Los saris de Millet
Las plantas del cacahuete forman una trama verde en los campos rojos de Anantapur. Hileras de mujeres cultivan una belleza con?vulsa. En este momento, toda la atenci¨®n c¨®smica se concentra ah¨ª. La composici¨®n de los colores de sus saris

Por no tener, no tenemos ni monz¨®n.
Anantapur tiene algo de llano en llamas. Es el se?gundo distrito m¨¢s seco de la India. El ¨ªndice pluvio?m¨¦trico se aproxima peligrosamente a un trago por metro cuadrado: un cuarto de litro al a?o. En verano hay d¨ªas de tanto calor que te acuerdas de los habi?tantes de Comala que en el infierno pasaban fr¨ªo y volv¨ªan a casa por una cobija. Las monta?as tam?bi¨¦n tienen car¨¢cter. Las cimas no son en pico, sino en forma de crestas negras o de dentaduras de pie?dras blanqu¨ªsimas. El distrito tiene una extensi¨®n de 19.130 kil¨®metros cuadrados, donde viven m¨¢s de cuatro millones de personas. La capital, del mismo nombre, ronda el medio mill¨®n de habitantes. Perte?nece a Andhra Pradesh, el quinto en extensi¨®n de los veintiocho estados de la rep¨²blica federal democr¨¢ti?ca de la India, y que se acerca a una poblaci¨®n de ochenta millones de habitantes. En la India vive la sexta parte de la poblaci¨®n mundial. La densidad demogr¨¢fica es de 335 habitantes por kil¨®metro cuadrado; 93, en Espa?a.
La gente del distrito de Anantapur se gana la vida mayoritariamente con la agricultura. Hace unos a?os se identificaba como el "lugar remoto" o la "tierra olvidada". En una India en vertiginosa mutaci¨®n, y donde los "n¨²meros negativos" y los "n¨²meros positi?vos" se aproximan al infinito, orbitan y chocan, Anan?tapur cargaba con una premonici¨®n de desahucio. En medio siglo, ser¨ªa un desierto.
Hay un proverbio en telugu, el idioma oficial, que dice: "Si la tierra da suerte, un pie es suficiente". Tra?dicionalmente, el paisaje agrario de Anantapur era el de los campos de cacahuetes. Ha habido un gran cambio, con la expansi¨®n de cultivos y frutales m¨¢s rentables, como el mango. Tambi¨¦n la ganader¨ªa se ha extendido, gracias sobre todo al sistema de micro?cr¨¦ditos. Otros distritos de Andhra Pradesh son m¨¢s arroceros. Pero en Anantapur, m¨¢s seco, sigue habien?do grandes extensiones de plantas de cacahuetes. Es lo que ahora miro fascinado por una rendija abierta en?tre la geopol¨ªtica y el cambio clim¨¢tico. En mi infan?cia, en el puerto atl¨¢ntico, com¨ªamos mucho man¨ª. Lo descasc¨¢bamos y rumi¨¢bamos con placer compulsivo las tardes dominicales. Llegaban en sacos en las bode?gas de los barcos, pero no sab¨ªamos de d¨®nde. Me gusta imaginar ahora que vendr¨¢n de la India. Las plantas del cacahuete forman una trama verde en los campos rojos de Anantapur. Hileras de mujeres, en un avance laborioso, inclinadas con sachos que prolon?gan sus brazos para escardar, cultivan una belleza con?vulsa. En este momento, toda la atenci¨®n c¨®smica se concentra ah¨ª. La composici¨®n de los colores de los saris. La historia de los colores. Pigmentos milena?rios, pigmentos pop-art. Si hay treinta y dos vientos, ah¨ª hay treinta y dos colores. Verdes, azules, lilas, violetas, rojos, azafranes, naranjas, oros. Simetr¨ªa en los movimientos. Una voluntad de estilo popular, una acci¨®n performativa sobre la tierra. Trabajan. No es decoraci¨®n. All¨ª est¨¢n, ayudando a Millet, pint¨¢ndo?las, Chagall, Vermeer, Ravi Varma, Frida Kahlo, Paul Klee, Artemisia, Mark Rothko, Van Gogh, Chagall otra vez. Va mi propia sombra y dice:
¡ª?No son m¨¢s que campesinas trabajando, est¨²?pido!
¡ªLas dos cosas son reales. Son diosas y mujeres pobres. Trabajan y est¨¢n creando algo que antes no exist¨ªa. Eres una sombra un poco resentida.
¡ª?Algo nuevo? La cosecha de cacahuetes, si no la mata la sequ¨ªa. Toda la vida llevan oyendo eso. Que son diosas y madres. Trabajan para todos. Para los dioses, para los hombres, para los hijos. Si sobra algo, se lo comen. Cuando enviuden, ser¨¢n invisibles. A mu?chas las dejar¨¢n tiradas.
¡ªLo que dices es verdad. Pero espera un poco, sombra. ?Hizo mal Millet en pintar Las espigadoras? Hay voces que me apremian. Tenemos poco tiempo.
Mejor as¨ª. Millet se pondr¨ªa de rodillas, que es lo que hay que hacer ante su cuadro de las espigadoras, al que dio vida, una segunda vida, la cineasta Agn¨¨s Varda. Ese filme que se adentra en lo invisible, en la profundidad habitada de la pobreza contempor¨¢nea, para dar vida al pueblo espigador de nuestro tiempo, esa elegancia en el expurgar de los vertederos frente a la vulgaridad del despilfarro del capitalismo impaciente.
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