homs y que a¨²n tiene miedo de dar su nombre por si el r¨¦gimen se venga contra su madre. Que se present¨® en el aeropuerto de Estocolmo con un pasaporte mexicano sin conocer a nadie, pero que hab¨ªa le¨ªdo en Internet que aqu¨ª le dar¨ªan techo y comida. O como Mohamed Amin, que tras siete d¨ªas en alta mar lleg¨® a la conclusi¨®n de que morir¨ªa de sed, mientras temblaba de fr¨ªo. Y que despu¨¦s recorri¨® Europa en un autob¨²s fantasma, junto con decenas de sirios, con las cortinas corridas y sin parar ni una sola vez para no levantar sospechas. O Jimmi Neme, el economista de Alepo al que encerraron dos meses y medio en una c¨¢rcel griega despu¨¦s de que la polic¨ªa lo apresara en el monte en el que le dej¨® tirado el contrabandista.
Todos los demandantes sirios tienen derecho a la residencia permanente en Suecia. As¨ª lo decidi¨® el Gobierno en septiembre, despu¨¦s de llegar a la conclusi¨®n de que la guerra en Siria no iba a amainar a corto plazo y que, por tanto, hab¨ªa que legalizar cuanto antes a todo sirio que pusiera el pie en Suecia. Ya con los papeles en la mano, el Gobierno pone en marcha una generos¨ªsima operaci¨®n de acogida. Les dar¨¢n un sueldo mensual ¨Cunos 750 euros, seg¨²n los casos¨C, les ense?ar¨¢n sueco, les buscar¨¢n un apartamento y, m¨¢s tarde, un trabajo. Y, sobre todo, tendr¨¢n derecho a traer a sus familias a trav¨¦s de los consulados, por la v¨ªa legal. Por eso, la espera en Grytan, pese a las nieves y dem¨¢s pesares, es algo m¨¢s llevadera que en otras partes del mundo, porque aqu¨ª saben que, salvo contadas excepciones, obtendr¨¢n la residencia permanente. Es cuesti¨®n de tiempo y fortaleza.
Los datos oficiales indican que al menos el 20% de la poblaci¨®n sueca es de origen extranjero, lo que supone el porcentaje m¨¢s alto de todos los pa¨ªses n¨®rdicos. Esta nueva oleada de refugiados ha reavivado la eterna pregunta. ?Puede Suecia acoger a tanta gente? ¡°Esa no es la cuesti¨®n. La cuesti¨®n es que para nosotros, lo que no resulta aceptable es ver lo que est¨¢ pasando en Siria y no hacer nada¡±, sostiene Mikael Ribbenvik, director de operaciones de la Agencia sueca de Migraciones. ¡°En el verano de 2012, cuando estimamos que la guerra siria no iba a solucionarse pronto, dejamos de repatriar a sirios. No podemos devolverlos a un pa¨ªs en guerra¡±. Aunque por su discurso lo parezca, la organizaci¨®n para la que trabaja Ribbenvik no es ninguna ONG. Es la agencia del Gobierno encargada de trazar y ejecutar la pol¨ªtica migratoria. Eso s¨ª, al margen de conveniencias pol¨ªticas. ¡°Tomamos decisiones t¨¦cnicas, no podemos dejarnos influir por las deliberaciones pol¨ªticas. No somos naif. Claro que sentimos presiones, pero no podemos dejarnos influir, porque siempre va a haber gente que no quiera que vengan extranjeros¡±.
Dicho as¨ª, la operaci¨®n acogida suena bonita y relativamente f¨¢cil. Para el Gobierno supone, sin embargo, un despliegue log¨ªstico y un desaf¨ªo pol¨ªtico descomunal en tiempos poco propicios para la solidaridad. El virus populista y de extrema derecha que se propaga por Europa no ha pasado de largo por la progresista Suecia. Los extremistas escalan posiciones en los sondeos a buen ritmo y al grito de ¡°no m¨¢s refugiados¡±. Suecia es un pa¨ªs rico, s¨ª. Pero eso por s¨ª mismo no basta para explicar el porqu¨¦ de su pol¨ªtica de refugiados e inmigrantes. Aqu¨ª solo la asertividad pol¨ªtica del resto de formaciones que han hecho pi?a frente a la extrema derecha mantiene, de momento, las fronteras abiertas, a diferencia de la mayor¨ªa de pa¨ªses de la Uni¨®n Europea. ¡°Los Veintiocho se encuentran paralizados ante el avance de los populismos y la ret¨®rica antiinmigraci¨®n¡±, confiesan fuentes comunitarias en Bruselas.
