Con la m¨²sica a otra parte
Pleyel, emblem¨¢tico fabricante de pianos artesanales, cierra su f¨¢brica de Par¨ªs ante el empuje de la producci¨®n en serie china. ?Estamos ante el fin de los oficios?
Cuando me siento inspirado y con fuerzas para encontrar mi propio sonido, necesito un piano Pleyel¡±, dej¨® escrito Chopin. Si el genio polaco resucitara hoy en el cementerio del P¨¨re Lachaise y se diera un paseo hasta Saint Denis y viera la f¨¢brica Pleyel cerrada, palidecer¨ªa: ?c¨®mo es posible que el emblema del savoir faire franc¨¦s haya sucumbido a la presi¨®n de China y Corea? Pero as¨ª es. Abaratar costes es lo que se lleva. En tomates, pantalones, smartphones o pianos. Da igual. Pleyel, referente de exigencia artesanal, se ha rendido a las leyes de la competencia.
Las cristaleras de su edificio en Par¨ªs son el reflejo de una claudicaci¨®n. Se acab¨® el concierto 207 a?os despu¨¦s de que Ignaz Pleyel fundara los primeros talleres. Tambi¨¦n la m¨²sica est¨¢ enferma. Bernard Roques, su presidente, ha anunciado que no pueden competir con la producci¨®n china. La actividad ha bajado dram¨¢ticamente. De 1.700 pianos fabricados en 2000 se pas¨® a 20 en 2013. ?Nadie quiere aprender piano o nadie quiere aprender con un Pleyel?
El silencioso cierre de la prestigiosa manufactura quiebra la transmisi¨®n de una labor de una destreza y una nobleza extraordinarias. Seg¨²n The Economist, en Europa solo quedan nueve casas tradicionales de piano frente a las 300 que hab¨ªa en la primera mitad del siglo XX. De 493.000 de estos instrumentos hechos en el mundo en 2012, casi el 80% son made in China.
En el showroom de Pleyel, en la Rue du Faubourg Saint-Honor¨¦, contemplo el stock que a¨²n queda. Lo venden m¨¢s como obras de arte que como instrumentos. Para construir un Pleyel se precisan 5.000 piezas, entre 500 y 1.500 horas de trabajo y 20 artesanos (afinadores, lutieres, ebanistas¡). Son piezas ¨²nicas. Los precios oscilan entre 42.000 y 200.000 euros. Su directora comercial, St¨¦phanie Schlemer, sostiene sin convicci¨®n que el cierre es temporal. Est¨¢n buscando otra forma de producir, dice, y remite a la nota de prensa emitida por la empresa. Merci, madame.
En un passage muy parisiense me reciben los m¨ªticos restauradores Jaques Neubot y madame Neubot. Muestran las entra?as de los pianos, esas de las que despu¨¦s alg¨²n int¨¦rprete extraer¨¢ sue?os y presentimientos musicales. La pareja transmite la belleza gastada de un oficio dign¨ªsimo. Ante el ¨²ltimo Pleyel restaurado, madame Neubot me ense?a la tabla de armon¨ªa: ¡°Esto es el alma de un piano. Esta madera no la usan en China¡±. ?Qu¨¦ significa el cierre de Pleyel? ¡°Es el fin de los oficios. El mundo que viene de China. Pero nunca sonar¨¢ igual. Un piano no se puede fabricar en serie¡±.
En mi vuelta a casa releo una entrevista a Lang Lang, probablemente el pianista m¨¢s influyente del momento. Veintinueve a?os y cientos de miles de fans menores de 20. Se jacta de contribuir a que 40 millones de ni?os chinos estudien este instrumento. Releo el dato: 40 millones de chinos estudian piano. ?Es un drama que cierre Pleyel? Salgo del metro. En la panader¨ªa de abajo se ha acabado el pan. Compro una barra descongelada en la gasolinera. Subo a casa y saco el queso. Lang Lang y 40 millones de chinos tocando piano. El saint-f¨¦licien est¨¢ en su punto, pero la baguette de pl¨¢stico se me dobla. Al masticar, irremediablemente pienso en madame Nebout. Et oui, c¡¯est la fin des m¨¦tiers.
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