Elogio del traidor
Assange, Snowden o Falciani son los Salman Rushdie de Occidente
Hay palabras que merecen una segunda oportunidad. Por ejemplo: chivato. Un adjetivo al que suelen recurrir quienes abusan de otros para as¨ª tergiversar sus acciones y cambiar las culpas de bando, de manera que la v¨ªctima se convierta en alguien despreciable: un delator.
Creo que en este mundo en el que el poder lucha a sangre y fuego por controlar no solo la econom¨ªa y la pol¨ªtica, sino tambi¨¦n la informaci¨®n y las conciencias, hay que mirar con la misma lupa la palabra traidor: ?qu¨¦ son, por ejemplo, el fundador de WikiLeaks, Julian Assange o el antiguo esp¨ªa de los servicios secretos norteamericanos Edward Snowden, que han dado a conocer miles de documentos secretos que demuestran c¨®mo Estados Unidos investigaba a sus aliados y torturaba a sus enemigos de guerra? ?Y el inform¨¢tico Herv¨¦ Falciani, un empleado del banco HSBC que desenmascar¨® a miles de evasores que escond¨ªan su dinero negro en Suiza? ?Son h¨¦roes o bandidos? ?Merecen la c¨¢rcel o una estatua? En Espa?a se les castiga con el despido, que es lo que acaba de obtener el subdirector de la Concejal¨ªa de Empleo de la Comunidad de Madrid por denunciar ante sus superiores una estafa de 15 millones de euros llevada a cabo por la patronal de la regi¨®n.
En ingl¨¦s, al que revela ese tipo de secretos se le denomina whistleblower, es decir, es quien toca un silbato y alerta a la sociedad de un abuso o un delito cometidos por la organizaci¨®n para la que trabaja. Sin embargo, Assange, Snowden y Falciani viven en el exilio, se los considera renegados y alguno est¨¢ en busca y captura. Son los Salman Rushdie de Occidente. Sobre ellos han corrido r¨ªos de tinta envenenada, pero aunque no los moviera el simple altruismo, ?no habr¨ªa que felicitarse igual porque hayan sacado a la luz toda esa oscuridad?
El traidor es siempre el malo de la historia, desde Judas Iscariote, cuyo nombre proviene del lat¨ªn sicarii, un t¨¦rmino que designaba a los jud¨ªos que ocultaban entre sus ropas una daga, o sica, para apu?alar por la espalda a los invasores llegados de Roma. Y eso es lo que consideran a Assange, Snowden o Falciani quienes los persiguen: mercenarios, antipatriotas, desertores que se han vendido por treinta monedas al mejor postor: sicarios. En su pa¨ªs, a Snowden o a la soldado Manning, que fue quien le dio a Assange los diarios de la guerra de Afganist¨¢n e Irak, se los ve como versiones contempor¨¢neas del general Arnold, que durante la Guerra de la Independencia le entreg¨® a los ingleses las llaves de West Point, y a algunos les gustar¨ªa mandarlos a la silla el¨¦ctrica como hicieron en plena Guerra Fr¨ªa con los Rosenberg, el matrimonio acusado de venderle f¨®rmulas nucleares a la Uni¨®n Sovi¨¦tica: Snowden solicit¨® vigilancia cuando, seg¨²n su abogado, supo que un portavoz del Pent¨¢gono confes¨® a algunos periodistas que le gustar¨ªa ¡°meterle una bala en la cabeza¡±. Tal vez esa frase no es lo que aquel hombre dijo, pero s¨ª lo que muchos piensan: seg¨²n las encuestas, el 61% de los estadounidenses se opone a su indulto.
Votar es la mitad de la democracia; la otra mitad es el derecho a saber
?Qu¨¦ ocurrir¨¢ con Assange o Snowden? Quiz¨¢ el tiempo los convierta en campeones de la verdad, igual que a Daniel Ellsberg, el analista de las Fuerzas Armadas que le dio al New York Times la documentaci¨®n que probaba que casi todo lo que Washington contaba sobre la guerra de Vietnam era mentira; o William Mark Felt, dirigente del FBI y la famosa garganta profunda del Watergate, que filtr¨® a la prensa los datos que se necesitaban para desenmascarar al presidente Nixon. Ambos fueron rehabilitados y se los consider¨® dignos de gratitud, pero tal vez hoy eso sea m¨¢s dif¨ªcil de lograr, dado el nivel de obediencia debida que los partidos pol¨ªticos le exigen a sus miembros, tambi¨¦n en Espa?a, donde la disidencia y hasta el matiz se consideran un acto de indisciplina y todo lo que no sea una firma en blanco deja de ser una opini¨®n para ser una escisi¨®n. La heterodoxia es lo contrario del sometimiento.
En su libro Elogio de la Traici¨®n, Denis Jeambar e Yves Roucaute escriben que en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica ¡°la traici¨®n es la expresi¨®n superior del pragmatismo que evita las fracturas y garantiza la continuidad democr¨¢tica al flexibilizar en la pr¨¢ctica los principios preconizados en la teor¨ªa¡±; aseguran que no cometerla ¡°es desconocer los espasmos de la sociedad y las mutaciones de la historia¡±; y sostienen que ese es el modo de adaptarse a la voluntad de los pueblos y que quienes se oponen a cualquier clase de cambio son los tiranos. Pero tambi¨¦n es un atajo al cinismo que caracteriza a quienes incumplen sus programas electorales y, recurriendo a una paradoja que suena a insulto a la ciudadan¨ªa, a su forma de mentir lo llaman ser realistas.
Este es un mundo hip¨®crita y los mismos que califican de traidores a Assange o Snowden, ofrecen recompensas millonarias a quien se?ale el escondite de sus adversarios, como ocurri¨® con Sadam Husein y Bin Laden; o aprovechan la documentaci¨®n que Falciani puso sobre la mesa para multar al HSBS con 2.000 millones de d¨®lares por blanqueo de capitales. Otros lo consideran, como m¨ªnimo, un mal necesario, hasta tal punto que Snowden ha sido propuesto como candidato al Nobel de la Paz. Quiz¨¢s es que las banderas hay que defenderlas o no, seg¨²n lo que escondan debajo. Votar es la mitad de la democracia; la otra mitad es el derecho a saber.
Benjam¨ªn Prado es escritor.
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