Necesitamos a los refugiados. Nos preocupa lo que vemos en Europa. Estamos muy solos", afirma el ministro de Integraci¨®n
En Suecia sucede lo contrario. Los pol¨ªticos se esfuerzan por no dejarse amedrentar por los que quieren asustar al electorado con la llegada del lobo-inmigrante. Quieren demostrar con hechos que hacerlo de otra manera es posible. Y saben que la integraci¨®n es una pieza clave en un puzle que amenaza continuamente con saltar por los aires. Cuanto antes tengan trabajo los que llegan y antes empiecen su nueva vida, menor ser¨¢ el riesgo de que se creen guetos y de que los que conciben la inmigraci¨®n como un problema acaben por tener raz¨®n. La claridad del ministro sueco de integraci¨®n, el liberal Erik Ullenhag, es pasmosa. ¡°Conceder a los refugiados la residencia permanente es muy importante, porque eso les va a permitir traer a sus hijos y, por tanto, centrarse en aprender sueco y buscar un trabajo en lugar de dedicar sus energ¨ªas a pensar qu¨¦ ser¨¢ de su familia en Siria. Adem¨¢s, si tienes los papeles y sabes que te vas a quedar, pones mucho m¨¢s ¨¦nfasis en aprender el idioma y en integrarte¡±. Y sigue: ¡°Luchamos por acelerar el proceso. Cuanto m¨¢s tarden en empezar y saber d¨®nde van a vivir, m¨¢s dif¨ªcil ser¨¢ luego la integraci¨®n¡±.
Explica Ullenhag que la unidad y el consenso pol¨ªtico han sido imprescindibles para adoptar decisiones como la de los sirios. ¡°La coalici¨®n de Gobierno [centroderecha-liberales] y la oposici¨®n [socialdem¨®cratas] hemos decidido conscientemente que no vamos a dejar que los mensajes xen¨®fobos ganen terreno. La mejor manera de combatir eso es no dejarse contagiar por su discurso y mostrar liderazgo en el sentido contrario. Acoger a refugiados es una cuesti¨®n moral, pero tambi¨¦n econ¨®mica. Los necesitamos. Nos preocupa lo que vemos en el resto de Europa. Estamos muy solos¡±. La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados acaba precisamente de elegir a Suecia para dirigir el grupo de trabajo que pretende animar a otros pa¨ªses a acoger a sirios. De momento, 18 pa¨ªses se han comprometido a trasladar desde los campos a 17.000 sirios; una cifra insignificante comparada con los dos millones y medio que malviven hacinados en campos de L¨ªbano, Jordania, Turqu¨ªa o en Egipto.
El ministro Ullenhag se refiere a los Dem¨®cratas Suecos, el partido populista de extrema derecha y el ¨²nico que pide que se frene la llegada de inmigrantes y de refugiados. Los ultraderechistas sufren un ostracismo pol¨ªtico e institucional en un pa¨ªs tradicionalmente progresista y en el que la correcci¨®n pol¨ªtica impera. Aun as¨ª, su mensaje cala cada vez m¨¢s entre el electorado, como en la mayor¨ªa de los pa¨ªses europeos. Encuestas recientes les otorgan el 10% de los votos, lo que supone un incremento considerable frente al 5,6% que obtuvieron en las ¨²ltimas elecciones.
En Estocolmo, el diputado de los Dem¨®cratas Suecos Mattias Karlsson se atreve con un discurso del que el resto de los pol¨ªticos suecos no quieren ni o¨ªr hablar. ¡°Hemos sobrepasado nuestra capacidad para absorber inmigrantes. El modelo sueco de multiculturalidad ha fracasado como vimos en los disturbios de hace meses. Hay que reducir en un 90% la gente que entra. En Suecia hacemos una interpretaci¨®n demasiado amplia del t¨¦rmino refugiado¡±, defiende en su oficina del Parlamento. A pesar de que los sondeos hablan de un presente y un futuro muy prometedor para los Dem¨®cratas Suecos, Karlsson sabe que Suecia no es Francia ni Holanda, y que ellos no son Marine Le Pen ni Geert Wilders, con los que, por cierto, trabajan ahora para lanzar un frente ultra pan?europeo. Pero Karlsson sabe, sobre todo, que los pol¨ªticos suecos son de otra pasta y no se van a dejar contagiar tan f¨¢cilmente. ¡°Los pol¨ªticos aqu¨ª son muy extremistas de izquierdas. Si esto fuera Estados Unidos, aqu¨ª hasta los conservadores ser¨ªan dem¨®cratas. Esta es una sociedad de consenso, y el consenso es contrario a lo que nosotros pensamos. Necesitar¨ªamos tener un 25% de los votos para tener un impacto real¡±, reflexiona Karlsson. Estas dos Suecias, la de puertas abiertas y la del miedo a que el de fuera quiebre su modelo de sociedad, conviven en tensi¨®n. Por ahora, la Suecia de la acogida gana.
