Preguntas que no dejan vivir
El viajero mira y narra. Satisface nuestra curiosidad con sus revelaciones
La idea de ir de un lugar a otro anima a la literatura desde milenios atr¨¢s. Tras los diez a?os que dura la guerra de Troya, Ulises se embarca de regreso a la isla de ?taca, donde lo esperan su esposa y su hijo. Quiere llegar lo m¨¢s pronto posible, sin interrupciones, pero son las interrupciones las que hacen que aquel viaje dure otros diez a?os. Sin los obst¨¢culos que se presentan a cada paso, no habr¨ªa historia que contar, y no existir¨ªa la Odisea.
Para que haya historia, el viaje tiene que empezar. Cuenta Plutarco que Pompeyo Magno se enfrentaba a la situaci¨®n de que los marineros de su armada no quer¨ªan hacerse a la mar por la manera tempestuosa en que aquella se encrespaba, y entonces los areng¨®, y una de las frases de esa arenga ha quedado para siempre: ¡°Navegar es necesario, vivir no es necesario¡±.
Ismael, el marinero del barco ballenero Pequod en Moby Dick, la novela de Herman Melville, explica desde la primera p¨¢gina el porqu¨¦ de sus ansias de navegar: ¡°Cada vez que me encuentro par¨¢ndome sin querer ante las tiendas de ata¨²des¡ entonces, entiendo que es m¨¢s que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda¡±.
Moby Dick es tambi¨¦n la historia de un viaje. Cuando el capit¨¢n Ahab zarpa del puerto de Nantucket al mando del Pequod, tampoco quiere interrupciones, no porque va en busca de su hogar a?orado, sino de la venganza. Quiere llegar cuanto antes a encontrarse con Moby Dick, la ballena blanca, que destroz¨® a?os atr¨¢s otro barco suyo y le arranc¨® una pierna. Es su enemiga mortal, y su obsesi¨®n es cazarla y acabar con ella. Ismael, cuando se pone melanc¨®lico, se detiene a contemplar ata¨²des. Tras el naufragio del Pequod, atacado ferozmente por la ballena blanca hasta echarlo a pique, se salvar¨¢ agarrado a un ata¨²d que aparece flotando a su lado, el ¨²nico sobreviviente. Si Ismael no salva la vida, no tendr¨ªamos quien nos contara la historia.
S¨®lo el testigo es
capaz de aportar las claves de la historia que es necesario contar
Joseph Conrad fue marinero buena parte de su vida, y no pocos de sus libros versan sobre la aventura del viaje. El coraz¨®n de las tinieblas narra la traves¨ªa de Charles Marlow a trav¨¦s del r¨ªo Congo, en tiempos de la brutal colonizaci¨®n belga en ?frica, para cumplir el encargo de encontrar a Kurtz, un misterioso personaje que ha enloquecido; pero es a la vez un viaje a las profundidades del alma humana donde campean la ambici¨®n de poder y riqueza.
El viajero mira, y escribe lo que mira. Narra, reporta, da cuenta de su viaje. Nos trae noticias, viene a satisfacer nuestra curiosidad con sus revelaciones. Y esa relaci¨®n que se crea entre autor y lector, y que parte de la doble necesidad de informar y ser informado, es la misma para la escritura de invenci¨®n y para la escritura de hechos reales.
Her¨®doto, el m¨¢s antiguo de los cronistas, viaj¨® por las islas y la tierra firme de la H¨¦lade y todo lo que era el mundo de entonces, conocido para muy pocos, y por tanto ex¨®tico. Se ganaba la vida dando conferencias sobre sus viajes, contando lo que hab¨ªa visto y o¨ªdo. En Atenas le pagaron una vez 10 talentos por una de esas conferencias. Un rollo infinito de papiro de trazos continuos contiene sus Nueve libros de la Historia.
Her¨®doto escrib¨ªa impulsado por el
temor ante la fragilidad
de la memoria
Cuenta Her¨®doto que el viejo Tras¨ªbulo, dictador de Mileto, ense?a al principiante Periandro las reglas del poder absoluto, basadas en el terror, con una par¨¢bola visual: lo lleva a un campo de trigo en cosecha, y siega las espigas que m¨¢s sobresalen para demostrar que as¨ª deb¨ªan segarse las cabezas de los enemigos. Es lo que tantos otros dictadores han aprendido a hacer.
Her¨®doto escrib¨ªa impulsado por el temor ante la fragilidad de la memoria. Para ¨¦l, ¡°la memoria es defectuosa, fr¨¢gil, ef¨ªmera, e incluso ilusoria¡±. El olvido de cada individuo es capaz de borrar la historia humana. Recordar es sobrevivir. ¡°Todo lo que guarda la memoria en su interior puede esfumarse, desaparecer sin dejar rastro¡ sin la memoria no se puede vivir, ella eleva al hombre sobre el mundo animal, y al mismo tiempo es enga?osa, tan inasible como traicionera¡±.
Y afirma: ¡°Mi deber es informar de todo lo que se dice, pero no estoy obligado a creerlo todo igualmente¡±. Cuando acota lo dicho como proveniente de una fuente que es de por s¨ª dudosa y no ofrece ninguna evidencia cierta, lo consigna as¨ª. El ¡°dicen que dijeron¡±.
¡°El hombre contempor¨¢neo no se preocupa de su memoria individual, porque vive rodeado de memoria almacenada¡±, dice Kapuscinski. Pero a pesar de toda la memoria almacenada, solo el testigo interrogado es capaz de aportar las claves de la historia que es necesario contar.
Rodeados de memoria almacenada en nuestra era digital, siempre podemos viajar hasta el coraz¨®n de las tinieblas, como Conrad, en busca del individuo que nos cuente lo que sabe y lo que ha visto, igual que miles de a?os atr¨¢s lo hizo Her¨®doto, porque solo es as¨ª que la memoria no deja nunca de ser creativa e iluminadora.
Sergio Ram¨ªrez es escritor. Su libro m¨¢s reciente es Flores oscuras (Alfaguara).
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