Hay lugares como Grytan en los que a las autoridades les resulta m¨¢s f¨¢cil vender la inmigraci¨®n como algo positivo. J?mtland es una provincia poco poblada, que envejece. Con la llegada de los sirios, de repente las tiendas tienen nuevos clientes, los colegios dejan de perder alumnos y lugare?os como Lars Persson y ?ke Arakidsson hacen su agosto con el alquiler de sus barracas. ¡°Sin los inmigrantes, algunos de nuestros municipios simplemente desaparecer¨ªan. Necesitamos gente que pague impuestos y que cuide de nuestros ancianos¡±, explica sin rodeos Bengt Marsh, director ejecutivo del Ayuntamiento de ?stersund, la capital de J?mtland. Por eso no escatiman en esfuerzos para hacer posible la acogida en su territorio. A los refugiados les ceden pisos de protecci¨®n oficial y ahora negocian con empresarios inmobiliarios para ver qu¨¦ pueden aportar. Junto a la parte t¨¦cnica, se empe?an adem¨¢s de desactivar posibles resistencias por parte de la poblaci¨®n aut¨®ctona. ¡°Mire, los pol¨ªticos y los t¨¦cnicos tenemos el deber de explicar a la gente que acoger a inmigrantes es algo que nos beneficia y que adem¨¢s es nuestro deber solidario; que m¨¢s del 90% del incremento demogr¨¢fico de nuestro pa¨ªs en la ¨²ltima d¨¦cada se debe a los extranjeros y que sin ellos nuestra econom¨ªa no habr¨ªa crecido¡±, dice Marsh. El Ayuntamiento convoca a los ciudadanos a una sesi¨®n informativa, donde les explican a cu¨¢ntos sirios van a acoger, de d¨®nde vienen y cu¨¢l es la situaci¨®n en el pa¨ªs en guerra.
A diferencia de ?stersund, hay otros lugares, como S?dert?lje, donde ni necesitan j¨®venes trabajadores ni tampoco m¨¢s inmigrantes ni refugiados. Esta ciudad industrial a unos 30 kil¨®metros de Estocolmo es la cuna del famoso tenista Bj?rn Borg, pero es adem¨¢s, seg¨²n alardean sus habitantes, el lugar en el que viven m¨¢s iraqu¨ªes que en todo Estados Unidos y Canad¨¢ juntos. Porque lo de los sirios no es una excepci¨®n en la historia reciente de Suecia. En los noventa desembarcaron los que hu¨ªan de las guerras de los Balcanes y m¨¢s tarde fueron los iraqu¨ªes. Hay tambi¨¦n chilenos y muchos finlandeses. S?dert?lje ha sido y es el lugar preferido por los reci¨¦n llegados para asentarse. Aqu¨ª llegaron hace d¨¦cadas los primeros sirios. Aqu¨ª est¨¢n sus iglesias ¨Cla inmensa mayor¨ªa de los refugiados son cristianos de Oriente Pr¨®ximo¨C, sus canales de televisi¨®n, y tienen hasta dos equipos de f¨²tbol.
A simple vista, S?dert?lje podr¨ªa parecer una ciudad sueca cualquiera. Tiene una calle comercial peatonal plagada de franquicias, un tren que te lleva hasta Estocolmo y un ej¨¦rcito de lucecitas navide?as en las ventanas de las casas. Pero si uno se fija un poco m¨¢s, se da cuenta de que los hombres llevan el pelo y la barba cortados al mil¨ªmetro, al m¨¢s puro estilo de Oriente Pr¨®ximo. Que abundan las joyer¨ªas con gusto oriental. Y que el ¡°Ahlen¡± o el ¡°Salam aleikum¡± son los saludos que m¨¢s se escuchan por la calle. Las estad¨ªsticas indican que m¨¢s de la mitad de los adultos que viven en este polo industrial son de origen extranjero. Es el gran laboratorio de la inmigraci¨®n.
Hoy es el funeral de un miembro de la comunidad cristiana siria, que ha acudido casi en pleno a la ceremonia en la gran iglesia sirio-ortodoxa. En la planta de abajo de un imponente edificio a las afueras de S?dert?lje, las mujeres, vestidas de negro, rezan. En el segundo piso hacen lo propio los hombres, presididos por las m¨¢ximas autoridades religiosas en el exilio sueco. En la oficina de Fouad Adis, el presidente de la comunidad, se juntan unos cuantos fieles de los que llegaron hace ya varios lustros. ¡°?Espa?ola?, m¨ªreme, por favor, esta factura de la luz de mi casa de Valencia a ver qu¨¦ dice¡±. ¡°Yo veraneo en Benidorm¡±, anuncia otro. Tener una segunda residencia en la costa espa?ola es, sin duda, un s¨ªntoma de integraci¨®n m¨¢ximo en Suecia, donde el sol mediterr¨¢neo es el gran elixir.
Uno de cada diez refugiados sirios que llega a Suecia se instala en S?dert?lje. Por eso los altibajos de la guerra y las campa?as contra las minor¨ªas cristianas se sienten aqu¨ª como la r¨¦plica de un terremoto. Si hay, por ejemplo, un gran ataque con armas qu¨ªmicas en Siria, las escuelas ya se van preparando porque saben que provocar¨¢ una gran huida y que cualquier ma?ana tendr¨¢n a 30 ni?os nuevos en la puerta. ¡°Estamos obligados a ser ultraflexibles¡±, dice la alcaldesa de S?dert?lje, Boel Godner, que se queja de que otras zonas de Suecia acogen a menos refugiados. No comprende tampoco por qu¨¦ la Uni¨®n Europea no hace m¨¢s. ¡°Europa camina en la direcci¨®n equivocada. Tenemos que convencer a los europeos de que cerrar sus puertas no es la manera de construir un mundo mejor¡±.
La fuerte concentraci¨®n de inmigrantes en ciertas localidades como la suya, incapaz de ofrecer los servicios p¨²blicos apropiados, y la dificultad de los extranjeros para encontrar trabajo son para Godner los principales problemas derivados de la pol¨ªtica de puertas abiertas. El Gobierno calcula que los que llegan de otros pa¨ªses tardan entre siete y nueve a?os en lograr ser autosuficientes.
Muchos de los refugiados entrevistados coinciden en que, a pesar de la generosidad del Gobierno sueco a la hora de dejar entrar a gente en el pa¨ªs, despu¨¦s, al acceder a un trabajo o formar parte de la sociedad, no se sienten en pie de igualdad con los suecos. Ese sentimiento de discriminaci¨®n es precisamente el que incendi¨® varios suburbios suecos el a?o pasado, en un estallido que record¨® a la crisis de las periferias francesas.
En Suecia, casi nadie ¨Cresponsables del Gobierno incluidos¨C duda de que un nuevo brote de violencia suburbial pueda ser solo cuesti¨®n de tiempo. Pero lo interesante es que no lo interpretan como un fracaso del sistema y, sobre todo, no les lleva a restringir la entrada de nuevos inmigrantes y refugiados. Las protestas indican, para las fuentes oficiales, que hay aspectos de la integraci¨®n que necesitan mejorar y que, por tanto, hay que dedicar m¨¢s esfuerzos pol¨ªticos y econ¨®micos.
Los viejos del lugar ofrecen un an¨¢lisis probablemente bastante acertado. Jean Azar, de 66 a?os, es un sirio de Hasak¨¦ que lleg¨® a Suecia en los noventa. Asiste entristecido a la llegada masiva de sus compatriotas y ayuda en lo que puede. Regenta un estanco y oficina de apuestas de caballos en un suburbio de Estocolmo y personifica al refugiado que le ha ido bien. Tiene un chal¨¦ en propiedad, un negocio pr¨®spero e hijos que han crecido y estudiado en Suecia. Azar habla maravillas del sistema sueco, de lo que el Gobierno hace por los que ahora huyen de la guerra. Pero los a?os tambi¨¦n le han ense?ado que los extranjeros se topan en este pa¨ªs con un techo de cristal; que lo tienen m¨¢s dif¨ªcil para escalar en el mercado laboral, pero que tambi¨¦n por lo menos tienen oportunidades. ¡°S¨ª, claro. No es un camino de rosas. Hay racismo y discriminaci¨®n, pero por lo menos aqu¨ª pueden venir y la ley es igual para todos¡±.
En los bosques de Grytan, el antiguo complejo militar, no para de nevar. Dentro, en el comedor, la sonrisa de una refugiada anuncia buenas noticias. Indica que una de las ocasiones a las que se refiere el estanquero acaba de materializarse. Le han dado los papeles y la trasladan a un apartamento. Empezar¨¢ las clases de sueco y las entrevistas laborales. Su segunda vida. ¡°Mabruk, mabruk¡±, le felicitan en ¨¢rabe los otros comensales, que apuran las mandarinas a la espera de su oportunidad.
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